PSICONALALISIS

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Se entiende por tal la interpretación psicológica y psiquiátrica que hizo Segismundo Freud (1856-1939) y luego siguieron los demás psiquiatras y psicólogos sobre la personalidad y los hechos que de ella brotan. Fue verdaderamente el «padre del Psicoanálisis», tal vez la corriente que más influencia tuvo desde mediados del siglo XX. Fue Freud quien denomino «Psicologí­a Profunda» a su estilo analí­tico de la persona y de la conciencia del hombre.

1. Los orí­genes

El psicoanálisis de Freud, el original, dio mucha importancia a los registros cerebrales y a los ecos subterráneos que en la conciencia producen las impresiones. Descubrió el valor que en esas represiones tiene el impulso sexual reprimido y lo consideró como una fuerza primordial para tenerse en cuenta, por lo que su sistema adoptó formas pansexualista, si bien su concepto de «sexualidad» en «Seis ensayos sobre sexualidad» fue de orden libidinal (placer general) que de orden genital (placer sectorial).

Aunque desde 1885 investigó cientí­ficamente el cerebro y fue Profesor en Neuropatologí­a en la Universidad de Viena comprendió que las neurosis no explican solo por lo neurológico. El psicoanálisis contarí­a en adelante con este factor, pero no se restringirí­a a él. Serí­a el estudio de la mente, de la psiche, lo que definirí­a al psicoanálisis en adelante.

2. Los niveles o rasgos

Freud fue poco a poco, con el paso del tiempo y de los años, elaborando sus propias teorí­as y técnicas para comprender, aunque fuera de cierto modo, el complejo problema de la mente humana.

Terminó dejando claro, para sí­ más que para los demás, que el psicoanálisis es el estudio del subconsciente.

– Del yo (Ego), que es la subconsciencia que a veces se hace conciencia y hace referencia a la propia identidad.

– En ese Ego se concentran las fuerzas que brotan del Ello, (Id) del interior instintivo, que son eróticas, o buscadoras el placer por el gusto, o que son satisfactorias por el placer de destruir lo desagradable o peligroso. Fuerzas o energí­as eróticas y thanatales» (thanatos, muerte) constituyen la libido, que en su terminologí­a recibe el nombre de sexualidad.

– Sobre el yo, se construye desde fuera el superego (Superego), que viene dado por todo lo que inhibe y reprime. Esa denuncia de la represión, y la generalización de lo instintivo, es lo que más escandalizó a los ambientes cultos con la primera formulación del psicoanálisis, hecha por un psiquiatra de dudosa eficacia. Declarar que la tradición, la familia, la educación, la moral, la religión, el arte, la sociedad, etc. pueden oprimir el yo y deben ser evadidas en la medida de lo posible y de lo conveniente, no dejaba de ser una audacia.

Pero Freud lo dejaba bien claro: la opresión del superego sobre el yo implica tensión, represión. Es necesario eliminar esa tensión, o por mecanismos naturales (sueño, chiste, equivocaciones, broma, fantasí­as), o por técnicas artificiales (método psicoanalí­tico del desahogo, comunicación dirigida (confesión), expresión aclaratoria, (desenmascaramiento). Si no hay liberaciones, la tensión desequilibra el yo y se genera la psicosis, la obsesión, la represión.

3. Evolución y definición
No todo fue conseguido en la teorí­a de Freud al primer intento. Sus postulados fueron muy discutidos y hubo de realizar muchas rectificaciones y complementaciones hasta que fue perfilándose la técnica psicoanalí­tica y los criterios generales del psicoanálisis y se fueron valorando como una aportación sorprendente, rica y novedosa tanto en Psiquiatrí­a como en Psicologí­a. Muchos no entendieron lo que, en su terminologí­a, era sexualidad y se le apartaron de sus planteamientos.

Así­ aconteció con Alfredo Alder, que generó la Escuela de Viena o «Psicoanálisis personalista», basado en el afán de poder como fuerza generadora y no en el eros; y con Carlos Jung, que formuló el «Psicoanálisis social de Zurich, dando más importancia a la relación comunitaria con sus actitudes diferenciadas de introversión y extroversión de los individuos. Las mismas disensiones cientí­ficas hizo más fecunda la aportación de Freud a la Psiquiatrí­a y a la Psicologí­a.

Discí­pulos de Freí­d, como Breuer, resaltaron cómo la remoción o liberación de las represiones hací­an desaparecer o suavizar los sí­ntomas histéricos sobretodo si ayudaba al paciente a recordar, bajo hipnosis, hechos o sucesos dolorosos o bloqueos pasados.

La primera simpatí­a del psicoanálisis por la hipnosis, que también Freud practicó, fue descartada por los inconvenientes que surgieron. Freud lo substituyó por el método de «asociación libre».

Freud, como psiquiatra que atendí­a personalmente multitud de casos y practicaba diversidad de terapias, decidió a ir más allá que los demás psiquiatras tradicionales que se contentaban con sedantes tradicionales.

Estudió todo tipo de conducta. Sus pacientes fueron sus mejores libros para reflexionar y por eso generó una teorí­a original y creadora, tal vez su mejor mérito
El concepto de «energí­a» se discutí­a entre los clí­nicos y Freud se dedicó a estudiar su naturaleza y sobre todo sus efectos.

4. Metodologí­a psicoanalí­tica
Inicia con el método de asociación libre el hábito de que el paciente fuera liberado ante el psiquiatra para decir todo lo que fluyera a su mente (técnica del diván) sin ningún tipo de censura. En esa dirección reclamó el relato y estudio de los sueños, de las fantasí­as, de los errores inconscientes, de los actos fallidos, de los olvidos involuntarios, etc.

Investigó e hizo investigación sobre lo que llamó la «transferencia» y «resistencia». Habló de «catexias» y «contracatexias», que eran fuerzas (o energí­a) que impulsan a actuar de una o de otra manera, provocando siempre, con esto, una gran tensión.

La «transferencia» fue el término con el que definió los deseos violentos o los sentimientos del paciente hacia el terapeuta y que reflejaban, según Freud, los sentimientos experimentados hacia personas importantes en el pasado del paciente.

La «resistencia» fue el término aplicado a las dificultades del paciente para seguir las instrucciones dadas por su médico. Era resistencia de vergüenza, disimulo o conveniencia. Sin embargo en el subconsciente fluí­an los impulsos y sentimientos prohibidos, que amenazan salir y desbordarse hasta hacerse conscientes en el individuo.

5. Las hipótesis
Es interesante la metodologí­a que Freud seguí­a para hace sus afirmaciones. Planteaba una hipótesis y luego buscaba hechos y hacia historiales clí­nicos favorables y desfavorables.

Son famosas sus cinco principales hipótesis sobre lo que él consideraba constitución mental. Eran las siguientes: la topográfica, la estructural, la dinámica, la económica y la genética.

– Hipótesis topográfica. Los contenidos del aparato mental (imágenes, pensamientos, ideales, criterios, juicios, planes y afectos) son diversos varí­an en cuanto a la facilidad en que estos pueden ser traí­dos a la memoria, a la zona consciente. Dividí­a el aparato en tres estratos. el consciente; el preconsciente; y, el más profundo, el inconsciente. Los tres tienen su misión en los procesos internos.

– Hipótesis estructural. Estimaba que el aparato mental tiene tres niveles horizontales o estratos de diferente accesibilidad de sus contenidos al nivel de la conciencia o de «darse cuenta». En esa estructura se halla el id (el ello), que es ante todo corporal, que actúa de acuerdo al principio primario de gratificación inmediata o «principio del placer».

Otro componente es el Ego (el yo); es el que define la personalidad, a mitad camino entre las demandas libidinales del id (el ello), y los frenos del superego (superyo), regido por el entorno. El ego (o yo) opera de acuerdo al proceso secundario o «principio de realidad».

El tercer componente es el «Superego» (o superyo), que es el lugar o ámbito que alberga figuras de autoridad, normas, imposiciones, leyes. Hay elementos que configuran el «yo ideal», (ideales positivos aprendidos de los padres) y el otro es la «conciencia», formada por prohibiciones que limitan y generan temor cuando se rompen o violan. Son las que más perturban el subconsciente con sus ráfagas de culpabilidad.

– Hipótesis dinámica. Habla de las fuerzas instintivas. Los instintos son nuestra energí­a psí­quica. Actúan con fuerza irresistible y nos llevan a las acciones que quedan latentes como fuerza de acción o como evitación de dicha acción. En esta energí­a es donde se desarrollan los que llama Freud «mecanismos de defensa», que son las energí­as contrainstintivas que frenan los impulso, los desví­an, los satisfacen con engaños inadvertidos en busca de una satisfacción sucedánea. Entre estos mecanismos son importantes en la terí­a del psicoanálisis, sobre todo los de compensación, sustitución, represión, desplazamiento, reacción, proyección, racionalización, identificación, sublimación.

– Hipótesis económica. En el organismo existe energí­a psí­quica limitada y la naturaleza trata de administrarla bien, pues sabe que no lo puede todo. Unas veces cede el protagonismo a los impulsos positivos y otras a los negativos. Hay un mecanismo regulador que permite avanzar. Si ese mecanismo se rompe y se gasta más de los que se tiene viene el desajuste, es decir la enfermedad mental. Ese juego de impulsos y contraimpulsos («catexias» y «contracatexias» en lenguaje de Freud) es decisivo para el equilibrio.

– Hipótesis genética. Alude esta expresión al modo como se generan en cada etapa de la vida del individuo los elementos que configuran su fuerza vital. No hay mucho lugar en el psicoanálisis para la herencia, al menos en la etapa fundacional. Las nuevas escuelas psicoanalí­ticas sí­ darí­an valor a este factor.

6. Las fases de la persona

Según Freud, el proceso del desenvolvimiento de la personalidad atraviesa diversas etapas hasta que consigna la situación definitiva de estabilidad del yo. Serí­a su hija Ana Freud la que harí­a el hermoso estudio en su «Psicologí­a del niño». Pero las bases las puso el padre al hablar de como se generan los impulsos y las satisfacciones libidinales en el ser humano.

Las fases que insinúa Freud son las siguientes cinco etapas: oral, anal, fálica, latente y genital.

– La oral va desde el nacimiento hasta el año y medio. El mayor o mejor medio de placer es la boca, los labios mediante la succión del lactante. El chupar, el morder, el beber configura lo sensorial.

– La anal, desde año y medio a los tres, el agrado se centra en las funciones excretoras que generan gratificación. El control de esfí­nteres, la limpieza, el orden y la rigidez pueden estar ligados a esta etapa. Se generan los complejos de Edipo (Madre-niño) y de Electra (niña-padre).

– La etapa fálica va de los 3 a los 7 años. El niño advierte sus diferencias sexuales. Se gesta la identidad sexual. Surgen los complejos de castración (miedo en el niño a ser castrado, sorpresa o inferioridad en la niña por su carencia fálica).

– La etapa latente genera una sexualidad oculta hecha de curiosidad y admiración, deseo de crecimiento y desinterés por lo que no se alcanza. La libido crece por dentro.

– La etapa genital, es la fase adulta, que parece atravesar tres subfases: la pubertad, que es autosexual, la adolescencia, que es intersexual, la adultez que es fecunda. El deseo sexual y la fuente primaria de gratificación sexual están centrados en los genitales y en las personas del sexo opuesto.

7. La raí­z y la posteridad
Las obras de Freud fueron básicas, criticadas al principio, admitidas después, desarrolladas más tardí­amente. Prácticamente todos los psicoanalistas posteriores son tributarios de su famosa y formidable obra: «La Interpretación de los Sueños», «Psicopatologí­a de la vida cotidiana», «La broma y su relación con el inconsciente», «Totem y Tabu», » Seis ensayos sobre sexualidad», «Más allá del principio del placer»,»Estudios sobre la histeria», «El malestar de la cultura».

Sus innumerables artí­culos todaví­a son objeto de análisis y reflexión por sus seguidores.

Entre esos seguidores, que fueron muchos, hay que citar a varios:
– Su propia hija, Ana Freud (1897-1982), fue una singular cientí­fica de la infancia con libros como «Normalidad y patologí­a de la infancia» o «El yo y los mecanismos de defensa.»
– Sus mejores discí­pulos como Alfredo Adler (1870-1937), con libros como «La práctica de la psicologí­a individual», «El sentido de la vida» y «El conocimiento del hombre». También su otro seguidor Carlos Jung (1875-1961), con estudios como «La realidad del alma», «Psicologí­a y religión» o «Psicologí­a del inconsciente». Sus respectivas escuelas psicoanalistas, no menos fundacionales que las del maestro, contribuyeron poderosamente en resaltar la genialidad de la obra freudiana en sus raí­ces básicas.
– Eric Erikson (1902-1994) representarí­a la lí­nea moderada del psicoanálisis freudiano en obras como «Iluminación y responSabildiad», «Identidad, juventud y crisis», «Sociedad y adolescencia», «Circunstancia histórica e historia personal».

– Erich Fromm (1900-1980) con «El arte de amar» y «El corazón del hombre», «La revolución del a esperanza»; y Herbert Marcuse (1898-1980) con «Eros y civilización», «El hombre unidimensional» o «cultura y sociedad» cultivaron un psicoanálisis socialista.

– Ese análisis llegó a la sí­ntesis con el marxismo de Luis Althuser (1918-1990) y se mantuvo más moderado con Tedoro Adorno (1903-1969) con sus obras «Dialéctica negativa», «La crí­tica de la cultura y de la sociedad» y «Filosofí­a y superstición».

Todos estos estudiosos entendieron que el Psicoanálisis no era una moda cientí­fica, sino una nueva forma de clarificar la situación del interior del hombre. Así­ mismo descubrieron que los hechos humanos nunca se interpretan del todo, como acontece con las leyes astronómicas o fisicoquí­micas. Gracias al psicoanálisis se incrementó el deseo de conocer el interior, del subconsciente, del hombre, que es el centro del misterio que lleva dentro, como ser individual y como ser social, y el que explica los hechos buenos como la compasión, los afanes culturales y el amor, y los hechos malos como los odios, los celos y las maldades.

Al mismo tiempo quedó claro su limitación de perspectivas: su poco aprecio de las realidades espirituales y su mutilación de los aprecios religiosos, pues para Freud la religión sólo es una tendencia compulsiva y un resultado de la sublimación y de las necesidades infantiles de protección. Aunque esa mutilación resultaba imperdonable, se le puede excusar por su deformación profesional de psiquiatra.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa