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Tendencia a repetir palabras, actitudes y comportamientos ajenos. Se da sobre todo en el nivel infantil y es propia de personas débiles. El mimetismo infantil debe ser tenido en cuenta por padres y educadores, pues se convierte por naturaleza en la base de la primera educación del ser humano.
Tiene especial importancia en lo relacionado con lo moral y lo religioso, valores y elementos que se sólo se adquieren por repetición de lo que se ve y se oye en los primeros años de la vida. Por eso es tan importante el buen ejemplo en los primeros estadios educativos.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
El verbo griego mimeomai (compárese con el castellano «mímica») y el sustantivo mimētēs se traducen «imitar», «imitadores», salvo en 1 P. 3:13 donde se traduce «seguís». En ese pasaje una variante textual dice dselōtai. Aunque se encuentra en autores precristianos, entre los griegos y en Filón y Josefo, las formas cognadas aparecen solamente once veces en el NT (todas en las Epístolas) y en la LXX (Sabiduría 4:2; 15:9). El sustantivo cognado mimēma, «copia» o «imagen», que no se encuentra en el NT (pero sí en Sabiduría 9:8, y con frecuencia en Filón y Josefo) expresa la noción bíblica básica de que el hombre es hijo de Dios y refleja sus atributos.
En conformidad con esto, los cristianos deben imitar, no lo malo, sino lo bueno (3 Jn. 11), la conducta de Pablo (2 Ts. 3:7, 9; 1 Co. 4:16; Fil. 3:17), a los apóstoles así como ellos imitan a Cristo (1 Ts. 1:6; 1 Co. 11:1), a los héroes de la fe (Heb. 6:12; 13:7) y a Dios el Padre (Ef. 5:1). En 1 Ts. 2:14, Pablo elogia a la iglesia de Tesalónica por haberse hecho imitadora de las iglesias de Judea en su firmeza frente a la persecución.
De estos pasajes, y más particularmente de aquellos que indican que el hombre está hecho a la imagen de Dios, nosotros derivamos la noción popular de imitar a Cristo (Véase Discípulo, Seguir a Cristo). Los tristes hechos del pecado nos enseñan que la imagen de Dios en el hombre está parcial o totalmente destruida (véase Caída). Pero la Biblia declara que la restauración de la imagen es posible por medio de Cristo. A esto se debe el deseo de imitar a Cristo como la única y exacta imagen (véase) de Dios (Col. 1:15; 2:9). La semejanza a Cristo se logra, no por medios legalistas tratando de moldear las acciones de uno a un patrón divino, sino por los procesos interiores de la salvación que cambian las actitudes del corazón, produciendo buenas obras y virtudes similares a las de Cristo (Ro. 12:2; Fil. 2:12–13; Ef. 2:8–10). La imagen se hace más semejante a Cristo por medio de nuestra continua atención a él (2 Co. 3:18), pero no se completa cabalmente hasta que lo veamos en el día de la resurrección (1 Jn. 3:2; Ro. 8:29, 30).
Desde el principio, muchos quisieron imitar al Maestro, pidiéndole, por ejemplo, un modelo de oración (Lc. 11:1–4) que aún hoy en día repetimos. Esta ambición provocó la celosa declaración de Jacobo y Juan de que podían beber de la copa de Jesús y ser bautizados con su bautismo (Mr. 10:38–39). Movió a Pablo cuando trataba de dejar que el Espíritu de Cristo que moraba en él hablase y actuase por su intermedio (Gá. 2:20; Fil. 1:21); así, él exhortó a otros a imitarlo a él de la manera que él imitaba a Cristo (véase referencias arriba).
En Hechos 7:60 encontramos a Esteban imitando las palabras de Jesús moribundo (Lc. 23:34). En las cartas de Pablo, se hace recurrente el tema de mostrar la humildad, los sufrimientos y la muerte de Cristo (por ejemplo, Fil. 1:29–30; 2:5; 3:10ss.; Ro. 8:17, 18, 36), y Pedro dice explícitamente (1 P. 2:21ss. que debemos seguir los pasos de Cristo en sus sufrimientos y muerte.
En la literatura del período posapostólico hay un esfuerzo consciente por señalar que los mártires imitaron a Cristo en su humildad, al ser traicionados, en su Espíritu hicieron declaraciones, y murieron triunfantes (por ejemplo, Ignacio, Ef. 10:3; Ro. 6:3; Martirio de Policarpo 1:1–2; 17:3; 19:1; Diogneto 10:4–5). Esta literatura fortaleció a miles que imitaron noblemente a su Señor durante las terribles persecuciones romanas. Cuando Constantino legalizó el cristianismo, las iglesias fueron invadidas por cristianos de «segunda calidad» y la imitación de Cristo quedó confinada más y más a los monasterios. Se multiplicaron las experiencias místicas correspondientes a aquellos tanto de Cristo como de los santos, culminando con los estigmas de San Francisco de Asís (fallecido en 1226), reproducción física literal de las heridas de Cristo. Tales experiencias místicas continúan hasta el presente. (Sobre el tema de los estigmas, si son autoinfligidos, sobrenaturales o psicosomáticos, véase la discusión de «Stigmata» por H. Cowan en HERE.)
Durante el siglo XV y posteriormente, el quieto misticismo del libro de Tomás á Kempis, La Imitación de Cristo, influyó en todas las ramas de la iglesia. En nuestro tiempo el libro de James Stalker, Imago Christi (1889) es quizás el mejor, aunque En sus pasos de Charles Sheldon (1899) ha sido el más vendido. Es discutible si el clásico devocional de Juan Bunyan, El progreso del peregrino debe clasificarse aquí, pero la devoción toma muchas formas; consciente o inconscientemente todos ellos reproducen una imagen de Cristo en sus devotos, más o menos completa, con más o menos luz.
La psicología moderna arroja mucha luz sobre el deseo perenne de imitar a Cristo al enfatizar la necesidad del hombre de identificarse con personalidades poderosas (la madre, el padre, el santo, etc.) con el fin de edificar la personalidad, y enfatizando la importancia del subconsciente como depósito de reserva de donde surgen nuestras acciones.
BIBLIOGRAFÍA
Arndt; W. Michaelis, TWNT, IV. pp. 661–678.
Terrelle B. Crum
LXX Septuagint
HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics
TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (310). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología