YO

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Concepto psicológico que es más fácil describir que definir, pero que se identifica como el elemento de referencia que unifica la persona de cada ser humano: unifica en el mismo yo lo pasado, lo presente y lo futuro; unifica lo espiritual, lo psicológico y lo corporal; unifica lo consciente, lo inconsciente y lo subconsciente; unifica también lo agradable y lo desagradable, lo interior y lo exterior, lo propio y la referencia de lo ajeno.

Los estudios del psicoanálisis son los que más han reclamado la clarificación del propio yo y de lo que en esa sede interior del hombre se deposita. Y fueron figuras como Freud, Adler, Jung, quienes más se empeñaron en descubrir el misterio que cada persona lleva consigo y que le mueve a preguntarse desde la infancia: «Quién soy yo?», «¿Cómo soy yo?», ¿Por qué yo no soy el otro?
El yo se entiende como referencia, no como realidad fí­sica o fisiológica, y se le atribuyen, en sus diversas formas de escribirse (yo, mí­, mí­o, me), pluralidad de aspectos: niveles, leyes o criterios rectores, valores de identificación.

Niveles del Yo son:
– Yo consciente, o conciencia, que es el que nos permite darnos cuenta, situarnos, referirnos explí­citamente a él a través del lenguaje o de manifestaciones activas previstas y selectas.

– Yo subconsciente, o subconsciencia, que es esa indescriptible realidad interior que almacena y en ocasiones exporta al exterior impresiones, tensiones, tendencias, necesidades, preferencias y cuanto con frecuencia explica nuestra situación y nuestra conducta al margen de conclusiones lógicas.

– Yo inconsciente, en parte se identifica con nuestra realidad corporal, nuestra identidad fisiológica, nuestro sistema nervioso o endocrino.

Principios rectores pueden formularse de diversas formas. Una de ellas es: – De unidad: Yo soy uno. Equivale a la sensación de ser yo un solo ser y no dos seres.

– De identidad: Yo soy yo. Alude a persuasión de ser el que se es, con un nombre, un origen y un destino, unas circunstancias y sobre todo una libertad, una inteligencia y una sensibilidad propia y diferente.

– De distinción: Yo no soy otro. Supone un afianzamiento ante lo que no es el yo. Y se clarifica con la evidencia de que los propio rasgos no son eco ni reflejo de los ajenos, sino originales, propios e intransferibles.

+ Por otra parte el yo se afianza con unos determinados valores propios.

– Corporalidad que se posee, pero que no es todo el yo. El cuerpo asegura que cada yo es real, no una idea, un sentimiento, ni siquiera un espí­ritu.

– Intimidad que se experimenta y se defiende, porque cada yo es consciente de que su interior es propio en ideas, sentimientos y opciones y sólo se comparte con quien se quiere, como se quiere y cuando se quiere.

– Evolución o mutabilidad, de la que se es testigo unas veces y protagonista en ocasiones, pues se cambia, se crece, se decrece, se acelera, se detiene en los diversos rasgos o aspectos interiores.

– Autenticidad o seguridad de que se es lo que se es y de que no se confunde ni se identifica con alguien exterior.

– Proyectividad o salida al exterior con capacidad de hacer algo para los demás o con los demás: expresividad, creatividad, servicialidad, sexualidad, etc.

Gracias a la importancia que se ha dado al yo en la psicologí­a, se han podido entender fenómenos o aspectos trascendentes y decisivos en la personalidad, como han sido sus dimensiones éticas, estéticas y espirituales.

Sin una claridad en la identidad del yo personal, muchos de los valores, actitudes o sentimientos religiosos de las personas y de los grupos resultarí­an misterios indescifrables. Y lo mismo acontece con los ético: sin referencia a un yo consciente, libre y responsable no tiene sentido el bien y el mal.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

ego (ejgwv, 1473), caso nominativo del pronombre personal de la primera persona. Sin embargo, generalmente no se emplea en griego como tampoco en castellano, estando implicado en la desinencia verbal; así­, luo significa «desato». Cuando el pronombre ego se añade al verbo, es casi invariablemente, por no decir que siempre, enfático. El énfasis puede no ser demasiado evidente en algunos casos, como p. ej., Mat 10:16, pero incluso ahí­ puede ser tomado en el sentido de que hay algo más de énfasis que si se omitiera el pronombre. Con mucho, el mayor número de los casos se encuentra en el Evangelio de Juan, y ello en declaraciones del Señor acerca de sí­ mismo (p. ej. 4.14,26, 32,38; 5.34,36,43,45; 6.35,40,41,48,51, dos veces, 63,70). Ejemplos en las Epí­stolas son Rom 7:9,14,17,20, dos veces, 24,25. Hay más en este capí­tulo que en cualquier otro fuera del Evangelio de Juan. En otros casos del pronombre aparte del nominativo, es por lo general más necesario para expresar el sentido, aparte de cualquier énfasis. Notas: (1) Kago (esto es, kai ego) significa «aun yo» o «también yo» (p. ej., Mat 2:8; 10.32,33); se traduce «y yo» en pasajes como Mat 11:28; Luk 2:48, etc. (2) Para jemautou, traducido «como yo» en 1Co 7:7, véase , Nº 2, y también ME, MISMO, PROPIO.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento