ESCOLASTICA. PERIODO DE LA

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Tiempo de estudios y actividades de los siglos medievales (del XI al XIV) en el que la teologí­a y filosofí­a medievales se desarrollaba con el impulso de grupos de pensadores que se denominaban escuelas, corrientes o estilos y eran afines en sus criterios y principios y también en sus métodos y razonamientos.

Las escuelas comenzaron siendo lugares, clases, aulas, centros monacales o catedralicios a donde acudí­an los escolares o estudiantes. Luego se aplico el término escuela a los grupos afines de pensamiento que se enfrentaban entre sí­ en múltiples disputas y planteamientos y formaban «cierta comunidad intelectual» de ideas, de normas y de procedimientos semejantes.

La aparición de las escuelas, y del mismo nombre, se puede fechar en ya en el siglo XI, con la alusión a los «Estudios generales», que pronto se denominaron «universales» (o universidades) en algunos lugares.

En esos ambientes o contextos, los maestros enseñaban las artes y las ciencias, con frecuencia bajo el patrocinio y mecenazgo de reyes, nobles y señores protectores que colaboraban a la cultura.

Se dotaba con bienes, tí­tulos o dignidades a los que ejercí­an la docencia y se consideraba a los que la recibí­an como mejor preparados para ejercer determinadas funciones sociales: jueces, notarios, médicos, regidores, etc. El perí­odo de esa «escolástica», con su referencia central en la escuela o en la universidad, atravesó tres momentos especí­ficos y con cierta homogeneidad interna y común en todos los paí­ses de Occidente.

Se comenzó en los siglos IX y X por un tiempo de promoción de los saberes, agrupados en siete ciencias: el trivium (tres ví­as: retórica, dialéctica, gramática) y el cuadrivium (cuatro ví­as: aritmética, geometrí­a, astronomí­a, música). Pero luego se entró de lleno en el tiempo escolástico y «universitario»:

1. Perí­odo de iniciación: (XI y XII)

Conoció multitud de centros culturales monacales y catedralicios que se realizaban por regla general en los «claustros» de las catedrales. La promoción de estas escuelas o estudios tuvo mucho que ver con la influencia cultural de las «madrazas» o lugares de estudio de las ciencias que los mahometanos establecieron en sus mezquitas.

Sobresalieron centros como los de Chartres, fundado en el siglo X por el Obispo Fulberto y llegado a su esplendor en el XII, con figuras como Juan de Salisbury (1110-1180). También surgieron en abadí­as, como la de S. Ví­ctor de Parí­s, en la que hubo figuras como la de Hugo de S. Ví­ctor (1096-1141).

Otros astros de este tiempo fueron S. Anselmo de Cantorbery (1033-1109), Pedro Abelardo (1079-1042) y S. Bernardo de Claraval (1096-1153).

En estas «escuelas» se seguí­an métodos autoritarios: lectura (lectio) de las «Sentencias» (conjunto de formulaciones sobre temas varios), como las Pedro Lombardo, llamado «Maestro de las Sentencias». Se hací­an comentarios y explicaciones (explicatio o explanatio) por los catedráticos (cátedra, silla en griego) y en ocasiones se discutí­a entre varios temas dispares o conflictivos (disputatio).

Los escolares aprendí­an escuchando y ocasionalmente disertando ellos mismos. Los temas eran preferentemente teológicos, filosóficos y jurí­dicos. Pero pronto surgieron cátedras de astronomí­a, álgebra, medicina y hasta alquimia.

2. Perí­odo cumbre: (XII y XIII)

Se incrementó la función de las universidades y se radicalizaron las posturas de las «escuelas». Se incrementaron los bienes y, desde los claustros, se pasó a edificios propios para la docencia.

Brillaron universidades como las de Parí­s en Filosofí­a, Salamanca en Teologí­a, Bolonia en Jurisprudencia, la de Salerno en Medicina. Junto a las Universidades se organizan los «Colegios» como los de Juan Sorbón (La sorbona) en Parí­s, Tomás Merton en Oxford, en Bolonia el de S. Clemente de los españoles del cardenal Gil de Albornoz y en Salamanca el del Cardenal Anaya.

Las Ordenes mendicantes se entregaron de lleno a las tareas universitarias y eso incrementó la unidireccionalidad de las escuelas, es decir las enseñanzas de escuelas regidas por las normas o consignas predominantes en una Orden o Congregación religiosa. Y ello significó el incremento de las disputas y la polarización en las lí­neas de cada «escuela».

– Los franciscanos fueron «todos» platónicos y agustinianos, como son Alejandro de Halles (1180-1245), San Buenaventura (1221-1274), Juan Duns Scoto (1266-1308)

– Los dominicos se oponí­an al agustinismo y daban gran valor a la sensorialidad aristotélica. Tendrí­an figuras de la talla de S. Alberto Magno (1206-1280) y Santo Tomás de Aquino (1224-1274).

– Y otros grupos adoptaron también su lí­nea propia, como la experimentalista y sensorialista, que surgió en Inglaterra, con Rogerio Bacón (1210-1292), docente franciscano de la Universidad de Oxford o la ecléctica y erudita que se desarrolló con Raimundo Lulio (1232-1314) en Mallorca y que tendió ya a divulgarse fuera ya de los ámbitos universitarios.

3. El siglo XIV
Conoció la aurora del renacimiento, que tendí­a al individualismo, al regreso a los clásicos, a la autonomí­a del pensamiento, a la rebeldí­a contra la autoridad impuesta al pensamiento por la jerarquí­a de una escuela, Orden o universidad.

Se llamó durante mucho tiempo a este perí­odo de escolástica decadente. Pero las figuras que surgieron nos fueron de segunda lí­nea. El pensamiento del franciscano Guillermo de Ockam (1300-1356) y del dominico Juan Eckhart (1260-1327) fue creador y reflejo de un nuevo espí­ritu que apuntaba ya a un personalismo crí­tico y original.

La influencia de la Escolástica se debió al espí­ritu de razonamiento sutil y al afán sistematizador de los docentes. El vigor de las Ordenes religiosas y la importancia que se concedió a la formación intelectual de sus miembros resultó una palanca poderosa y beneficiosa para el desarrollo de la ciencia y de la cultura.

La Orden franciscana se orientó por un visión platónico-agustiniana y la dominica dio preferencia al estilo aristotélico.

El hecho de que las autoridades determinaran una orientación prefijada a sus miembros condujo a garantizar el orden lógico, la formación sistemática, la solidaridad en las disputas, el pensamiento coherente en una misma dirección, incluso en las materias de libre opinión.

El largo perí­odo escolástico tuvo una importancia pastoral y catequética decisiva en la historia de la Iglesia. Dejó en los pastores una profunda necesidad de razonar para poner la filosofí­a al servicio de la teologí­a (Philosophia ancilla teologiae) y se multiplicaron los instrumentos pedagógicos como fueron las disputas en busca de la verdad, las sumas teológicas y filosóficas al servicios del orden lógico en las exposiciones, los manuales doctrinal que fueron verdaderos catecismos elevados a la categorí­a de sistemas docentes, la escolarización de los saberes, la disciplina en los planteamientos y búsqueda de la reflexión como soporte de la fe.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa