PSICOTERAPIA

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Técnicas, modos, recursos o actividades para lograr el control y la educación en forma curativa de los rasgos o aspectos que pueden estar alterados o perturbados en distinto grado.

Las técnicas o los estilos han sido muy diversos según los especialistas que los emplean. Entre los más conocidos en los tiempos recientes se puede recordar a Karl Rogers (con su libro «Psicoterapia centrada en el cliente») ha sido, junto con las técnicas psicoanalí­ticas freudianas, los más difundidos.

Si el grado es muy profundo y pertenece ya al nivel de las patologí­as, es el psiquiatra o el psicopatológico el que tiene que usar modos técnicos en los cuales se suele armonizar lo farmacológico con lo psicológico y pedagógico.

Si el grado es más benévolo y pasajero, corresponde al educador el contar con conocimientos generales, a fin de poder aplicar psicoterapias asequibles que desactiven las tensiones y encaucen los desajustes.

Entre las diversas formas «pedagógicas» que quien trata con niños y jóvenes debe conocer y eventualmente aplicar están las siguientes:
– Ludoterapia, que es usar el juego y el deporte en sus diversas formas como elemento de compensación y desahogo.

– La Ergoterapia, prefiere el trabajo (ergon, acción) como modo de desahogo y evasión de tensiones
– La Hidroterapia emplea el agua en sus diversas formas (baños, saunas, duchas frí­as, aguas medicinales.

– La Hipnoterapia emplea el sueño como medio de curación
– La Musicoterapia descubre el poder sedante o estimulante de la música.

La psicoterapia deja ya su labor psí­quica cuando roza con otras formas terapéuticas, como la fisioterapia (terapia por la naturaleza, fisis) o la socioterapia (terapia por medio del grupo).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Ya en Platón leemos que el alma puede curarse por medio de «ciertos diálogos». Pero estaba reservado a nuestro siglo construir la p. como método de tratamiento médico sistemático con base cientí­fica, propio para eliminar determinadas enfermedades psí­quicas.

En el estado actual de la ciencia, en principio pueden distinguirse tres procedimientos psicoterapéuticos: métodos sugestivos, métodos catárticos, métodos analí­ticos.

1. La nota esencial de los métodos sugestivos ha de verse en que aquí­ el terapeuta, por lo menos por cierto tiempo, asume activamente la dirección del paciente. Presupuesto para ello es siempre que el paciente se subordine al terapeuta (la llamada relación de autoridad y subordinación según Stransky) y le conceda ilimitada confianza. En este método de tratamiento, el terapeuta habla al paciente, le traslada su fuerza, lo anima, aconseja y guí­a. Una forma particularmente impresionante de esta terapia sugestiva es la hipnosis, bajo la cual, naturalmente, sólo hay que entender la forma de hipnosis aplicada médicamente por el neurólogo. En los últimos tiempos, se han acreditado también métodos de autosugestión, particularmente el «training autógeno» de J.H. Schultz, cuando se trata de lograr tranquilidad y relajación corporal y psí­quica.

Los métodos sugestivos son indicados dondequiera se trate de aconsejar a una persona en situación difí­cil, de sacarla de una crisis y eliminar determinados sí­ntomas aislados de que adolece el sujeto (p. ej., tratamiento hipnótico del insomnio).

2. El principio supremo de los métodos catárticos es ofrecer al paciente ocasión de expresarse. Por múltiples experiencias es conocido con creces el efecto de alivio cuando uno puede «expansionarse». Una de las tragedias de nuestro tiempo es que la mayorí­a de las gentes, ocupadas por lo general consigo mismas, apenas tienen tiempo para entrar en el alma de sus prójimos y escucharlos. Así­ se acumulan en el alma cosas no dichas ni elaboradas, que por ello agravan y hasta oprimen a veces la propia alma. Los métodos catárticos se esfuerzan por lograr aquí­, mediante una comunicación a fondo del paciente, un alivio y tal vez hasta una liberación. Es de notar que esta comunicación no está esencialmente dirigida por el terapeuta; es decir, el paciente habla de aquello de que siente apremiante necesidad de hablar.

Este método se aplicará cuando las personas estén bajo la fuerte presión de experiencias conscientes traumatizantes, contra las cuales hay que reaccionar de alguna forma.

3. Los métodos analí­ticos representan algo completamente nuevo (es fácil reconocer que los métodos sugestivos y catárticos son tal vez tan antiguos como la humanidad misma y que huellas de estos dos métodos de tratamiento tienen una resonancia incluso fuera de la terapia médica y hasta en las relaciones interhumanas; así­, p. ej., la confesión contiene elementos catárticos por extremo valiosos). Los métodos analí­ticos se esfuerzan por lograr una categorí­a distinta, al proponerse, por primera vez en la historia de la humanidad, descubrir y hacer de nuevo sistemáticamente consciente algo que ha sido reprimido y que de momento es desconocido para el paciente mismo.

El campo indicado de la terapia analí­tica son las neurosis. Podemos definir la neurosis como una enfermedad psí­quica que se caracteriza por un conflicto entre sentimientos conscientes e inconscientes. Se produce preferentemente en la niñez, porque por la conducta de los padres y allegados más próximos y por la atmósfera psicohigiénica negativa de los primeros años, se producen en el niño sentimientos que no son compatibles con su integridad y su unidad psí­quica (en su mayor parte agresiones contra los padres). Estos sentimientos deben luego eliminarse (ser repelidos) de la conciencia, y desde entonces prosiguen una vida propia en la parte inconsciente de la persona. La primera consecuencia de esta neurotización es que la persona está dominada por una escisión interna, representada por los sentimientos conscientes e inconscientes diametralmente opuestos entre sí­. Los sí­ntomas decisivos que siguen indican la existencia de una neurosis, sí­ntomas que son ya comprobables en la niñez y dominan posteriormente también la imagen de la enfermedaden un adulto, aunque aquí­ ordinariamente en forma más modificada: las tendencias emocionales relegadas al inconsciente tratan de procurarse una satisfacción en forma sustitutiva y generan así­ sí­ntomas diversos, de los que los más conocidos son la ansiedad (en sus diversas formas) y la obsesión.

Pero las emociones reprimidas pueden manifestarse no sólo en sí­ntomas, que impresionan por sus molestias, sino también en determinados modos de comportamiento de origen inconsciente. Estos modos de comportamiento, que se insinúan repetidamente, en general están estructurados de manera que han de conducir a un daño del paciente. Así­ se llega a un estrechamiento del espacio vital, a una sucesión de desengaños y fracasos, a la equivocación del rumbo de la vida. Este hecho se explica porque las agresiones reprimidas hacia el inconsciente tienen por consecuencia un sentimiento inconsciente de culpabilidad, que provoca a su vez una tendencia inconsciente a castigarse a sí­ mismo.

El neurótico, que, como vemos, se convierte sin quererlo conscientemente en su propio enemigo, mientras le son desconocidos los determinantes inconscientes de su conducta no tiene oportunidad alguna de cambiar el propio comportamiento, que acarrea dolor indescriptible para el paciente mismo y también para las personas que están en contacto personal más próximo con él. Aquí­ tiene que fallar la voluntad, porque ésta sólo puede aplicarse a hechos conscientes, pero no a los inconscientes. Tampoco refinadas consideraciones intelectuales pueden ayudar al neurótico, que sufre efectivamente de emociones reprimidas. Lo mismo cabe decir de la religión, que no puede impedir la aparición de una neurosis, ni es, por su naturaleza, un medio de tratarla. Más bien existe un solo medio de curar la neurosis, el cual consiste en hacer de nuevo conscientes los factores reprimidos hacia el inconsciente, para que luego pueda el paciente luchar con ellos en el plano de una plena responsabilidad.

A este fin precisamente se ordena la p. analí­tica; y toda neurosis, mientras no esté ya demasiado avanzada y, por así­ decir, se haya «endurecido», debiera tratarse de esa manera. Al descubrir lo reprimido, como quiera que se trata efectivamente de algo muy desagradable, habrá que contar con cierta resistencia por parte del paciente. Ahora bien, los métodos analí­ticos han elaborado una técnica propia (que se remonta en gran parte a Freud, descubridor de la terapia analí­tica), para conseguir sistemáticamente que lo inconsciente salga de nuevo a la luz de la conciencia, excluyendo en la mayor medida posible toda resistencia.

Los principios más importantes de esta técnica son:
a) La libre ocurrencia. El paciente es invitado a que exprese todo lo que se le ocurre y a que excluya lo más posible toda censura que actúa normalmente antes de que expresemos algo.

b) La libre asociación. Con determinados contenidos vivenciales hay que enlazar cadenas de asociación que se prosiguen involuntariamente y parecen acomodadas para ayudar a descubrir vivencias traumatizantes en el pasado, particularmente en la niñez.

c) La interpretación de los sueños. Uno de los más importantes descubrimientos de Freud fue que, por la eliminación de la conciencia mientras se duerme, se debilita también la resistencia a que emerja lo reprimido, y que, por tanto, lo inconsciente se manifieste más fácilmente en los sueños. Caminando por esta «ví­a regia hacia lo inconsciente», se invita al paciente a que registre todos sus sueños y a que analice el lenguaje simbólico de que éstos se sirven.

d) Las equivocaciones. En su escrito: Sobre la psicopatologí­a de la vida diaria, Freud mostró que determinadas formas de equivocaciones y de olvidos y otras cosas semejantes responden a una intención inconsciente y delatan así­ tendencias inconscientes. En consecuencia tales fenómenos son interpretados analí­ticamente.

e) Análisis de la situación de transferencia. En el encuentro con el terapeuta, el paciente trasladará a aquél sentimientos que experimentó en la niñez frente a personas decisivas. Ahora bien, si se logra analizar la relación que tiene el paciente con el terapeuta, con ello se da a la vez la posibilidad de un análisis de sus relaciones decisivas y patógenas de la niñez, sobre todo respecto de los padres. Este método parece tantomás importante cuanto que es efectivamente en extremo difí­cil acordarse de las experiencias psico-traumáticas decisivas de los primeros años de la niñez.

Si el método analí­tico – como ya hemos notado – se remonta esencialmente a Freud, sin embargo serí­a falso identificar la escuela del psicoanálisis fundada por Freud con la p. analí­tica simplemente. En lo esencial hay actualmente tres escuelas psicoterapéuticas analí­ticas, que tiene de común el esfuerzo por descubrir el inconsciente, a saber: 1ª -> el psicoanálisis (Sigmund Freud); 2ª, la -> psicologí­a individual (Alfred Adler); 3ª, la psicologí­a de los complejos (C.G. Jung).

Estas escuelas se distinguen esencialmente en que interpretan de distinta manera los contenidos del inconsciente sacados a luz, particularmente respecto también de su simbolismo, siendo de notar que la distinta ideologí­a de que parten desempeña papel decisivo en su manera de interpretación (en este sentido, no hay p. ideológicamente neutral, que muchas veces se ha intentado presentar como la «solución ideal»). Una p. analí­ticamente orientada recorre aproximadamente tres estadios:
Primer estadio. El paciente ha de saber que sus sí­ntomas son resultado de un conflicto propio interior y que no puede echarse la culpa a factores externos. Con ello debe ir unida la intuición de que sólo puede prestar ayuda la indagación de la propia persona y señaladamente de su campo inconsciente.

Segundo estadio. El paciente descubrirá ahora la naturaleza de los conflictos reprimidos (complejos). Como se trata siempre de algo muy penoso, este proceso de descubrimiento resulta en extremo doloroso y hay que contar con un refuerzo de resistencia cuanto más se aproxima el terapeuta al foco inconsciente de la enfermedad.

Tercer estadio. Después de descubrir el inconsciente, el paciente debe comenzar a elaborar los problemas que con ello se ponen a discusión, a resolverlos y a llevar así­ a cabo una nueva integración de la persona-na sobre base sana. En esta etapa puede darse un paso decisivo más allá del esquema originario de Freud. Este opinaba todaví­a que la tarea del médico era únicamente «hacer de la miseria neurótica una miseria ordinaria», es decir, según él, después del descubrimiento del inconsciente se debe dejar solo al paciente para que resuelva los problemas que de ahí­ resultan. Hoy se sabe – principalmente por la influencia del ulterior desarrollo del psicoanálisis (las llamadas escuelas neoanalí­ticas o «métodos anagógicos») – que al análisis debe seguir una sí­ntesis, en la que el paciente aprenda a aprovechar rectamente sus conocimientos. Se ha resaltado acertadamente que un análisis sin la consiguiente sí­ntesis serí­a propiamente un engaño del enfermo. En este contexto hay que recordar insistentemente que en el marco de la terapia analí­tica, en contraposición con los métodos sugestivos, el terapeuta no debe desarrollar actividad expresa para no influir al paciente. Naturalmente esto ha de aplicarse también a la fase de la sí­ntesis, en que debe igualmente dejarse al paciente la manera de aprovechar los conocimientos logrados en el análisis. Pero, por otra parte, no debe dejarse solo al paciente en esta situación; y la personalidad del terapeuta, lo mismo que su imagen del mundo y del hombre que representa, pueden desempeñar un papel para la forma o naturaleza de las decisiones de aquél. Ahora bien, la personalidad del psicoterapeuta puede impresionar, pero en modo alguno dominar o forzar al enfermo. En realidad no sólo el terapeuta «descubre» al paciente, sino que, en cierto grado, tiene también lugar un proceso en dirección inversa.

La p. analí­tica, tal como la concibió Freud, era un largo proceso de años. Hoy dí­a la praxis requiere frecuentemente un procedimiento abreviado, por así­ decir «dirigido» (Schwidder), para que, entre otras cosas, el mayor número posible de pacientes pueda gozar de la p. analí­tica que necesitan urgentemente. Por desgracia, reina aquí­ una desproporción entre el número de quienes necesitan la p. y el de psicoterapeutas capaces y bien formados.

En esta situación, tal vez originariamente como solución forzosa, nació la terapia de grupo, en que se juntan pacientes con problemas parecidos. Este método, si se establece y aplica rectamente, tiene hoy dí­a plena justificación en muchos casos; pero, por lo que atañe a la función analí­tica, no podrá alcanzar, como se comprende, el mismo efecto que la terapia particular, entre otras razones porque precisamente ante un grupo mayor se procede psí­quicamente con mucha mayor dificultad. En amplios terrenos no se dispone hoy todaví­a de psicoterapeutas, y no debe además olvidarse que en el contexto de la p. se da también un problema social. Afortunadamente, los seguros de enfermedad se esfuerzan cada vez más por procurar a sus clientes este importante método de tratamiento dentro del marco de las prestaciones del seguro.

Como intervención en el alma – y por ende, en el bien más precioso que el hombre llama suyo – la p. pertenece a uno de los casos de máxima responsabilidad. Como quiera que se trata de un procedimiento primaria y decisivamente médico, debe haber una p. médica, y además el terapeuta ha de tener una formación profunda y amplia. Con razón ha comparado Niedermeyer el ejercicio de una p. analí­tica con el descenso al infierno en la Divina Comedia de Dante. Efectivamente la p. conduce a abismos del alma humana, al reino caótico del inconsciente, y provoca así­ problemas cuyo planteamiento sólo aparece justificado por el alto fin de poder curar una neurosis con sus muchas consecuencias trágicas. De ahí­ que el psicoterapeuta deba estar preparado y armado con toda clase de medios para este descenso; lógicamente, el análisis doctrinal (llamado también análisis de training) es hoy dí­a un elemento fijo del plan de formación en todas las escuelas de orientación analí­tica.

La prognosis de un tratamiento psicoterapéutico es tanto mejor cuanto más pronto se inicia (el comienzo más temprano después de la pubertad; en la crisis misma de la pubertad no es indicado un proceso tan gravoso como el que representa un análisis. Para los niños, Anna Freud y Melanie Klein han desarrollado técnicas psicoterapéuticas propias para atacar la neurosis, influyendo simultáneamente sobre los padres, casi en sus principios). La omisión de una terapia analí­tica en una neurosis de grado grave, mientras parezca que ésta puede tratarse, debe calificarse de falta de técnica. El intento de restablecer la salud psí­quica debe hacerse a todo trance, aun cuando se sepa que, aun dentro de una selección de pacientes plenamente adecuados, sólo puede curarse una tercera parte y mejorarse otra tercera parte, mientras que el último tercio no experimentará ningún cambio. Para el éxito de una p. es menester la colaboración de muchos factores favorables, de los cuales algunos son todaví­a hoy imponderables; otros, empero, son de todo punto definibles. Particularmente importante parece ser la relación entre el paciente y el terapeuta, siendo de notar que, en este último, además de su formación, pesa también decisivamente la personalidad moral.

En último término, la p. tiene por fin capacitar al paciente para que configure ahora su vida de manera más feliz (en el mejor sentido de esta palabra). Cuando ella se esfuerza por hallar la verdad psí­quica, no es una «institución amoral», pero tampoco una doctrina moderna de la «redención». Una competencia entre la p. y la religión sólo podrí­a imaginarse por errores de ambos lados. La p., como lo ha expresado J. Miller, está al servicio de la curación (y con ello presta también indirectamente una contribución a la santificación), mientran que el fin de la religión sigue siendo la santificación (ciertamente con posibles efectos indirectos de curación).

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Erwin Ringel

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

(del griego psyche, “mente”, y therapeuo, “yo curo”)
La psicoterapia es esa rama de la terapéutica que utiliza la mente para influir en el cuerpo; primero para evitar la enfermedad evitando que la preocupación reduzca la vitalidad resistente; en segundo lugar, para reaccionar contra la enfermedad durante su proceso liberando a la mente de ansiedad e impulsando las energías latentes; en tercer lugar, después de que la enfermedad retrocede, ayudar a la convalecencia mediante la eliminación del desánimo durante la debilidad por sugestión inspiradora.

La psicoterapia a veces se considera como un desarrollo relativamente nuevo consecuencia de nuestro reciente progreso en psicología y especialmente en psicología fisiológica; es, sin embargo, tan viejo como la historia de la humanidad, y los sacerdotes del antiguo Egipto la utilizaban eficazmente. Dondequiera que los hombres han tenido confianza en otros hombres para su bienestar físico siempre ha habido un amplio elemento de influencia psíquica sobre la enfermedad. El primer médico del que tenemos alguna constancia en la historia fue I-Em-Hetep, “El que trae paz”; sabemos que fue mucho más la confianza que los hombres tenían en él que nada de lo que él hizo por medios físicos lo que le consiguió este lisonjero título y le permitió hacer tanto bien. Fue tan estimado que la famosa pirámide escalonada de Sakkara, cerca de Menfis, es llamada por su nombre, y después de su muerte fue adorado como un dios. Las naciones de Oriente siempre emplearon la influencia mental en la medicina, y tenemos abundante evidencia de su eficacia en ellas.

Entre los griegos, la influencia de la mente sobre el cuerpo fue reconocida muy claramente. Platón dice en “Cármides”: “No debes intentar curar el cuerpo sin el alma…Empieza por curar el alma [o la mente]”. Estas expresiones se presentan en un pasaje bien conocido en el que Sócrates habla de curar del dolor de cabeza a un joven por sugestión. Pretendía tener un remedio que había sido usado en la corte de un rey oriental para curar el dolor de cabeza; aunque realmente era de efecto indiferente, su empleo produjo el resultado deseado. En este relato tenemos la esencia de la psicoterapia de todos los tiempos. El paciente debe confiar en el que le sugestiona y debe estar persuadido de que la sugestión ha sido ya efectiva en otros, y entonces la cura resulta. Hay muchos pasajes de Platón en los que discute la influencia de la mente en disminuir los males físicos y también en aumentarlos, e incluso en crearlos, así que dice en la “República” que en su generación los hombres se educaban en la enfermedad en vez de en la salud, y esto estaba haciendo muy desgraciados a muchos.

Una forma especial de psicoterapia es el hipnotismo. Consiste éste en la sugestión hecha a un paciente mientras está en un estado de concentración de la atención que puede ser tan profunda como parecerse al sueño. Encontramos vestigios de esto desde los primeros tiempos de Egipto, y especialmente en los hospitales de los templos. Las naciones orientales le prestaron mucha atención y consiguieron producir muchas manifestaciones que probablemente creemos totalmente modernas. Como resultado de la más cuidadosa investigación en la época moderna hemos llegado a darnos cuenta de que cualquier cosa que haya en el hipnotismo se debe enteramente al sujeto y no al que lo realiza. No es el poder de la voluntad del que opera, sino la influencia del sujeto en sí mismo la que produce el estado (Ver HIPNOTISMO). El hipnotismo puede ser útil al principio de ciertos casos neuróticos, pero depende para su eficacia de la voluntad del paciente. Si se repite con frecuencia siempre hace daño. La repetición de la atención sobre él en cada generación sucesiva es uno de los fenómenos más interesantes de la historia del uso de la mente para influir en el cuerpo.

Psicoterapia Inconsciente

Aparte de la psicoterapia deliberada, hay no poca psicoterapéutica inconsciente en la historia de la medicina. Muchos remedios se han introducido, han parecido beneficiar a los pacientes, han tenido entonces una considerable moda, y a continuación se ha probado que eran enteramente sin eficacia. Los pacientes eran ayudados por la confianza suscitada por el nuevo remedio Tales incidentes terapéuticos hacen difícil determinar el valor real de los nuevos remedios. Remedios de eficacia relativamente ligera adquieren una reputación por su recomendación por alguien que da confianza; sólo después de que ésta pierde su eficacia puede estimarse el verdadero valor del remedio.

Casi todas las ramas de la ciencia han suministrado a la medicina supuestos remedios que han sido beneficiosos por un tiempo y subsiguientemente se ha demostrado que eran de poco o ningún valor. En la Edad Media tardía los imanes se suponía que extraían las enfermedades de la gente y realmente afectaron favorablemente a muchos pacientes. Conforme se desarrolló la electricidad, cada nueva fase de ella encontraba aplicaciones en medicina que eran muy prometedoras al principio, pero después se demostraba que era de poco valor terapéutico. Es ridículo leer el supuesto efecto terapéutico del tarro de Leyden poco después de su descubrimiento. La obra de Galvani dio nuevo ímpetu a la terapia eléctrica. Un curandero ambulante de América, Perkins, hizo una fortuna en Europa por medio de dos instrumentos de metal del tamaño aproximado de minas de lápiz con los que golpeaba a los pacientes. Se suponía que de algún modo aplicaban el descubrimiento de Galvani de la electricidad animal al cuerpo humano. Después de un tiempo, naturalmente, los “tractores de Perkins” dejaron de producir tales resultados. A pesar de las decepciones, cada nuevo desarrollo ha tenido los mismos resultados. Cuando se inventaron las potentes máquinas eléctricas, y luego los métodos de producir corrientes de alta frecuencia, se anunciaron como teniendo maravillosos poderes curativos y realmente curaron a muchos pacientes, hasta que el valor sugestivo del nuevo descubrimiento fracasó en actuar favorablemente sobre la mente. Cuando atrajeron la atención los rayos de Röntgen, también fueron usados con los resultados más prometedores en casi todas las enfermedades, aunque ahora se sabe que su nivel de valor terapéutico es muy limitado.

Curaciones por la Fe

La fe siempre ha sido un fuerte agente terapéutico. La ciencia, o la supuesta aplicación de principios científicos, ha sido probablemente la causa responsable de más curaciones por la fe que ninguna otra. La razón por la que la astrología mantuvo su influencia en la medicina fue por causa de la fe en el conocimiento científico transferido al reino de los asuntos humanos. Cuando se estudió la luz, también se asoció a la terapéutica. Con el descubrimiento de los rayos ultravioletas y su valor actínico, la terapia de los cristales azules se convirtió en una manía, se vendieron miles de toneladas de cristales azules, y la gente se sentaba bajo ellos y se curaba de toda clase de padecimientos y dolores. Cada nuevo desarrollo de la química y de la física condujo a nuevas aplicaciones a la terapéutica, aunque después de un tiempo la mayor parte de ellas han probado ser ineficaces. La fe en el descubrimiento científico ha actuado a través de la mente del paciente para producir una mejora de los síntomas, si no una cura de la enfermedad. Los pacientes que se curan son habitualmente los que sufren enfermedades crónicas, que, o bien sólo tienen el convencimiento de estar enfermos, o, teniendo alguna dolencia física, inhiben por la preocupación y la ansiedad las fuerzas naturales que les producirían la curación. Esta inhibición no se puede suprimir hasta que la mente se tranquiliza por la confianza en algún remedio maravilloso o descubrimiento científico que les dé una convicción de curación.

Curanderismo y Curaciones Mentales

La historia del curanderismo es realmente un capítulo de la psicoterapia. El mejor remedio del curandero es siempre su promesa de curar. Esta la hace para todas las enfermedades. Como consecuencia beneficia a la gente muchísimo a través de sus mentes. Tales pacientes nunca antes han confiado plenamente en que pudieran ser curados, y, sin afectarles mucho, han sufrido, o al menos se han quejado. Cuando se liberan de la carga de preocupación, la naturaleza les cura por medios muy simples, pero la curación se atribuye al último remedio empleado. No hay remedios en la medicina que nos hayan llegado de los curanderos: sus curas maravillosas se han obtenido por remedios simples bien conocidos plus influencia mental. El mismo poder sobre la mente ayuda a las panaceas, o medicinas especiales, vendidas con la promesa de curación. A veces tales remedios han obrado tantas curaciones que algunos gobiernos han comprado el secreto especial a su inventor y lo han hecho público al mundo. El secreto ha demostrado ser siempre algún remedio ordinario antes conocido, y justo cuando perdió su carácter secreto dejó de curar. La extensión de la educación popular, en vez de hacer tales curaciones por la fe en las panaceas menos comunes, más bien ha servido para darles una difusión más amplia. La posibilidad de leer abre a la gente a la influencia sugestiva del impreso, aunque no necesariamente provee del juicio necesario para una apreciación adecuada de lo que así se presenta. Como consecuencia, nuestra generación está dominada por las panaceas y gasta millones en remedios que son bastante indiferentes, o, como mucho, superficialmente provechosos, y a veces son absolutamente nocivos. El análisis por el gobierno de una veintena de los remedios más populares ampliamente consumidos por todo el país hace cinco años mostró que el único ingrediente activo era el alcohol y que una dosis de la medicina era aproximadamente equivalente a un trago de whisky. Esto redujo la venta de estos remedios, sin embargo, sólo de momento, y la mayoría de ellos han recuperado su popularidad. La fuente actual más popular de superstición científica se refiere a la electricidad. Toda clase de anillos, medallas y electrodos se compran a alto precio con la confianza de que producirán resultados maravillosos. Los anillos y brazaletes reumáticos, los electrodos en los pies, uno de cobre y otro de zinc, los cinturones eléctricos, los protectores que se llevan delante y detrás del pecho – estos son ejemplos modernos de supersticiones prácticas.

Psicoterapeutíca Especial

Ordinariamente, se presume que la psicoterapia sólo es eficaz en afecciones que son debidas a persuasiones mentales, enfermedades denominadas imaginarias, y que no puede beneficiar en afecciones orgánicas. En años recientes, sin embargo, se ha dispuesto de abundantes pruebas de que la influencia favorable sobre la mente puede modificar incluso condiciones físicas muy graves. No es inusual para un paciente de cáncer que ha perdido veinte o treinta libras de peso recuperar esto o más tras una incisión exploratoria que ha demostrado que su condición es inoperable. Al paciente, para ahorrarle preocupación, se le da a entender que ahora debe ponerse mejor y procede a hacerlo así. En un caso así se registró una ganancia de setenta libras. El paciente finalmente murió de cáncer, pero había tenido meses de fortaleza y eficiencia que de otra manera no se le habrían garantizado. Hay afecciones, también, en los que una persuasión mental desfavorable produce cambios físicos serios que pueden incluso demostrar ser fatales si interviene cualquier otra causa. Ahora se conoce muy bien que una gran cantidad de casos de la así llamada dispepsia son realmente debidas a un exceso de preocupación por la alimentación y la eliminación de la dieta de tantos artículos que se suponen ser indigestos que la nutrición del paciente se ve seriamente interferida. La preocupación de la mente por el estómago es en particular probable que interfiera con su actividad. Ciertos pensamientos producen una sensación de náusea. La gente delicada puede vomitar una comida si se acuerda de algo nauseabundo, o si un olor particular o algún incidente adverso les trastorna. El alimento comido con gusto y en proceso de digestión satisfactoria puede vomitarse si se oye algo disuasorio relativo a su origen o modo de preparación, y el vómito se produce tanto si la afirmación asquerosa es verdadera como si es falsa. Una convicción de que ciertos artículos de alimentación nos disgustarán es casi seguro que los haga difíciles de digerir: una gran cantidad de gente está absolutamente segura de que no puede digerir la leche o los huevos, pero demuestra ser totalmente capaz de digerir esos artículos de la dieta cuando, como en la tuberculosis sanatoria, se requiere tomarlos regularmente.

Corazón e Influencia Mental

Se puede presumir que el corazón esté libre de la influencia de la mente, por su gran importancia. Sin embargo, es probablemente a través de este órgano como se ejerce la influencia favorable y desfavorable de la mente sobre el cuerpo. El corazón comienza a latir en el embrión mucho antes de que se forme el sistema nervioso. El corazón late rápidamente por excitación y alegría; late lentamente por temor y depresión; y cualquier emoción vehemente afecta seriamente a su acción. Esto es cierto en la salud, pero es particularmente cierto en la enfermedad del propio corazón. Los enfermos de corazón mueren de alegría tanto como de miedo. El estado de la mente puede influir favorable o desfavorablemente en el corazón en el curso de la enfermedad, y el médico debe reconocer esto y utilizar su comprensión para una buena finalidad. Muchos de nuestros remedios para el corazón son de actuación más bien lenta, llevando doce horas o más que hagan efecto. Sin embargo, una o dos horas después de la visita de un médico, la mayor parte de los pacientes de corazón se sentirán mucho mejor que antes, y su mejoría puede atribuirse a los remedios del médico, aunque se debe sólo a la confianza suscitada por su presencia y el sentimiento de alivio proporcionado por su cuidadoso examen y la seguridad de que no hay peligro. Para cuando este sentimiento empieza a perder su eficacia, sus remedios hacen efecto y el paciente continúa mejorando.

Los grandes médicos han reconocido en todos los tiempos el fuerte influjo que la mente tiene sobre el corazón. Lancisi [De subit. Morte, I (Geneva, 1718), xix, $ 3] cuenta de casos en que el exceso de preocupación por el corazón era la causa de los síntomas. Morgagni, en “Los focos y las causas de enfermedad”, I (Londres, 1769), Carta xxiv, cuenta de un médico que, por preocuparse por su corazón, provocó que perdiera latidos. Sydenham y Boerhaave señalan ambos el desfavorable efecto que la mente puede tener sobre el corazón [Brown, “Academical Lectures”, VI (Londres, 1757)]. En nuestra propia época Oppenheim (“Letters to the Nervous Patients”, tr. Edimburgo, 1907) cuenta de un paciente que cuando se le toma el pulso, siendo el paciente consciente de ello, se pierden latidos; cuando se le toma sin advertencia por parte del paciente, es enteramente regular. Insiste en que el corazón se resiente de la vigilancia, “que no sólo acelera, sino que puede incluso inhibir su acción y volverse irregular”. Añade: “Y así es con todos los órganos del cuerpo que actúan espontáneamente; se trastornan y se convierten en funcionalmente deficientes, si, como resultado de la atención y autoobservación dirigida a ellos, les fluyen impulsos desde los centros de conciencia y voluntad de la misma forma que fluyen a los órganos [vg., los músculos] que están normalmente bajo el control de la voluntad”.El profesor Broadbent, cuya experiencia con las enfermedades de corazón fue quizá la mayor en nuestra generación, expone frecuentemente, en “La acción del corazón” (“The writings of Sir Wim. Broadbent”, Oxford, 1910), la necesidad de hacer descansar la mente. MacKenzie, cuya obra sobre la mecánica del corazón iba en dirección contraria, ha sido igual de enfático al reconocer la influencia mental (“Diseases of the Heart”, Oxford, 1910). La psicoterapia significa más en las enfermedades de corazón que en cualquier otro lugar, y en otras enfermedades su efecto sobre la circulación a través del corazón es muy importante.

La acción absolutamente automática de los pulmones podría parecer indicativa de que estos estaban libres de cualquier influencia mental o emocional. La mayor parte de los estados asmáticos caracterizados por la dificultad de respirar tienen gran parte de elementos mentales en ellos. El asma neurótico es más dependiente del estado mental que de ninguna otra cosa. La mayor parte de los remedios que le afectan tienen una clara acción sobre la mente tanto como sobre los pulmones. Incluso la tuberculosis está muy grandemente influida por el estado de la mente del paciente. Un paciente que renuncia a la lucha sucumbirá. “La consunción se lleva a los que se dejan” es un axioma. Los pacientes que enfrentan valerosamente el peligro y las dificultades habitualmente viven mucho más tiempo y a veces viven toda su vida, y a pesar de una grave invasión de los pulmones mueren de otra enfermedad sobrevenida. En todas las enfermedades nerviosas funcionales – esto es, aquellas afecciones nerviosas que no dependen de algún cambio orgánico del sistema nervioso, aunque a menudo cursan con dolores y parálisis – las condiciones conocidas como tratamiento histérico a través de la mente es muy esencial. Incluso cuando se usan otros remedios, sólo si afectan a la mente del paciente hacen bien. Los remedios malolientes, las píldoras de pan, los fortísimos catárticos y eméticos antiguamente utilizados en estos casos producían su efecto a través de la mente.

Sin embargo, incluso en enfermedades nerviosas orgánicas hay un claro espacio para la curación mental. Los pacientes se deprimen cuando saben que sufren de una enfermedad nerviosa incurable, se trastorna su apetito, empeora la digestión, domina el estreñimiento, salen menos a tomar el aire y hacen insuficiente ejercicio, y luego se desarrollan muchos síntomas adventicios. El paciente atribuye estos a la enfermedad nerviosa subyacente, aunque realmente se deben al estado mental y al encierro. La promesa de curación eleva la mente abatida, induce al paciente a salir; el apetito mejorará, muchos síntomas desaparecerán, y el paciente cree que la enfermedad subyacente está siendo aliviada. De ahí los muchos remedios anunciados incluso para enfermedades tan absolutamente incurables como la ataxia locomotora, la esclerosis múltiple, la epilepsia, y similares.

Miedos

La psicoterapia es naturalmente más importante en el tratamiento de cuantas afecciones dependen de la influencia mental. Tenemos una serie completa de miedos, ansiedades, exageraciones y sensaciones, y luego de hábitos y de falta de fuerza de voluntad, que sólo pueden ser adecuadamente tratados a través de la mente. Los miedos, o fobias, constituyen una clase bastante amplia de afecciones nerviosas; quizá la más común es la misofobia, o miedo a la suciedad, a veces bajo la forma de bacteriofobia; la acrofobia, miedo a las alturas, que puede ser tan aguda como para hacer imposible a una persona sentarse en la fila delantera de una galería o incluso decir misa en un altar mayor; alurofobia, o miedo a los gatos, que puede hacer desdichada la vida. Luego está el miedo a la oscuridad, el miedo a los lugares espaciosos, el miedo a los sitios estrechos, el miedo a caminar por debajo de algo que cuelga, y cantidades de otros. Siempre hay un cierto elemento mental en estos, aunque se presenten en personas de inteligencia y carácter. Sólo la sugestión y el entrenamiento los curará. Habitualmente son peores cuando el paciente está debilitado.

Temblores y Tics

Tras los miedos vienen los temblores, los tics o hábitos, y luego la supervisión consciente de las acciones habitualmente automáticas, tales como hablar, escribir, incluso andar, que interfiere con la realización de ellas. Bajo la presión emocional, como después de un pánico, los hombres se encuentran a veces incapaces de firmar con su nombre cuando alguien les está observando. Algunos hombres no pueden beber un vaso de agua en una mesa extraña sin derramarla. Estos son estados psíquicos más que nerviosos, y deben ser tratadas como tales. Hay cantidades de temblores que se presentan como consecuencia del miedo que sólo pueden superarse de la misma forma. Muchos de los tics – como pestañear, mover la cabeza, ligeros movimientos convulsivos de los brazos, movimientos de los labios, y nariz –deben considerarse en esta misma forma. Los niños deben ser vigilados y se debe evitar que los contraigan. Tienen tendencia a extenderse en las familias por imitación. Si se observan pronto, se pueden quitar mediante la formación de un hábito contrario. Algunos hábitos de los niños, especialmente ciertos hábitos de chupar y movimientos de la lengua, conducen a feas deformaciones de la boca cuando las mandíbulas están en fase moldeable. Chuparse el dedo es un hábito que debe tomarse seriamente, o los resultados en la boca serán muy marcados. Morderse las uñas en gente más mayor es una afección correspondiente. Tales hábitos se desarrollan, por regla general, sólo en aquellos de condición psicoasténica, pero los individuos pueden ser miembros muy útiles de la sociedad.

Alcoholismo y consumo Habitual de Drogas

La máxima utilidad de la psicoterapia es en el alcoholismo y el consumo habitual de drogas. No hay remedio que cure el alcoholismo. Hemos tenido, durante el pasado medio siglo, cientos de curaciones anunciadas: sabemos ahora que todas ellas debieron su éxito al influjo sobre la mente del paciente. Cuando se anuncia al principio una nueva cura muchos se benefician de ella. Después desciende al nivel ordinario y acaba por ser reconocida sólo como un tratamiento físico útil con un fuerte factor mental agregado. Cuando los pacientes están en medio de los ataques de alcoholismo, su estado físico les hace reclamar algún estímulo. En esta fase se les debe dar estimulantes distintos de los alcohólicos, y deben estar bajo tal supervisión que ayude a mantenerlos apartados del licor. Tras un tiempo variable – de una a dos o tres semanas – son bastante capaces de resistir el deseo por sí solos, si realmente quieren. La curación del alcoholismo es fácil, pero las recaídas son aún más fáciles, porque los pacientes creen que pueden tomar una copa y no pasar de ahí. Cuando están cansados o helados, o temen que pueden coger frío, o cuando los amigos se lo sugieren, acceden a una copa, y luego a la segunda y la tercera, y de nuevo ha de romperse el viejo hábito. Sin embargo, tenemos una cantidad de ejemplos de hombres que no han echado un aliento sobrio durante diez, veinte, o treinta años que han resuelto no beber más y han mantenido sus resoluciones. Si un hombre inclinado al alcoholismo es puesto en tentación, casi seguro caerá; es más susceptible que los demás; debe evitar el contacto con ella de cualquier forma, y entonces es relativamente fácil para él no recaer en el hábito.

Probablemente el factor más útil en el tratamiento del alcoholismo para el paciente es tener algún amigo, médico o sacerdote, a quien respete absolutamente, al que volverse con confianza en los momentos de prueba. No hay razón, excepto en el caso de un claro deterioro, para que no se cure por completo; pero el remedio importante no son los medicamentos sino la influencia mental y la fuerza de voluntad. Lo mismo es cierto en las drogadicciones, que se han vuelto ahora tan comunes en los Estados Unidos. Ese país usa más de diez veces de opio y cocaína del que se precisa en la medicina. Las víctimas específicas de los hábitos son los que pueden fácilmente procurarse las drogas –farmacéuticos, médicos y enfermeras. Es bastante fácil curar un hábito de consumo de drogas. Es casi más fácil reanudarlo. Las recaídas tienen lugar porque los pacientes se convencen de que por esta vez necesitan una dosis de su remedio favorito. Una dosis conduce a otra, y así se reanuda el hábito. Después de un tiempo se desarrolla un hábito de recaída en el hábito y es más difícil romperlo. Si los pacientes mismos quieren, sin embargo, no es, por regla general, arduo corregir estos hábitos. Los factores morales significan mucho más que los físicos. Los pacientes deben tener a alguien en quien tengan confianza, deben vivir vidas normales, regulares, con muchas horas de aire libre y buenas horas de sueño, y no deben estar sujetos a tensiones emocionales. Es casi imposible romper el hábito en un actor, o un agente de cambio, o un jugador, porque de vez en cuando siente la necesidad del estimulante que le capacite para responder a alguna repentina exigencia de su trabajo. Lo mismo es cierto en un médico o una enfermera que atiendan llamadas de emergencia. A menudo puede ser difícil el cambio de vida necesario, pero como la retribución del hábito del consumo de drogas es la muerte prematura, no debería ser difícil hacer comprender a los pacientes la necesidad.

Otros hábitos –dietético, sexual, y similares – deben enfrentarse exactamente de la misma forma. El paciente puede ser ayudado al principio por medio de medicamentos. Después depende de su voluntad. Su voluntad puede ser ayudada muchísimo, sin embargo, teniendo un confidente, un confesor, o un médico a quien acuda en las recaídas, y que le aconseje de forma que su ambiente se haga más favorable.

Curaciones de Fe y Milagros

A menudo se dice que las curaciones en santuarios y durante las peregrinaciones son debidas principalmente a la psicoterapia – en parte a la segura confianza en la Providencia, y en parte a la fuerte expectativa de curación que sobreviene a las personas sugestionables en esos tiempos y lugares. Indudablemente muchas de las curaciones registradas en santuarios y durante las peregrinaciones son de este carácter. Un análisis de los registros de curaciones cuidadosamente llevados – como, por ejemplo, en Lourdes – muestra, sin embargo que la mayoría de las curaciones aceptadas lo han sido en pacientes que no sufren de persuasión mental de enfermedad, ni de neurosis, ni de síntomas exagerados por la ansiedad, sino de afecciones tan concretas como la tuberculosis, diagnosticada por uno o más médicos de reputación, úlceras de diversas clases, huesos rotos que no se han curado en mucho tiempo, y otras afecciones orgánicas fácilmente demostrables. Cuando se obran curaciones en tales casos, alguna fuerza más allá de la naturaleza tal como la conocemos debe estar actuando. Los médicos que han estado en contacto más estrecho con los pacientes en tales santuarios son los más seguros en su expresión de que han visto verificarse milagros. Una visita a un santuario como Lourdes es suficiente para convencer a algún médico de que hay algo más que psicoterapia, aunque puede haber también abundante evidencia de psicoterapia en acción.

Ciclos de la Psicoterapia

Nuestra época ha visto un renacimiento de la psicoterapia en muchas formas. El interés por ella va por ciclos. Siempre es más intenso tras un periodo de devoción tal por la ciencia física que produce la impresión general de que al fin se ha descubierto el misterio de la vida. En la reacción que sigue a la desilusión, la curación mental se convierte en el centro de atención. Nuestra fase perderá significación como lo han hecho fases precedentes, y una estimación más justa del lugar de los factores mentales y corporales como influencias coordinadas para la salud volverá a producirse.

CUTTEN, Three Thousand Years of Mental Healing (Nueva York, 1911); LAWRENCE, Primitive Psychotherapy and Quackery (Boston, 1910) (ambos faltos de simpatía para las generaciones precedentes); TUKE, Influence of the Mind on the Body (Londres, 1872) (ediciones subsiguientes ampliadas); DERCUM, Rest, Hypnotism, Mental Therapeutics (Filadelfia, 1907); DUBOIS, Mental Influence in Nervous Disorders (tr. Nueva York, 1907); MÜNSTERBERG, Psychotherapy (Boston, 1909); Psychotherapeutics, a Symposium (Boston, 1910); WALSH, Psychotherapy (Nueva York, 1911).

JAMES J. WALSH
Transcrito por Douglas J. Potter
Dedicado al Sagrado Corazón de Jesús
Traducido por Francisco Vázquez

Fuente: Enciclopedia Católica