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Término que, desde principios del siglo XIX, designa aquellas teorías y acciones políticas que defienden un derecho, una economía y una política de signo intervencionista por parte del Estado. Se presenta como alternativa y oposición al capitalismo, sistema que reclama la libre propiedad y la prioritaria acción del individuo sin limitación estatal.
Sin embargo esta polarización del término «socialismo» no es correcta, pues inquietud social y propuesta de acción justa ofrece todo sistema que respete y promueva el bien de la colectividad y armonice los derechos de cada individuo con los de la comunidad en la que vive. Tal acontece con el racionalismo, el naturalismo, el positivismo, el liberalismo, el personalismo y cuantos sistemas estudian al hombre y a la sociedad.
La doctrina social católica, con la defensa de los derechos humanos y el respeto a la persona y a la sociedad constituye un «sistema social» mucho mejor trabado y fundamentado que los pretendidos socialismos excluyentes nacidos en el siglo XVIII con la Ilustración y en siglo XIX con el marxismo.
El cristianismo no es ningún sistema social o filosófico, pero implica una dimensión social de elevado valor. Y lo mismo cabe decir de los sistemas políticos y económicos que reclaman mejor reparto de la riqueza de lo que hoy existe, mayor respeto a los individuos y a los grupos naturales y la debida protección y promoción social de los hombres.
Los principios del socialismo cristiano se hallan en los comienzos de la Iglesia, cuando se reclamaba y se practicaba el reparto de los bienes y el desprendimiento de las riquezas individuales en favor de la comunidad (Hech. 2. 42-47).
Algunos sociólogos han querido retrasar este comienzo a la Revolución Francesa y a los discursos de François Nöel Babeuf, que usó el término socialismo y promovió su difusión entre los intelectuales. Incluso se le quiere hacer surgir como sistema con determinados pensadores anteriores que hicieron planteamientos sociológicos originales.
El Conde de Saint-Simon (Carlos de Secondat), el escritor Charles Fourier y el empresario utópico Robert Owen, entre otros, fueron socialistas con propuestas significativas. A Federico Engels, compañero y amigo de Marx, corresponde el haberlos llamados «socialistas utópicos» en su libro «Del socialismo utópico al socialismo científicio».
Engels y Marx se opusieron a tales utopías y reclamaron un socialismo «científico», económico, biologista y materialista, es decir basado en leyes empíricas y en hechos políticos y productivos. Así nació el por ellos llamados «socialismo científico», convertido en marxismo como sistema filosófico y en comunismo como sistema económico. Luego se diversificó en múltiples modelos, como el de Lenin y Mao-tse-tung, que formularon y aplicaron sus ideologías radicales en sus países respectivos.
El socialismo decimonónico nació con rasgos reivindicativos, proletarios, polémicos y radicales y logró dividir el mundo en dos estilos: el liberalismo capitalista y el totalitarismo estatista, pasando por abanicos amplios de sistemas más literarios que pragmáticos.
El siglo XX conoció una proliferación de modelos socialistas convertidos en partidos políticos: obrerismo puro, laborismo, socialdemocracia, anarquismo, que entraron en crisis cuando se desintegró el soporte internacional de la URSS y sus aportes a los socialismos africanos, latinoamericanos y asiáticos.
Al iniciarse el siglo XXI los grupos políticos socialistas revolucionarios cambiaron hacia un posibilismo pragmático. Los partidos políticos socialistas de Europa perdieron sus rasgos proletarios y, jugando con la demagogia, se hicieron simples liberalismos barnizados de inquietudes sociales. Los socialismos africanos se degradaron con tiranías tribales al servicio de las grandes multinacionales ávidas de materias primas. Los socialismos árabes se convirtieron en murallas contra un integrismo islámico de futuro impredecible. Y los socialismos asiáticos evolucionaron hacia Estados colectivistas, más capitalistas con gerontocracias dirigentes, que socialistas al servicio de los pueblos.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
La expresión «socialismo» (de finales del siglo XVIII e inicio del siglo XIX), en sí misma significa poner el acento en la sociedad más que en el individuo. Se contrapone, pues, al tono individualista (por ejemplo, del capitalismo). A veces se le ha llamado «colectivismo» o «comunismo» (en el siglo XIX). Han influido en él diversos pensadores de muy variadas tendencias (Fourier, Proudhon, Marx y Engels). El influjo se Marx se ha notado en querer organizar la fuerza del proletariado para una lucha de clases (no necesariamente violenta). Desde la revolución rusa (comunismo bolchevique, 1917), el socialismo se ha querido distinguir del comunismo propiamente dicho.
En general, todo socialismo se inspira en los principios del marxismo histórico (que tiene diversas épocas), con líneas muy diferenciadas según leaderes y países. El socialismo inglés ha fomentado el sindicalismo. El alemán, acentúa algunas líneas democráticas. El francés, tiende a conseguir el poder por medio del sector obrero. No han faltado tendencias anárquicas y terroristas, pero éstas no se han inspirado en Marx. Existen, pues, socialistas moderados, radicales y revolucionarios.
No siempre es antirreligioso, pero el materialismo teórico en que se inspira ha dado pie, en algunos países, a patrocinar tendencias antirreligiosas y, especialmente, antieclesiales (que tienen su origen histórico en actitudes anticulturales ya superadas). Hay políticos y pensadores cristianos que intentan seguir las líneas del socialismo, salvando los principios de la fe y de la justicia y moral social cristiana.
La vuelta a los orígenes del socialismo (anterior a Marx), ha ido recuperando la línea de defender las clases más oprimidas por el sistema capitalista, sin entrar tanto en ideologías materialistas. Esos orígenes no eran ajemos a un cierto impulso religioso. Las tendencias democráticas, especialmente en los partidos socialdemocráticos, quieren presentar un concepto y una realidad del Estado socializante y colectivista, que no sea en menoscabo de la iniciativa privada. Es un proceso que hoy tiene lugar tanto en los partidos de línea socialista como en los de línea liberal se quiere conjugar la socialización (por parte del Estado) con la libertad de las personas e instituciones privadas. Habrá que tener en cuenta los programas, las personas responsables y las actuaciones concretas.
La doctrina de la Iglesia, que ha denunciado continuamente los errores y atropellos del capitalismo liberal y del comunismo, ha sido respetuosa respecto a las tendencias socializantes que no deriven del materialismo ateo y que respeten el pluralismo político y los derechos de las personas en el contexto del bien común. Afirmando el principio de «subsidiaridad», por el que la estructura social del Estado debe respetar la legítima autonomía de personas y de instituciones privadas (educación, etc.), la Iglesia sigue siendo crítica respecto a algunas actuaciones prácticas y totalizantes del colectivismo y del absolutismo del Estado (LE 14; CA 24, 41).
La solidaridad cristiana tiene el nombre de «comunión», donde cada persona está llamada a construir su libertad en la verdad de la donación a todos los hermanos de la comunidad. Habrá que respetar las opciones partidistas, que tienden, respectivamente, hacia la valoración de la persona o hacia la construcción de la sociedad. El campo de los principios morales (referentes a la vida y persona humana, la familia, la educación, el trabajo, la justicia y la sociedad) será la piedra de toque para discernir la autenticidad de la socialización y de la misma solidaridad.
Referencias Capitalismo, democracia, economía, liberación, marxismo, política, sociedad, solidaridad, trabajo.
Lectura de documentos LE 14; CA 24, 41, 48; CEC 1882-1883 (socialización). Ver referencias.
Bibliografía (Comisión Episcopal de Pastoral Social) Marxismo y cristianismo (Madrid, EDICE, 1983); H. DESROCHES, Socialismes et sociologie religieuse (Paris 1965); A. GALINDO, Moral socioeconómica ( BAC, Madrid, 1996) cap. XII; E. MENENDEZ UREí‘A, El mito del cristianismo socialista (Madrid 1981); V. MIANO, Continuidad y evolución en la enseñanza del magisterio en torno al comunismo, socialismo y marxismo (México 1981); O. Von NELL-BREUNNING, Socialismo, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder, 1972ss) 396-402; P. VRANICKI, Historia del marxismo (Salamanca, Sígueme, 1977).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
Dar una definición de socialismo es complejo. En líneas generales, es una corriente de pensamiento filosófico y económico, que postula la preeminencia de la sociedad sobre el individuo, al tiempo que preconiza la libertad efectiva y la igualdad auténtica de todos los seres humanos; para lo cual propone la propiedad colectiva de los medios de producción y el principio de igualdad de oportunidades. El socialismo presenta gamas muy diversas, Así, se habla de socialismo real cuando éste va unido a una ideología marxista y poder comunista. Es un socialismo al que los moralistas y pastoralistas denominan, en sentido negativo, igualitarismo. Cuando tiene una matriz humanista, se denomina socialismo igualitario y participativo. Y se suele valorar de forma positiva por estar basado en la justicia, libertad, igualdad y participación social. Existe igualmente un socialismo utópico que se remite al S. XIX y que plantea la posibilidad de construir un socialismo sobre la base de la actuación individual o colectiva sin esperar a grandes movimientos revolucionarios.
Y, finalmente, el socialismo reformado humanista de las socialdemocracias actuales que propugna el valor de la persona por encima de cualquier otra realidad, el reconocimiento y defensa de las libertades y la lucha por la justicia social. El modelo económico que ofrece, en contraposición al neocapitalismo, es igualmente de signo socializante.
Con todo, aun reconociendo sus valores positivos, no se puede esperar del socialismo, como de ninguna ideología humana, una solución definitiva al problema del hombre y al conjunto de la existencia humana. El evangelio no se agota en proyectos humanos. En este sentido, el papa Juan Pablo II siempre ha hablado de un rechazo al colectivismo y al capitalismo en favor de un personalismo cristiano.
BIBL. – M. VIDAL, Diccionario de ética teológica, Verbo Divino, Estella 1991, 570-571; R. TAMAMES-S. GALLEGO, Socialismo, en «Diccionario de economía y finanzas», Alianza Editorial, Madrid 1995, 577-578.
Raúl Berzosa Martínez
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
Con el término «socialismo» se designa un amplio y pluriforme movimiento social que comienza a desarrollarse en Europa a finales del siglo XVIII y que llega hasta nuestros días. El nacimiento del socialismo va estrechamente unido a la llegada de la sociedad industrial, que plantea problemas dramáticos a la comunidad humana. La acumulación del capital y la explotación del trabajador, la forzada urbanización y la formación de guetos de masas enormes de proletarios, el paso de una economía de intercambio a una economía de puro beneficio, determinan el planteamiento de graves cuestiones de orden social y moral.
El socialismo reacciona frente a esta situación con la creación de un movimiento histórico dirigido a defender los derechos fundamentales de los nuevos pobres, proponiendo valores e ideales contrarios a la lógica del sistema capitalista. Las orientaciones doctrinales que se van elaborando poco a poco responden, no sólo a la diversidad de los contextos geográficos y sociales, sino también a las diversas interpretaciones de las relaciones entre el socialismo y la democracia. Se despliega de este modo una rica gama de posiciones que van desde el luddismo y el cartismo, en Inglaterra, hasta el socialismo humanitario y utópico francés (Saint-Simon y FoÚrier) Y hasta el socialismo aleman que desemboca en el pensamiento de Marx y de Engels.
Animado en su origen de un indiscutible impulso religioso, llegó en su fase más avanzada a renegar de la religión y particularmente del cristianismo, al que consideraba como instrumento de conservación Y de represión.
Las posiciones de la iglesia frente a las doctrinas y movimientos socialistas estuvieron marcadas mucho tiempo por un intransigente rechazo, que llevó a la condenación explícita del Syllabus, de pío IX. Sólo con la Rerum novarum, de León XIII, empezaron a abrirse nuevos atisbos de diálogo sobre los problemas planteados por el socialismo; atisbos que se fueron ampliando hasta llegar al Vaticano II. La afirmación en Europa, después de la última Guerra Mundial, de un socialismo democrático y la apertura de la Iglesia al pluralismo de las opciones políticas de los creyentes dan origen a un cambio en las relaciones entre el cristianismo y el socialismo que pueden resultar fecundas para el destino de la humanidad.
G. Piana
Bibl.: O. von Nell-Breuning, Socialismo. en SM, VI, 396-402; J. Ch. Petitfils, Los socialismos utópicos, Emesa, Madrid 1979. P, Síl Vranicki. Historia del marxismo, 2 vols, Sígueme, Salamanca 1977; K. Kautsky, La doctrina socialista. Barcelona 1974.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
1. S. es el nombre colectivo que quiere resumir la innegable variedad de sistemas y movimientos de crítica social. Como contenido positivo, común a todos ellos, puede sin duda indicarse que todos toman la socialitas del hombre tan en serio como su individualitas; todos se oponen a su egocentrismo, y ponen enérgicamente de relieve y urgen el cumplimiento de los deberes que le incumben tanto respecto de sus semejantes como, particularmente, respecto de las estructuras sociales a que pertenece. Así entendido, el s. comprende también la doctrina y el movimiento social cristianos, que de hecho, antes de que hubiera s. marxista, y ocasionalmente también después, recibieron el nombre de «s. cristiano». Sin embargo, se ha impuesto de modo general el uso que reserva el nombre de s. a aquellas doctrinas y movimientos que, contra la imagen cristiana del hombre rectamente entendida, según la cual éste es «fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales» (Mater et magistra, n.° 219), reconocen una preponderancia de la socialitas respecto de la individualitas y, consiguientemente, de la sociedad respecto del individuo, del bien común respecto del particular.
Tal preponderancia aparece muy marcada en el -> comunismo, el cual hasta tal grado exalta lo colectivo y pisotea la dignidad humana, que, hoy día, la mayoría de los socialistas no lo reconocen como la tendencia más radical dentro del s., sino que lo abominan y rechazan como traidor a él. A la inversa, hoy día muchas tendencias que se llaman socialistas se centran hasta tal punto en la dignidad de la persona, que es difícil trazar un límite preciso, es decir, decidir si tienen aún una escora hacia el colectivismo y han de designarse como socialistas, en el sentido del vocabulario antes definido, o sólo simplemente como movimientos de reforma social. Esto es tanto más cierto cuanto que los fines de las aspiraciones sociales y socialistas son en gran parte los mismos o, por lo menos, están en la misma dirección. Tampoco el radicalismo de las exigencias ofrece un criterio seguro de distinción. Así, p. ej., la doctrina social católica exige una reforma social de estructuras, mientras muchos partidos socialistas, que de tiempo atrás se han hecho «gubernamentales», se contentan con medidas de política social, las cuales no modifican la estructura de la sociedad. En países socialmente atrasados, los sindicatos cristianos son no raras veces más radicales, no sólo en sus exigencias sino también en sus medidas efectivas, que los sindicatos socialistas en los países adelantados.
Si se prescinde del s. británico, que se remonta a impulsos cristianos, hay que decir que la gran corriente del movimiento socialista brotó claramente de fuentes no cristianas; su brazo más poderoso desde mediados del s. xix, el s. marxista (hoy comunismo), fue desde el principio y sigue siendo hoy ateo militante. Para una gran parte del proletariado, el s. fue por mucho tiempo un sucedáneo de la religión. La Iglesia era tenida por aliada del capitalismo y, por ende, enemiga del obrero. Hay que confesar que la conducta de muchos cristianos y desgraciadamente, en oposición con la doctrina de la Iglesia, de una gran parte del clero, señaladamente del alto clero, se prestaba a tal impresión. Pero también los socialistas que no se declaraban hostiles a la Iglesia, en general estaban imbuidos del espíritu liberal, mundano, que era propio del tiempo. Eso quería decir el obispo Ketteler, cuando calificaba al s. de «hijo natural del liberalismo», y esta calificación conviene aún hoy día a los secuaces del s. La cosa se matiza más en los dirigentes espirituales del s. actual. Y ello es tanto más cierto desde que el s., como partido político, de representante de la clase obrera ha pasado a ser un partido popular con fines políticos generales. En la política práctica pueden tener cierto influjo oportunistas y materialistas; pero en la dirección espiritual se hallan hombres y mujeres animados de alta ética, entre ellos también teólogos protestantes de renombre; y, desde fuera, también los teólogos católicos han influido en la transformación del s. no comunista.
2. Una clara posición de la Iglesia ante el s. supone que se logre reducir a una definición única y exclusiva para todos los sistemas y movimientos sociales (un autor, Th. Brauer, cuenta 20 especies de s.; otro, W. Sombart, 100; definitio conveniens omni et soli definito). Esa reducción se ha intentado una y otra vez; el intento último y de más graves consecuencias es la definición del s. dada por Gustavo Gundlach como «un movimiento vital universal, que por sus valoraciones y medios pertenece íntimamente a la era capitalista, para traer y asegurar permanentemente la libertad y la dicha terrena de todos, por la ilimitada inserción de todos en las instituciones de la sociedad humana, configurada por la suma razón y desnuda de toda idea de dominio» (StL5 iv 1931). Esta definición sigue Pío xi en la Quadragesimo anno, cuando pone de relieve como nota esencial del s. la concepción de la sociedad humana como mera «institución de utilidad» (solius commodi causa humanam consortionem esse institutam; Q. a., n.° 118). El sentido y finalidad de la sociedad humana se agotaría en las ventajas de la división del trabajo; de ahí que el s. sacrifique los bienes superiores del hombre, y en especial su libertad, «a las exigencias de una producción de bienes absolutamente racional». Esta renuncia a la libertad que lleva consigo el proceso de producción, se compensaría y superaría por la mayor libertad con que podría el hombre configurar su existencia gracias a la máxima abundancia posible de bienes a ese precio comprados. A ello opone Pío xi que semejante concepción económica y utilitaria de la sociedad sólo podría llevarse a cabo por el empleo de una violencia extrema, pues no ofrece base para una auténtica autoridad y, por tanto, no deja tampoco en la sociedad lugar para Dios (Q. a., n.° 119). De hecho, tal concepción es incompatible con la visión cristiana del mundo y del hombre. En el orden de la creación y redención, Dios es Señor no sólo del individuo, sino también de la sociedad humana.
3. Se discute que se haya dado nunca el s. «típico e ideal», que se describe en la Q. a. Indiscutiblemente se dieron ya en 1931 corrientes socialistas en que no aparecían las notas señaladas por la encíclica y que, por ende, no eran alcanzadas por la condenación que se fundaba en ellas; así, indudablemente, el s. laborista inglés, como pronto lo confirmó el arzobispo de Westminster; lo mismo hay que decir sin duda del s. escandinavo. En otros países, señaladamente latinos, se preguntó, apenas salida la encíclica, dónde estaba aquel socialismus mitigatus que, según la misma encíclica, estaba tan purificado tanto respecto de la lucha de clases como de la propiedad, que, en ese sentido, se hallaba en la línea de la doctrina social cristiana. Es innegable que la encíclica tenía ante los ojos al s. «revisionista», es decir, a un s. que no era ya marxista ortodoxo, aunque arrastraba aún consigo residuos más o menos marxistas, tal como se propagaba entonces en Alemania, pero no había alcanzado aún la actual madurez del s. democrático liberal. Sus partidarios, en su mayoría de espíritu profano, veían en una economía organizada en gran parte forzosamente el medio apropiado para levantar la producción al más alto nivel posible, y asegurar su distribución «justa» o equitativa. Sin embargo, queda dudoso que vieran realmente el fundamento de la sociedad en la necesidad humana de complemento y en la utilidad que consiguientemente resulta de la división del trabajo, y no reconocieran también la disposición natural del hombre para la sociedad y para los valores que sólo en ella son teórica y fácticamente posibles, y, por tanto, la fuerza obligatoria del bien común. Sea como fuere, la actual versión del s. democrático liberal, que ha pasado por ulteriores purificaciones, rechaza con la mayor resolución la concepción económica y utilitaria de la sociedad y hasta se horroriza de ella, y ve en el cuadro trazado por la encíclica Q. a. rasgos en parte capitalistas y en parte comunistas, pero no puede en modo alguno reconocerse a sí mismo en ellos.
4. El «tipo ideal» de s. descrito en la Q. a. corresponde sin duda exactamente a lo que, en la Pacem in terris (n.0 159), designa Juan xxiii como formula disciplinae que, postquam definite descripta est, iam non mutatur. Pero Pío xi se anticipó ya a lo que allí mismo se indica, a saber, que los movimientos (incepta) nacidos de tales falsa philosophorum placita cambian también inevitablemente y, por ello, su juicio de que el s. es siempre inconciliable con la doctrina católica, va provisto de la cláusula: si veremanet socialismus (Q. a., n.° 117). En el sentido de la formula… del inite descripta empleada en la Q. a., el actual s. democrático liberal ya no es s. A ello corresponde que, en Mater et magistra, sólo brevemente y en discurso indirecto relata Juan xxiii la posición de su antecesor respecto del s. (n.0 34), sin que se la apropie en la parte doctrinal de la encíclica. De ahí, claro está, no se sigue que el actual s. democrático liberal sea en todas sus partes conciliable con la doctrina católica; permanece en pie particularmente (en mayor o menor grado) la gravísima advertencia de Pío xi sobre el s. cultural, en cuyo principio está el liberalismo y en cuyo término el bolchevismo. Esa advertencia afecta a algunas e incluso a la mayoría de las tendencias del s. actual.
5. Un juicio global sobre el s. está hoy día más vedado que nunca, desde que, en los países afroasiáticos de reciente independencia, han surgido movimientos que se llaman a sí mismos socialistas, pero que apenas si tienen puntos de contacto con lo que hasta ahora se ha solido entender por s. aun en el más lato sentido de la palabra. A ese s. afroasiático no le interesa – por lo menos no le interesa en primer lugar – la crítica social, ni siquiera la crítica del capitalismo, sino la variedad de problemas con que tienen que enfrentarse estos pueblos. Su actitud es más anticolonialista que crítico-social. El s. parece tener para ellos el sentido de algo así como un «tercer camino», que ha de conducir entre el industrialismo, imperialismo y colonialismo europeo y americano, por una parte, y el comunismo ruso y chino y su colonialismo, por otra. Una condenación global del s. por la Iglesia en estos pueblos sólo produciría malas inteligencias y una confusión sumamente lamentable.
6. Tampoco puede darse una respuesta global a la cuestión de si el s. es una ideología (filosofía o concepción del mundo) o por lo menos está fundado ideológicamente. El -> marxismo (materialismo dialéctico e histórico) pretende claramente un rango ideológico. En la vida de muchos socialistas democrático-liberales, para quienes su s. no es ningún sucedáneo de la religión, el s. es un conjunto de máximas éticas, que marcan en medida decisiva su pensamiento y su acción. Pero las fuentes últimas ideológicas de estas máximas no son siempre las mismas. Tanto el manifiesto de Francfort de la Internacional socialista, el 5-7-1951, como el programa fundamental de Godesberg de la democracia social alemana (1960), recalcan que puede venirse al s. no sólo desde el análisis social de Marx y de otro cualquiera, sino también desde el terreno del humanismo y de la fe cristiana revelada; y un teórico de primera fila (W. Eichler) manifestó una vez que no hay una ideología propiamente socialista, pero que sin un fondo ideológico no se puede ser buen socialista. Hay aquí un problema que no está definitivamente aclarado: ¿Puede un movimiento social general, puede un partido político contentarse con reconocer o postular determinados valores, sin fundarlos en sus razones últimas ni tomar posición respecto de sus últimos fundamentos, dejando esa tarea a la discreción de sus secuaces, con lo que queda abierto a los adeptos de más de una ideología; o bien debe, como movimiento o como partido político, tomar también él una posición ideológica – más o menos estructurada – y limitar así sus secuaces a los adeptos de dicha ideología? En una sociedad ideológicamente homogénea, p. ej., en un Estado de fe católica, no puede plantearse esa cuestión. La cuestión se plantea sólo en una sociedad ideológicamente pluralista; un s. que no es ni quiere ser ideología, hace ineludible la discusión de dicha cuestión.
7. Peculiar es la actitud de la teología protestante respecto del s. Muchos pastores protestantes se adhieren al s. democrático liberal y, evidentemente, no hallan dificultad en conciliar los fines y máximas del mismo con su fe protestante; es más, para muchos de ellos tales fines y máximas son la concreción de la ética social protestante. Entre los principales teorizantes del s. se cuentan teólogos, algunos de los cuales han construido sistemas de un «s. religioso». Más difícil de entender es la actitud de algunos teólogos protestantes respecto del marxismo (comunismo ateo). Es evidente que ningún teólogo protestante afirma o profesa el ateísmo; pero muchos de ellos opinan que la crítica social comunista contiene mucho de verdad («cosa que jamás han negado los sumos pontífices»: Q. a., n.° 120), y censuran con razón muchas cosas en las que los cristianos se han descuidado de poner orden. Así este s. (comunismo) nos viene como una vara de Dios, y por eso no debiéramos tanto combatir lo que tiene de impío, cuanto doblegarnos bajo la dura vara y reparar nuestras faltas y negligencias. El católico puede replicar a todo esto con la palabra del Señor: Hacer lo uno y no omitir lo otro.
BIBLIOGRAFíA: Ausführliche Schrifttumsangaben: HSW IX 486-523; SrL6 VII 303-324. – Merecen además mención: B. Harms, Ferdinand Las-salle und seine Bedeutung für die deutsche Sozialdemokratie (Je 1909, 21919); M. Weber, Der Sozialismus (1918): Gesammelte Aufsätze zur Soziologie und Sozialpolitik (T 1924); J. Plenge, Christentum und Sozialismus (Mr 1919); K. Vorländer, Geschichte der sozialistischen Ideen (Br 1924); W. Dirks, Das Wort Sozialismus «Frankfurter Hefte» 1 (F 1946) 628 ss; idem, Marxismus in christlicher Sicht: ibid. 2 (1947) 125 ss.; K. Renner, Die Neue Welt und der Sozialismus Einsichten und Ausblicke des lebenden Marxismus (Sa 1946); idem, Marxismus in christlicher Sicht: ibid. 2 (1947) politische Demokratie, Wirtschaftsdemokratie und Sozialismus, insbesondere über die Aufgaben der Genossenschaften und Gewerkschaften (Offenbach 1947); R. Moeller-Dostali, Sozialismus und Katholizismus (H 1947); G. Schenkel, Kirche. Sozialismus, Demokratie (St 1947); H. Hirschmann, Christentum und Sozialismus in katholischer Sicht: Situation und Entscheidung, 1. Folge (Warendorf 1947) 185 ss.; G. Radbruck, Kulturlehre des Sozialismus (B ;1949); Th. Steinbüchel, Sozialismus (T 1950); H. Rost, Sozialdemokratie und Christentum. Anklage des Jh. (Au 21953); Vorstand der SPD, Katholik und Godesberger Programm (Bo 1962); A. Langner (dir.), Katholizismus und freiheitlicher Sozialismus in Europa (Kö 1965); F. Erler, Sozialismus: Evangelisches Staatslexikon (St – 11 1966) 2019 ss. (bibl.); W. Hildebrand, Der Mensch im Godesberger Programm der SPD (Bo 1967); M. Beer, Historia general del socialismo y de las luchas sociales (El sig ilustr Montev 61967); J. Jaurés, Estudios socialistas (F. de cult pop Méx 1967); M. Kalecki, El desarrollo de la economía socialista (F de C Econ Méx 1968); J. Losada, La sociedad de masas en el socialismo escandinavo (Zyx Sant de Ch 1967); L. von Mises, El socialismo (Tres Am B Aires 1968); G. Radice, Socialismo democrático (Trillas B Aires); O. Sik y otros, Planificación del socialismo (Oikos – Tan Ba 1968); Socialismos en Europa (Zyx Sant de Ch 1967); M. H. Dobb, El cálculo económico en una economía socialista (Ariel Ba 1970); F. Garrido, La federación y el socialismo (Maten Ba 1970): O. Lange y F. Taylor, Sobre la teoría económica del socialismo (Ariel Ba 1969); O. Sik, Sobre la economía checoslovaca: Un nuevo modelo de socialismo (Ariel Ba 1971).
Oswald von Nell-Breuning
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica