PEDRO APOSTOL. SAN

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La figura de S. Pedro ha sido primordial en la Historia de la Iglesia. Y lo ha sido también en el relato evangélico de los hechos de Jesús.

De una u otra forma está muy presente en las principales escenas de la vida de Jesús, no sólo por su protagonismo sino por la predilección que Jesús muestra por su figura.

Los Discí­pulos siempre recordaron esto después de la partida del Señor y Pedro quedó como representante de la naciente comunidad 1. Datos de los Evangelios.

Los datos bí­blicos son los únicos elementos contemporáneos para construir su biografí­a. Figura en cabeza de los 12 discí­pulos elegidos como Apóstoles. Es llamado por Jesús cuando estaba pescando en el Lago de Tiberiades, lo cual no quiere decir que fuera pescador, ya que el lago no era suficiente para la subsistencia de personas o de grupos.

Su nombre de Simón, será cambiado luego por el mismo Jesús en piedra o Pedro (Cefas) (Jn. 42. Mt. 18. 18). Estaba casado, era hijo de Juan (Mt. 16.17) y siguió a Jesús con su hermano Andrés. Nacido en Betsaida, tal vez residí­a en Cafarnaum (Mc. 1. 29). Jesús residió en su casa. En una ocasión curó de fiebres a su suegra (Mc. 1. 29) Destaca como portavoz natural del grupo apostólico en diversidad de ocasiones, por ejemplo cuando, en Cesarea de Filipo, reconoce que Jesús es el Mesí­as (Mt. 16. 16-19)..

Jesús le reprendió (Mc. 8. 33) o elogió (Mt. 16. 17), según ocasiones, pero le mantuvo entre los más cercanos (resurrección de la hija de Jairo, transfiguración, oración del huerto…) Y lo designó como la piedra sobre la que se fundarí­a la Iglesia (Mt. 16. 16-19 y Jn 1. 42)) Cuando arrestaron a Jesús, Pedro siguió con riesgo a la comitiva. Temeroso de ser detenido, negó ser su discí­pulo, según se lo habí­a predicho el maestro. (Mc. 14. 16-21 y 66-72)

2. Después de la Resurrección
Su protagonismo directivo aumentó hasta pasar por jefe del grupo surgido del mensaje del Maestro. Fue el primer discí­pulo que vio a Jesús después de resucitado (Lc. 24. 34; y 1 Cor. 15. 5). El recibió un encargo especial de predicar el Evangelio entre los judí­os, como los otros Apóstoles, pero que él desarrollo con vigor singular.

Tuvo un papel importante en la primera Iglesia de Jerusalén. Sus discursos, después de recibir el Espí­ritu Santo, son conmovedores y muy oportunos (Hech. 2 14-36). Es el que da la cara en los tribunales (Hch 4. 1-21) y el que hace curaciones portentosas (Hech. 3. 1-11).

También asumió la primera evangelización de los gentiles (Hech. 15) y se enfrentó a quienes no entendí­an la apertura universal del mensaje o exigí­an la circuncisión.

El mismo Pablo, tres años después de convertirse, acudió a visitarle para cerciorarse en la fe.

3. Promotor de la fe.

La figura de Pedro no es la del gobernante y animador de la Iglesia de Jerusalén, aunque era el representante en los primeros momentos después de la partida de Jesús. Es más bien la del predicador que camina anunciando al Salvador.

El año 44 Herodes Agripa ejecutó a Santiago, el hermano de Juan, y encarceló a Pedro, a fin de ofrecerle como espectáculo en la Pascua judí­a y congraciarse con las autoridades del Templo. (Hch 12. 3-19). Dios lo libró de la prisión por medio de un ángel; y Pedro huyó a otro lugar para seguir ejerciendo su misión evangelizadora. Es probable que se dirigiera entonces a diversas localidades del entorno.

En el 50, cuando se discute en Jerusalén las obligaciones de los convertidos del paganismo, Pedro impulsó, con Pablo que estaba presente, la actitud de la libertad cristiana y el rechazo de la Ley como norma ya superada (Hech. 15. 7). Pablo nos relata cómo, en una ocasión, discutió con Cefas por este motivo. (Gal. 2. 11)

Su presencia en la gran comunidad cristiana de Antioquí­a después del 50 parece cierta. Luego se desplazó tal vez por Anatolia y acaso estuvo en Corinto, el puerto romano central de la región.
4. Cabeza en Roma
Su estancia en Roma aparece unánime en la tradición. De la capital del Imperio fue considerado primer Obispo y en Roma debió ser crucificado entre el 64 y el 67, que son los años de la persecución anticristiana de Nerón. La tradición se inclina por el año 67, dos o tres años después de Pablo. Su enterramiento debió de darse en la colina del Vaticano, entonces en las afueras de Roma, desde luego cerca del circo de Calí­gula y Nerón.

Sobre aquellos lugares, Constantino construyó una basí­lica cristiana, consagrada el 18 de Noviembre del 326. Parece probado que, bajo el subsuelo, se dejaron intencionadamente los restos de otro templo más antiguo y en el cual se ofrecieron plegarias y ofrendas por la comunidad cristiana de la capital.

El templo se mantuvo durante un milenio entre diversos avatares. Luego, los artistas del Renacimiento se encargarí­an de elevar el grandioso templo actual con las ideas geniales de Bramante, Rafael y Miguel Angel entre otros, quienes unieron escultura, puntura y arquitectura.
Quo vadis, Petrus?
Las excavaciones debajo del baldaquino, que hoy es el alma de la Basí­lica Vaticana, realizadas entre 1940 y 1948 por orden de Pí­o XII, demostraron la existencia de una sepultura objeto de veneración singular, pues en torno a ella se disponí­an otras menos significativas. Todas parecen del siglo I, sin que se pueda decir más.

El primero que testifica su muerte por crucifixión fue Tertuliano en el siglo III. El lugar de la sepultura fue ya exaltado por palabras del presbí­tero romano Gayo, que recogí­a Eusebio de Cesarea en el siglo III. Sobre esa tradición se asentó luego el sentimiento de la supremací­a de Roma, y del Obispo romano, sobre la Iglesia entera, iniciándose la capitalidad del «Papa», defensor de la fe, Pastor supremo, «sucesor de Pedro.

A partir del siglo XI la Iglesia Oriental negó esa autoridad del obispo de Roma (papa) de forma explí­cita, aunque las rivalidades con Antioquí­a proceden ya de los tiempos de Nicea (323) y Constantinopla (385).

La oposición a la teorí­a de la sucesión petrina por parte del obispo romano fue una de las causas de la Reforma protestante del siglo XVI. Las oposiciones ideológicas del siglo XIX y del XX han sido numerosas.

Pero la significación de Pedro en la Iglesia, y de sus sucesores romanos posteriormente, se ha mantenido hasta nuestros dí­as como doctrina importante en el pensamiento católico y como práctica de hecho, por encima de las demás consideraciones especulativas.

La fiesta religiosa de la Cátedra de san Pedro en Roma se celebra en Occidente el 22 de Febrero; y el recuerdo de la muerte de San Pedro y San Pablo el 29 de Junio se halla revestido también de notable antigüedad.
5. Catequesis de S. Pedro
El modelo de S. Pedro es significativo en la tarea catequí­stica, sobre todo teniendo en cuenta su origen, sus caracterí­sticas y su desarrollo. Es tal vez mejor hablar de estilo y de talante, más que de modelo.

5.1. Rasgos petrinos
El talante se expresa en los rasgos siguientes que brillan en la actuación de este «Prí­ncipe de los Apóstoles»:
* El amor sincero y ardiente que siempre profesó a Jesús. (Mt.16. 22). Impulsivo y audaz siempre se halló cerca de Jesús, hasta la última confesión de su amor y arrepentimiento despúes de la Resurrección de Jesús. (Jn. 21. 15-20)
* La fe profunda que manifestó en toda ocasión, con la nobleza de sus palabras y con su total adhesión a Jesús (Mt. 16. 13-20; Lc 9. 18-21)
* El sentido de autoridad que Pedro representó, que él entendió recibida de Jesús y que ejerció con valor y como servicio en los primeros dí­as de la Iglesia. (Mt. 16. 18; Jn. 1. 42; Mc. 9. 2; Hech. 7. 17-22; Hech. 11. 1-18)
* La humildad admirable para reconocer la cobardí­a de negar a Cristo y el perdón que recibió del maestro después de la resurrección. (Mt. 26. 31-35; Mt. 27. 69-74; Mc. 14. 66-72; Lc. 22. 31-34; Jn. 18. 15-27)
* El sentido de liderazgo y valentí­a que Pedro manifestó al servicio de Jesús y de sus seguidores, latente en todas las narraciones evangélicas. (Jn. 7. 68-71; Jn. 13. 6-10)
* El celo ardiente para anunciar la palabra del Señor y la valentí­a para poner su vida al servicio de la empresa. (Mc. 3. 13-19; Lc. 5. 38-44; Hech. 2. 14-40; Hech 11. 1-48)

Si son todos estos rasgos o no los más significativos de la acción del Apóstol, habrá de decirlo el corazón de quien ama a la Iglesia más que la razón teológica, que se presta a ópticas diferentes.

5.2. Sentido modélico.

La figura de Pedro no es la de uno más de los Apóstoles, sino la del elegido del Señor. Los catequistas deben verle como fuente de inspiración, incluso como el primer catequista de la Iglesia. La catequesis que representa Pedro es, en consecuencia, singular y cautivadora para los que aman a Jesús:

– es apostólica, como enviado y elegido especial del Señor;

– es eclesial, entendida como de cabeza de la Iglesia querida por Jesús;

– es testimonial, presentada por el primer testigo en los hechos y dichos de Jesús;

– es ministerial, en cuanto se presenta en el texto sagrado como servicio;

– y es misional, pues es la respuesta al mandato de Jesús de llevar su mensaje a todo el universo.

(Ver Pedro. Epí­stolas de S.)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa