ILUMINACION

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Teorí­a agustiniana del conocimiento, expuesta sobre todo en su libro «Del Maestro». Platónico como era, suponí­a y afirmaba la existencia de una luz divina que llena de claridad el alma cuando piensa y juzga. La conciencia es el reflejo interior de esa luz divina, cuyo efecto se inició desde el momento en que creó el alma (cuando dijo «Hágase la luz»: Gen. 1.3). Y se continúa a lo largo de la vida, comenzando cuando Dios la enví­a a cada cuerpo que los progenitores originan con su acción fecundadora. La labor divina se manifiesta en las diversas «gracias iluminadoras que se suceden para el hombre que ama a Dios.

Al estar las almas creadas junto a Dios (Platón decí­a que procedí­an del mundo de las Ideas), recibieron una ilustración adecuada que luego perdurarí­a durante toda la vida.

La teologí­a posterior de la Iglesia rechazarí­a la preexistencia de las almas y las otras escuelas o teorí­as, como la tomista, negarí­a esa acción luminosa de tipo mí­stico y sobrenatural.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. budismo, satori)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La iluminación va ligada históricamente al problema gnoseológico y más en particular a la cuestión de como se puede dar un conocimiento cierto de la realidad. En este contexto la iluminación es la teorí­a que liga el conocimiento a una intervención de la luz divina sobre el entendimiento humano para conferirle aquella capacidad cognoscitiva que de lo contrario no tendrí­a por sí­ solo.

El origen de esta teorí­a se remonta a la filosofí­a de Platón y a su visión del mundo. La verdad de las cosas reside en las ideas ejemplares presentes en el hiperuranio, del las que tuvieron origen y de las que son espejo las realidades visibles. Pues bien, conocer significa poder captar intelectivamente ese mundo ejemplar el único verdadero por ser inmutabl~ y eterno, superando así­ la mutabilidad de las cosas.

La corriente platónica de los siglos III y 1V d.C. desarrollaron y sistematizaron esta visión, cuando, especialmente con Plotino, se llegó a elaborar una teorí­a gnoseológica más concreta de la iluminación, que emana sobre el alma a partir del Uno.

Agustí­n, en estrecho contacto con el neoplatonismo, recogió esta teorí­a dándole un sello cristiano. Si las cosas se derivan del acto creativo de Dios, entonces es solamente en él donde tienen su inteligibilidad, ya que en él están las «rationes aeternae». Estas, en cuanto que que son participadas por Dios al hombre en forma de iluminación, constituyen para el conocer humano la capacidad de ir más allá de la mutabilidad de las cosas y realizar así­ un conocimiento cierto. Si se conoce algo como verdadero, se le conoce en Dios.

La iluminación platónico-agustiniana, aceptada comúnmente por el mundo cristiano hasta el siglo XIII, se vio fuertemente discutida y entró en crisis cuando penetró en Occidente Aristóteles con sus teorí­as gnoseológicas, basadas en la percepción de los sentidos y de la capacidad abstractivo-lógica del hombre.

La cultura cristiana del siglo XIII es decir, del perí­odo clásico de la escolástica, se encontró así­ frente a dos gnoseologí­as profundamente diversas: la primera basada en la autoridad espiritual de Agustí­n y la filosófico-cientí­fica de Aristóteles. Fueron diversas las posiciones que se adoptaron frente a las dos propuestas gnoseológicas.

Por una parte estaban los que pro poní­an de nuevo el principio de la iluminación, revisado a través de la filosofí­a de Avicena, el cual, interpretando a Aristóteles a partir de elementos neoplatónicos, hablaba de un entendimiento agente (de tipo aristotélico), separado y exterior al hombre, que influye en el entendimiento pasivo del hombre y le permite un conocimiento cierto. Muchos autores, sobre todo franciscanos (Bacon, y no franciscanos, como por ejemplo Alberto Magno), recogen esta teorí­a platónico-aristotélica, pero identificando al entendimiento agente con Dios, que ilumina al hombre y le permite conocer «certe «.

Una postura opuesta es la de Tomás de Aquino, que, asumiendo la gnoseologí­a aristotélica, rechaza la teorí­a de la iluminación, para relegarla al momento creativo, cuando Dios, por participación iluminativa, imprime en el hombre un entendimiento agente con su capacidad » natural » de abstraer conceptos verdaderos de lo que ha percibido con el entendimiento pasivo en su encuentro con la realidad.

Entre estas dos posiciones se da una actitud intermedia, representada por Buenaventura. Con Tomás, el doctor franciscano reconoce en el hombre la presencia de una «vis activa» de carácter cognoscitivo (entendimiento agente y pasivo); sin embargo, fiel también a Agustí­n, piensa que esa capacidad innata en el hombre de conocer no podrí­a por sí­ sola asegurar un conocimiento cierto, si en el mismo acto no se diera también una influencia iluminativa de Dios.

La teorí­a iluminativa no resistió por mucho tiempo el choque con la propuesta gnoseológica aristotélica. Debido a la afirmación progresiva del tomismo y del pensamiento escotista en el mundo franciscano, la teorí­a iluminativa fue diluyéndose poco a poco para reducirse a la experiencia mí­stica.

P. Maranesi

Bibl.: Iluminación, en DF 1, 908-910; A, Kudenkampff Conocer, en CFF 1, 403-416: E. Gilson, El espí­ritu de la Filosofí­a medieval Rialp, Madrid 1981; íd., La Filosofí­a en la Edad Media, Gredos, Madrid 21989; P P Gilbert, Introducción a la teologia medieval. Verbo Divino, Estella 1993.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico