1 Y 2 SAMUEL

Introducción
En el texto heb., los dos libros de Samuel eran uno solo. El ATAT Antiguo Testamento gr. de la antigüedad consideraba a los libros de Sam. y Rey. como una sola obra histórica, dividiéndola en cuatro secciones llamadas los †œLibros de los Reinos† (o †œReinados†). La Biblia en latí­n conservó esta división, llamando a las cuatro secciones †œReyes†. Desde el siglo XVI, las Biblias heb. también han dividido el libro original de Sam. en dos partes, llamadas 1 y 2 Sam.

EL TEXTO
Es lamentable que el texto heb. estándar (masorético) de los libros de Sam. no se haya conservado bien (ver p. ej.p. ej. Por ejemplo: 1 Sam. 13:1 y sus notas). El texto gr. antiguo (LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT)) muchas veces difiere del heb., y puede ser de mucha ayuda. Los mss.mss. Manuscritos de Qumrán (Rollos del Mar Muerto) aportan algunas evidencias útiles adicionales del heb. Ocasionalmente es posible usar otras traducciones antiguas. Las notas en la RVARVA Reina-Valera Actualizada hacen alusión a estas fuentes de información cuando son importantes (ver p. ej.p. ej. Por ejemplo: 2 Sam. 12:7; 14:4).

METODOS PARA EL ESTUDIO DE LOS LIBROS DE SAMUEL

La erudición bí­blica encuentra tres problemas básicos en la manera de encarar el estudio de los libros de Sam. El primero es textual. ¿Se debe seguir el texto heb. estándar, o el de Qumrán u otras evidencias donde éstos difieren? El segundo es literario. ¿Las secciones complejas de Sam. se basan en diferentes documentos originarios o tradiciones? En dicho caso, ¿tienen que separarse del texto y ser con siderados individualmente? El tercero es histórico. ¿Los hechos sucedieron exactamente como aparecen en Sam., o debemos tratar de discernir entre lo histórico y lo que no lo es? A veces los tres problemas se dan al mismo tiempo como, p. ej.p. ej. Por ejemplo en el relato de David y Goliat. En este caso, el texto es mucho más breve en un importante manuscrito gr. que en el heb., y muchos eruditos opinan que el texto más breve es el original. El relato heb. quizá haya utilizado materiales de por lo menos un documento originario más. De ser así­, ¿este material adicional es o no tan históricamente fidedigno como los demás?
Para entrar en una explicación detallada de preguntas técnicas como éstas, deben consultarse comentarios más extensos. Para los fines de este comentario, se ha tomado el texto de la RVARVA Reina-Valera Actualizada como base para comentar; la RVARVA Reina-Valera Actualizada por lo general se sujeta al texto heb. En segundo lugar, el comentario supone que los relatos deben ser considerados tal co mo aparecen. Muchos estudios recientes enfatizan la necesidad de encarar al material como una unidad, sin negar que los autores bí­blicos se hayan valido de muchas fuentes. En tercer lugar, el comentario también trata estos relatos como históricos. Con esto no se pretende negar que existen algunos problemas históricos. No obstante, los escritores bí­blicos creí­an indudablemente que estaban presentando hechos históricos, y debemos compartir su forma de pensar si hemos de comprender su propósito y mensaje. Para este perí­odo en la historia de Israel hay escasa evidencia externa, pero podemos ofrecer dos argumentos para apoyar la exactitud histórica en general de los libros de Sam. Primero, el contenido en general, visto panorámicamente tiene sentido y concuerda bien con el contexto histórico. Por ejemplo, el comienzo de la monarquí­a de los israelitas ha de haber sido inevitablemente difí­cil y controversial, exactamente como se lo presenta. Además, las actividades filisteas son totalmente creí­bles. Segundo, las descripciones de los personajes principales son plausibles. David, en particular, es presentado realí­sticamente como un hombre muy habilidoso y atractivo, pero con algunas debilidades y fallas muy evidentes. No se lo idealiza, a pesar de ser tratado con simpatí­a.

FECHA, AUTOR Y PROPOSITO

El nombre Samuel en el tí­tulo se refiere al primer personaje de importancia en los libros, pero no fue él el autor; su muerte ya se registra en 1 Sam. 25:1. El autor es desconocido pero no puede haberlos escrito antes de la muerte de Salomón, hacia fines del siglo X a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, ya que 1 Sam. 27:6 demuestra conocimiento de la división del reino. Por lo general se coincide en que los libros de Sam. no fueron escritos solos sino que eran parte de toda una se cuencia de libros empezando con Jos. y terminando con Rey. De ser así­, el autor de toda esta obra histórica los escribió en la época del exilio babilónico (siglo VI a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). Algunos versí­culos, co mo son 1 Sam. 9:9 y 2 Sam. 13:18, sugieren que el escritor vivió mucho después de los eventos que registra. No obstante, éste se valió de muchos documentos originarios antiguos y auténticos, uno de los cuales es mencionado por nombre (2 Sam. 1:18).
Al investigar, entonces, el propósito del autor, tenemos que considerar el propósito de Jos., Jue., Sam., Rey. como un todo. Estos libros abarcan la historia de Israel desde la época de la conquista de Canaán hasta el exilio. Fue un perí­odo de victoria, apogeo, decadencia y caí­da. Sobre todo, el autor querí­a demostrar la mano de Dios y sus propósitos en todos estos eventos históricos. En particular, es tos libros son un comentario sobre la monarquí­a, institución que últimamente fracasó y que, no obstante, estableció la base de la esperanza mesiánica. En este contexto más amplio, los libros de Sam. tratan de los dos primeros reyes: Saúl y David. David fue el rey más grande de Israel y sus importantes logros se describen en detalle. Pero distaba de ser perfecto, y por cierto que a su reinado no le faltaron problemas. Los libros de Sam. ex plican las dos facetas, y muestran cómo Dios imponí­a su voluntad en la historia de Israel por medio de interactuar con David y otros individuos importantes. El mensaje es un llamado al arrepenti miento, al sufrir el pueblo de Dios durante el exilio por sus pecados cometidos en el pasado. También es un llamado a tener fe, con sus recordatorios de la elección de Israel por parte de Dios, su providencia para su pueblo en todas las edades, su fidelidad a él y su promesa de un Rey venidero.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1 SAMUEL

1:1—7:17 Primeros años de Samuel
1:1—3:21 Samuel y Elí­
4:1—7:17 Batallas contra los filisteos

8:1—15:35 Samuel y Saúl
8:1—12:25 Saúl llega al trono
13:1—15:35 Guerras y conflictos

16:1—31:13 Saúl y David
16:1—17:58 David ocupa su lugar en la corte
18:1—20:42 David y Jonatán
21:1—26:25 David como fugitivo
27:1—30:31 David en territorio filisteo
31:1-13 La batalla de Gilboa

2 SAMUEL

1:1—8:18 Primeros años del reinado de David
1:1—4:12 David e Isboset
5:1-25 David adquiere todo el poder
6:1—7:29 David, el arca y la casa de Dios
8:1-18 Más victorias

9:1—20:26 El rey David y su corte
9:1-13 David y Mefiboset
10:1—12:31 Guerra contra Amón y sus consecuencias
13:1—18:33 David y sus hijos mayores
19:1—20:26 Regreso de David y sublevación de Seba

21:1—24:25 Reinado de David: problemas y perspectivas
21:1-22 Hambruna y guerra
22:1—23:7 Dos salmos de David
23:8-39 Los valientes de David
24:1-17 Censo y plaga
24:18-25 El nuevo altar
Comentario

1 SAM. 1:1–7:17 PRIMEROS Aí‘OS DE SAMUEL

La situación histórica al comienzo de la narración de los libros de Sam. es la del final de perí­odo de los jueces; 1 Sam. es la continuación del libro de Jue. Hay dos temas principales en los libros de Sam.: El problema de liderazgo en Israel, el pueblo de Dios y la presencia de Dios en medio de él. El primer tema significa que la historia de Israel se presenta en términos de la vida y la carrera de tres individuos importantes: Samuel, Saúl y David. El se gundo tema involucra la mención frecuente del santuario y el arca del pacto. (Los dos temas se juntan cuando se dice que el Señor estaba †œcon† un lí­der u otro.)
Este perí­odo de tres generaciones fue testigo de dos grandes cambios en Israel. El primero fue un cambio constitucional. El sistema de gobierno cambió radicalmente al ser el liderazgo de los jueces suplantado por la monarquí­a. Este cambio involucró muchos detalles administrativos, especialmente la centralización y lo que ahora llamarí­amos burocracia. También resultó en la elevación de una familia a una posición de gran poder y prestigio, a saber la dinastí­a de David. El segundo cambio grande fue la caí­da del santuario en Silo. Silo fue reemplazada, después de un intervalo, por Jerusalén, que se convirtió no sólo en la capital religiosa sino también polí­tica del reino de Israel. Es interesante notar que todos los eventos de 1 y 2 Sam. tuvieron el efecto de transferir el liderazgo en Israel de la tribu de Efraí­n a la tribu de Judá. Estas eran las dos tribus más grandes, y sus territorios estaban separados por la pequeña tribu de Benjamí­n (ver el mapa, p. 252). Entonces el liderazgo se desplazó hacia el sur, desde Silo (Elí­) primero a Benjamí­n (Samuel y Saúl) y luego a Judá (David).
Los libros de Sam. no sólo consignan cómo sucedió todo esto, sino el porqué. Diversos seres humanos intervienen en la historia, con una variedad de motivaciones. Más importante para los escritores bí­blicos era la cuestión de los propósitos y acciones de Dios en medio del devenir de la historia humana.

1:1-3:21 Samuel y Elí­

Durante el perí­odo de los jueces las tribus israelitas por lo general actuaban independientemente unas de las otras, y han de haber reconocido a diferentes lí­deres en diferentes lugares del paí­s (ver el mapa en la p. 260). Los ancianos de las tribus eran importantes (ver 8:4), y las familias sacerdotales en santuarios principales como el de Silo han de haber sido polí­ticamente influyentes. (No siempre habí­a †œjueces† como tales, no lideraban a todo el paí­s.) Al comenzar nuestra historia, entonces, podemos suponer que el lí­der más importante de su época era Elí­. Estaba envejeciendo, y se esperaba que sus dos hijos pronto lo sucedieran (1:3). Pero en realidad habrí­a de ser Samuel quien ocuparí­a el lugar de Elí­, como lo explican estos capí­tulos. La primera pregunta es cómo fue que Samuel fue a parar a Silo; el cap. 1 contesta esta pregunta.
1:1–8 Elcana y sus dos esposas. Los primeros tres versí­culos preparan la escena, describiendo a los padres de Samuel en su peregrinaje anual al santuario en Silo. Era lí­cito casarse con más de una mujer (ver Deut. 21:15–17), y por cierto que una segunda esposa ha de haber sido una señal de afluencia. El cuadro general es el de una familia respetable y temerosa de Dios. Pero no era una familia totalmente feliz. La esterilidad puede todaví­a causar infelicidad psicológica, pero en la época del ATAT Antiguo Testamento era mucho peor, en una sociedad que consideraba una vergüenza el que una mujer casada no tuvie ra hijos. A pesar de los intentos de Elcana de ayudar y consolar a Ana, la crueldad de Penina, su esposa-rival, hací­a que su posición fuera intolerable.
Ramataim es una forma más larga del usual †œRamᆝ (ver v. 19). Según 1 Crón. 6:22–38 los descendientes de Zuf eran un clan leví­tico, pero el énfasis aquí­ es el hecho de que Elcana viví­a en las tierras tribales de Efraí­n. Por eso era natural que adorara en Silo. Estos versí­culos ilustran algunas costumbres religiosas de aquella época. Familias enteras hací­an una peregrinación anual a los santuarios como el de Silo, a fin de rendir culto a Dios ya sea en las épocas festivas o en alguna ocasión especial de la familia. Las familias presentaban animales para ser sacrificados. Después de haber sido ofrecido el sacrificio, parte de la carne era devuelta a los adoradores. Hay más detalles en 2:13–16. Tales porciones de carne eran evidentemente muy valoradas, pero en este caso fue motivo de favoritismo, celos, amargura y angustia.
1:9–20 La oración de Ana y el nacimiento de Samuel. Desesperada, Ana volcó su angustia en una sentida oración pidiendo un hijo. Reforzó su oración con un solemne voto (11). El hijo que Dios le diera serí­a consagrado a él desde su nacimiento hasta su muerte. Núm. 6 describe cómo los israelitas podí­an consagrarse voluntariamente al servicio de Dios durante un perí­odo determinado. A éstos se les llamaba nazareos, y hací­an voto de nunca cortarse el cabello, sí­mbolo visible de su dedicación a Dios. De la misma manera, Ana prometió que su hijo serí­a un nazareo de por vida.
Elí­, el sacerdote principal en Silo, fue persuadido a dar su bendición y apoyo a Ana (17). Su equivocación inicial (13, 14) es quizá un primer indicio para el lector de que Elí­ estaba gradualmente perdiendo su capacidad como lí­der de Israel.
Luego sigue el nacimiento de Samuel. Los vv. 19, 20 agrupan la agencia humana y divina. En un sentido, el nacimiento de Samuel fue perfectamente natural, pero el quitarle la infertilidad a Ana fue totalmente obra de Dios. Ana misma no dudaba de que Dios habí­a contestado su oración. El nombre Samuel no significa lit.lit. Literalmente †œpedido†; en heb. el nombre suena como la frase †œescuchada por Dios†. Diversas explicaciones de nombres del ATAT Antiguo Testamento sacan implicaciones de otras palabras diferentes que se parecí­an a los nombres. El nombre Saúl significa †œpedido†, y el autor bí­blico quizá nos haya estado diciendo desde el principio que Samuel era un hombre enviado por Dios de una manera como nunca lo serí­a Saúl.
1:21–28 Dedicación de Samuel. El capí­tulo termina relatando cómo Ana, con la aprobación total de su esposo, cumplió su voto y entregó a Samuel a Jehovah. Llevaron otros presentes y ofrendas a Silo (24), pero su sacrificio más grande fue dejar al muchachito allí­ en el santuario, ya que el niño era pequeño. El verbo de la última frase del capí­tulo en otros mss.mss. Manuscritos y versiones aparece en singular: adoró, por lo cual muchos piensan que se refiere probablemente al pequeño Samuel, quien adoró allí­ en Silo a Jehovah cuando sus padres lo dejaron con Elí­ (2:11 es similar). El verbo adoró (ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada) es ambiguo, y podrí­a incluir a Elí­ o Elcana. Un mss.mss. Manuscritos heb. encontrado en Qumrán consigna que Ana es el sujeto: †œella adoró†, lo cual cabe bien aquí­: ella entregó al niño a Elí­ y luego adoró a Jehovah, quien le habí­a concedido lo que le pidió. Este pequeño problema textual no afecta el sentido general del texto.
La historia de Ana no debe ser interpretada como una promesa de que Dios siempre quitará la infertilidad o cualquier otro problema fí­sico, aunque sí­ recalca el valor de creer en la oración. Su propósito principal es mostrar cómo Dios se hace cargo de los acontecimientos: Si Ana hubiera tenido antes un hijo, no lo hubiera dejado en el templo en Silo, para criarse allí­ a fin de ser un hombre de Dios, a la vista de todos, listo para asumir su posición de liderazgo.
2:1–10 El canto de Ana. Muchos comentaristas opinan que el canto de Ana es un salmo de una fecha posterior puesto en los labios de ella por el escritor bí­blico. Parece más un salmo que una oración; pero la razón principal para arribar a esta conclusión es la referencia a un rey en el v. 10. En la época de Ana Israel no tení­a rey, y su hijo Samuel no estaba destinado a serlo. El salmo es llamado una oración, no un oráculo profético, así­ que no serí­a de esperar que incluyera una predicción de largo alcance. Pareciera entonces, que es muy posible que las palabras originales de Ana hayan sido aumentadas. Por cierto que el autor bí­blico usó el poema como un todo para mirar hacia adelante y dar un propósito teológico al relato de los acontecimientos descritos en 1 y 2 Sam. El nacimiento de Samuel fue el primer paso en los planes de Dios para dar a Israel salvación de sus enemigos filisteos (1). Desde su humilde origen y difí­ciles circunstancias David obtendrí­a poder como el ungido de Dios, el rey de Dios sobre Israel (10). En su contexto, la mención de hostilidad (1) y esterilidad (5) nos recuerda las experiencias personales de la propia Ana, pero el poema tiene una perspectiva mucho más amplia. Quiere mostrar cómo Dios puede trastornar los valores y cálculos humanos y muchas ve ces lo hace. Vida y muerte, riqueza y pobreza están totalmente dentro de su control; también lo están el apogeo y la decadencia de las naciones porque la autoridad y el poder de Dios llegan a los confines de la tierra (10). Pero Dios no derroca al poderoso y da fortaleza al débil en una forma vengativa ni injusta. Dios se habí­a vinculado con los israelitas (nación pequeña y débil) como su Dios. Así­ que el poema desde el principio expresa fe en nuestro Dios, descrito como la roca (2), una ilustración clara de seguridad y estabilidad. Vea notas en la RVARVA Reina-Valera Actualizada correspondientes a la palabra poder en los vv. 1, 10. El cuerno era una señal visible de fortaleza o éxito.
Nota. 10 Todos los reyes de Israel eran ungidos con aceite al comienzo de sus reinados (ver 10:1 y 16:13 y las notas sobre estos versí­culos).
2:11–26 El santuario en Silo. Es así­ que el servicio de Samuel a Dios en Silo comenzó en su niñez. Sin duda al principio sus tareas serí­an sencillas, ayudando a Elí­, pero a medida que crecí­a (21) su mi nisterio se desarrolló lo suficiente como para impresionar favorablemente a todos los que llegaban a Silo (26). Se nos da un vistazo final de los padres de Samuel en los vv. 19–21, y se aclara muy bien que Dios habí­a quitado permanentemente la infertilidad de Ana, dándole alegrí­a en su maternidad y vida familiar. Ella entregó Samuel a Dios, pero, a cambio, fue ricamente recompensada.
Samuel, entonces, aunque sencillamente, serví­a a Jehovah (11). No se nos dan detalles de sus actividades, pero el pasaje las resumen diciéndonos que tanto Dios como los hombres se sentí­an complacidos con él (26). Hay un contraste evidente entre Samuel y los hijos de Elí­, Ofni y Fineas (12). Estos eran los sacerdotes más prominentes en Silo (ver 1:3), y su conducta avara, arrogante y egoí­sta se des cribe en detalle en los vv. 13–16. Los que ordinariamente rendí­an allí­ culto a Dios estaban exasperados con ellos, como lo muestra el v. 23, y el santuario entero se habí­a desprestigiado. El pasaje se ocupa aun más en enfatizar la ira de Dios y su decisión de poner fin a la situación (25). Elí­ mismo era un hombre piadoso, afligido por la conducta de sus hijos, pero ellos no escucharon la voz de su padre (25) quien les reprochaba su proceder.
13–17 Es probable que lo que acostumbraban hacer, según el v. 13, era algo común en Silo, aunque los reglamentos en Lev. 7:31–35 son bastante diferentes. En cualquier caso, todos los sacerdotes tení­an derecho a una porción apropiada de la carne de los sacrificios. Pero los dos hijos de Elí­, demostraron tanta gula por la carne para asar que tomaban lo que querí­an, aun por la fuerza, antes de que quemaran el sebo como un sacrificio a Dios. Aun los adoradores comunes sabí­an que Dios debí­a tener su parte antes de que cualquier ser humano comiera su porción (16). Con su conducta, Ofni y Fineas poní­an a Dios en segundo lugar, mostrando irreverencia hacia Jehovah mismo y a sus ofrendas (17).
18, 19 El efod era una vestimenta sacerdotal, probablemente usada encima de la túnica que su madre le confeccionaba. Aun en la sencilla cuestión del vestido, Samuel, a diferencia de los hijos de Elí­, tení­a cuidado de hacer lo correcto.
25 La pregunta desafiante de Elí­ se basaba en un procedimiento legal, y presenta a Dios como el juez. Un juez puede arbitrar entre dos hombres, pero si alguien hace un mal contra el juez mismo, en tonces no hay posibilidad de evitar el juicio.
2:27–36 Una profecí­a sobre el sacerdocio. La frase hombre de Dios es otro tí­tulo de los profetas. El profeta desconocido presenta una descripción detallada de lo que sucederí­a con el sacerdocio en Israel. La caí­da de la familia de Elí­ es anunciada: Ofni y Fineas †¦ morirán en el mismo dí­a, y otros familiares de Elí­ se verí­an reducidos a mendigar por trabajos sacerdotales muy humildes (36). El v. 31 predice la masacre que sucedió en Nob (ver cap. 22). El v. 35 predice la grandeza de un sacerdote fiel, pero se extiende más allá del ministerio de Samuel al de Sadoc. Sadoc fue sumo sacerdote durante el reinado de David (2 Sam. 8:17), y su familia (una casa firme) cumplió el oficio de sumo sacerdote en Jerusalén a lo largo del perí­odo de la monarquí­a. David y su lí­nea de reyes son llamados aquí­ †œungidos† de Dios.
Los detalles del v. 35 poco significaban para Elí­ ya que morirí­a muchos años antes de que David fuera rey o de que Sadoc fuera sumo sacerdote. Pero el versí­culo era importante para los lectores, ya que les decí­a claramente que el ascenso de Sadoc al sacerdocio era la voluntad y el plan de Dios. Los autores bí­blicos pensaban constantemente en sus lectores, y es muy probable que cuando era apropiado exageraban los discursos originales de los per sonajes históricos, a fin de ayudar a los lectores a entender mejor las cosas. Puede ser, entonces, que el discurso del profeta desconocido para Elí­ haya sido más breve de lo que aquí­ es. Aun así­, no se debe ignorar un principio importante del ATAT Antiguo Testamento: Dios no sólo dominaba los asuntos de Israel sino que también anunciaba con anterioridad todos los acontecimientos y cambios importantes. Esta era una de las funciones importantes de los profetas. Otra caracterí­stica del papel profético era recordar a sus oyentes los acontecimientos significativos del pasado, especialmente los que revelaban la bondad de Dios. En este discurso dicha dimensión histórica se encuentra en los vv. 27, 28.
3:1–21 El llamado de Samuel. El lector cuidadoso de 2:27–35 puede haberse sentido desconcertado por el hecho de que esta profecí­a sobre el sacerdocio nada decí­a del futuro de Samuel. La predicción de un †œsacerdote fiel† en 2:35 no se cumplió en Samuel, y sus descendientes no fueron †œfirmemente establecidos† en el sacerdocio. El cap. 3 da la respuesta: El papel futuro de Samuel no serí­a co mo cabeza de una familia sacerdotal. En cambio, serí­a el gran profeta de su generación. Los sacerdotes no necesitaban un llamado divino para su oficio, porque nací­an dentro de familias sacerdotales. Pero los profetas, en cambio, recibí­an un llamado individual, una experiencia directa con Dios; y el cap. 3 registra el llamado profético de Samuel.
La palabra de Jehovah y las visiones (1) eran dos tipos de dones divinos dados a los profetas. Por dos razones se nos dice que ambos escaseaban (lit.lit. Literalmente †œprecioso†) en aquel tiempo. Primera, la afirmación enfoca la atención en la seria necesidad de Israel de contar con dirección profética. Segunda, explica de antemano por qué el hecho de que Jehovah llamara en voz alta a Samuel (4) los tomó de sorpresa tanto a Samuel como a Elí­.
El v. 3 menciona dos caracterí­sticas del templo: la lámpara de Dios y el arca del pacto. Ambos eran sí­mbolos de la presencia de Dios. Lev. 24:1–4 da instrucciones cuidadosas a los sacerdotes para que mantengan las lámparas encendidas en el santuario todas las noches. Cuando Samuel oyó la voz de Dios la lámpara todaví­a estaba encendida, por lo tanto, no habí­a amanecido. Si Dios hablara serí­a en el santuario donde su voz esperaba oí­rse; por eso Samuel estaba acostado cerca del arca. El llamado se repitió tres veces, confimándoles tanto a Samuel como a Elí­ que era realmente un mensaje de Dios.
En los vv. 11–14 el mensaje de Dios a Samuel confirmaba la profecí­a de 2:27–36. No se vuelven a repetir todos los detalles de lo que habí­a de suceder, pero el sentido de culpa de Elí­ mismo recibe un nuevo énfasis. Elí­ no habí­a sido un sacerdote malo ni habí­a blasfemado como sus hijos, pero, al fin y al cabo, él estaba a cargo del santuario y no les habí­a reprochado. Samuel al principio naturalmente vaciló en decirle a Elí­ lo que habí­a escuchado. (La palabra visión sencillamente se refiere a toda esta experiencia profética.) Al escuchar las palabras severas del Señor, Elí­ no se quejó. Su reacción demuestra su resignada aceptación del juicio de Dios, demostrando claramente que el cambio en el liderazgo sacerdotal era aceptado por Elí­. (En exactamente la misma forma, el rey Saúl más adelante reconoció que Dios estaba transfiriendo el liderazgo real de él a David; ver 24:20.)
Los vv. 19–21 dan un breve resumen de los años siguientes, durante los cuales Samuel crecí­a. Por el momento, Elí­ seguí­a como sacerdote en Silo, al igual que sus malvados hijos; pero era Samuel quien captaba la atención popular. El santuario mismo pasó a ser de menos importancia que el hombre de Dios, ya que la presencia de Dios estaba indudablemente con él. Todo lo que Samuel predecí­a se cumplí­a (19). La palabra o visión profética dejó de ser una rareza, y todo Israel llegó a entender esto. Dan era la ciudad más importante en el norte de Israel, y Beerseba quedaba al extremo sur del paí­s; por lo tanto, la fama de Samuel se extendió por toda la nación. Dios daba su palabra regularmente a Samuel, y de Samuel pasaba a los ciudadanos de Israel (4:1).

4:1-7:17 Batallas contra los filisteos

Aquí­ Samuel desaparece de la historia hasta el 7:3. Hay una habilidad literaria eficaz en esta caracterí­stica inesperada, ya que se le ha hecho pensar al lector que puede esperar grandes cosas de Samuel. Existe un propósito teológico en esto. Los caps. 4–6, además de explicar cómo se cumplió el juicio de Dios sobre Elí­ y su familia, hacen un contraste entre la palabra de Dios (revelada por medio de profetas como Samuel) y el arca del pacto. El arca era un sí­mbolo importante de la presencia de Dios, pero era muda. El arca podí­a fácilmente in terpretarse mal, o podí­an robarla o llevarla a algún lugar remoto. La palabra hablada de Dios, como ya lo hemos visto, nunca es remota, sino conocida desde Dan hasta Beerseba. No obstante, en estos tres capí­tulos el arca es el centro de atención. Simbolizaba no sólo la presencia de Dios sino también su poder. Al perder el arca a manos filisteas, Israel aprenderí­a que Dios puede decidir quitarles su poder; ¡ni ellos ni los filisteos podí­an manipular a Dios!
4:1–11 Dos victorias filisteas. El lugar de los acontecimientos narrados en los caps. 1–3 era un pequeño sector de la Efraí­n septentrional. La escena ahora cambia al oeste, desde las sierras a la planicie costera que los filisteos habí­an conquistado un siglo atrás. Esta pequeña pero poderosa nación habí­a empezado a dominar partes de Israel en la época de Samsón (Jue. 13–16), y su ejército bien entrenado representaba ahora una nueva amenaza. Los israelitas no contaban con un ejército permanente y, en casos de emergencia, tení­an que llamar a los hombres de las granjas y los campos para pelear cualquier batalla que les fuera impuesta. No sorprende, entonces, que los filisteos ganaron una rápida victoria en Afec (2); pero sí­ fue una gran sorpresa para los ancianos israelitas, quienes evidentemente habí­an esperado que Dios le diera la victoria a Israel. El pasaje muestra qué poco entendí­an a Dios los israelitas y los filisteos. Tanto los unos como los otros creí­an que el arca del pacto mismo era una especie de í­dolo, un objeto mágico que darí­a gran poder a Israel en el campo de batalla. Así­ que el arca fue llevada al campo de batalla, escoltada por Ofni y Fineas. Los filisteos temí­an su poder, pero no se desesperaron, presumiblemente porque adoraban a sus propios dioses, incluyendo a Dagón (5:2). Lucharon con valor y ganaron una victoria aun mayor. Israel perdió a mu chos hombres en la batalla, incluyendo a los dos hijos de Elí­: y de esta manera se cumplió la profecí­a de 2:34: El arca de Dios fue tomada.
Notas. 4 Esta descripción del Señor se refiere a la forma como fue construida el arca: ver Exo. 25:17–22. 6 El término hebreos significaba lo mismo que †œisraelitas†.
4:12–22 La muerte de Elí­. Antes de seguir al arca por territorio filisteo, el relato presenta el fin que tuvo Elí­. De 98 años, no murió de viejo sino de una caí­da causada por la impresión al escuchar las malas noticias. La profecí­a del cap. 2 habí­a predicho que la familia de Elí­ perderí­a su liderazgo sacerdotal, pero insinuando que la familia misma seguirí­a existiendo. Así­ que los últimos versí­culos del cap. 4 mencionan el nacimiento de un nieto de Elí­. Nada dice de su vida y carrera, pero el nombre en sí­ era un triste presagio: Icabod significaba †œsin gloria†. Su madre, moribunda, pensaba en la pérdida del arca, y ella también parecí­a suponer que Dios se habí­a apartado de Israel junto con el arca. En eso estaba equivocada, pero el nombre que le dio a su hijo simbolizaba el hecho de que la familia de Elí­ habí­a perdido todo honor y privilegio.
Algunos comentaristas se han preguntado si Israel no pagó muy caro el pecado de dos hombres. Ofni y Fineas merecí­an morir pero, ¿qué de los miles de israelitas que murieron en el campo de bata lla? El libro de Jue. muestra que Israel sufrió muchas derrotas militares cuando era infiel a Dios, y 1 Sam. 7:3, 4 muestra que en la época de Samuel, Israel una vez más era culpable de idolatrí­a. Pero 1 Sam. 4 no da ninguna razón. El Señor actuó como habí­a planeado, sin dar explicaciones ni a Israel ni al lector. El interés del autor bí­blico es el destino de la familia de Elí­. Su otro propósito principal es mos trar que Dios estaba en control de los acontecimientos, pero el lector apenas lo va percibiendo paulatinamente al ir desarrollándose el relato en los próximos dos capí­tulos.
18 Este versí­culo aclara que en su generación Elí­ habí­a sido el personaje polí­tico más importante en Israel. Habí­a juzgado conecta a Elí­ con los persona jes importantes descritos en el libro de Jue. La muerte de Elí­ significó que los israelitas necesitaban desesperadamente un nuevo lí­der, y uno que (como los jueces) los rescatara de sus agresores.
5:1–12 El arca en manos filisteas. Las ciudades principales de los filisteos eran cinco, y tres de ellas aparecen en el cap. 5: Asdod (1), Gat (8) y Ecrón (10). Los filisteos adoraban a dioses cananeos, de los cuales Dagón era uno (Sansón habí­a destruido el templo de Dagón en otra ciudad filistea principal, Gaza, ver Jue. 16:30.) Era una práctica común en el antiguo Medio Oriente que los conquistadores colocaran los í­dolos capturados en los templos de sus propias deidades; sin duda se creí­a que los dioses de los victoriosos habí­an vencido y capturado a los dioses de sus enemigos. Así­ que los filisteos creí­an que ahora Dagón habí­a vencido y capturado a Jehovah. Pero pronto comprobaron que ¡Dagón no tení­a ni a su propia estatua bajo su control! Por el colapso de este í­dolo surgió una extraña superstición local (5). El v. 6 por fin le dice directamente al lector que Jehovah mismo habí­a estado activo en los sucesos en Asdod; los filisteos del lugar no habí­an recibido tal revelación de Dios y habí­an arribado a sus propias conclusiones. Si el colapso de su í­dolo apenas si los desconcertó, sus sufrimientos personales muy pronto les persuadieron de que Jehovah era poderoso y activo debido al arca del pacto que tení­an en su templo. Así­ que el arca fue enviada primero a Gat, luego a Ecrón con resultados similares en ambas ciudades.
6:1–12 El regreso del arca. Para entonces, todos los filisteos estaban convencidos de que el arca era propiedad de Jehovah, Dios de Israel (2) y también de que era un objeto peligroso. Tení­a que ser manejado con gran cuidado para que no sufrieran problemas peores. Así­ que naturalmente se valieron de sus propios expertos religiosos para que les aconsejaran cómo devolver el arca sin correr ningún pe ligro. Sus consejeros tení­an que contestar dos distintas preguntas: ¿Dónde exactamente en Israel debí­a ser enviada el arca? ¿Y cómo debí­an hacerlo? La respuesta detallada de ellos nos da un interesante pa norama de las ideas religiosas de la época. Primera, se requerí­a una ofrenda por la culpa, como una confesión de que habí­an hecho lo malo. Segunda, debí­an pagar una compensación (en oro). Ter cera, el transporte provisto para el arca no debí­a ser conducido o guiado, sino que su rumbo debí­a dejarse en mano de los dioses. (Es evidente que los expertos religiosos temí­an el poder de Jehovah, pero no estaban bien seguros de lo que realmente habí­a causado los problemas de los filisteos.)
Puede verse otro aspecto del pensamiento filisteo en el hecho de que confeccionaban figuras de las cosas de las cuales querí­an librarse (5). Esta práctica se conoce entre los eruditos como magia compasiva; se creí­a que cuando se deshací­an de las figuras, ¡los males también desaparecí­an! Los tumores eran sí­ntomas de la plaga que probablemente habí­a sido causada por los ratones. En la antigüedad no se sabí­a que las ratas transmití­an plagas, y parece que éstas estaban atacando los depósitos de comida.
El v. 6 nos recuerda que Dios habí­a usado antes las plagas para forzar a Egipto, un enemigo anterior de Israel, a soltar a Israel, su pueblo (ver Exo. 7–12). El poder del Dios de Israel se veí­a en su control sobre eventos fuera de Israel. En siglos posteriores, cuando otros enemigos (especialmente Asiria y Babilonia) eran demasiado fuertes para Israel y Judá, estas historias que demostraban el poder de Dios se convirtieron en una fuente de gran consuelo para el pueblo de Dios y alentaban su fe en la habilidad de él de rescatarlos.
6:13—7:1 El arca regresa a Israel. Sin que interviniera ningún ser humano, las vacas llevaron el arca a Bet-semes, que era un pueblo dentro de territorio israelita, justo al otro lado de la frontera fi listea. La estratagema de los filisteos habí­a triunfado (o, más bien, Jehovah mismo habí­a traí­do lo suyo de vuelta a Israel). Los vv. 16–18 muestran con cuánta seriedad habí­an tratado los filisteos el pro blema del arca: todos, o sea los cinco reyes de ellos, siguieron al arca hasta la frontera israelita, aun cuando el arca nunca habí­a sido llevada a dos de las ciudades mencionadas en el v. 17.
Los vv. 13–15 nos dicen que los israelitas de Bet-semes no cabí­an en sí­ de gozo ante la devolución del arca, y sus primeras acciones fueron buenas y correctas. Por ejemplo, los hombres que bajaron el arca eran levitas, hombres cuya responsabilidad especial era llevarla (ver Deut. 10:8). Así­ que el v. 19 da una noticia inesperada. El que Dios hubiera herido con una plaga tan grande a Bet-semes era una demostración de que el arca era tan peligrosa para los israelitas como para los filisteos: Dios debí­a ser tratado con la reverencia y el respeto debidos. La razón principal por la cual se menciona este triste incidente es que explica por qué el arca concluyó su viaje no en Bet-semes sino en el pueblo vecino de Quiriat-jearim.
7:2–17 Logros de Samuel. El relato del itinerario del arca termina en el v. 2. Fue llevada a la casa de Abinadab y, muchos años después durante el reinado de David, a Jerusalén (ver 2 Sam. 6). Los veinte años parece referirse no a la estadí­a del arca en Quiriat-jearim, sino al estado deprimido del pueblo de Israel. La presencia del arca en su tierra les habí­a causado muchos problemas a los filisteos, pero no olvidemos que en las batallas del cap. 4 éstos habí­an asestado un duro golpe derrotando a Israel. Los filisteos eran todaví­a los conquistadores triunfantes, y podí­an imponer su voluntad sobre los israelitas en territorio de Benjamí­n, situado al sur de Efraí­n, y en otros sectores. El v. 7 es una ilustración de esta situación, tanto de la agresión filistea como del temor israelita.
Por primera vez, se nos da en el v. 3 la razón de la debilidad de los israelitas: se habí­a generalizado entre ellos la idolatrí­a. Los dioses extraños incluí­an al dios cananeo Baal y a la diosa cananea Astarte (4). Como sucediera con frecuencia en el libro de Jue., la infidelidad israelita a Jehovah habí­a causado el castigo divino. Y como en Jue., el genuino arre pentimiento israelita revertirí­a la situación. Los métodos de Dios siempre habí­an sido de castigar al Israel pecador por medio de invasiones y ataques foráneos, y de rescatar al Israel arrepentido a través del liderazgo de sus †œjueces†. El cap. 7 presenta exactamente la misma secuencia de pecado, arrepentimiento y salvación. El hombre escogido por Dios para traer liberación era, por supuesto, Samuel quien en este contexto es llamado apropia damente juez (6).
En los caps. 1–3 Samuel primero fue aprendiz de sacerdote, luego profeta. Ahora en el 7:6 lo encontramos en un nuevo papel como lí­der que juzgaba a los israelitas. La palabra se usa deliberadamente para mostrar que era el hombre escogido por Dios para librar a Israel. En la práctica no es claro cuál era exactamente su función polí­tica, ya que los filisteos tení­an tanto poder. De cualquier modo, todo Israel le prestaba atención (4:1), así­ que únicamente él podí­a convocar una asamblea nacional en Mizpa, en territorio de la tribu de Benjamí­n. (Silo habí­a quedado en ruinas a manos de los filisteos y probablemente habí­a sido abandonada.) El propósito era religioso, pero una reunión tan grande parecí­a un ejército; y, efectivamente, se convirtió en un ejército (10, 11). Así­ que no sorprende el hecho de que los filisteos los consideraran una po sible amenaza y los atacaran. Pero, por supuesto, la asamblea israelita no era un ejército preparado, y si no hubiera sido por la ayuda de Dios hubieran sido masacrados por los filisteos. Los pueblos antiguos creí­an que los truenos y relámpagos eran señales de la ira divina, por lo que es fácil entender la confusión y el pánico de los filisteos.
La piedra memorial (12) colocada para celebrar la victoria israelita fue llamada Eben-ezer, lit.lit. Literalmente †œpiedra de ayuda†. Los israelitas habí­an sufrido una derrota en otro lugar llamado Eben-ezer (ver 4:1), unos km.km. Kilómetro(s) más al norte, y parece que Samuel deliberadamente volvió a poner el nombre para recalcar la primera victoria israelita sobre los filisteos. En realidad se trataba probablemente de sólo una victoria menor, pero bastó para mantener a los filisteos fuera del territorio israelita durante bastante tiempo, y marcó el comienzo de un perí­odo en que el poder filisteo decayó, gracias a la mano de Jehovah (13). Los triunfos israelitas de este perí­odo, que es llamado el tiempo de Samuel, fueron logrados bajo el liderazgo militar del rey Saúl (14:47), ya que Samuel nunca fue militar. No obstante, Saúl, por diversas razones no es mencionado en el cap. 7. La primera es que 7:13–17 es sencillamente un resumen de las actividades de Samuel. Segunda, Saúl todaví­a no ha sido presentado en el relato, y hubiera arruinado el impacto de los capí­tulos siguientes incluir su nombre en este lugar. Tercera, hay un mensaje escondido en el cap. 7, en anticipación de los acontecimientos del cap. 8. En el cap. 8 los ancianos de Israel demandaban que se les diera un rey, degradando así­ a Samuel y quitándole el liderazgo polí­tico. El cap. 7, por lo tanto, toma la postura de que aun sin la pericia militar de Saúl, Samuel era perfectamente capaz de llevar a Israel a la victoria. Dios era el verdadero autor de la victoria, y hací­a mucho tiempo lo habí­a llamado para que fuera su portavoz y diera a Israel cualquier tipo de dirección que necesitara. Desde la perspectiva humana, Samuel se convirtió en el subordinado de Saúl cuando éste subió al trono. Pero desde la perspectiva de Dios, era el rey quien estaba subordinado al hombre de Dios.
El párrafo final muestra a Samuel en otra función —como juez—, en el sentido en que usamos la palabra en la actualidad, un papel que conservó después que Saúl subiera al trono. Su centro estaba en RamaÅ’, la ciudad de sus antepasados (ver 1:19), y las otras ciudades listadas estaban en la misma región. De esta manera estos versí­culos describen lo extenso de los servicios de Samuel a Israel. También establecen un fundamento geográfico para los acontecimientos narrados en los capí­tulos que siguen, que tuvieron lugar en RamaÅ’ (8:4), Mizpa (10:17) y Gilgal (11:14); también Betel recibe una breve mención (10:3).
Nota. 14 Los amorreos, llamados también cananeos, viví­an en pueblos y ciudades dentro de Israel. En ocasiones parece que luchaban al lado de los fi listeos en contra de los israelitas. De una manera u otra, Samuel pudo llevarse bien con ellos.

8:1-15:35 SAMUEL Y SAUL
Esta sección incluye una descripción completa de la secuencia de eventos que culminaron con la subida de Saúl al trono de Israel. El comienzo de la monarquí­a significó un cambio enorme en la forma como Israel era gobernado y estaba organizado. Esta novedad de tanta trascendencia merecí­a la reseña completa que dan los caps. 8–12. El primer rey fue Saúl y, naturalmente, juega un papel prominente en el relato. Pero el autor bí­blico nunca nos deja olvidar a Samuel; en realidad, desde la perspectiva del escritor bí­blico, Samuel siguió siendo el verdadero lí­der de Israel, aun cuando entregara los asuntos militares y polí­ticos al nuevo rey. En el cap. 15, el último de esta sección, Samuel todaví­a tení­a la autoridad dada por Dios para rechazar el reinado de Saúl.

8:1-12:25 Saúl llega al trono

Al estudiar estos capí­tulos ayuda tener en cuenta tres perspectivas: La del historiador moderno, la del autor bí­blico y la del relator.
Para el historiador moderno el desarrollo de la monarquí­a en Israel era inevitable. Los filisteos representaban un serio peligro y estaban bien equipados y organizados. Los israelitas tení­an la ventaja de ser más numerosos, pero estaban desunidos. Las diversas tribus israelitas mayormente actuaban de forma independiente, y ninguna de ellas tení­a un ejército permanente. Así­ que la opción era indudable: A menos que encontraran una manera de unir a las tribus y de montar un ejército, Israel morirí­a como nación. En el mundo antiguo la monarquí­a era la única estructura posible para alcanzar esta meta. Así­ que desde la perspectiva histórica, el pedido urgente de los ancianos en 8:5 era natural. Tenemos que recordar que la victoria israelita registrada en el cap. 7 no habí­a cambiado la situación del poder e imperialismo filisteo en general. Así­ que para el historiador, la conducta de los ancianos israelitas no es ninguna sorpresa.
La perspectiva del autor bí­blico era muy diferente. Desde su punto de vista, Israel ya tení­a rey: Como nos dice 8:7, nada menos que el propio Jehovah. Los reyes humanos pueden ser débiles o incompetentes pero, ¿cómo podí­a un rey divino dejar de guiar a su pueblo hacia la paz y prosperidad? Dios habí­a dado pruebas muchas veces en el pasado de que podí­a dar la victoria a su pueblo y, en la persona de Samuel, Dios ya les habí­a provisto del lí­der humano que necesitaban. Era verdad que Israel habí­a sufrido derrotas, como en el cap. 4, pero dichas derrotas eran por culpa de ellos, por no ser leales a su rey, Jehovah. Así­ que desde la perspectiva bí­blica y teológica, el que los ancianos pidieran un rey humano era pecado, un rechazo de la monarquí­a de Dios y un intento por ganar victorias sin su liderazgo o ayuda.
Dado que el narrador y el teólogo eran la misma persona, la tercera perspectiva básicamente no es diferente de la segunda. No obstante, es importante no olvidar la asombrosa habilidad literaria del autor bí­blico, y la manera como da forma a su narración para lograr que sus puntos teológicos sean más claros y eficaces. Para el historiador, hemos visto, no sorprende el que los ancianos pidieran un rey. Pero para el lector común es un golpe tremendo después de las descripciones de los logros de Samuel que describe en el cap. 7. Para el narrador el poder filisteo era relativamente insignificante y por lo tanto ignorado por el momento. El verdadero poder estaba en las manos de Dios, no en las de los filisteos. El serio problema humano no era la debilidad militar israelita sino la falta de fe del pueblo.
Por supuesto, hay también otras perspectivas, especialmente las de los personajes que intervienen en todos estos acontecimientos: los ancianos, Samuel y Saúl. La posición de Saúl ha de haber sido particularmente incómoda. ¿Cómo podí­a un rey humano tener la esperanza de ser aceptable a Dios, si su misma existencia como rey significaba un rechazo a Dios? No obstante, ¡el relato dice que Dios escogió a Saúl como rey! En cierto sentido hay aquí­ una especie de arreglo al que llegan en estos capí­tulos. La perspectiva teológica, al tiempo que insistí­a en que Jehovah era el rey de Israel, reconocí­a plenamente que se necesitaba un mediador, alguien que diera un liderazgo humano visible pero que recibiera sus órdenes del Señor. Samuel habí­a sido un mediador y lí­der como éste. Así­ que aunque la demanda de los ancianos era pecaminosa, Dios podí­a hacer algo con ella, siempre y cuando él mismo escogiera al hombre que serí­a rey. Dios, de hecho, eligió primero a Saúl, luego a David, y los usó para derrotar a los filisteos, enemigos de Israel. Aún así­, a la larga la monarquí­a estaba destinada a causar desgracias a Israel. El problema definitivo con la monarquí­a era que le daba el poder no a un solo hombre, sino también a sus descendientes después de él.
Se ha generalizado la creencia de que las diferentes secciones de estos capí­tulos fueron tomadas de distintos documentos originarios. Se ha observado que los caps. 8 y 12 expresan crí­ticas duras contra la monarquí­a en general. Por otra parte, los cap í­tulos en el medio tratan muy positivamente a Saúl mismo. El cap. 11 es en algunas formas un relato distinto. Todas estas secciones pueden ser igualmente históricas, pero los eruditos con frecuencia han tenido sus interrogantes. Por ejemplo, Saúl es nombrado rey en tres diferentes ocasiones en tres diferentes lugares (10:1; 10:17–25; 11:14, 15), lo cual por cierto no es imposible bajo circunstancias tan singulares. Es totalmente posible ver la trama de la historia en general como algo plausible, y considerar a las diferentes secciones como presentaciones de la monarquí­a desde distintas perspectivas en lugar de considerarlos relatos conflictivos. Recomendamos consultar comentarios más amplios que éste sobre toda esta cuestión tan compleja.
8:1–9 La demanda por tener un rey. Los ancianos israelitas, como representantes locales de los clanes y las tribus de Israel, tení­an razones valederas para sentirse ansiosos. Samuel habí­a envejecido y no tení­an un sucesor obvio que siguiera la lucha contra los filisteos. La historia se estaba repitiendo. Los pecados de los hijos de Elí­ habí­an causado un cambio de grandes proporciones en Israel; y ahora los pecados de los hijos de Samuel eran el primer paso en un cambio aun mayor. En ambos casos, los pecados eran del conocimiento público, y el público tení­a derecho de protestar. Una importante diferencia es que los hijos de Samuel no estaban bajo su supervisión directa porque Beerseba estaba muy lejos hacia el sur, y ni Dios ni los hombres podí­an culparlo por las actividades de ellos. Hay una dramática ironí­a en esto. Tanto con Elí­ como ahora con Samuel, se hací­a evidente a todos que los hombres grandes y buenos pueden tener hijos malos e inútiles; pese a ello los ancianos reaccionaron pidiendo tener un rey. Por definición, ¡un rey es un gobernante cuyo hijo automáticamente le sucede en el trono! El autor demuestra así­ que los argumentos de los ancianos no eran sinceros. Es hasta el v. 20 que expresan su verdadera razón.
Sin duda las demandas de los ancianos constituí­an un rechazo de Samuel y, naturalmente, desagradaron a éste, aunque dejaban en sus manos la elección de un rey. Las palabras de Dios en el v. 7 no niegan que Samuel hubiera sido desechado pero el énfasis es que él no era la única persona a quien estaban rechazando. Detrás del rechazo de Samuel por parte de los ancianos estaba el hecho de que estaban rechazando también la autoridad de Dios, porque habí­a sido él quien diera a Israel un lí­der capaz tras otro, incluyendo a Samuel. Como nos lo recuerda el v. 8, no hay nada nuevo en que los israelitas rechazaran a Jehovah en favor de otros dioses, pero la demanda de los ancianos fue un paso más allá, rechazando sus planes polí­ticos para su propio pueblo.
La descripción de Dios como rey de Israel aparece con mucha frecuencia en el lenguaje bí­blico, encontrándose en textos tan antiguos como Exo. 15:18. La interpretamos fácilmente como una metáfora directa, una figura humana conveniente. Es probable que los israelitas hicieran lo mismo por lo que no comprendí­an lo que significaba e implicaba. Si Dios era realmente rey, entonces era él quien tomaba las decisiones polí­ticas para Israel, él establecí­a las leyes y la constitución, él decidí­a ir a las guerras y formar alianzas, y hací­a todo lo demás que un rey humano harí­a en otros paí­ses. (Es claro, Dios necesitaba sus mensajeros para anunciar sus decisiones y decretos, y los profetas, en particular, cumplí­an ese papel.) A menos que el rey humano de Israel fuera absolutamente obediente a las decisiones del Señor, sin duda estarí­a en cierta forma desplazando a Dios. Así­ que la demanda de los ancianos era una traición.
8:10–22 El consejo de Samuel es rechazado. Antes de decidirse por una monarquí­a, los israelitas debí­an considerar lo que significarí­a para ellos: Entonces Samuel les presenta un negro panorama de los efectos secundarios de la monarquí­a. La visión de los ancianos era muy escasa; todo lo que buscaban era un lí­der militar eficaz (20). La descripción que Samuel hace de la monarquí­a en acción enfoca el trabajo forzado y la conscripción, impuestos altos y últimamente la tiraní­a. Así­ que si Israel escogí­a la monarquí­a, como así­ fue, a la larga tendrí­an que pagar un alto precio por los beneficios militares limitados. Creí­an que un rey les brindarí­a ventajas como seguridad, estabilidad y éxito; Samuel les advirtió que lo más probable serí­a que los reyes tomaran en lugar de dar. (Nótese cuántas veces aparece el verbo †œtomar† en los vv. 11–17.)
Muchas veces se ha destacado que los detalles de los vv. 11–17 le quedan muy bien a Salomón, y se puede argumentar que la descripción es de una fecha muy posterior a la época de Samuel. En oposición a este punto de vista, existen abundantes evidencias de que los excesos de la monarquí­a eran bien sabidos, y no hay razón por la cual Samuel no hubiera expresado esos sentimientos. Ambos argumentos tienen cierta validez. Samuel probablemente atacó todo el concepto de la monarquí­a, pero es igualmente probable que el escritor bí­blico haya exagerado el discurso de Samuel a fin de recordar a sus lectores posteriores la forma cómo Salomón fue prueba de la verdad de los argumentos de Samuel.
Si los israelitas escogí­an la monarquí­a a la larga se arrepentirí­an, pero no podrí­an volverse atrás. La advertencia de Samuel cayó en oí­dos sordos (19). No hemos de suponer que la decisión de los ancianos no le dejaba a Dios otra alternativa, pero él libremente optó por dejar que Israel hiciera su propia voluntad en este asunto (21). El v. 20 muestra que aunque los ancianos querí­an que Israel tuviera la capacidad de derrotar a otras naciones, también querí­an adoptar las modalidades establecidas por otras naciones. Consciente o inconscientemente, el pueblo de Dios está siempre bajo presiones sociales de adoptar las costumbres del mundo. Pablo advirtió contra este peligro (ver Rom. 12:2).
9:1–14 Saúl acude a Ramá. Es muy probable que a estas alturas el autor bí­blico haya usado un documento diferente para informarse, pero en cualquier caso, no hay duda de su habilidad literaria y dramáticos efectos. Abruptamente, la escena pasa de Samuel a Saúl, mencionado aquí­ por primera vez. Al lector se lo mantiene en suspenso, pensando en cómo Samuel se abocarí­a a la tarea de encontrar y establecer un rey; pero naturalmente todos los lectores han de haber sabido que Saúl habí­a sido el primer rey de Israel, así­ que la introducción de su nombre no los toma desprevenidos. El relato sigue con una explicación de las circunstancias bajo las cuales se conocieron Samuel y Saúl. Nótese con cuánta habilidad el narrador disimula el hecho de que Ramá era la ciudad y Samuel el profeta. (Ramá era la ciudad de los antepasados de Samuel, pero apenas habí­a regresado a ella después de su circuito judicial, ver 7:16, 17.) La única indicación es la mención de la tierra de Zuf (5), donde estaba localizada Ramá (ver 1:1).
En cierta forma, ésta es una tí­pica historia de †œtriunfar de la nada†. La familia de Saúl no era pobre y él mismo era fí­sicamente apuesto (2); pero la familia no era aristócrata, y su tribu, la de Benjamí­n, era pequeña y relativamente insignificante en Israel (ver el v. 21), eclipsada por Efraí­n hacia el norte y Judá hacia el sur. Es imposible que Saúl haya tenido la ambición o esperanza de ser rey. El punto principal de este pasaje bien puede ser la inocencia y falta de ambición de Saúl. Su propósito no era ganar fama o poder, sino sencillamente encontrar una propiedad de su padre que se habí­a perdido. No estaba buscando ser rey; pero Dios, digamos, lo encontró y procedió a hacerlo rey. Saúl ni sabí­a quién era Samuel, ni lo reconoció cuando se encontraron. Podemos imaginarnos que después de los acontecimientos del cap. 8, algunos jóvenes ambiciosos habrí­an tratado de acercarse a Samuel para impresionarle con su habilidad o para ganarse su simpatí­a. No así­ Saúl.
Nota. 12 Los altares, como el que Samuel habí­a construido en Ramá (7:17) con frecuencia estaban en las colinas (o en montí­culos artificiales), y dichos †œlugares altos† serví­an de santuarios al aire libre. Resulta evidente, al leer este pasaje, que Samuel no era meramente profeta y juez, sino que seguí­a cumpliendo también algunas funciones sacerdotales.
9:15–17 Samuel recibe a Saúl. Hasta aquí­ el relato ha sido muy claro en explicar que ningún ser humano habí­a planeado que Samuel y Saúl se conocieran. Dios habí­a encaminado los movimientos de Saúl, y ahora le revelaba directamente a Samuel que Saúl era el elegido por él para ser rey. Así­ que Samuel reconoció a Saúl cuando ambos se encontraron, y también lo que debí­a hacerse para que Saúl fuera rey. Pero Saúl siguió en la ignorancia respecto a los planes de Dios a lo largo de los acontecimientos de este capí­tulo: Samuel gradualmente le fue haciendo comprender los planes especiales de Dios para él. En el v. 20, Samuel se refirió a lo más preciado en Israel; el lector entendí­a que se referí­a al deseo de tener un rey, pero este comentario naturalmente desconcertó a Saúl. Luego, la acción de Samuel en el v. 24 le demostró a Saúl que era un huésped de honor, pero sin revelarle todaví­a toda la verdad. La sección continúa para destacar que lejos de intentar apropiarse de la monarquí­a y el poder, Saúl aún ahora desconoce humildemente lo que serí­a su papel en el futuro. Saúl no tomó el poder, ni Samuel promovió a ningún amigo propio para ser rey; Saúl fue elegido absolutamente por Dios.
La palabra †œrey† no aparece en este capí­tulo. El v. 16 y 10:1 usan en cambio la palabra soberano (heb. nagid). El significado exacto de la palabra heb. está en discusión; posiblemente el sentido es de un †œdesignado a ser rey†, con la implicación de que Saúl no era en realidad rey hasta haber tenido la ceremonia pública en Mizpa descrita en el cap. 10. Sea como fuere, en el contexto es improbable que la palabra sea muy diferente de rey, porque el verbo ungir, usado aquí­, implica rey. Se aclara la función de Saúl como lí­der: Su deber es librar a Israel de los filisteos y gobernar (lit.lit. Literalmente †œcontener, controlar†) a los israelitas. De esta manera Dios suplirí­a, por medio de Saúl, las dos necesidades polí­ticas más importantes de la época. La primera era la derrota del enemigo, que de otra manera hubiera arrasado con Israel hasta hacerla desaparecer del mapa. La otra era la necesidad interna de Israel de estar unida y tener un gobierno fuerte.
Nota. 27 Samuel se aseguró de que fuera un ungimiento privado; ni siquiera su criado sabí­a el secreto. El primer ungimiento de David también fue en privado (16:1–13). En ambos casos, sus reinados en realidad no empezaron hasta haber realizado una ceremonia pública.
10:1–8 El ungimiento. El simple acto de ungir se describe en el v. 1. Un representante de Jehovah, en este caso Samuel, derramó aceite sobre la cabeza del futuro rey. Este acto simbolizaba que Dios estaba marcando a este hombre, aparte de todos los demás, como su escogido para ser rey. No podemos estar del todo seguros de la significación total del ungimiento en Israel. Una posibilidad es que haya sido un sí­mbolo de la relación de pacto; de ser así­, mostraba a Dios haciendo un pacto especial con el rey individualmente, prometiendo darle ayuda, fuerza y sabidurí­a. El aceite era quizá un sí­mbolo del poder dado por Dios. El ungimiento era un ritual bien conocido en el antiguo Medio Oriente, aunque fuera de Israel no era común ungir a los reyes. En Egipto no se ungí­a a los reyes, pero a sus vasallos sí­. Si ese mismo concepto era conocido en Israel, muy bien puede sugerir que el ungimiento convertí­a a Saúl en el rey-vasallo bajo Jehovah, quien era el gran rey.
El v. 1 describe a Israel como la heredad de Jehovah, su posesión permanente. Esta descripción, que incluye tanto al territorio como al pueblo, es otra declaración importante para el nuevo rey: En ningún sentido es él el dueño de Israel, el cual sigue perteneciendo a Dios.
Por lo tanto, Saúl serí­a un subordinado de Dios; pero aun así­, no serí­a raro que Saúl todaví­a tuviera sus dudas. Necesitaba señales de que realmente serí­a rey y también de que era idóneo para la tarea. Por consiguiente, se le prometieron tres señales. (El v. 7 pone en claro que las predicciones de Samuel tení­an la intención de ser señales, y es muy probable que el texto original heb. mencionara señales también en el v. 1; ver nota en la RVARVA Reina-Valera Actualizada.) La primera señal (2) fue para asegurarle que podí­a dejar atrás el pasado; su papel en el futuro no serí­a el de un agricultor. La segunda señal (3, 4) fue para asegurarle que los israelitas lo reconocerí­an como rey. Las tortas de pan eran parte de las ofrendas que se llevaban al santuario en Betel, así­ que los hombres no se las darí­an fácilmente a cualquier extraño que pasaba, sino solamente a alguien de muy alta posición. La tercera señal (5, 6) le darí­a la seguridad de que tení­a los dones y habilidades necesarios para ser lí­der. Todos los †œjueces† antes de él habí­an sido capacitados por el Espí­ritu de Jehovah para ser lí­deres, y Saúl reconocerí­a que estaba siendo capacitado de la misma manera. Una vez que estas señales hubieran acontecido, Saúl podí­a sentirse totalmente seguro de actuar como rey, porque Dios indiscutiblemente estarí­a con él.
Gabaa era el pueblo donde viví­a Saúl (26), llamado †œGabaa de Saúl† en 11:4. Su nombre completo era Gabaa (o colina) de Dios (5), o Gabaa-elohim. El hecho de que aun en el propio pueblo de Saúl hubiera un destacamento de los filisteos es indicio de la debilidad de Israel en ese momento. Los grupos de profetas eran una caracterí­stica de los tiempos de peligro polí­tico o espiritual (ver también 2 Rey. 2). A diferencia de los grandes profetas que actuaban individualmente, ellos parecen haber formado comunidades, y reaccionaban a la música con éxtasis. Hay evidencias de que Saúl era fácilmente afectado por la música (ver 16:14–23), y Dios aquí­ planeó hacer uso de esta faceta de la personalidad de Saúl.
El v. 8 contiene las instrucciones finales de Samuel a Saúl en este pasaje, y mira hacia adelante al cap. 13 (ver 13:4, 8). Las palabras de Samuel a Saúl han de haber sido más detalladas que esta breve oración dirigida al lector, la cual da la impresión equivocada de que Saúl debí­a ir inmediatamente a Gilgal. Este no podí­a ser el caso, en vista de todos los acontecimientos que tuvieron lugar antes de que Samuel o Saúl fueran a Gilgal. Del cap. 13 podemos deducir que Samuel habrí­a instruido a Saúl que una vez que hubiera asumido el poder como rey, convocara una asamblea israelita en Gilgal para formar un ejército en contra de los filisteos. Pero eso serí­a en el futuro no inmediato.
10:9–16 Se guarda el secreto. El narrador nos deja saber escuetamente que las tres señales se cumplieron, y pasa enseguida a la tercera de ellas, con un nuevo propósito. Es importante que el relato enfatice que nadie excepto Samuel y Saúl sabí­an que Saúl habí­a sido designado rey. Este énfasis se comunica por medio de repetir dos episodios. El primero, el cumplimiento de la tercera señal, muestra que aunque Saúl mismo aprendió de la señal, los demás la malinterpretaron totalmente. Efectivamente, se burlaron de la experiencia de Saúl; tanto que se originó el refrán, reforzado por un acontecimiento posterior (ver 19:23, 24). Aparentemente se burlaban también de la banda de profetas, si ¿Y quién es el padre de ellos? significa †œÂ¡no son nadie!† Es evidente que la experiencia de Saúl tampoco impresionó a los habitantes de Gabaa, su pueblo natal. Hech. 2:13 registra un episodio similar cuando hombres llenos del Espí­ritu fueron insultados por el público; y 1 Cor. 2:14 comenta en términos generales que †œel hombre natural no acepta las cosas que son del Espí­ritu de Dios, porque le son locura; y no las puede comprender, porque se han de discernir espiritualmente†.
El segundo episodio es una conversación de Saúl con su tí­o, no mencionado antes, en el santuario local. El padre de Saúl hubiera sabido por qué habí­a estado ausente, pero su tí­o no. La mención que Saúl hizo de Samuel despertó la curiosidad del tí­o, pero Saúl tuvo cuidado de no decir nada respecto al asunto del reino. Así­ que ni los vecinos ni los parientes de Saúl tení­an idea del hecho de que este hombre estaba destinado a ser rey.
10:17–27 La ceremonia en Mizpa. Mizpa parece haber sido considerada como ciudad capital en esta época; ésta era la segunda asamblea nacional que allí­ se realizaba (ver 7:15, 16). Por lo tanto, era el lugar apropiado para la ceremonia a fin de aclamar a Saúl como rey. Este pasaje es una continuación directa del cap. 8, en lo que a los representantes israelitas se refiere, porque ellos nada hubieran sabido de los acontecimientos personales y privados consignados en 9:1–10:16. Samuel inmediatamente repitió sus reproches anteriores en el nombre de Jehovah. Aunque Saúl habí­a sido escogido y capacitado por Jehovah para servirle como rey, la demanda israelita por tener un rey seguí­a siendo una rebelión contra Dios. Samuel les volvió a recordar que Dios nunca habí­a dejado de rescatarlos de sus poderosos enemigos.
Quizá hubiéramos esperado que Samuel anunciara enseguida que el Señor habí­a escogido a Saúl para proceder luego al ungimiento público. Pero los vv. 20–24 consignan una ceremonia muy distinta, en que Saúl fue elegido al azar, como si ni hubiera existido una decisión anterior. Sabemos demasiado poco del mecanismo que usaron; en particular es desconcertante cómo Saúl pudo ser elegido en su ausencia. Pero, sin embargo, se subraya que aun ahora Saúl es un hombre modesto y humilde, que se retrae en lugar de querer ser rey. Pero era de una presencia impresionante y la mayorí­a de la asamblea lo reconoció instantáneamente. Y fue así­ que Saúl fue aclamado rey: Ni Samuel ni Dios se lo impusieron a los israelitas, sino que fue aceptado por los representantes de Israel en general. (Se insinúa que los perversos eran pocos.) Era importante que el primer rey de Israel recibiera el apoyo de un pueblo unido, por lo tanto resultaba apropiado que el pueblo lo aceptara libre y voluntariamente como rey. Este hecho explica por qué habí­a sido necesario guardar el secreto hasta este momento.
El v. 25 se refiere a un documento que se guardó en el santuario, donde sin duda los sacerdotes lo cuidaban. Ha sido descrito como la †œconstitución† real. No se nos dan detalles de su contenido, pero probablemente era una versión ampliada de Deut. 17:18–20. El proceder de un rey se refiere a †œlas leyes del reino† (DHHDHH Dios Habla Hoy) que sin duda incluí­an los derechos y deberes. En otras palabras, era un documento que le decí­a al rey lo que tení­a el derecho de esperar de sus ciudadanos, y cuáles eran sus deberes, bajo Dios, hacia ellos. De esta manera el rey y el pueblo asumí­an una relación mutua de pacto.
Saúl se fue a su casa como todo el mundo (26); Gabaa parece haberse convertido, a su tiempo, en su ciudad capital. Al principio de la monarquí­a no existirí­a un sistema centralizado de impuestos, y Saúl por el momento dependí­a del cultivo de sus tierras para mantenerse (ver 11:5).
En realidad no sorprende que hubiera israelitas cí­nicos que dudaban de la habilidad de Saúl para guiar a Israel hacia la victoria sobre los filisteos (27). Si los ancianos israelitas habí­an sido culpables de rechazar la monarquí­a de Dios, estos hombres eran culpables por partida doble porque habí­an rechazado también la elección divina de quien serí­a el rey humano. Se los describe como perversos o †œindignos† (BJBJ Biblia de Jerusalén).
11:1–11 Primera victoria de Saúl. El escritor bí­blico nuevamente toma desprevenido al lector, cambiando el enfoque desde la región central y frontera occidental (donde estaban los filisteos) de Israel a la frontera sudeste. Najas, rey amonita, gobernaba un pequeño estado en la Transjordania, sobre la frontera del territorio israelita conocido como Galaad. Anteriormente, su ejército habí­a invadido territorio israelita, y ahora habí­an tomado la ciudad de Jabes, en Galaad (ver mapa en la p. 260)
Esta situación ilustra lo débiles que eran los israelitas al comienzo del reinado de Saúl; nuevamente debemos recordar que la ceremonia en que Saúl fue aclamado rey le dio a Israel la posibilidad de lograr unidad y fuerza, pero no se lograron automáticamente ni de inmediato. No podemos estar seguros hasta dónde llegaba la autoridad de Saúl aun durante el apogeo de sus poderes y fama; al principio de su reinado su grado de control probablemente era muy limitado. Cada tribu israelita estaba acostumbrada a actuar independientemente, y este relato revela que aun una ciudad individual como Jabes, en Galaad, podí­a hacer sus propios tratados. Es significante también que los mensajeros de Jabes actuaron como si Saúl no fuera rey, enviando su pedido de ayuda por todo el territorio de Israel; pero fue Saúl quien en realidad respondió a su pedido.
La situación muestra también cuánto odiaban los amonitas a los israelitas, aunque la brutalidad que presenta el v. 2 contrasta extrañamente, según las normas modernas, con la demora caballeresca descrita en el v. 3. Amón era demasiado pequeña para atacar a un Israel unido, pero un Israel desunido, descuidado por la agresión filistea en otras partes, era presa fácil.
Los vv. 6–11 revelan cómo respondió Saúl. Como los †œjueces† antes que él, el Espí­ritu de Dios lo llenó de poder, y pudo actuar con vigor y autoridad, demandando la presencia de los hombres israelitas de ciudades y pueblos, granjas y campos. El v. 7 implica que el temor de Jehovah más bien que el respeto por Saúl y Samuel fue lo que llevó a tantos hombres a librar la batalla que era necesaria. La cantidad de soldados que da el v. 8 parece excesiva, tanto aquí­ como en otros libros históricos del ATAT Antiguo Testamento. Se ha sugerido con frecuencia que la palabra heb. traducida como †œmil†, deberí­a en cambio traducirse †œunidad [militar]†, un grupo comparativamente pequeño de soldados. Es interesante notar que JudaÅ’ se menciona separadamente del resto de Israel. Esto puede reflejar la división posterior del reino después de la muerte de Salomón.
Este pasaje (y muchos otros en el ATAT Antiguo Testamento) muestran a un Dios que ayudaba a su pueblo en la guerra, un concepto que crea un problema moral para muchos cristianos. Las realidades históricas de la situación son tales que no habí­a posibilidad de una solución pací­fica. Además, esta guerra israelita no se debí­a a una avaricia territorial, ni a un deseo por dominar a otros pueblos, sino para prevenir la injusticia y la opresión. El ATAT Antiguo Testamento siempre muestra la oposición de Dios a la injusticia.
La primera acción decisiva de Saúl, entonces, resultó en una victoria importante. Los ciudadanos de Jabes nunca olvidaron su deuda con él (ver 31:11–13).
11:12–15 La ceremonia en Gilgal. Lo que siguió a la victoria de Saúl en la Transjordania fue una ceremonia en Gilgal, cuando todo el pueblo reconoció a Saúl como rey. Sin duda los participantes eran mayormente de su ejército victorioso. Gilgal era la más cercana al rí­o Jordán de las ciudades donde Samuel ejercí­a su autoridad (7:16). Algunos eruditos encuentran en este capí­tulo el único relato histórico auténtico de cómo Saúl llegó a ser rey; resulta fácil descartar el v. 14 (y toda mención de Samuel en el capí­tulo) como un agregado editorial, y luego traducir la frase proclamaron rey a Saúl como †œhicieron rey a Saúl† (el sentido lit.lit. Literalmente). Sin embargo, el relato es plausible tal como está, y la razón para tener otra ceremonia es fácil de ver, en vista de cierta medida de hostilidad que antes hubo hacia Saúl (10:27). Ahora por primera vez toda la nación le brinda su lealtad. La referencia a Jehovah y a los sacrificios de paz en el v. 15 quizá sugieran una ceremonia de pacto, análoga a Exo. 24.
La emoción de la victoria y de la ceremonia terminó en una gran celebración en la que Saúl y los israelitas mostraron su inmensa alegrí­a. La ausencia del nombre de Samuel es significativa: Si todos habí­an olvidado ahora los acontecimientos del cap. 8, él no. No se atribuye culpa a Saúl, pero los ancianos de Israel habí­an sido culpables de rechazar tanto al Señor como a Samuel. El próximo capí­tulo pasa a expresar más reproches y advertencias de Samuel.
12:1–15 Discurso de Samuel. No es seguro que este discurso corresponda al mismo contexto que el final del cap. 11, o sea la asamblea en Gilgal, o a una asamblea nacional posterior hacia el final de la vida de Samuel. En cierta forma, el discurso pareciera una despedida, pero su breve introducción en el v. 1 no nos da ningún indicio. En cualquier caso, el discurso es apropiado en esta disyuntiva. El escritor bí­blico lo coloca aquí­ para dar al lector una oportunidad de reflexionar sobre el principio de la historia de la monarquí­a. El cap. 11 habí­a terminado con una nota de alegrí­a y emoción, al celebrar los israelitas una victoria y mirando con confianza a un futuro de victorias sobre los filisteos. Ahora tení­an un rey, y uno que ya habí­a dado pruebas de ser un soldado capaz. Así­ que se sentí­an muy bien. Pero el discurso de Samuel analizó la situación del presente y del pasado, a fin de brindar dirección para el futuro. El discurso aclaraba bien que el futuro no dependí­a de la existencia de un rey, ni de sus habilidades, sino de la voluntad de Dios. Esta, a su vez, dependerí­a de la lealtad del pueblo a Dios.
Primero, Samuel pidió que se rindieran cuentas de su propia administración ahora que habí­a cedido el liderazgo polí­tico a Saúl (1–5). Sus oyentes tení­an que coincidir en que él les habí­a brindado un liderazgo bueno y justo en todo sentido a través de los años. (No se dice nada de las quejas anteriores sobre sus dos hijos en 8:1–5; pero su referencia a sus dos hijos aquí­ en el v. 2 puede ser que sugiera que los habí­a despedido de sus puestos en Beerseba y los habí­a traí­do de vuelta a casa.) Hay un énfasis en el hecho de que Samuel no habí­a tomado nada de nadie injustamente. Esta descripción de Samuel ofrece un fuerte contraste con su propia descripción de los reyes en 8:11–18, donde los muestra tomando una cosa tras otra de sus súbditos. Hay una perspectiva más amplia que quiere hacer notar el autor bí­blico. El discurso está presentando un contraste entre los jueces del pasado y los reyes del presente y del futuro. Los lí­deres del pasado habí­an sido individuos escogidos por Dios, por lo que habí­an brindado un buen gobierno; pero ahora los israelitas estaban empezando a elegir sus propios lí­deres y ese era un paso muy peligroso. Era cierto que Dios habí­a escogido a Saúl, y que más adelante escogerí­a también a David, pero en el reino del norte después de la muerte de Salomón, muchos reyes serí­an elegidos por un sector u otro de la población.
Los vv. 8–11 recuerdan a los israelitas varios hechos importantes de su pasado. Primero, Dios se habí­a ocupado constantemente de sus necesidades, rescatándolos de muchos enemigos. Segundo, Dios habí­a escogido y provisto los lí­deres humanos que los habí­an llevado a la victoria. Tercero, sus derrotas habí­an sido debido a su propia pecaminosidad, ya que se habí­an apartado repetidamente de Jehovah y se habí­an dado a la idolatrí­a. El v. 11 presenta una lista de los lí­deres capaces que Dios les habí­a dado. No serí­a raro que Samuel incluyera su propio nombre como el último de los jueces, o quizá lo agregó el autor bí­blico; también es posible que en cambio aquí­ debiera leerse †œSansón† en vez de †œSalomón†.
El v. 12 renueva la acusación de 8:7, 8 en el sentido de que al demandar tener un rey humano, los israelitas rechazaban el reinado de Jehovah sobre ellos. Este versí­culo, que insinúa que Najas ha de haber hostigado a los israelitas en la Transjordania mucho antes de su ataque sobre Jabes en Galaad, muestra con qué facilidad Israel reaccionaba equivocadamente a las situaciones que se presentaban. Cuando Najas los hostigaba, debí­an haberse dado cuenta que su propia deslealtad a Dios causaba tal situación; en lugar de arrepentirse (como en el pasado) ellos mismos se encargaron de la situación, rechazaron el gobierno de Dios y demandaron tener un rey. Pero al menos habí­an pedido al Señor que escogiera al hombre que serí­a su rey, y quizá por eso, Jehovah ahora estaba dispuesto a darles otra oportunidad antes de cualquier castigo. Todo dependí­a de su obediencia y la obediencia del rey al Señor.
12:16-25 Aliento y advertencia. Los oyentes de Samuel podrí­an haber cuestionado si su interpretación de la historia de Israel era correcta. Cualquier duda fue disipada por una señal milagrosa del cielo. Al comienzo del verano, el tiempo de la siega del trigo, normalmente no habrí­a ni truenos ni aguaceros en la tierra de Israel, así­ que la predicción y su pronto cumplimiento eran prueba de que Dios hablaba por su intermedio. Todo este pasaje muestra que Samuel era un profeta en todo el sentido de la palabra. Analizó el pasado y el presente, predijo el futuro, recordó a Israel las bondades de Dios, los exhortó que dejaran la idolatrí­a y prometió interceder por ellos en oración y enseñarles lo bueno y recto.

13:1-15:35 Guerras y conflictos

Mucho del reinado de Saúl fue en tiempo de guerra. Los filisteos eran su enemigo principal, y los caps. 13 y 14 relatan algunos de los primeros triunfos de Saúl contra ellos. El cap. 15 da detalles de una victoria sobre un enemigo menor, los amalequitas. Otras campañas victoriosas son mencionadas en 14:47 pero no se describen. Así­ que desde una perspectiva, estos capí­tulos describen un comienzo muy exitoso del reinado de Saúl, en que constantemente †œlibraba† a los israelitas de sus enemigos (14:47).
No obstante, estos mismos capí­tulos terminan con una nota negra e infeliz: Y a Jehovah †œle pesaba el haber constituido a Saúl como rey sobre Israel† (15:35). Los acontecimientos consignados en los caps. 13–15 eran ocasiones no sólo de guerras contra enemigos extranjeros sino también de conflictos personales entre Saúl y otros israelitas. En el cap. 14, Saúl podrí­a haber matado a su propio hijo, y terminó por pelearse con sus propias tropas. Y lo que es peor, tanto en el cap. 13 como en el cap. 15 encontramos a Saúl ofendiendo mucho a Samuel, quien hablaba en el nombre de Dios. A pesar de los buenos augurios hasta este momento, Saúl muy pronto dio pruebas de que aunque podí­a ganar batallas, no era el hombre adecuado para ser lí­der de Israel.
El reinado de Saúl no fue en total un desastre, aunque terminó en el fracaso y la derrota (consignados en el cap. 31). Dio a Israel nuevas esperanzas al empezar a coordinar sus tribus (que antes habí­an sido independientes), gradualmente montó un ejército, derrotó a los filisteos más de una vez y los echó de territorio israelita. A pesar de su fracaso final en batalla, abrió el camino para su sucesor en algunos aspectos importantes. El propio testimonio de David respecto de Saúl no debe ser olvidado (2 Sam. 1:19–27).
No obstante, los caps. 13–15 muestran indiscutiblemente que desde la perspectiva de Dios, Saúl era un fracaso a pesar del hecho de que Dios mismo lo habí­a escogido para ser rey. La razón básica dada es que se negó a someterse a las instrucciones de Dios enviadas por medio de Samuel el profeta. El mensaje es claro: Dios no darí­a su bendición a un rey de Israel que se poní­a por sobre los profetas que Dios habí­a establecido. Los acontecimientos descritos en los caps. 13–15 pueden interpretarse como una lucha por el poder, con Dios poniéndose de parte del profeta y en contra del rey.
No se sabe a ciencia cierta cuánto tiempo duró el reinado de Saúl. La incertidumbre se debe al hecho de que así­ como aparece, el texto heb. de 13:1 lee: †œSaúl tení­a años cuando comenzó a reinar, y reinó sobre Israel dos años.† Es evidente que se omitió un número accidentalmente antes de la frase †œaños cuando comenzó†, y en la RVARVA Reina-Valera Actualizada muy razonablemente se ha insertado el número 30, tomado de ciertos mss.mss. Manuscritos gr. Por lo tanto, es igualmente razonable suponer que se omitió accidentalmente otro número, antes de los dos años asignados a su reinado, aunque algunos eruditos creen que dos años es el número correcto. El número [40] y 2 se basa en Hech. 13:21 y en el historiador judí­o Josefo; ambos redondean el número a †œ40†. Por otro lado, el número 40 se usaba con frecuencia en la época del ATAT Antiguo Testamento para significar una generación, así­ que un número menor, como †œ22† de algunas versiones, es también bastante posible. Dos escasos años parece muy improbable. Nótese que algunas versiones, como la BJBJ Biblia de Jerusalén, omiten el v. 1.
13:1–7 Preparaciones para las batallas. El v. 2 describe la preparación general de Saúl para la guerra inevitable contra los filisteos. Escogió hombres para formar un ejército permanente que estarí­a listo para la batalla, y los apostó en dos lugares. El mismo capitaneó el grueso de las tropas, y su hijo Jonatán (que se menciona por primera vez aquí­) capitaneó el otro. El v. 3 enseguida describe la causa de la primera gran batalla. Furiosos por la pérdida de su destacamento, los filisteos avanzaron con un ejército numeroso y bien equipado dentro de territorio judí­o, decididos a destruir el ejército israelita menos numeroso. Las tropas israelitas contaban con muy pocas armas adecuadas (ver el v. 22), y no es de sorprenderse que muchos desertaron. Los 2.000 hombres de Saúl quedaron reducidos a 600 (15). Pero Saúl contaba con una ventaja secreta: Todaví­a tení­a un mandato de Dios que cumplir, y su obediencia a ese mandato podí­a transformar esta situación desesperante. Este mandato era ir a Gilgal y esperar a Samuel (10:8). Por lo tanto, Saúl fue a Gilgal (4) y allí­ se quedó esperando (7).
13:8–14 Samuel reprende a Saúl. A último momento Saúl desobedeció las instrucciones de Samuel. El lector moderno tiende a favorecer a Saúl, dado que su situación militar era tan crí­tica (sus hombres estaban desertando) y Samuel llegó tarde. Pero evidentemente Samuel llegó apenas un poco tarde, pero Saúl no habí­a esperado ni un minuto más que el tiempo estipulado. Saúl no es reprendido por tomarse las atribuciones sacerdotales, sino por tomar el lugar del profeta. Samuel habí­a prometido (10:8) ofrecer los sacrificios que eran apropiados antes de una batalla y también dar a Saúl dirección y consejos sobre la batalla. Pero Saúl creyó que podí­a prescindir de ambos. Su ofensa nos puede parecer trivial, pero involucra una cuestión básica: ¿Se sujetarí­a el nuevo rey al profeta o éste se sujetarí­a al rey? El profeta hablaba y actuaba en nombre de Dios, así­ que Saúl habí­a dado pruebas, por un acto insensato, de que no se consideraba sujeto a las instrucciones de Dios. Fue una acción que le costarí­a su familia y su reinado (14). Dios lo transferirí­a a un hombre según su corazón, o sea, †œun hombre de su agrado† (DHHDHH Dios Habla Hoy). Se refiere a David, que aparece en el relato en el cap. 16. David no era menos pecador que Saúl, pero siempre fue obediente a las instrucciones proféticas.
13:15–23 Movimiento de tropas. Este párrafo explica brevemente los movimientos finales de las tropas que precedieron a la batalla. Moviendo sus hombres a Gabaa, Saúl estaba juntando su contingente con el de Jonatán (ver el v. 2), por lo que aun si los soldados eran pocos y mal pertrechados, constituí­an un solo ejército. Los filisteos, en cambio, dividieron en cierta forma sus tropas (17), y aparentemente esto contribuyó a su derrota.
19-21 Hasta ahora, los filisteos habí­an podido impedir que los israelitas tuvieran espadas y lanzas, cobrando precios exorbitantes para afilar cualquier herramienta que hubiera podido ser usada como un arma. Es de suponer que los israelitas tení­an al menos arcos y flechas.
14:1–23 Hazañas de Jonatán. Nadie hubiera esperado una victoria israelita en vista de todas las dificultades descritas en el capí­tulo anterior, pero dos factores cambiaron dramáticamente la situación. Uno fue la valentí­a y el arrojo de Jonatán, y el otro fue la voluntad de Dios de dar a Israel la victoria. Como el mismo Jonatán comentara, nada impide a Jehovah salvar. Los filisteos eran lit.lit. Literalmente incircuncisos, ya que no practicaban esta costumbre; pero la palabra se usa para significar que estaban fuera del pacto entre Jehovah e Israel. Gén. 17 muestra que la circuncisión era una señal del pacto. Dios lucharí­a por su pueblo del pacto. El plan de Jonatán tuvo éxito porque tomó al enemigo de sorpresa, y por haberse valido de la ventaja que le daba un paso muy angosto entre los cerros y valles. Es así­ que dos hombres pudieron dar muerte a 20.
Es indudable que Jonatán habrí­a informado a su padre (1), pero la impresión que da el v. 2 es que Saúl ignoraba tanto los planes de Dios como los de Jonatán. Era un hombre ajeno a los acontecimientos, a pesar del hecho que lo acompañaba el sacerdote Ají­as, de Silo. Ají­as llevaba el efod, el manto sacerdotal que ofrecí­a la manera de averiguar la voluntad de Dios (ver Exo. 28:6–30). No obstante, parece que Saúl no hizo ningún intento por saber la voluntad de Dios.
Los vv. 15–19 describen el pánico entre los filisteos después del ataque sorpresivo de Jonatán, y el desconcierto entre las tropas de Saúl. Por fin Saúl dio un paso para consultar a Dios (18), pero como todo estaba pasando con tanta rapidez, cambió de idea. El escritor bí­blico enfatiza de esta manera que fue Dios quien obtuvo la victoria (15, 23); Saúl se sumó a la persecución de los filisteos en retirada, pero poco entendí­a de lo que estaba pasando.
18 La mención del arca nos toma aquí­ por sorpresa, aunque es posible que haya sido traí­da de Quiriat-jearim (7:1, 2), tal como habí­a sido llevada de Silo a un campo de batalla en el pasado (4:4, 5). Parece más probable que deberí­a seguirse aquí­ el texto gr. que se refiere al †œefod† en lugar del arca (ver BJBJ Biblia de Jerusalén). Sabemos por el v. 3 que Ají­as vestí­a el efod, por medio del cual se podí­a descubrir la voluntad de Dios. En heb., †œarca† y †œefod† son muy similares y hubiera sido fácil confundirlas.
14:24–45 Jonatán corre peligro. El relato nuevamente toma un giro inesperado. Hasta el v. 46, la escena sigue siendo la batalla, pero de aquí­ en adelante es sólo el trasfondo para la interacción entre Saúl, Jonatán y sus tropas. El narrador deja que estos tres personajes hablen y actúen por sí­ mismos, sin ofrecer un juicio moral ni religioso respecto a ninguno de ellos. Esto deja al lector con muchas preguntas sin respuesta: ¿Estuvo Saúl en lo correcto al hacer el juramento que hizo (24–28)? ¿Estuvo Jonatán en lo correcto al criticar públicamente el juramento (30)? ¿Estuvo Saúl en lo correcto al tratar de hacer cumplir el juramento y ejecutar a un inocente, su propio hijo (44)? ¿Estuvieron las tropas en lo correcto al defender a Jonatán y, de esta manera, desobedecer la autoridad del rey (45)? Quizá éstas sean preguntas que no tienen razón de ser. El propósito del escritor no es moralizar sino presentarnos un retrato más claro de Saúl.
Saúl se nos muestra como un hombre impulsivo, que hace un juramento tonto precipitadamente, sin pensar en las consecuencias. A pesar de todo, habiéndolo hecho sinceramente trató de cumplirlo al pie de la letra. El habí­a desobedecido a Jehovah en Gilgal (cap. 13), y no querí­a recibir una segunda reprimenda de Samuel. Así­ que ofreció sacrificios cuidadosamente (33–35), y luego tomó los pasos necesarios para averiguar la voluntad de Dios: En otras palabras, consultó al efod sagrado que llevaba el sacerdote Ají­as (36, 37, 41, 42; y ver v. 3). Al saber que Jonatán era el hombre que habí­a quebrantado el juramento inocentemente, Saúl estaba preparado para llevar a cabo la ejecución de su propio hijo más bien que quebrantar su voto a Dios. La impresión que obtenemos es de un hombre ignorante de los deseos de Dios. El v. 37 menciona que Dios no le dio respuesta, y el comentario final de las tropas (45) adjudicó la victoria a Jonatán y a Dios, no a Saúl. Es fácil simpatizar con un hombre impulsivo y bien intencionado aunque torpe pero, ¿es un hombre así­ apto para ser rey? Evidentemente no. En esta forma todo el episodio demostró dos cosas: Que Dios podí­a dar la victoria a Israel sobre dos enemigos poderosos, y que el liderazgo de Saúl poco habí­a logrado. Aunque siguió siendo rey hasta su muerte, los planes de Dios ya lo estaban pasando por alto.
Nota. 41, 42 Sin saber exactamente cómo funcionaba el mecanismo sagrado, notamos que podí­a contestar preguntas directas y elegir a un hombre entre varios. Las dos partes del mecanismo eran llamadas †œUrim† y †œTumim†, que son mencionadas en el texto gr. de estos versí­culos (ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada). Ver también Exo. 28:29, 30.
14:46–52 Bosquejo del reinado de Saúl. El capí­tulo termina con algunos breves detalles sobre el reinado de Saúl, para que tengamos más información. El v. 47 indica el alcance de los enemigos que amenazaban a Israel durante este perí­odo al este, norte y oeste. Los amalequitas (48), desde el sur, con sus ataques hostigaban a la población que se habí­a establecido en la zona. El capí­tulo siguiente describe la campaña de Saúl contra ellos. Los filisteos ya habí­an sido expulsados de territorio israelita (46) pero siguieron con sus invasiones y ataques (52).
La mayorí­a de los familiares de Saúl mencionados en los vv. 49–51 aparecerán en el relato más adelante. El v. 52, relacionado con el ejército permanente de Saúl, pone un fundamento para la carrera de David (18:2, 5).
15:1–35 El rechazo definitivo de Saúl. El propósito del escritor en este detallado relato es confirmar la ineptitud de Saúl para gobernar a Israel, y para confirmar el rechazo de él por parte de Jehovah. Por medio de Samuel, Saúl recibió órdenes explí­citas. Las cumplió en parte, pero no vio nada malo en hacer caso omiso de las demás. El v. 24 muestra que él sabí­a muy bien lo que estaba haciendo (y nos dice la razón por la cual lo hizo), pero dos veces mintió (13, 20), pretendiendo que creí­a que habí­a cumplido las órdenes. Finalmente, se vio forzado a admitir la verdad y confesar que habí­a pecado, y quebrantado el mandamiento de Jehovah. El resultado fue el rechazo definitivo de él por parte de Dios, y también la ruptura definitiva entre él y Samuel.
Al igual que en el cap. 13, el lector moderno puede tender a simpatizar con Saúl, no por sus mentiras, sino porque quiso salvar la vida de un hombre. Es importante, por lo tanto, saber desde el principio que Saúl no tení­a ningún motivo humanitario; esa no era la cuestión. La cuestión, como la ve el autor bí­blico, es si el rey de Israel estaba dispuesto o no a obedecer las instrucciones de Dios como las diera por medio del profeta. La obediencia es la virtud clave (22); pero Saúl habí­a demostrado obstinación (23). El ganado evidentemente despertó la codicia de las tropas de Saúl y, sin duda, la de él también. Es menos claro por qué le perdonó la vida a Agag, pero es probable que Saúl haya visto en él alguna ventaja polí­tica o financiera, y esperaba poder hacer un trato con los grupos amalequitas.
Los amalequitas eran viejos enemigos de Israel (2), y toda su manera de vivir representaba una amenaza para el pueblo israelita. Tení­an algunas ciudades, pero mayormente eran nómadas, atacaban brutalmente por sorpresa saqueando los cultivos y ganados, especialmente en la frontera sur de Israel. Su existencia misma era pues una amenaza permanente para Israel, y era imprescindible y justificado tomar severas medidas contra ellos. Los amalequitas eran un pueblo de pecadores (18).
El mandato de Dios de destruir completamente a los amalequitas (3) se valí­a de lo que en términos de la jurisprudencia se llama un bando, costumbre practicada ocasionalmente por Israel y sus vecinos. Este voto religioso de destruir totalmente no se utilizaba con frecuencia, ni siquiera en las guerras, y siempre existí­a una razón especial para valerse de él. Nótese qué cuidadosos debí­an ser los israelitas en asegurarse que otra tribu, los queneos, no se perjudicaran junto con los amalequitas (6). El hecho de que aun el ganado estaba incluido en el bando muestra que incluí­a un aspecto de sacrificios; en un sentido, matar a los humanos y animales era una manera de entregárselos a Dios. Debí­a ser eliminada la amenaza que representaba este pueblo tan pecaminoso. Ellos y todas sus pertenencias, eran, por el bando, entregados aJehovah. Cuando el bando se quebrantaba era por codicia, no por misericordia (9, 19).
El contrapunto del NTNT Nuevo Testamento a un relato como éste es la batalla espiritual de la cual habla Pablo (Ef. 6:10–18). Pablo aconseja permanecer siempre alertas, porque la codicia, las mentiras y la desobediencia representan un peligro para el pueblo de Dios en todas las épocas.
La importancia histórica de este capí­tulo explica por qué Jehovah y el profeta Samuel rechazaron a Saúl. Su importancia teológica se nota especialmente en los vv. 22, 23 y 29. Los vv. 22 y 23 ponen en su justa perspectiva los valores relativos de obediencia y adoración a Dios. Es un error humano frecuente creer que Dios pasará por alto y perdonará todos los pecados de uno si uno es cuidadoso en asistir al santuario (o culto de la iglesia) y ofrecer sacrificios (o himnos de alabanza). Varios profetas del ATAT Antiguo Testamento tuvieron que atacar este razonamiento equivocado; Amós hasta pudo describir a Dios como diciendo †œaborrezco† y †œrechazo† las festividades religiosas, los sacrificios y las ofrendas (Amós 5:21–24). De la misma manera, tendemos a pensar que la falsa adoración es el peor pecado que puede haber contra Dios; Samuel dijo que la desobediencia arrogante era igual de mala.
El v. 29 nos ofrece una descripción de Dios como alguien que no mentirá (¡al revés de Saúl!) ni se arrepentirá. Dios en su misericordia puede demorar el castigo, o dar oportunidades a hombres y mujeres para que cambien de idea arrepintiéndose; pero no cambia de idea respecto a sus propósitos y planes. Dios habí­a determinado que el futuro de Israel estarí­a en manos de un hombre mejor, David (28). Los lectores posteriores, sin duda viviendo circunstancias muy diferentes, podí­an recibir consuelo y seguridad del hecho de que su Dios les hací­a promesas, y que sus promesas eran absolutamente veraces y ciertas.
El capí­tulo termina con una nota triste: Samuel lloraba por Saúl. Y a Jehovah le pesaba. Debí­a proveer a Israel de un rey mejor que Saúl. El cap. 16 cuenta cómo Dios empezó el proceso de reemplazar a Saúl.

16:1-31:13 SAUL Y DAVID
El resto de 1 Sam. es la historia de la relación de Saúl con David. Samuel, después de ungir a David como el próximo rey, desaparece silenciosamente de la escena. Saúl ha sido rechazado, aunque Dios le permitió seguir como rey hasta su muerte. Pero el futuro estarí­a en David, quien es todaví­a muy joven y falto de experiencia. Estos capí­tulos describen cómo Dios lo capacitó para su futura carrera, lo cuidó en medio de cada peligro y le exhibió ante Israel como el hombre escogido por él.

16:1-17:58 David ocupa su lugar en la corte

El lugar correcto de David era la corte real, pero difí­cilmente serí­a bien recibido como el sucesor-electo de Saúl. Estos dos capí­tulos cuentan cómo sus propias habilidades lo llevaron a estar junto a Saúl.
16:1–13 Ungimiento de David. También aquí­ se hace evidente la habilidad del narrador, al no mencionar el nombre de David hasta el último versí­culo, aunque es David el verdadero centro del relato. Desde este capí­tulo hasta el final de 2 Sam., David es el personaje principal. El propósito primordial de esta sección es mostrar que David habí­a sido escogido por Dios y ungido por Samuel. David no era un hombre despiadado, ambicioso y empecinado en apoderarse del trono. Era el propio elegido de Dios, aunque era un muchacho joven cumpliendo una tarea humilde. ¡Aun Samuel hubiera elegido otro hombre (6)! Era importante que Samuel cumpliera con el ungimiento, el viejo lí­der creando al nuevo lí­der. Esta acción daba continuidad de liderazgo a Israel. Era también una prueba objetiva, aunque sólo a un grupo pequeño y privado de personas, de que David estaba destinado a ser rey. El profeta puede recibir un llamado de Dios en privado, pero el hombre escogido para ser rey debe tener algo más que una voz interior que le llama, de lo cual podrí­an dudar otras personas.
El relato incluye en el v. 7 una enseñanza general de los principios de Dios respecto a sus escogidos. Parece que los israelitas querí­an que sus lí­deres fueran de un fí­sico impresionante y apuesto (7, 12 y 18; 9:2). Los israelitas entendidos hubieran buscado más las cualidades interiores, y el v. 7 confirma que eso es lo que hace Dios. A las cualidades interiores de David, Dios agregó algo más: el poder de su Espí­ritu (13). David contaba con este don de Jehovah como los jueces y Saúl antes que él; era vital al liderazgo de la nación. En este contexto general del ATAT Antiguo Testamento, la función del Espí­ritu de Jehovah era capacitar a individuos para ejercer un liderazgo militar.
En los vv. 2, 4 y 5 se nos recuerda que Saúl todaví­a era rey, y un hombre digno de ser temido. Desde una perspectiva puramente polí­tica, el hecho de que Samuel ungiera a David constituí­a una traición, y se vio forzado a hacerlo en secreto y con cierto engaño.
16:14–23 David llevado a la corte. Este pasaje y el cap. 17 muestran cómo dos distintos talentos de David captaron la atención de Saúl, por lo cual lo hizo integrante permanente de la corte real (18:2). El primer talento era su habilidad como arpista y, el segundo, su habilidad militar, que llevó tiempo desarrollar. Este pasaje se concentra en sus dones musicales, pero menciona también brevemente sus habilidades militares. El trasfondo era un perí­odo de ataques ocasionales de los filisteos, cuando Saúl se veí­a forzado a llamar de sus campos a los hombres para pelear contra el enemigo. Es así­ que a veces David estaba cuidando las ovejas de su padre y otras veces peleando contra los filisteos. Sola, su habilidad en el campo de batalla quizá no hubiera llamado la atención de Saúl; era su habilidad como arpista lo que lo llevó a la corte del rey.
El v. 14 nos da la primera indicación de los problemas que molestarí­an a Saúl de aquí­ en adelante. Su posición como rey nunca fue fácil, con la amenaza permanente de los filisteos y con el dudoso apoyo y falta de unidad en Israel. El rechazo de Samuel tiene que haber socavado tanto su posición como su tranquilidad de espí­ritu. Así­ que se dice que sufrí­a de un espí­ritu malo de parte de Jehovah, que no debe interpretarse como una posesión demoní­aca. El escritor bí­blico quiere mostrar que David (el futuro rey) obtuvo el Espí­ritu de Jehovah, así­ que Saúl (el rey rechazado) lo perdió; y Dios controló de tal manera los acontecimientos que la pérdida sufrida por Saúl lo llevó a necesitar música, y uno de sus propios criados recomendó a David. En ese sentido, el espí­ritu malo de Saúl, su ansiedad mental, estaba bajo el control de Dios.
Es así­ que el primer paso de David para llegar a ser rey fue ir a la corte real y brindar un servicio valioso al rey actual. Hay buenas razones para creer que David más adelante fue ví­ctima de una propaganda hostil, que afirmaba que habí­a sido un traidor despiadado durante el reinado de Saúl. Los pasajes como el cap. 16, por lo tanto, recalcan la lealtad y buena voluntad de David hacia Saúl.
17:1–11 El desafí­o filisteo. La escena cambia de la pací­fica corte real a un nuevo campo de batalla, cerca de Soco, que pertenecí­a a Judá; o sea que hubo otra vez una invasión por parte de las tropas filisteas, a la que tení­a que hacer frente Saúl. Quizá por sus derrotas anteriores, los filisteos se valieron en esta oportunidad de un tipo diferente de guerra. Colocaron frente a sus tropas a un paladí­n (4) y demandaron que se adelantara un paladí­n israelita para pelear contra él en una confrontación individual. La teorí­a de tal combate individual era la creencia de que los dioses en general o los dioses más fuertes darí­an la victoria al hombre que ellos escogieran. De esta manera, se podí­a lograr una victoria sin perder muchas vidas. En vista de la estatura de Goliat, de sus armas poderosas y su fuerte armadura, los filisteos no tení­an ninguna duda de quién serí­a el ganador. Es digno de notar que ni Saúl, cuya estatura ha sido enfatizada antes en el relato (9:2; 10:23) tuvo la valentí­a de aceptar el desafí­o; también él y todo el pueblo se amedentaron y tuvieron tuvo mucho temor (11). Saúl demostró de este modo su falta de liderazgo: Israel necesitaba un nuevo soldado para dirigirlos a la batalla.
17:12–30 David acude al campo de batalla. David vuelve ahora a aparecer en el relato. Los vv. 12–19 explican cómo sucedió que no se encontraba con el ejército israelita cuando Goliat lanzó su desafí­o, y por qué se presentó 40 dí­as después. El autor tiene la intención de hacernos comprender que Dios estaba a cargo de los eventos. Es evidente que David no llegó como un guerrero. (Es probable que los eventos del cap. 17 sucedieran antes de los de 16:21.) El v. 25 tiene su importancia, ya que explica por qué David llegarí­a a ser prominente en Israel , y establece el fundamento para 18:17. No obstante, este versí­culo presenta un interesante contraste con el v. 26. En su decisión de aceptar el desafí­o de Goliat, las motivaciones de David no eran su propia riqueza y honor, sino el anhelo de honrar a Dios y de quitar la afrenta de Israel. David demostró ser un lí­der adecuado para Israel, en contraste con el miedoso Saúl y los hermanos pendencieros de David.
17:31-40 Saúl entrevista a David. Esta conversación entre Saúl y David destaca la valentí­a de David y su fe en el Dios viviente, y de esta manera vuelve a testificar de sus cualidades como lí­der. Saúl hubiera podido demostrar la misma fe y valentí­a, pero no lo hizo. Se muestra a Saúl poniendo su fe en la experiencia militar y en armaduras fuertes, de modo que su actitud en realidad no era muy distinta de la de Goliat. El narrador no lo hubiera negado, por supuesto que experiencia y armadura son por lo general importantes en una batalla; pero la verdad era que sólo Dios podí­a dar a David la victoria en esta situación tan singular.
17:41–58 Victoria de David. Entonces se realizó el duelo. A Goliat le parecí­a una lucha muy despareja, se sintió insultado al ver acercarse al joven aparentemente desarmado. Pero el lector sabe por adelantado que era un enfrentamiento desigual porque el Dios de David estaba en control. Ambos combatientes presentaron sus discursos, como era la correcto en una batalla entre campeones, y ambos hicieron mención de sus dioses. Goliat sólo podí­a proferir maldiciones por sus dioses, pero el Dios de David no era una deidad tribal sino el Dios que serí­a conocido en toda la tierra. Jehovah †¦ libra (47) es el lema de toda la Biblia; en este contexto, David no se referí­a a su propia salvación de la muerte sino a la liberación de Israel del dominio filisteo.
La hazaña de David dio como resultado una extensa victoria, y los filisteos tuvieron que retroceder a sus propias ciudades de Gat y EcroÅ’n. David los habí­a hecho salir de territorio israelita. Los trofeos de la batalla incluyeron la cabeza de Goliat; su calavera fue llevada más adelante a Jerusalén después de que David la hubo capturado (2 Sam. 5).
El párrafo final (vv. 55–58) ha sido motivo de mucha discusión. Los eruditos con frecuencia lo han interpretado como queriendo decir que Saúl no reconoció a David y que no sabí­a nada de él. En dicho caso, contradice a 16:14–23. Es posible coincidir en que el cap. 17 es tomado de otro documento originario que el cap. 16, pero no es necesario deducir que el cap. 17 refleja una tradición de que Saúl y David no se conocí­an de antes. Con la sola evidencia del cap. 17, sabemos que los dos conversaron antes del encuentro de David con Goliat, así­ que Saúl debe haber conocido por lo menos el nombre de David. Las preguntas que Saúl hizo a Abner no eran tanto sobre David como sobre su familia, presumiblemente porque Saúl ahora estaba obligado a dar su hija en matrimonio a David, en cumplimiento de su voto (17:25). Era, por lo tanto, importante para él averiguar todo lo posible de los antecedentes del hombre que serí­a ahora un personaje en la corte.

18:1-20:42 David y Jonatán

Aunque forma parte del relato más importante de la relación entre David y Saúl, esta sección de 1 Sam. se concentra más en Jonatán que en Saúl. El escritor bí­blico tení­a un propósito al describir tan de lleno esta proverbial amistad. Querí­a demostrar más allá de toda duda que el hombre a quien David desplazó de la sucesión del trono era su mejor amigo. El relato ayudó a aplacar cualquier rumor posterior en el sentido de que David habí­a sido un rival odiado de Jonatán. Al final, fueron los filisteos quienes mataron a Jonatán, en una ocasión cuando David se encontraba muy lejos (cap. 31). Antes, Jonatán mismo reconocerí­a a David como el futuro rey de Israel (23:16–18).
18:1-9 Los celos de Saúl. El resultado inmediato de la hazaña de David contra Goliat fue que obtuvo un lugar en la corte, y fue puesto al mando de la gente de guerra. Jonatán, cuya hazaña anterior también habí­a logrado una victoria israelita, no mostró nada de celos por el nuevo hombre en la corte; al contrario, trabó muy pronto una amistad duradera con él. En realidad, sus acciones hacia David parecí­an significar que veí­a en David a un hombre más grande que él, un hombre que merecí­a estar al frente de Israel en el futuro.
Teniendo mucha menos razón, Saúl sí­ tuvo celos. El canto popular que hizo enojar muchí­simo a Saúl nunca tuvo la intención de presentarlo como inferior a David; ¡las cantidades no pretendí­an ser exactas! Más bien, se nota enseguida que por las victorias y la popularidad de David podí­a, si querí­a, llegar a ser un rival de Saúl. Los temores de Saúl eran infundados pero no irracionales.
18:10–30 Saúl intenta dar muerte a David. Los celos de Saúl pronto se mostraron en la acción, al tratar por diversos medios de causar la muerte de David. Su primer atentado fue impulsivo, en un momento cuando estaba fuera de sí­ (10, 11). Sucedió cuando desvariaba y †œse puso como loco† (DHHDHH Dios Habla Hoy).
La razón dada en el v. 12 del temor que Saúl le tení­a a David es interesante. Saúl vio que Jehovah estaba con él, o sea que veí­a que David tení­a éxito en todo lo que emprendí­a. Notaba su éxito y sabí­a que era dado por Dios, pero creí­a que podí­a darle fin, creyéndose con el poder de desbaratar los planes de Dios. Así­ es que el capí­tulo describe las estratagemas de Saúl para hacer matar a David. Si David muriera en batalla contra los filisteos, como esperaba Saúl, éste no cargarí­a con la culpa. Pero como en verdad Jehovah estaba con David en medio de estos acontecimientos (28), los planes de Saúl fracasarí­an. Desde la perspectiva de Saúl, la situación fue empeorando sin pausa; su joven rival no sólo sobrevivió sino que aumentó su fama, y se casó con Mical, una princesa (27). No resulta del todo claro por qué David no se casó con Merab (17–19). La respuesta humilde de David (18) al ofrecimiento del rey era convencional y no era un rechazo de Merab, como tampoco sus palabras en el v. 23 fueron un rechazo de Mical. Probablemente el hecho de dar a Merab a otro hombre fue sencillamente un impulso o, quizá, un insulto adrede a David.
Saúl aparece de mal en peor en estos capí­tulos. Por el contrario, David no hizo nada para dañar o traicionar a Saúl, y la prueba está en el hecho de que la propia familia de Saúl amaba a David (28; 19:1). Saúl era hostil hacia David (29), pero David no fue nunca enemigo de Saúl.
19:1–10 David escapa de la muerte. Las esperanzas de Saúl de que David muriera en batalla habí­an fracasado, así­ que ahora pidió a sus servidores que dieran muerte a David. Esto creó una nueva situación, muy peligrosa para David. Jonatán tení­a dos opciones: Podí­a cumplir los deseos de su padre y ayudar a matar a David, o podí­a tratar de hacer cambiar de idea y de actitud a Saúl. El hecho de que optara por lo último prueba que Jonatán estaba convencido de que David no era ni enemigo suyo ni de Saúl. El hecho de que Saúl se viera obligado a coincidir con él, y que aun juró no matar a David (6), es otra prueba de que David no era un traidor. Por lo tanto, una vez más vemos cómo el autor bí­blico defiende el carácter de David.
Pero Saúl una vez más perdió los estribos y tiró una lanza a David. Ahora no le quedaba a David otra alternativa que huir.
19:11-24 David huye. La determinación de Saúl de matar a David se hizo más firme y ya no volvió a intentar disimularlo. Jonatán habí­a salvado la vida de David anteriormente en este capí­tulo y ahora lo salva Mical, la hija de Saúl. Para hacerlo se valió de mentiras y engaños, pero el pasaje no le hace ningún reproche; el narrador está más interesado en mostrar que David apenas se salvó. El pasaje también muestra que los propios hijos de Saúl estaban preparados para dar los pasos necesarios a fin de proteger a David del padre de ellos. Sorprende encontrar un í­dolo doméstico en la casa de David. Se cree que la palabra heb. traducida †œí­dolo† se refiere a un í­dolo doméstico de alguna clase, pero posiblemente se relaciona de alguna manera con el culto a Jehovah; por cierto que no hay ningún indicio en ninguna parte de que David fuera culpable de adorar a otros dioses.
En estos capí­tulos vemos más de una vez a David exhibiendo una conducta de dudosa moral. Por ejemplo, es culpable de mentir y engañar en el cap. 21 y de tener intenciones homicidas en el cap. 25. Es evidente que no se lo presenta como un ejemplo. Más bien, el escritor bí­blico está enfatizando cuán difí­ciles eran sus circunstancias, sumadas al hecho de que a través de todas sus dificultades (y a pesar de sus faltas) Dios lo cuidó.
Era lógico que David deseara consultar a Samuel, el hombre que lo habí­a ungido para ser rey (cap. 16). No obstante, el pasaje no cuenta nada de su conversación y en cambio recalca la naturaleza del poder profético. Normalmente el Espí­ritu de Dios daba a los hombres poder para hacer o decir la voluntad de Dios. Ante la presencia de tal poder, que en cierto sentido era contagioso, los soldados de Saúl y finalmente Saúl mismo terminaron profetizando. Sin embargo, en el caso de ellos la experiencia no les dio poder sino que se los quitó. A Saúl, por cierto le fue quitada también toda dignidad real. Era simbólico que él mismo se quitara las vestimentas reales. Una vez más nos encontramos con el proverbio burlón de 10:11, y esta vez el sarcasmo era justificado.
Es claro que este episodio no describe lo que normalmente entendemos por †œprofecí­a†. La palabra heb. para †œprofetizar† puede referirse en algunos contextos a estados anormales, como estar en trance (ver también 1 Rey. 18:29). La presencia poderosa de Dios pudo haber tenido diferentes efectos bajo distintas circunstancias.
20:1–7 David consulta a Jonatán. Después de todo lo sucedido no hubiéramos pensado que David contemplara la posibilidad de volver a ocupar su posición en la corte. Sin embargo, era un personaje de la corte, aun Saúl quizá desearí­a seguir los procedimientos correctos. Evidentemente la ausencia de David de la corte en ocasión de la fiesta de la luna nueva podrí­a generar comentarios y posible vergüenza (5–7) David no se hací­a ilusiones y sabí­a muy bien el peligro que corrí­a (3) pero creí­a tener el derecho de demandar justicia: ¿qué maldad habí­a cometido? Jonatán veí­a la situación un poco diferente, queriendo creer lo mejor de su padre y aparentemente convencido de que David no corrí­a ningún peligro inmediato.
El énfasis del pasaje se encuentra en los vv. 14–17. La situación era en realidad el peligro que enfrentaba David, con el cual Jonatán le podí­a ayudar, pero estos versí­culos se preocupan con la ayuda que en el futuro David le brindarí­a a Jonatán. Una simple amistad no necesita de un pacto. Sin embargo, tanto Jonatán como David eran hombres de importancia en Israel, y habrí­a rivalidad polí­tica entre las dos familias, o sea, la casa de Saúl y la casa de David (16). En muchas sociedades una situación como esa hubiera llevado a asesinatos polí­ticos, o aun a la destrucción completa de una de las familias. De allí­ la importancia del pacto que hicieron. Después de los acontecimientos de este capí­tulo, Jonatán y David casi no se volvieron a encontrar, así­ que sus firmes promesas mutuas eran ahora de particular importancia. El v. 17 vuelve a recalcar la profundidad del compromiso mutuo entre David y Jonatán. (Las sugerencias recientes de una relación homosexual entre David y Jonatán son totalmente infundadas; todo el énfasis del autor bí­blico radica en el hecho de que David no era enemigo polí­tico de Saúl o de su familia, y que Jonatán nada tení­a que temer ni desconfiar de David.)
20:18–42 Partida final de David. Las instrucciones detalladas de Jonatán a David (19–22) aparentemente eran necesarias para poder dar un mensaje a David sin que nadie los viera conversando. Resulta claro que Jonatán ni querí­a que su muchacho siervo (21, 39) supiera que se encontrarí­a con David. Si Saúl estaba realmente empecinado en matar a David, cualquier indicio de que Jonatán hablaba con David podí­a ser considerado como una traición. Ni siquiera Jonatán estaba a salvo del enojo de Saúl. El hecho es que Jonatán pudo tener una última conversación privada con David.
Para Saúl una cosa era muy clara: A menos que David muriera, Jonatán nunca le sucederí­a en el trono (31). La diferencia estaba en que Jonatán aceptaba este hecho, pero el odio de Saúl por David a esta altura se habí­a intensificado. Podemos suponer que Saúl habí­a usado la fiesta como una oportunidad para intentar de nuevo matar a David. La fiesta era una ocasión solemne, cuando la ausencia de personajes importantes de la corte hubiera sido notada por todos, aunque la ausencia por razones de impureza ceremonial siempre era una posibilidad en la antigua Israel. Muchos de estos reglamentos se encuentran en Lev. 11–15. De otra manera, la ausencia de una persona importante podrí­a ser sospechosa. Aun el hijo del rey tení­a que pedir permiso para estar ausente (ver 2 Sam. 15:7–9).

21:1-26:25 David como fugitivo

21:1–15 David en Nob y Gat. La cuestión principal en este capí­tulo es demostrar cuán peligrosa y desesperada era la situación de David. Estaba completamente solo (1) y desarmado, y en sí­ esto constituí­a una circunstancia sospechosa; un soldado importante tendrí­a naturalmente una escolta. David no podí­a ver otra opción más que el engaño. El autor bí­blico no aprueba el engaño; la verdad es que David mismo aceptó la culpa de lo que sucedió por esta causa (22:22). Pero el escritor no reprocha a David por ello; conoce muy bien las dificultades. De seguro que los enemigos de David más adelante lo condenaron por ambos incidentes narrados en este capí­tulo. La visita de David a Nob trajo aparejada la muerte de muchos hombres devotos (22:18), y su visita a Gat (10–15) parecí­a el acto de un traidor, ya que Aquis era un rey filisteo. Así­ que el escritor explica, primero, que aunque David sí­ engañó al sacerdote Ajimelec, no podí­a saber lo que luego sucederí­a. El problema fue causado por Doeg (7), uno de los oficiales de Saúl, quien se encontraba allí­ para cumplir un voto.
En segundo lugar, el escritor explica que cuando David cruzó la frontera y fue a Gat, esperaba que no lo reconocieran. Cuando fue reconocido, hizo quedar mal al rey filisteo. Por cierto que no fue honrado por los filisteos, que hubieran recibido bien a un soldado capacitado que se hubiera rebelado contra Saúl. En el peor de los casos hubieran impedido su regreso a Israel de no ser por su aparente locura.
22:1–5 David consigue apoyo. En el cap. 21 David habí­a sido un fugitivo solitario, en mucho peligro. Volviendo de Gat a territorio israelita, pronto consiguió algo de apoyo. Su propia familia se sumó a él, no para apoyarlo sino buscando su propia seguridad, y David pronto se aseguró de que sus padres fueran enviados al extranjero, lejos del alcance de Saúl. Sus seguidores eran proscritos como él, y habí­a una cantidad suficiente como para formar un pequeño ejército. A los ojos de Saúl sin duda eran rebeldes y traidores. ¿Qué hemos de pensar? Los capí­tulos siguientes mostrarán que David nunca usó su ejército para atacar a Saúl ni a las tropas israelitas, pero eso se verá más adelante. No obstante, otro partidario de David era un profeta, llamado Gad, y podemos ver la mano de Dios obrando, dando dirección a David (5). Así­, en un sentido muy lit.lit. Literalmente, Dios todaví­a estaba con David. El soldado exitoso se habí­a convertido en un fugitivo exitoso. Era bueno que se fuera a JudaÅ’, lejos de la ciudad capital de Saúl. Judá era su propia tribu, y podí­a lógicamente esperar que algunos de sus compatriotas tendrí­an buena disposición hacia él.
22:6–23 La masacre en Nob. Nob en este tiempo era un santuario principal. Después de la victoria filistea del cap. 4, el santuario en Silo habí­a quedado destruido, y Nob puede haberlo remplazado en importancia. Ajimelec, el sumo sacerdote en Nob, era nieto de Elí­ de Silo. Es increí­ble que Saúl haya masacrado a tantos sacerdotes en un santuario tan importante, a pesar de la defensa razonable que presentó Ajimelec (14, 15). El capí­tulo demuestra que para entonces Saúl sospechaba de todos, incluyendo a Jonatán (8), y veí­a conspiraciones donde no las habí­a. Es significativo que sus propios servidores se negaron a obedecer sus órdenes (17).
La brutalidad de Saúl en Nob tuvo un resultado que no pudo prever. Un hombre que escapó de la masacre fue Abiatar (un futuro sumo sacerdote en Jerusalén) que no tuvo otra alternativa que sumarse a David. De esta manera David se ganó el apoyo sacerdotal además del apoyo del profeta Gad.
23:1–14 David en Queila. Esta sección presenta un interesante contraste entre el poder humano y el control de Dios. El poder real de Saúl no podí­a ser vencido ni por David ni por los habitantes de la ciudad de Queila. Este capí­tulo muestra a David forzado a retroceder más y más al sur, hacia una zona más desértica. En cuanto a los habitantes de Queila, pueden haber sentido simpatí­a por David (eran de su misma tribu), pero no se atreví­an a arriesgarse por miedo al enojo y la venganza de Saúl. Todos han de haber sabido cómo Saúl habí­a tratado a Nob. Pero aunque los habitantes de Queila estaban preparados para entregar a David a Saúl (12), deben haber sentido una gratitud permanente hacia David, quien acababa de librarlos de los filisteos. Esto le fue útil más adelante.
Saúl tení­a mucho poder, entonces, desde el punto de vista humano; pero era Dios quien realmente controlaba los acontecimientos, especialmente dando a David la dirección que necesitaba a través de Abiatar y el efod (6). De esta manera David supo cuándo ir a Queila y cuándo salir de ella, y cómo escapar de las manos de Saúl (14). Dios daba completa libertad de acción a todos los individuos y grupos, pero a pesar de ello dominaba a fin de que su voluntad prevaleciera. David volvió a escaparse otra vez de Saúl, y pudo hacerle un bien a la ciudad israelita, un hecho que serí­a recordado mucho tiempo después. Saúl demostró ser incompetente como rey, porque habí­a atacado a una de sus propias ciudades; David ya estaba realizando las tareas de un rey, derrotando a los filisteos, enemigos de su nación.
23:15–28 David en la región de Zif. La región alrededor de la ciudad de Zif era desértica (14). Es bastante fácil esconderse en un terreno así­, pero no es fácil alimentar allí­ a un ejército de 600 hombres. La banda de seguidores de David habí­a aumentado desde 22:1. Esto puede explicar en parte por qué los habitantes de Zif le eran tan hostiles; quizá lo consideraban una amenaza a sus provisiones de alimentos. Así­ que estaban dispuestos a ayudar a Saúl a localizar a David, pero una vez más Dios tuvo la última palabra, esta vez usando a los filisteos para lograr sus propósitos.
Hay una dramática ironí­a en el hecho de que aunque Saúl y sus tropas no podí­an encontrar a David, Jonatán sí­ pudo. Sin duda, David habí­a puesto centinelas que habrán guiado a Jonatán hasta él. El propósito principal de la visita de Jonatán era tranquilizarlo. Al renovar su pacto, Jonatán volvió a confirmar su disposición de subordinarse a David; en otras palabras, renunciaba a su propia posición como prí­ncipe heredero. Jonatán no vivió para cumplir esta promesa, pero el escritor bí­blico usa la promesa de Jonatán como una indicación de la buena voluntad que siempre existió entre Jonatán y David. David nada le quitó a Jonatán, y Jonatán nada le envidió a David.
23:29—24:22 David y Saúl se encuentran en En-guedi. El relato detallado del cap. 24 cuenta un incidente dramático sucedido durante el tiempo cuando David era un fugitivo. El drama enfoca la atención en algunos datos importantes con respecto a David y Saúl. En distintos puntos del relato, ambos tuvieron oportunidad de matar a su adversario. Ambos fueron frenados de semejante acción violenta por el poder de la conciencia. David debió sentirse tentado a matar al hombre que lo habí­a estado persiguiendo, especialmente cuando sus soldados lo incitaban a hacerlo. Pero su conciencia lo frenó; hasta sintió remordimiento después de dañar ligeramente el manto de Saúl. En cuanto a Saúl, cuando David de pronto le habló, por fin tení­a a David totalmente en su poder; pero las palabras de David sacudieron su conciencia. Las palabras de los dos hombres eran, por lo tanto, de particular importancia. David expresó una gran reverencia por la persona del rey como tal. Saúl, sabemos, habí­a sido rechazado por Jehovah; pero siguió siendo rey, el hombre que habí­a sido ungido a través de Samuel por Jehovah (6). Nadie, declaró David, tení­a el derecho de atacar a la persona del rey de Israel.
Saúl respondió con una franca confesión de que habí­a sido malo con David, y que David nunca habí­a actuado mal con él. Mirando hacia el futuro, reconoció que David serí­a rey.
Aquí­, nuevamente, la intención del texto es defender a David de acusaciones posteriores de despiadada hostilidad hacia Saúl y sus descendientes (21). El capí­tulo pone muy en evidencia que David no sólo le perdonó la vida a Saúl sino que hizo un juramento solemne de no eliminar a la familia de Saúl y a sus descendientes. El énfasis en las palabras de David con respecto a la persona y vida del rey pueden haber sido más adelante un sermón para hombres y grupos que querí­an derrocar a los reyes asesinándolos o rebelándose contra ellos.
25:1–11 Hostilidad de Nabal. La muerte de Samuel (1) marcó el final de una era. Murió antes de que David, a quien habí­a ungido (cap. 16), llegara al trono; pero al menos ahora Saúl habí­a reconocido que David serí­a el próximo rey (24:20). La obra de Samuel habí­a terminado.
A pesar de las palabras de arrepentimiento de Saúl en 24:16–21, no habí­a posibilidad de una verdadera reconciliación entre él y David, y David se quedó con su banda de hombres en las áreas semidesérticas de Judá. No pasarí­a mucho tiempo antes de que Saúl hiciera nuevos intentos de capturarlo. Mientras tanto, David tení­a la tarea cotidiana de encontrar provisiones para sus seguidores, y esta pasaje muestra lo difí­cil que eso podí­a ser. Trató de ganarse apoyo y provisiones de agricultores ricos como Nabal dándoles ayuda y protección de sus atacantes (como los amalequitas), y buscando luego su generosidad. Sin duda habrí­a agricultores que ayudaban con gusto a David, y probablemente otros que lo hací­an de mala gana; Nabal era de malas acciones (3) y se negó bruscamente. Técnicamente, tení­a el derecho de actuar como lo hizo, y su comentario de que David era un †œsiervo† que habí­a dejado a su †œseñor† no distaba de la verdad. Sin embargo, el lector sabe que David no era un rebelde contra Saúl, y que Dios habí­a escogido a David para ser rey; así­ que Nabal estaba totalmente ajeno a los planes de Dios.
25:12–35 La intervención de Abigaí­l. El enojo de David con Nabal era comprensible y podemos percibir un sentido de cierta desesperación de su parte por encontrar provisiones. Sin embargo, las acciones de Nabal ciertamente no justifican la reacción sanguinaria de David. El relato mostrará que David a veces podí­a ser duro y violento, pero que Dios estaba aún gobernando los eventos e impidiendo que David cometiera una mala acción. El agente de Dios no fue un profeta, ni la guí­a del sacerdote Abiatar, sino la esposa del mismo hombre al que David planeaba matar. No es mera coincidencia que Abigaí­l era una mujer inteligente (3), quien no sólo vio los peligros sino que actuó rápida y efectivamente para impedir una tragedia. Sus palabras a David le recuerdan que el Dios que lo habí­a ungido para ser rey seguramente le protegerí­a y tendrí­a cuidado de sus necesidades. Por lo tanto, David no debí­a ser violento ni vengativo.
El mensaje de las palabras de Abigaí­l es teológico, aclarando la posición de David a los ojos de Dios. Podemos agregar que humanamente hablando, era también muy sensato: Si David hubiera atacado a algún agricultor del lugar, le habrí­a sido muy difí­cil ganarse el apoyo de la tribu de Judá más adelante.
25:36-44 Matrimonios de David. El final de la historia relata la muerte de Nabal, seguida por el hecho de que David tomara por esposa a Abigaí­l, su viuda. La muerte de Nabal fue después de todo una muerte natural, desde una perspectiva humana; pero el escritor expresa la verdad general de que toda vida y muerte están en las manos de Dios. Podemos estar seguros de que los vecinos de Nabal pensaban lo mismo, y tomaron nota de que Dios podrí­a castigar cualquier hostilidad hacia David. Así­ que la muerte de Nabal puede haber ayudado a la causa de David.
La única esposa de David hasta ahora habí­a sido Mical, la hija de Saúl (18:27). Saúl la habí­a dado en matrimonio a otro hombre (44). Esta acción mostraba su odio por David; era también una maniobra polí­tica, que tení­a la intención de arrasar con cualquier pretensión al trono que David pudiera haber tenido por ser el yerno de Saúl. Los casamientos por razones polí­ticas eran comunes en aquella época, y al casarse con Abigaél y Ajinoam (42, 43) David estaba formando importantes lazos con familias de influencia en Judá. Su camino futuro hacia la monarquí­a se deberí­a al apoyo de la tribu de Judá, no al apoyo de la corte real existente. El escritor no lo dice, pero consideraba al casamiento de David con Abigaí­l como parte de los planes de Dios para él.
26:1–25 David en el campamento de Saúl. La trama de esta narración es la misma que la del cap. 24. Saúl llevó un ejército a Judá para buscar a David, y casi lo atrapa; David tuvo la oportunidad de matar a Saúl pero en cambio conversó con el rey, quien confesó que habí­a sido injusto con David. Algunos detalles son muy similares a los del cap. 24, p. ej.p. ej. Por ejemplo el papel que jugaron los de Zif (1). Pero muchos otros detalles son totalmente diferentes. Aquí­ David no está escondiéndose accidentalmente en una cueva como en el cap. 24, sino deliberadamente visitando el campamento de Saúl. Abner aparece en este relato, pero no en el cap. 24. A pesar de ello, algunos eruditos suponen que ambos capí­tulos cuentan de distintas maneras el mismo suceso. La pregunta importante es por qué el autor bí­blico decidió usar dos relatos tan similares. La respuesta en parte es que querí­a recalcar el énfasis del cap. 24. Los israelitas confiaban mucho en el testimonio doble (Deut. 19:15), y aquí­ por segunda vez David resistió la tentación y se negó a hacerle daño al ungido de Jehovah (9); también por segunda vez, Saúl admitió que habí­a actuado mal (21) y reconoció que David tendrí­a un gran futuro (25). Así­ que una vez más el escritor enfatiza que David se negó a hacerle ningún daño a Saúl, y el hecho de que (cuando andaba bien) Saúl se culpaba a sí­ mismo.
El elemento nuevo en este relato está en las palabras de David en el v. 19. Este versí­culo mira hacia el próximo capí­tulo, cuando David de mala gana dejó la tierra de Israel y se refugió con los filisteos. Los enemigos de David argumentaron posteriormente que David era un traidor a Israel que habí­a adorado a dioses falsos en Filistea. El v. 19 no significa que en realidad David adorara a otros dioses, pero sí­ hace notar el hecho de que en territorio extranjero no habrí­a templos a Jehovah donde David podí­a adorar al verdadero Dios. David, por lo tanto, expresó su renuencia en irse de Israel, tanto que pronunció una maldición sobre los responsables.
Nota. 21 Saúl reconoció haber actuado neciamente, así­ como Abigaí­l habí­a reconocido la insensatez de su esposo al oponerse a David (25:25). Las dos palabras heb. son diferentes, pero la idea es la misma. Todos los que se oponen a los planes de Dios tarde o temprano muestran ser necios e insensatos.

27:1-30:31 David en territorio filisteo

Este serí­a el perí­odo más difí­cil de la carrera de David. No pudiendo quedarse en territorio israelita, se vio forzado a refugiarse con uno de los reyes filisteos. David dirigí­a un pequeño ejército, y es evidente que los filisteos no recibirí­an a los soldados israelitas a menos que pudieran confiar en que ellos lucharí­an contra sus compatriotas israelitas. Los hombres de David al principio tení­an la ventaja de que Saúl, rey de Israel, era indudablemente su enemigo. David tuvo que persuadir a los filisteos de que él y sus hombres eran y seguirí­an siendo enemigos de Saúl y de Israel en general. Pero, por supuesto, David no querí­a atacar a los israelitas y, de haberlo hecho, nunca hubiera llegado a ser rey de Israel. Así­ que enfrentaba una tarea muy difí­cil, además del problema de alimentar y financiar su ejército. A pesar de todo, tuvo éxito porque Dios aún estaba con él.
27:1–12 David y el rey Aquis. Los recientes episodios en que casi fue capturado por Saúl, fueron para David prueba de que no podí­a seguir evitando indefinidamente su captura y muerte. Su banda de 600 hombres no podí­a seguir escondida por mucho más tiempo. Podemos dar por sentado que no hubieran sido recibidos por ningún paí­s neutral ni por ningún aliado de Saúl. La única esperanza de David era simular ser un aliado de los enemigos de Saúl, los filisteos. Es así­ que regresó a Gat, que antes habí­a visitado brevemente (21:10–15). Esta vez contó con el respeto total de Aquis, el rey filisteo, y le fue dado un lugar donde establecerse, la ciudad de Siclag. Podemos ver que Dios estaba al mando aun en esta decisión filistea. Siclag estaba situada cerca de la frontera israelita (ver mapa, p. 252), y Aquis esperaba que David atacara a los israelitas en Judá. Pero Siclag también estaba cerca de otra frontera; al sur de Siclag viví­an varias tribus que eran enemigas tanto de Israel como de los filisteos. Esto le dio a David la oportunidad de beneficiar al pueblo de Judá, atacando a sus enemigos y, a la vez, engañar a Aquis. Aquis podí­a ver por sí­ mismo los botines de guerra, pero no podí­a saber de dónde provení­an. También David se beneficiaba, porque estos botines de guerra suplí­an las necesidades de comida y pertrechos.
Es notable la habilidad de David de aprovechar una oportunidad así­. Desde una perspectiva cristiana, no podemos admirar su engaño ni su masacre de hombres y mujeres. Este pasaje no está, por supuesto, recomendando el engaño y la crueldad. Básicamente, muestra cuán desesperada era la situación de David, una situación creada por Saúl. También muestra la determinación de David de no hacer nada que pudiera perjudicar a su propio pueblo, sino hacer todo lo posible para ayudarlo. Su primer deber era hacia Israel, y no sentí­a ninguna obligación hacia los enemigos de Israel.
28:1–25 Saúl consulta a una médium. Los acontecimientos ahora avanzan hacia un clí­max. Los últimos capí­tulos de 1 Sam. se ocupan de un solo evento de grandes proporciones, una gran batalla entre Israel y los filisteos, y con las acciones y fortunas de las tres partes involucradas: Saúl y su ejército israelita, el ejército filisteo y David y su ejército más pequeño. Los filisteos iniciaron estos eventos, juntando sus fuerzas hasta contar con un gran poderí­o (1, 4). La mayorí­a de las batallas entre Israel y los filisteos se habí­an librado en el sur del paí­s, pero ahora los filisteos cambiaron su estrategia y se reunieron en Sunem, situada al norte. Probablemente estaban tratando de cortar a Israel en dos, separando a Saúl de las tribus del norte. De cualquier manera, Saúl no podí­a ignorar este peligro, y parece que se veí­a forzado a pelear en suelo llano, donde los carros filisteos les daban a éstos una gran ventaja. (Por lo general los israelitas podí­an pelear en las montañas, donde los carros eran de poca utilidad.) Israel estaba, pues, en una situación peligrosa, y Saúl necesitaba desesperadamente consejo militar. Aunque el relato se cuenta en términos personales, es importante tener en cuenta que Saúl buscaba dirección como rey de Israel, no como un particular. Pero como rey de Israel no podí­a conseguir ayuda profética. El v. 6 menciona las tres maneras habituales de conocer la voluntad de Jehovah; el Urim se refiere al efod sacerdotal (ver 14:37). Saúl ya no podí­a consultar a Samuel que hací­a poco habí­a muerto, a menos que pudiera hacerlo por medio de una médium; pero Saúl mismo habí­a echado a las médiums de la zona central de su reino. Las leyes del ATAT Antiguo Testamento condenan la práctica de consultar a los muertos (necromancia; ver. Lev. 19:31; Deut. 18:9–14) y Saúl guardaba dichas leyes. Era una señal de su desesperación el que ahora consultara a una médium, y que para hacerlo tuviera que ir a un sitio tan al norte como Endor, un viaje al otro extremo del campamento filisteo.
El autor bí­blico no se ocupa aquí­ ni de atacar ni ridiculizar la práctica de la necromancia; sencillamente quiere mostrar la desesperación de Saúl y las firmes decisiones de Jehovah. Sea que Dios haya permitido aparecer al propio Samuel o que algún espí­ritu haya tomado la forma de Samuel, el hecho es que según Saúl, vio a Samuel y oyó la voz de Samuel. Esta voz repitió y confirmó el rechazo de Saúl por parte de Yahweh y la elección de David. El v. 19 agrega una nueva predicción sobre el resultado de la batalla que se librarí­a al dí­a siguiente.
La intención de este relato es enfatizar la desesperanza de Saúl; y mostrar lo bajo que habí­a caí­do, al valerse de una delincuente para que lo ayudara. Porque la mujer era una delincuente, según las propias leyes de Saúl. El capí­tulo de ninguna manera avala las actividades de médiums; la dirección de Dios nunca se debe procurar por su intermedio.
29:1–11 Los filisteos y David. Hemos visto en el cap. 28 cuán impotente se encontraba Saúl, y qué desesperada era su situación. En una manera distinta, David estaba igualmente impotente, a merced de las decisiones filisteas. Su compañí­a de hombres era demasiado pequeña para pelear contra los filisteos, y no se atreví­a a desobedecer sus órdenes; la única alternativa que veí­a era seguir engañando a Aquis. Serí­a difí­cil adivinar qué hubiera hecho David de haber Aquis persuadido a los otros gobernantes filisteos de que David era leal y digno de confianza. Pero los demás reyes filisteos no coincidieron con Aquis. Podí­an ver claramente el peligro de que el ejército de David cambiara de bandos en medio de la batalla, lo cual entonces habrí­a causado la derrota de los filisteos (4). También recordaban la fama de David como soldado, que las mujeres israelitas conmemoraran en su canto (5; ver 18:7). El autor no lo dice, pero deja que el lector llegue a la conclusión que habí­a sido Dios quien no se impuso sobre Aquis y rescatado a David de una situación imposible.
Notas. 1 El episodio ocurrió en Afec, antes de que los filisteos marcharan hacia al norte y acamparan en Sunem (28:1). O sea que los eventos del cap. 29 sucedieron antes de los del cap. 28. 6 Aquis aquí­ jura por el Dios de Israel, presumiblemente porque hablaba con un israelita. Su referencia en el v. 9 a un ángel de Dios es menos especí­fica; era quizá una frase convencional. No hay ningún indicio en este pasaje de que Aquis adorara a Jehovah. 11 El campamento israelita ya estaba en Jezreel (1), así­ que este versí­culo indica el comienzo de la batalla.
30:1–17 David derrota a los amalequitas. La narración sigue a David hacia el sur, de vuelta a su cuartel en Siclag, y deja a un lado el relato de la batalla de Gilboa hasta el cap. 31. Parte del propósito del escritor al dar tantos detalles es enfatizar que David y sus hombres se encontraban a muchos km.km. Kilómetro(s) del ejército filisteo cuando se libró la batalla. Fácilmente podemos imaginarnos que los enemigos de David más adelante hicieron correr el falso rumor de que David y sus hombres habí­an ayudado a los filisteos a derrotar al ejército de Saúl. Por el contrario, este capí­tulo muestra a David atacando a los amalequitas, enemigos de Israel, mientras se libraba la batalla entre Saúl y los filisteos.
Otro aspecto importante de este relato es que el enemigo es Amalec. El que Saúl no eliminara a este pueblo, que habí­a representado por mucho tiempo una amenaza para Israel, ha sido registrado en el cap. 15. Fue la causa del rechazo de Saúl por parte del Señor. Ahora en el cap. 30, se describe a David haciendo lo que Saúl debió haber hecho.
30:18-31 Saqueo de David. Los atacantes nómadas no son fáciles de encontrar, y fue casi un milagro que David rescató todo lo que habí­an tomado los amalequitas.
El v. 7 presenta una lección importante, contrastando la conducta de David, en una situación muy difí­cil, con la de Saúl en el cap. 28. Saúl habí­a consultado una médium, pero David buscó a un hombre de Dios para saber la voluntad de Dios. La consulta de Saúl habí­a terminado en total desesperanza, la de David terminó en un estí­mulo para él (6).
Dios no sólo habí­a intervenido para prevenir que David tuviera que luchar contra sus compatriotas, sino que la manera en que Dios coordinó los eventos también fue perfecta. David y sus hombres habí­an llegado de regreso a Siclag mucho antes de lo que los amalequitas los esperaban. De otra manera las esposas y los niños capturados hubieran sido vendidos como esclavos.
El pasaje muestra cómo David impuso su autoridad sobre sus tropas que eran hombres violentos (ver v. 6) que incluí­an a hombres malos y perversos (22). Aquí­ lo vemos tomando ya una decisión como la que por lo general tomarí­a un rey (ver especialmente el v. 25). Su norma general era beneficiar a todo su pueblo equitativamente, y también devolver la hospitalidad a los pueblos y áreas de Judá donde él y sus hombres habí­an sido antes fugitivos huyendo de Saúl (27–31). Esta fue una maniobra polí­tica astuta: Llegado el momento, los habitantes de Judá libremente lo eligieron como rey en lugar de servir a un hijo de Saúl (2 Sam. 2:10).

31:1-13 La batalla de Gilboa

La batalla lleva el nombre del monte Gilboa. Comenzó en el llano, pero los israelitas derrotados fueron perseguidos retrocediendo a las laderas de la montaña donde muchos murieron, incluyendo a Saúl y Jonatán. El capí­tulo no da la cantidad de ví­ctimas, pero evidentemente fue una victoria filistea importante, por la que pudieron ocupar varias ciudades israelitas (7). Es así­ que el reinado de Saúl terminó en el desastre para Saúl mismo y para Israel. Parecí­a que los dioses de los filisteos habí­an triunfado; pero 2 Sam. contará cómo David derrotó a los filisteos para siempre.
El último párrafo del capí­tulo ofrece un final apropiado para el relato del reinado de Saúl. Su primer acto como rey habí­a sido rescatar la ciudad de Jabes, en Galaad (cap. 11); sus habitantes rescataron ahora su cuerpo y dieron a sus restos honrosa sepultura. Es desconcertante por qué incineraron los cadáveres, ya que ésta no parece haber sido una costumbre israelita. Sea cual fuere la razón, el acto tuvo el propósito de honrar a los muertos.
Es así­ que 1 Sam. termina con una nota trágica. Pero fue una tragedia predicha por el portavoz de Dios (28:19), y no significaba que el Dios de Israel habí­a sido derrotado. El ya habí­a escogido al próximo rey de Israel, y lo habí­a capacitado para ser mejor soldado y lí­der que Saúl. Dios a su tiempo se encargarí­a de la amenaza filistea.

La familia de David, simplificada
2 SAM. 1:1–8:18 PRIMEROS Aí‘OS DEL REINADO DE DAVID

1:1-4:12 David e Isboset

La muerte de Saúl abrió el camino para que David cumpliera su destino de ser rey de Israel. Sin ambigüedades, el escritor bí­blico en 1 Sam. fue señalando hacia adelante hasta llegar a esta conclusión. No obstante, habí­a todaví­a dos obstáculos grandes en el camino de David: Desde una perspectiva humana, es cierto que no habí­a ninguna certidumbre de que David llegarí­a a ser rey de todo Israel. El primer obstáculo era que Isboset, uno de los hijos de Saúl, no habí­a muerto en la batalla de Gilboa, y que pronto fue reconocido como rey por la mayorí­a de las tribus (ver 2:9). David llegó a ser rey de Judá, con el resultado de que se desató una guerra civil. El otro obstáculo era que los filisteos estaban decididos a mantener débil a Israel y en sujeción a ellos. Pero los filisteos cometieron un error táctico: No hicieron nada para prevenir que David llegara a ser rey en Judá, supuestamente porque querí­an alentar la guerra civil entre los israelitas pensando que dividirí­a y debilitarí­a a Israel; ni tampoco atacaron a Isboset por la misma razón. Por esto, David no tuvo dos enemigos simultáneamente, y pudo vencer ambos obstáculos, uno después de otro. El escritor no tiene ninguna duda de que Dios intervino en las decisiones filisteas, como en todos los demás eventos que llevaron a David al trono de todo Israel.
1:11–16 El mensajero amalequita. Al principio de este relato David sigue en Siclag (ver 1 Sam. 30:26), esperando noticias de la invasión filistea al norte de Israel. Resulta irónico que el mensajero que trajo la noticia de Gilboa fuera un amalequita, de la nación que habí­a sido una enemiga persistente de Israel. Tanto Saúl como David habí­an luchado contra ellos. Pero este amalequita era un inmigrante a Israel, un residente extranjero (13).
No es ninguna sorpresa para el lector el hecho de que se le diga de la muerte de Saúl y Jonatán, pero lo que sí­ sorprende es la descripción dada por el amalequita respecto a cómo murió Saúl. Es posible que Saúl no muriera inmediatamente después de caer sobre su propia espada (1 Sam. 31:4), sino hasta que llegó el amalequita, quien ahora dijo a David: lo maté (10) a pedido de él. Pero es posible que el amalequita, en parte, estuviera mintiendo. En general, parece más probable que haya estado saqueando los cadáveres en el campo de batalla a que haya estado allí­ por casualidad en medio de un recio combate (6).
No se nos dice si David le creyó del todo o no, pero al no contar con otros testigos, aceptó la evidencia de las palabras del hombre (16) y de la diadema y el brazalete que habí­a traí­do de Gilboa. En base a esa evidencia David ejecutó al mensajero. La acción de David al hacerlo es totalmente consecuente con su actitud hacia la persona de Saúl expresada en 1 Sam. 24:6 y 26:9. El rey era el ungido de Jehovah, y el amalequita, como residente de Israel, estaba bajo la obligación de obedecer la ley-código de Israel; no obstante, habí­a dado muerte al rey de Israel. Al ejecutarlo como homicida David ya estaba actuando como rey y juez.
Hay otro aspecto polí­tico en el episodio. Al actuar como lo hizo David demostraba una vez más que no era enemigo de Saúl: Defendió hasta lo último los derechos del rey muerto.
1:17–27 Lamento de David. El poema en los vv. 19–27 no es un lamento privado para expresar los sentimientos de David, sino un poema nacional describiendo en lenguaje memorable la profundidad de la pérdida de Israel. El lamento fue publicado (dicho en un equivalente moderno), puesto por escrito y distribuido por toda la nación (18). El libro de Jaser era un documento antiguo usado por algunos escritores del ATAT Antiguo Testamento (cf.cf. Confer (lat.), compare Jos. 10:13). No sabemos por qué el poema se tituló el Canto del Arco.
Dios habí­a rechazado a Saúl, como 1 Sam. lo muestra repetidamente, pero este poema considera a Saúl desde una perspectiva humana y nos recuerda su importancia para Israel a lo largo de muchos años: Aportando liderazgo, creando la unidad nacional, haciendo retroceder a los filisteos y trayendo prosperidad a Israel (ver v. 24). Jonatán es incluido con Saúl, tanto por su profunda amistad con David como por sus triunfos militares (ver 1 Sam. 14).
Los sí­mbolos poéticos a lo largo del lamento son dignos de notar aunque se entienden sin dificultad. En el v. 20 David expresa su esperanza de que la noticia de la muerte de Saúl no llegara al enemigo: Gat y AscaloÅ’n eran dos ciudades filisteas importantes. En el v. 21 maldice los cerros de Gilboa donde cayeron muertos Saúl y Jonatán. En la última estrofa de su lamento David llama a Saúl y Jonatán valientes y armas de guerra, recordando a los lectores el hecho de que sus muertes sucedieron en el contexto de una desastrosa derrota para Israel. El poema no expresa ninguna esperanza para el futuro, pero David mismo estaba destinado a dar esperanza y victoria a la nación derrotada.
2:1–7 David proclamado rey de Judá. La muerte de Saúl significó que David ahora tení­a libertad para irse del territorio filisteo y volver a JudaÅ’, su tierra natal. Dos cosas hubieran podido obstruir este cambio. Si Saúl hubiera dejado un sucesor fuerte, igual de hostil hacia David, no habrí­a sido posible. Si los filisteos hubieran objetado el traslado, habrí­a resultado muy difí­cil moverse. Así­ que no sorprende el que David consultara al Señor sobre el asunto; o sea que le pidió a Abiatar que consultara el oráculo sagrado (ver 1 Sam. 23:9–12).
Ni el escritor bí­blico ni el lector se sorprenden ante el hecho de que David fuera proclamado rey (aunque de una sola tribu, la de Judá). La voluntad de Dios se habí­a revelado con claridad desde mucho antes, como en 1 Sam. 16. No obstante, desde una perspectiva puramente polí­tica, la decisión de los hombres de Judá resulta inesperada. La muerte de Saúl y la victoria aplastante de los filisteos en Gilboa ha de haber creado un caos polí­tico en todo Israel, y los ancianos de las tribus al principio han de haber vacilado mucho sobre el mejor curso de acción. David tení­a por lo menos tres cosas para ofrecerles: Buena fama como soldado, antecedentes de acciones provechosas para Judá y algún tipo de alianza o acuerdo con los filisteos. El también era, por supuesto, oriundo de Judá.
El mensaje de David a la ciudad de Jabes, en Galaad, es de interés especial. Esta ciudad tení­a fuertes lazos con Saúl (ver 1 Sam. 11; 31:11–13) y estaba situada en la Transjordania, en la misma área donde Isboset, el rey rival de David, estableciera su ciudad capital, Majanaim (8, 9). Hubiéramos esperado, entonces, que Isboset y no David, fuera el que enviara a Jabes, en Galaad, un mensaje de gratitud y aliento como éste. El hecho es que David ya estaba indicando a los israelitas fuera de Judá que creí­a que era el auténtico sucesor de Saúl, y que tení­a autoridad sobre todo Israel. Su mensaje ni tuvo en cuenta la existencia de Isboset.
La ciudad capital de David era HebroÅ’n, hacia el sur de Judá. Más adelante, Jerusalén serí­a su capital, pero en ese tiempo Jerusalén no estaba en manos israelitas. De hecho, Jerusalén puede haber sido en cierta forma una barrera, separando a Judá de las tribus israelitas que quedaban más al norte. De ser así­, esto ayudarí­a a explicar por qué Judá tomó su propia iniciativa de escoger su propio rey.
2:8–32 Guerra civil. Abner (mencionado por primera vez en 1 Sam. 14:50) evidentemente habí­a escapado del campo de batalla donde muriera Saúl, haciéndose cargo de los intereses israelitas en la parte norte del paí­s. Aunque él mismo era un pariente cercano de Saúl, no se proclamó rey sino que trató de conseguir el apoyo de los israelitas para Isboset, el hijo sobreviviente de Saúl. Así­ que Isboset fue proclamado rey, en teorí­a, sobre todo Israel (9), pero en realidad sobre un área limitada. Los filisteos eran ahora indiscutiblemente los verdaderos dueños de las áreas centrales de Israel, especialmente de las regiones tribales de Efraí­n y Benjamí­n. El área principal bajo el control de Isboset estaba al este del rí­o Jordán (Galaad), y allí­ tení­a su capital, Majanaim (ver mapa, p. 363). Sin embargo, Efraén y Benjamén y algunos otros grupos (9) lo reconocí­an como rey, pese a las realidades de la situación.
No hay ninguna razón evidente para que David atacara a Isboset, así­ que parece probable que Isboset decidió atacar a David a fin de conquistar a Judá. Las tropas de Isboset fueron enviadas a GabaoÅ’n, cerca de la frontera norte de Judá, y David mandó a sus propias tropas para impedir su avance. Al igual que 1 Sam. 17, ambas partes trataron de evitar una matanza innecesaria escogiendo paladines para resolver la cuestión. Quizá ambas partes creí­an que Jehovah les mostrarí­a su voluntad dando una victoria rotunda a un grupo de doce hombres sobre el otro. No obstante, después se libró una batalla campal (17); los vv. 30, 31 nos dan una idea de su magnitud.
El propósito principal de todos los detalles consignados en esta narración es presentar al lector a Joab. Joab serí­a el comandante en jefe de David todo el tiempo de su largo reinado, y es evidente por los vv. 28–30 que ya estaba al mando. El relato explica cómo sucedió que Abner, el comandante israelita, dio muerte a uno de los hermanos de Joab. Se nota que Abner no querí­a matar a Asael, sobre todo porque querí­a evitar una enemistad con la familia de éste. Después de la muerte de Asael, Joab se mostró dispuesto a actuar sensatamente y hacer una tregua, pero sus sentimientos personales no se dan a conocer en este capí­tulo. Serán revelados en 3:27.
3:1–5 La familia de David. El escritor no da más detalles de la guerra civil, en la que David sin pausa fue ganando terreno (1). En cambio, da detalles de las esposas e hijos de David. La implicación bien puede ser que David estaba seguro y establecido en Judá, a diferencia de Isboset cuya causa estaba perdida. Hasta donde sabemos Isboset no tení­a familia. Pero la importancia principal de los detalles es establecer un fundamento para los eventos posteriores. Varios de los hijos de David jugaron un papel importante. AmnoÅ’n y Absalón son los personajes principales en los caps. 13–18, y Adonéas trató de apoderarse del trono cuando David ya era anciano (1 Rey. 1). No se menciona todaví­a a Salomón: Nacerí­a más adelante, en Jerusalén (ver 12:24).
Ya se han mencionado los casamientos de David con Ajinoam y Abigaél (1 Sam. 25:42, 43). Su enlace más reciente con Maaca cimentarí­a una alianza con Talmai, rey de Gesur, pequeño Estado en el norte de la Transjordania.
3:6–21 Abner cambia de bando. Es evidente por el v. 6 que Abner era un hombre ambicioso. Era poderoso en el reino de Isboset, pero a estas alturas, como Abner lo señalara, el verdadero poder en Israel estaba en las manos de David. Podrí­amos sospechar que planeó deliberadamente el altercado con Isboset, a fin de tener una buena excusa para abandonarlo. En realidad no se registra que tuviera relaciones sexuales con la ex concubina de Saúl, pero no negó la acusación. Tal cosa representarí­a una pretensión al trono de Saúl (ver 16:21, 22), y no es sorprendente que Isboset protestara y en consecuencia hubiera un altercado.
Abner ahora se sentí­a en libertad de enviar mensajeros a David, ofreciendo ayudarle a convertirse en rey de todo Israel. La pregunta: ¿De quién es la tierra? (12) tení­a la intención de informar a David que él, Abner, no Isboset, era el hombre de mayor influencia sobre las tribus del norte. Esto indudablemente era cierto, pero si tanto Abner como Isboset hubieran sobrevivido algunos años más, es muy posible que Abner se hubiera visto obligado a luchar contra Isboset. La alianza que Abner propuso a David (12) probablemente incluí­a una alta posición militar para Abner en el ejército de David. La insistencia de David en el sentido de que Mical, su primera esposa, le fuera devuelta (12, 14) se debí­a a varias razones. Saúl se la habí­a quitado en un acto cruel e injusto (1 Sam. 25:44), y David estaba decidido a rectificar la injusticia. La pérdida de Mical también habí­a sido una humillación pública para David, y eso también tení­a que ser rectificado. Existí­a probablemente también un motivo polí­tico: Su matrimonio con la hija de Saúl le daba prestigio en Israel, y legitimidad para suceder a Saúl como rey. Por último, el casamiento de David con Mical habí­a sido al principio un enlace por amor (1 Sam. 18:20) y su afecto por ella puede haber sido una razón más para reclamarla ahora. David llevaba la razón, pero aun así­ nos compadecemos de Paltiel.
Abner cumplió con su parte del acuerdo. Cuando volvió a presentarse ante David, ya podí­a prometerle la aceptación inmediata de David como rey por parte de todo Israel (21). Esto era, por supuesto, ventajoso para David y podemos estar seguros de que le demostró a Abner su satisfacción. A su vez, Abner ha de haberse sentido satisfecho de como se iban desarrollando las cosas, y no tení­a ninguna razón para sentir temor. Así­ que se fue en paz, y con un †œsalvoconducto†.
3:22–39 Homicidio de Abner. Quizá Joab creí­a que Abner era un espí­a y que no se podí­a confiar en él, como se lo dijera a David (25). Pero lo más probable es que eso fue meramente una excusa: el v. 30 da la verdadera razón por la cual asesinó a Abner tan alevosamente.
El asesinato de Abner fue motivo de mucha vergüenza para David. El asesino era uno de sus más altos capitanes, y la sospecha se hubiera generalizado de que David habí­a dado órdenes de matar a Abner. En el reino de Isboset, habrá parecido que David intentaba matar a todos los parientes de Saúl a fin de consolidar su propia posición. La única defensa que le quedaba a David era mostrar públicamente, en toda forma posible, que era inocente de ese homicidio. De modo que honró a Abner e hizo duelo público por él. El v. 37 indica que pudo convencer al pueblo, tanto en Judá con en el norte de Israel, de que era inocente.
El que el escritor dé un informe completo de la muerte de Abner muestra que posteriormente los enemigos de David todaví­a lo acusaban de una hostilidad sin tregua hacia Saúl y su familia. Es verdad que David nada hizo para castigar al asesino; el v. 39 da la razón para ello. David no quiso significar que tení­a un carácter débil, sino que Joab y su hermano Abisai (los hijos de Sarvia) eran demasiado influyentes en el reino como para hacerles un juicio. El resentimiento de David por la acción de Joab duró muchos años (ver 1 Rey. 2:5, 6).
4:1-12 Homicidio de Isboset. El asesinato de Abner podí­a haber causado una brecha permanente entre el reino del norte y Judá, impidiendo que David fuera rey de todo Israel, Pero sucedió lo contrario: La muerte de Abner debilitó aun más a un rey débil y a un reino débil. El rey débil fue asesinado y el reino quedó aniquilado.
No se dan explicaciones de por qué Recab y BaanaÅ’ asesinaron a Isboset. Saúl cierta vez habí­a atacado a Gabaón (ver 21:2), y quizá Beerot, donde viví­an Recab y Baaná, habí­a sufrido por ello (las dos ciudades aparecen juntas en Jos. 9:17). Sea o no que los asesinos tuvieran un resentimiento anterior contra Saúl y su familia, lo cierto es que creí­an que David los recompensarí­a por haber matado a su rey rival. Por lo tanto, una vez más David tuvo que protegerse de los rumores de que él habí­a dado la orden de hacerlo. Lo hizo ejecutando a los homicidas y hablando bien de Isboset.
Así­ terminó el reinado de Isboset. Aparentemente no dejó hijos, y su único pariente cercano era su sobrino cojo, Mefiboset (4). Es evidente que nadie creí­a que Mefiboset tení­a la capacidad para ser rey. (El relato de Mefiboset sigue en el cap. 9.) De hecho, los asesinatos habí­an abierto el camino para que David fuera rey de todo Israel; el escritor bí­blico sabí­a que la mano del Señor habí­a estado aun en las perversas acciones humanas, pero es fácil comprender por qué algunos israelitas creí­an que la mano de David mismo habí­a interferido y que habí­a pagado a los homicidas para que asesinaran a sus rivales.

5:1-25 David adquiere todo el poder

Este capí­tulo relativamente breve consigna tres de los logros más importantes de David. Primero, unificó a la nación, y todos los israelitas lo reconocieron como rey. Segundo, tomó a Jerusalén que era una de varias ciudades dentro de territorio israelita que no estaban en poder de los israelitas. Esas ciudades dividí­an al paí­s, separando a una tribu israelita de otra. Sus habitantes cananeos, por otra parte, representaban un peligro permanente, ya que con frecuencia estaban dispuestos a aliarse con los filisteos en contra de Israel. Por lo tanto, David eliminó este peligro, adquiriendo el poder sobre todas estas ciudades extranjeras. Su tercer logro fue eliminar totalmente la amenaza filistea. Derrotó tan completamente a los viejos enemigos que nunca más fueron un problema para Israel. El cap. 8 consigna más logros de David.
5:1–5 Rey de todo Israel. Este párrafo pone en claro que David no conquistó las tribus israelitas del norte, y que tampoco las gobernó contra su voluntad. La iniciativa de aclamarlo como su rey surgió de ellos: Sus representantes viajaron hacia el sur hasta HebroÅ’n para invitarle a ser su rey. Se ve que la muerte de Isboset habí­a significado el colapso del gobierno en el norte, y frente a la agresión filistea, los representantes de las tribus del norte estaban ansiosos por tener un gobierno fuerte y eficaz. Teóricamente, podí­an haber elegido a alguien de entre ellos mismos, pero optaron por David por tres poderosas razones que se explican en los vv. 1 y 2.
El resumen del reinado de David en el v. 5 hace posible calcular la fecha de la toma de Jerusalén (descrita en los vv. 6–9). El reinado de Isboset habí­a durado sólo dos años (2:10), pero David siguió reinando en HebroÅ’n durante cinco años más. Los ancianos israelitas probablemente lo reconocieron como rey en cuanto murió Isboset, pero pasó un tiempo antes de estar preparado para atacar a Jerusalén.
5:6–16 La toma de Jerusalén. JerusaleÅ’n era una ciudad antigua. En la antigüedad tanto la tribu de Judá como la de Benjamí­n habí­an intentado tomarla (ver Jue. 1:8, 21) pero seguí­a bajo el poder de un pueblo cananeo llamado jebuseo. Era una ciudad muy bien fortificada, y los jebuseos se sentí­an seguros de que las tropas de David no la podrí­an capturar. Existen ciertas dudas sobre el significado de algunas palabras y frases en los vv. 6–8, pero parece probable que los jebuseos eran despectivos: ¡Hasta una fortaleza de ciegos y cojos podí­a derrotar el ataque de David! En lugar de un ataque directo sobre las fuertes murallas, los hombres de David aparentemente encontraron un conducto de agua por el cual pudieron entrar a la ciudad sorpresivamente. El abastecimiento principal de agua para Jerusalén vení­a de un arroyo fuera de los muros de la ciudad; trabajos arqueológicos han descubierto varios conductos y túneles.
Habiendo tomado a Jerusalén David pronto la convirtió en su capital. Era mucho más central que Hebrón, y ya que se encontraba en territorio benjamita ayudarí­a a que los israelitas del norte sintieran que David era realmente rey de todo Israel. David se hizo edificar allí­ una casa o †œpalacio† (DHHDHH Dios Habla Hoy) y estableció su harén real. Nótese el nombre de SalomoÅ’n en el v. 14.
El hecho de que un rey extranjero, Hiram, †¦ envió mensajeros a David, demuestra el creciente poder e importancia tanto de David mismo como de la nación que gobernaba. Durante la mayor parte del siglo X a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, Israel fue la nación más poderosa de toda la región. El escritor bí­blico reconoce las habilidades y logros de David, pero da los méritos definitivamente a Jehovah Dios de los Ejércitos (10). Dios no dio estos logros para glorificar a David sino para beneficiar a su pueblo Israel (12). No cabe duda que David brindó muchos beneficios materiales, paz y prosperidad a Israel.
El escritor no comenta sobre el harén de David. En un sentido era un sí­mbolo reconocido de la posición polí­tica de David en el antiguo Cercano Oriente; pero los capí­tulos siguientes mostrarán cuántos problemas causaron la rivalidad entre sus muchos hijos. Deut. 17:17 ofrece una advertencia general contra tener muchas esposas, tan apropiada para David como para Salomón.
Nota. 7 Sion es un sinónimo bí­blico de Jerusalén usado con frecuencia. Posiblemente habí­a sido originalmente el nombre de la parte de la ciudad que era una fortaleza. Jerusalén ahora se llamó la Ciudad de David; nombre que era usado todaví­a en la época del NTNT Nuevo Testamento (ver Luc. 2:11).
5:17–25 Derrota de los filisteos. Los filisteos habí­an permitido, sin interferir, que David gobernara en Judá; un Israel dividido les daba a ellos más poder. Pero en cuanto todas las tribus israelitas apoyaron a David, los filisteos se convirtieron en sus enemigos (17). Sus ataques probablemente sucedieron antes de la toma de Jerusalén, y la fortaleza mencionada es Adulam, cuartel militar anterior de David (ver 1 Sam. 22:1–4). Ambos ataques filisteos fueron en el valle de Refaí­m (18, 22) que quedaba al sur de Jerusalén, lo que puede haber llamado la atención de David sobre la importancia de toda esta región.
Las dos victorias de David se describen brevemente, pero con suficientes detalles para mostrar que consultó a Jehovah antes de cada batalla. Dios nunca dejó de contestar a su rey escogido; el contraste con Saúl es digno de notar (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Sam. 28:6).

6:1-7:29 David, el arca y la casa de Dios

Saúl nunca habí­a mostrado interés en el arca del pacto, y habí­a ofendido a profetas y sacerdotes. David, por el contrario, trabajando unido con los profetas y sacerdotes, trataba al arca con gran reverencia y honra. El arca fue instalada permanentemente en Jerusalén (cap. 6). El cap. 7 expresa algunos de los planes de Dios para el futuro, con respecto a la nueva morada del arca y a David.
6:1–19 El arca es llevada a Jerusalén. Este capí­tulo resume la historia del arca (1 Sam. 4:4–7:2). Durante muchos años el arca habí­a permanecido en Baala, una ciudad llamada también Quiriat-jearim (1 Sam. 7:2; ver Jos. 15:9). Al transferir el arca a Jerusalén, David estaba también transformando a Jerusalén, convirtiéndola en el santuario más importante de su reino. Se convirtió en su capital religiosa tanto como polí­tica. La acción en sí­ tení­a también valor polí­tico, ya que daba a Jerusalén importancia adicional a los ojos de todo Israel, ayudando así­ a unificar al paí­s. El énfasis del escritor bí­blico está, no obstante, en los aspectos religiosos de las acciones de David. Tuvo sumo cuidado en tratar el arca con toda reverencia. La muerte de Uza (6–8), que nunca fue olvidada, era un recordatorio del poder de Dios simbolizado por el arca. (Los israelitas en Bet-semes habí­an sufrido por un manejo descuidado similar, ver 1 Sam. 6:19.) David comprendió que no tení­a libertad de hacer lo que querí­a con el arca; y aun menos que podí­a manipular al Dios representado por el arca. Aunque este suceso fue lamentable en ese momento, tener este historial fue sin duda un consuelo para generaciones posteriores de israelitas; les recordaba que su Dios Jehovah era más poderoso que cualquier atacante u opresor extranjero. También les enseñó que el respeto por la santidad de Dios era esencial al bienestar de la nación.
Entonces, el arca se instaló en Jerusalén, pero en una tienda (17). El templo no fue construido hasta el reinado de Salomón (1 Rey. 6).
6:20-23 Infertilidad de Mical. Este episodio de Mical aparece inesperadamente, y es desconcertante por qué fue tan hostil hacia las acciones de David. A pesar de lo que dijo, ha de haber visto que el pueblo no despreciaba a David sino que compartí­a su gozo en las celebraciones. La airada réplica de él se justifica bajo estas circunstancias. Quizá el escritor quiere que asumamos que este altercado entre David y Mical llevó al distanciamiento permanente entre ellos. En cualquier caso, ella nunca tuvo hijos.
El v. 23 presenta lo importante. Muchos capí­tulos posteriores se ocupan de los hijos de David y sus ambiciones de ocupar el trono. Si Mical hubiera tenido alguna vez un hijo, éste hubiera sido un fuerte candidato para el trono, como nieto de Saúl e hijo de David. Pero no hubo tal hijo y el escritor quiere que lleguemos a la conclusión que en esto también estaba la mano de Dios.
7:1–17 Profecí­a de Natán. Este capí­tulo continúa la historia de David y del santuario en Jerusalén. Los acontecimientos que consigna son de una fecha posterior en el reinado de David, como lo insinúa el v. 1.
Tenemos aquí­ el pasaje más importante de los libros de Sam., y uno de los pasajes clave de todo el ATAT Antiguo Testamento. Trata el futuro del santuario en Jerusalén y de la monarquí­a daví­dica, las dos instituciones vitales para el pueblo de Israel durante varios siglos después de David. Por medio del profeta Natán, Dios hizo promesas seguras a David sobre estas dos cosas. Estas solemnes promesas divinas eran en suma un †œpacto eterno† con David (ver 23:5).
Los dos temas se conectan hábilmente por medio del uso de la palabra †œcasa†. La misma palabra heb. significaba no solamente una casa común, sino también un templo y, tercero, una dinastí­a (como en la actualidad la familia real inglesa es llamada †œla casa de Windsor†). El capí­tulo comienza hablando de los planes de David de construir un templo a Jehovah, una casa para Dios (5). Luego en el v. 11, se presenta el tema de una casa para David; no su palacio sino su dinastí­a daví­dica, o sea sus hijos y descendientes que le sucederí­an como reyes en Jerusalén.
Las promesas de Dios referentes a estas dos cosas se juntan en el v. 13. El hijo de David edificará el templo; la dinastí­a durará para siempre. Estas son promesas muy positivas, pero el capí­tulo contiene también algunos puntos negativos. Primero, se rechaza el plan de David de construir el templo. Segundo, Dios no se agrada de los templos. (Estos dos puntos se insinúan en los vv. 5–7.) Tercero, el v. 14 reconoce que algunos de los descendientes serí­an reyes indignos y merecerí­an y recibirí­an castigo divino. Estos varios puntos, tanto positivos como negativos, proveen una descripción y una explicación por los eventos desde el tiempo de David (temprano en el siglo X a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) hasta 587 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo En este perí­odo el templo fue construido, no por David, sino por su hijo Salomón. Muchos de sus descendientes eran débiles y pecadores, pero la dinastí­a se mantuvo durante cuatro siglos sin interrupción.
En el año 587 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo el templo fue destruido por los babilonios y Judá dejó de ser un reino. La familia de David siguió existiendo, pero nunca recuperó el trono. ¿Qué mensaje contiene este capí­tulo para este cambio de situación? Nos dice primero que Dios no depende de templos y, por lo tanto, su pueblo no necesita templos. Esteban volvió a enfatizar esta lección en la época del NTNT Nuevo Testamento (ver Hech. 7:44–50). Segundo, la promesa de Dios con respecto a los descendientes de David era permanente. Fue la base de la esperanza del Mesí­as, †œel Hijo más grande del gran David†. Esta promesa dio seguridad a las generaciones del pueblo de Dios que vivieron en los últimos siglos del perí­odo del ATAT Antiguo Testamento, y luego se cumplió en el nacimiento de Jesucristo; de lo cual son testigos el NTNT Nuevo Testamento entero y la iglesia cristiana.
Todas estas promesas, tal como las cumplió Dios, harí­an que el nombre de David fuera grande (9). Sin ninguna duda David fue el rey más grande de Israel y su fama se cuenta para siempre entre los hombres más importantes de la historia. Pero su grandeza dada por Dios no era para su propio beneficio y gloria, sino para beneficiar a la nación que gobernaba. Por lo tanto, el v. 10 da los planes y promesas de Dios para Israel por medio de David. Estas promesas se cumplieron durante el propio reinado de David, y siguieron siendo los planes definitivos de Dios para su pueblo a pesar del hecho de que en épocas posteriores Israel y Judá con frecuencia sufrieron reveses polí­ticos, principalmente por sus pecados contra Dios. Estos planes dependí­an del cumplimiento de la promesa de Dios de enviar a un Hijo de David, el Mesí­as, que serí­a el que finalmente llevarí­a al pueblo de Dios a gozar de la seguridad y paz que siempre necesitan.
7:18–29 Oración de David. Una acción de gracias personal era la respuesta apropiada a las promesas hechas a David por medio de Natán. Esta oración agradecida fue ofrecida en el santuario-tienda que David acababa de levantar (18), y nada más se dice del templo propuesto. La única casa que David mencionó fue la de su futura dinastí­a (19, 25). Estaba agradecido tanto por el contenido de las promesas de Dios como por el hecho de que se las habí­a dado a conocer. Como dijo, a pocos les es revelado el futuro de su familia (19).
La oración de David no ignora el hecho de que las bendiciones de Dios a su familia significarí­an también bendición a Israel. Los vv. 23, 24 recuerdan la bondad de Dios a Israel en el pasado. La continuación de la lí­nea de David significarí­a la bendición continua de Dios sobre el pueblo que habí­a escogido y tomado como pueblo suyo para siempre. Las palabras agradecidas de David en esta oración serí­an de consuelo y motivo de tranquilidad para muchos israelitas en épocas difí­ciles en el futuro.

8:1-18 Más victorias

Muchas de las victorias que registra este capí­tulo sucedieron antes de los acontecimientos del cap. 7. Al colocarlas aquí­ el escritor bí­blico ilustra el comienzo del cumplimiento de las promesas de Dios a David bosquejadas en el cap. 7.
Una nueva derrota de los filisteos es relatada brevemente (1). La frase Meteg-haamaÅ’ es desconocida, y quizá ni sea el nombre de un lugar; varios comentaristas la traducen †œsupremací­a†. El versí­culo paralelo en Crón. se refiere a la bien conocida ciudad de Gat (1 Crón. 18:1). Los filisteos estaban en la frontera sudoeste de Israel.
Los moabitas habí­an sido aliados de David en una etapa anterior (1 Sam. 22:3, 4), y no sabemos qué causó ahora la guerra entre ellos. La crueldad con que los trató sugiere que eran culpables de una grave traición (2). Los moabitas estaban en la frontera sudeste de Israel.
Las campañas descritas en los vv. 3–10 eran contra diversos reinos arameos, al norte de Israel. Al final David estaba recibiendo tributo de varios Estados más pequeños y su dominio se extendió al norte hasta el rí­o Eufrates (ver mapa, p. 363). Los vv. 12–14 vuelven al área sudeste, y nos dicen que David derrotó a los hijos de Amón y los edomitas además de los moabitas.
Es así­ que David logró triunfos militares dondequiera que hací­an falta. También desarrolló una sana administración de Israel mismo (15). El capí­tulo termina dando una lista de los funcionarios principales. Joab y Abiatar son ya nombres conocidos para el lector. Benaéas comandaba la guardia real, y tuvo un papel importante en la subida de Salomón al trono (1 Rey. 1). Algunos de los hijos de David eran sacerdotes, pero no se describen aquí­ sus funciones.
El nombre nuevo más significativo en esta lista es el de Sadoc. Muchos eruditos creen que tení­a conexiones anteriores con la adoración en Jerusalén, pero esto sólo puede ser una suposición. Sean los que sean sus antecedentes, más adelante llegó a ser el único sumo sacerdote en Jerusalén, y su familia se mantuvo en el sumo sacerdocio durante muchos siglos.

9:1-20:26 EL REY DAVID Y SU CORTE

Con el cap. 9 comienza una nueva sección de los libros de Sam. El cap. 8 ha resumido los logros de David, mayormente fuera de las fronteras de Israel. El cap. 9 se dedica a asuntos internos. La casa es la corte real, y sus asuntos afectaban a todo el reino.
Los caps. 9–20 han sido llamados con frecuencia †œel relato de la sucesión†, ya que el tema más preponderante en ellos se relaciona con el tema del sucesor de David. Todos los lectores, desde el principio, han sabido que fue Salomón quien subió al trono después de David; y el 12:24 indica, al principio del relato, que Dios mismo favorecí­a a Salomón desde su nacimiento. Pero en ese momento no se sabí­a quién serí­a el próximo rey, y es probable que el propio David no decidiera apoyar a Salomón hasta casi el final de su reinado. Por lo tanto, los otros hijos de David, especialmente Absalón, aspiraban a apoderarse del trono. Los caps. 9–20 y 1 Rey. 1; 2 siguen toda la secuencia de los acontecimientos.
Estos capí­tulos muestran cómo aun en el reinado de David, Dios cumplió las dos cosas que Natán habí­a descrito a David en 7:12–15. Por un lado, el amor de Dios serí­a constante hacia el propio David y su sucesor escogido (¡que todaví­a es una incógnita!). Por otro lado, Dios castigarí­a la conducta pecaminosa con vara de hombres, o sea usando las acciones de otros hombres como castigo. Es así­ que en los caps. 9–20 vemos cómo los pecados de David le causaron muchos sufrimientos y problemas a pesar de lo cual el amor de Dios nunca le fue quitado.

9:1-13 David y Mefiboset
Mefiboset ya ha sido mencionado en 4:4. Era uno de los pocos sobrevivientes de la familia de Saúl, después del asesinato de Isboset. Su ciudad, Lo-debar, quedaba cerca de Majanaim, la capital de Isboset. David ahora lo trajo a Jerusalén. Algunos eruditos han supuesto que David lo consideraba como un posible peligro y que lo trajo a Jerusalén a fin de poder observar sus actividades. De ser así­ el escritor bí­blico no da ningún indicio. El énfasis es más bien en la bondad de David, y en la posición de honor que otorgó a Mefiboset. David estaba cumpliendo su promesa a Jonatán, padre de Mefiboset (1 Sam. 20:42), no sólo con Mefiboset sino también su hijo Micaéas (12) después de él. El capí­tulo nos recuerda dos veces que era lisiado de ambos pies, recalcando así­ su impotencia. Es dudoso que hubiera podido alguna vez ser un rival eficaz de David, a pesar de la acusación que hizo Siba más adelante (16:3).

10:1-12:31 Guerra contra Amón y sus consecuencias

El cap. 10 trata exclusivamente de una exitosa campaña israelita contra los amonitas, y resume el registro de las victorias de David que comenzara en el cap. 8. Es en realidad un capí­tulo eslabón, pues esta campaña militar en particular tuvo sus efectos en Jerusalén. Uno de los soldados que luchara en la Transjordania era Urí­as, cuya esposa Betsabé fue seducida por David en ausencia de su esposo. Después, David aprovechó la guerra para hacer morir a Urí­as. Es así­ que los caps. 10–12 conectan el tema de la guerra con los asuntos de la corte real.
10:1–19 La campaña amonita. Amón era un pequeño reino en la Transjordania que habí­a sido hostil hacia Israel durante el reinado de Saúl; éste habí­a derrotado al rey Najas, cuya muerte se menciona aquí­ (ver 1 Sam. 11). David, por el contrario, habí­a sido hasta ahora aliado de los amonitas. Los jefes de los hijos de Amón (3), o sea los nobles amonitas, indudablemente temí­an que ahora que David era rey de un Israel unido cambiarí­a de actitud hacia ellos. Aun si sus sospechas fueran fundadas, fue insensato insultar a David y provocarlo a pelear. El reino amonita era demasiado pequeño para ganar una guerra contra Israel por lo que buscaron aliados entre los sirios al norte.
El cap. 8 describe algunas de las victorias de David sobre los reinos y ejércitos arameos, y no es seguro cuándo sucedieron las victorias del cap. 10. Dado que el capí­tulo trata de un perí­odo anterior al nacimiento de Salomón, la guerra debe haber sido en los primeros tiempos del reinado de David. La decisión de los sirios de hacer las paces con David (19) puede, entonces, haber sido temporaria. Lo importante es que rompieron su alianza con los amonitas, quienes siguieron la guerra sin esperanzas de triunfar. El final de la guerra se describe en 12:29–31.
11:1–13 Las relaciones de David con Betsabé y Urí­as. Era habitual que las actividades militares cesaran durante los meses de invierno, de modo que David reasumió sus operaciones militares contra Amón en el tiempo en que los reyes suelen salir a la guerra, o sea la primavera. El v. 1 no infiere que era la obligación de David acompañar a su ejército. Estar presente en persona no era necesario cuando una victoria israelita era tan segura. El ejército amonita fue destruido y su ciudad capital sitiada. Los israelitas ya eran poderosos, y la posición de David era muy segura. Sucede con demasiada frecuencia que un sentido de tranquilidad y seguridad es el preludio a un fracaso espiritual y moral.
Entonces, David estaba en su derecho de quedarse en Jerusalén, pero sus acciones son inexcusables. BetsabeÅ’ era una mujer casada, y David lo sabí­a. La nota en el v. 4 sobre su impureza significa que recién habí­a menstruado, por lo que no hay ninguna duda de que el embarazo era el resultado del adulterio de David con ella. La moralidad de Betsabé también quizá podrí­a cuestionarse pero el autor bí­blico adjudica toda la culpa a David: él era el rey, y estaba actuando despóticamente, abusando de su poder y posición.
Los intentos inútiles de David por inducir a Urí­as a descender a su casa y tener trato carnal con su esposa también es indigno (6–13). El autor no hace ningún intento por justificar a David. El antecedente de esta parte del relato es el caso de que, al inicio de la campaña, los soldados habí­an hecho un voto de abstenerse de tener relaciones sexuales (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Sam. 21:4, 5). Es posible que la sugerencia de David a Urí­as de que se lavara los pies (8) se refiera a un ritual que lo eximirí­a de dicho voto. Sea como fuere, Urí­as consideraba que estaba en servicio activo y mostró las más altas normas de conducta.
11:14–27 Muerte de Urí­as. Hasta ahora David tení­a la esperanza de que su adulterio permanecerí­a en secreto, y que el niño por nacer fuera aceptado como hijo de Urí­as. Ahora habí­a perdido esa esperanza, decidió quitarle la vida a Urí­as. Temí­a un escándalo público, por supuesto, y esto hubiera sido todaví­a más serio porque la pena en Israel para el adulterio era la muerte. A pesar de eso David, principal juez del paí­s, ¡no podí­a sentenciarse a muerte a sí­ mismo! Es así­ que su inmoralidad casual le causó un grave problema. La muerte de Urí­as le resolvió el problema: David se casó con la viuda, y nadie se enterarí­a de quién era el niño (27). No hay duda que Joab adivinó la verdad, pero nunca hubiera traicionado a David. Pero el v. 27 nos recuerda que Dios sabí­a toda la verdad.
David, entonces, no vaciló en planear la muerte de Urí­as, pero tení­a la esperanza de evitar la muerte de cualquier otro soldado. Cuando Joab leyó las instrucciones de David, le hizo un reajuste al plan, con el resultado de que varios soldados murieron con Urí­as (17). Se habí­a dado cuenta que el plan de David era demasiado obvio; su propio plan disimulaba el hecho de que Urí­as era el marcado para morir. La lealtad de Joab a David es revelada en este incidente, y también su crueldad. Pero el verdadero asesino era David.
La referencia en el v. 21 es a Jue. 9:50–53. La muerte de Abimelec les habí­a mostrado a las tropas israelitas los peligros de acercarse demasiado al muro de una ciudad sitiada.
12:1–14 Reprensión de Natán. NataÅ’n era un profeta (7:2), el portavoz de Dios en la corte real y un digno sucesor de Samuel. Tení­a la autoridad y la valentí­a de actuar como crí­tico y juez del rey. Antes de hacer sus acusaciones directas del v. 9 contó su famosa parábola. Algunas parábolas bí­blicas tení­an la intención de ser adivinanzas, pero no ésta. David fue conducido a suponer que Natán estaba describiendo un incidente real, así­ que pronunció sentencia antes de saber a qué se referí­a realmente Natán. David sabí­a que el castigo correcto para el robo de una oveja era pagar cuatro veces su valor (Exo. 22:1), pero también expresó indignación: Un ladrón tan despiadado merecí­a la muerte. Fue así­ que se condenó a sí­ mismo.
El propósito de la parábola no era únicamente inducir a David a condenarse a sí­ mismo, sino también exponer ví­vidamente las realidades de la situación. Los reyes, si eran codiciosos, tení­an el poder de tomar lo que querí­an, y el ciudadano común no podí­a hacer nada al respecto. Natán destacó lo codicioso que David habí­a sido. Además de tener sus esposas, aparentemente habí­a tomado las concubinas de Saúl (8) como un sí­mbolo de que se habí­a apoderado del control real que fuera de Saúl.
Los vv. 11–14 dan el veredicto de Dios. David llegarí­a hasta la vejez, pero la violencia en su propia familia traerí­a el mal contra él. Los capí­tulos siguientes muestran cuán cierta resultó esta profecí­a. Absalón cumplió lit.lit. Literalmente la predicción en el v. 11 (16:22). No obstante, es importante notar que el castigo de Dios fue acompañado del perdón porque David se arrepintió. (13). El arrepentimiento sincero de David es muy diferente de los intentos de Saúl por engañar a Samuel (1 Sam. 13 y 15). El tí­tulo del Sal. 51 conecta a dicho salmo de penitencia con este episodio.
12:15-31 Nacimiento de Salomón. La predicción final de Natán de que el hijo ilegí­timo morirí­a, fue la primera en cumplirse. David no lo aceptó con fatalismo. Este pasaje enfatiza cuánto amaba David al infante y enfoca su angustia durante su enfermedad final. Sus sentimientos eran tan profundos que ignoró los convencionalismos habituales, al punto de causar ansiedad a sus siervos. El dolor sincero de David, tanto como su cariño por Betsabé, tienen el efecto de ganarse la simpatí­a del lector. Pero el propósito del autor era mostrar qué efectivo era el veredicto de Dios: El castigo de David habí­a comenzado.
Los capí­tulos siguientes continúan el relato de las dificultades de David. Pero dos versí­culos en este pasaje (24, 25) muestran que mientras castigaba a David, Dios no olvidaba a Israel. El nacimiento de SalomoÅ’n fue el modo como Dios cumplió su promesa de 7:12, 13. El mensaje de David por medio de Natán de que Jehovah amaba a Salomón es una señal para el lector de que éste era el hijo escogido por Dios para ser el próximo rey. Los planes de Dios para el futuro estaban trazados. (Salomón no vuelve a aparecer en el relato hasta 1 Rey. 1.)
Los vv. 26–31 completan el relato de la guerra victoriosa contra Amón. En esta ocasión el propio David fue con el ejército. Joab nuevamente demostró su lealtad al rey.
Nota. 30 Es posible que la corona muy pesada no perteneciera al rey amonita sino al í­dolo de Milcom, el dios principal adorado en Amón. (Ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada.)

13:1-18:33 David y sus hijos mayores

El personaje central de estos capí­tulos es Absalón, el tercer hijo de David (ver 3:2, 3). El hijo mayor, Amnón, fue asesinado por Absalón, y es muy posible que el segundo hijo muriera de joven, ya que no se lo vuelve a mencionar. De cualquier manera, después de matar a Amnón, Absalón tení­a campo libre para aspirar a la corona.
13:1–22 La violación de Tamar. Tamar era la media hermana de Amnón. Su madre era Maaca (ver 3:2, 3). El matrimonio con una media hermana era prohibido bajo la ley de Lev. 18:11 y Deut. 27:22. Quizá el rey tení­a autoridad para suspender esta ley, como sugirió Tamar (13), pero de cualquier manera Amnón consideraba sencillamente que serí­a difí­cil poder casarse con ella (2). Su lascivia, engaño y brutalidad lo convierten en un personaje muy antipático; era el hijo mayor de David, pero evidentemente no un hombre apropiado para gobernar a Israel. Pero el propósito del relato no es moralizar sobre Amnón, sino mostrar cómo los de la propia familia de David le trajeron †œmal† calamitoso, cumpliendo lo dicho en 12:11. David se enojó mucho (21) pero evidentemente no hizo nada para castigar al malhechor. Esto fue un grave error porque no hizo más que aumentar la furia comprensible de Absalón al punto de odiar a Amnón.
13:23–39 El homicidio de Amnón. Hasta ahora, nuestra simpatí­a ha sido para Absalón, pero este pasaje revela que su carácter no era mucho mejor que el de Amnón. Era igual de violento e igual de engañador. Presumiblemente esperó dos años (23) antes de entrar en acción, a fin de engañar a su padre. Este capí­tulo muestra que aun los hijos del rey no tení­an libertad para ir y venir a su antojo, sino que necesitaban un permiso real para ausentarse de la corte. Por eso Absalón trazó sus planes cuidadosamente, planes que incluí­an su huida a Gesur, de donde era su madre.
La descripción detallada del falso rumor de que Absalón habí­a dado muerte a todos sus hermanos puede haber tenido el propósito de demostrar la mano de Dios actuando para proteger a Salomón. Es cierto que Absalón, de haber querido, podrí­a haberlos matado a todos, y de ser así­, Salomón hubiera muerto con ellos. Más adelante, Absalón ambicionaba ser rey, pero en este momento su única motivación era vengarse de Amnón.
El v. 39 agrega un toque humano realista; después de tres años el dolor de David por Amnón habí­a disminuido, y comenzaba a pensar en Absalón de una manera distinta, siendo que probablemente era el mayor de los hijos sobrevivientes. Este cambio de actitud preparó el camino para el cap. 14.
14:1–20 Estratagema de Joab. Podemos deducir con razón del v. 19 que Joab habí­a tratado de persuadir a David de que perdonara a Absalón y lo trajera de vuelta a la corte real. De ser así­, no lo consiguió. Joab parece haber estado ansioso por asegurarse de una sucesión sin problemas, y consideraba explí­citamente a Absalón como el hombre que sucederí­a a David. Es así­ que tení­a en mente los intereses de la nación, pero dos veces dio su apoyo al hijo equivocado de David (ver también 1 Rey. 1:7).
No pudiendo persuadir a David, decidió hacerle un truco y se valió de una mujer sabia. Al igual que Natán en el cap. 13, ella pretendió que existí­a un caso que tení­a que atender David en su papel de juez principal. La †œmoraleja† de su historia era que el bienestar de toda la familia es más importante que el castigo correcto para un individuo, y David coincidió con ella. Aplicando este principio, ella argumentó que el bienestar de toda la nación era más importante que el castigo de su prí­ncipe heredero (13) y que, por lo mismo, Absalón deberí­a ser traí­do del exilio.
El temor de Joab era que David muriera mientras Absalón estaba todaví­a en el exilio, dejando a Israel en un caos polí­tico. Las palabras de la mujer en el v. 14 parecen significar que Dios estaba alargando la vida de David hasta haber traí­do de vuelta a Absalón.
14:21–33 Regreso de Absalón a Jerusalén. Aunque la mujer de Tecoa aduló a David respecto a su sabidurí­a (20), su acción en cuanto a Absalón en realidad no fue muy sabia. Permitió que Absalón regresara a Israel, pero se negó a restaurarlo a su posición en la corte. Absalón podí­a haberle causado poco daño a David en el exilio, y es posible que no le hubiera deseado mal a David si lo hubiera recibido bien. En cambio, la acción de David lo enojó profundamente y al mismo tiempo le dio amplia oportunidad de organizar una conspiración contra el rey. Este pasaje muestra cuán atractivo era Absalón por fuera pero a la vez qué arrogante.
15:1–12 Conspiración de Absalón. No cabe duda que Absalón era un lí­der por naturaleza, con muchas habilidades. De haber tenido otra carácter, hubiera sido un rey excelente después de David. Es notable que pudiera persuadir a tanta gente en Israel que lo apoyara y se pusiera en contra de David. Los vv. 1–6 cuentan cómo engañó a la gente que estaba descontenta con el sistema judicial y no cabe duda de que aprovechó cualquier otro tipo de descontento. Aún así­, uno pensarí­a que los grandes beneficios que David dio a la nación hubieran mantenido leal a la mayorí­a de la población. Así­ que las habilidades de Absalón pueden notarse en su capacidad de organizar un fuerte apoyo para su causa. Hasta Ajitofel, abuelo de Betsabé, abandonó a David (12). Absalón fue también habilidoso en lograr una conspiración en tan grande escala sin que llegaran rumores a la corte real. De los diversos trozos de información podemos llegar a la conclusión de que Absalón consiguió muchos seguidores tanto en Judá (donde estaba HebroÅ’n) como en las tribus del norte, pero no muchos en Jerusalén. Es probable que para guardar el secreto Absalón no se atreviera a hacer una campaña de ninguna significación en Jerusalén en busca de apoyo.
Nota. 6 Al decir los hombres de Israel el escritor quizá quiera significar los hombres de las tribus del norte en oposición a los de Judá, pero es más probable que quiera decir norte y sur en contraposición con los de Jerusalén.
15:13–37 Huida de David. David tení­a dos alternativas: quedarse en Jerusalén y ser sitiado o huir a un lugar seguro. Escogió esto último, lo cual salvó a Jerusalén de la destrucción y le dio tiempo para maniobrar y organizar un ejército contra Absalón. Por lo tanto, huyó hacia el este, llegando finalmente a Majanaim en la Transjordania, la antigua capital de Isboset (17:24). Los caps. 15 y 16 enfocan detalladamente las actitudes y decisiones de algunos personajes importantes en esta situación.
Los servidores (14) de David pocas opciones tení­an, ya que Absalón los hubiera despedido o aun matado. Ni David ni Absalón dieron a las concubinas opción alguna (16; ver 16:22). Sus hombres (18) se refiere a las tropas personales de David junto con sus guardaespaldas extranjeros; el ejército regular parece haber apoyado a Absalón (ver 17:1). La lealtad de las tropas personales de David, exteriorizada aquí­ por Itai, su capitán, fue lo que últimamente le dio la victoria.
Era una buena señal para David el que los dos sumos sacerdotes permanecieron fieles a él (24–29). Es interesante que David enviara el arca de Dios de vuelta a Jerusalén, resignado a aceptar la voluntad de Dios para él. A diferencia de los israelitas en la época de Elí­ (1 Sam. 4:3, 4) David no creí­a que el arca le darí­a la victoria por arte de magia. También podí­a aprovechar a los hombres que le eran fieles en Jerusalén; su pregunta a Sadoc: ¿No eres tú un vidente?, más bien significa †œ¿No eres tú un hombre observador?†
Otro fiel amigo enviado de vuelta a Jerusalén fue Husai (30–37), quien debe haber sido un miembro reconocido del concilio real. El relato en general hace ver claramente que Ajitofel era un consejero importante (ver 16:23) y su apoyo a Absalón era motivo de gran ansiedad para David. Por lo tanto, David envió a Husai de vuelta, con la esperanza de que pudiera contradecir cualquier consejo dado por Ajitofel a Absalón. Fue una buena idea que dio buen resultado (17:1–14).
16:1–14 Siba y Simei. La lucha por el poder era entre padre e hijo, David y Absalón. ¿Cuál de los dos tendrí­a el apoyo de la familia de Saúl? David vio enseguida que se habí­an puesto del lado de Absalón. Simei mostró abiertamente su hostilidad hacia David, acusándolo de haber causado la muerte de varios de la casa de Saúl. Culpaba a David por los homicidios de por lo menos Abner e Isboset (caps. 3, 4). En respuesta, David una vez más demostró ser menos sanguinario que Joab, y también más dispuesto a buscar y aceptar la voluntad de Dios (10–12).
En cuanto a Mefiboset, nieto de Saúl, Siba convenció a David de que éste lo habí­a traicionado. En ninguna parte se consignan los verdaderos sentimientos de Mefisboset hacia David, pero la acusación de Siba (3) probablemente no haya sido cierta. Es muy difí­cil ver la manera cómo la lucha entre David y Absalón hubiera podido resultar en que Mefiboset recobrara el reino. Por otro lado, es fácil comprender por qué Siba hizo su acusación: se le prometió inmediatamente una recompensa.
16:15–23 Husai y Ajitofel. Al entrar con su ejército en JerusaleÅ’n sin encontrar resistencia, Absalón seguramente formó un concilio de consejeros, incluyendo a Husai y Ajitofel. El propósito de Husai, como sabemos por 15:34, era engañar a Absalón y socavar el consejo de Ajitofel. Logró inmediatamente engañar a Absalón, insinuando que él creí­a que Absalón era el elegido de Jehovah. Pero en realidad estaba seguro de que David seguí­a siendo el escogido de Dios.
Husai no interfirió con el primer consejo de Ajitofel. Ajitofel con buena razón pensaba que el apropiarse públicamente de las concubinas de David resultarí­a en una separación total y permanente entre padre e hijo. Es posible que muchos israelitas habí­an vacilado en apoyar a Absalón por si acaso él y su padre se reconciliaran; las reacciones hostiles contra David en ese caso hubieran sido peligrosas. Husai probablemente pensó que el hecho de que Absalón tomara las concubinas podí­a generar tanto apoyo por David como por Absalón, así­ que no dijo nada.
17:1-14 Exito de Husai. El próximo consejo de Ajitofel tení­a que ver con el aspecto militar de la rebelión. Su plan era bueno. La rapidez y la sorpresa darí­an una victoria con pocas ví­ctimas. Una vez muerto David, toda oposición a Absalón serí­a inútil.
Husai expresó elocuentemente su consejo (8–13). Se basaba en el hecho de que el ejército de Absalón era más grande que el de David. La falla en su plan (como Husai bien lo sabí­a) era que incluí­a una larga demora que darí­a a David y Joab, con toda su experiencia militar, tiempo de sobra para prepararse adecuadamente. De hecho el plan de Husai era tan malo que Ajitofel se suicidó (23). El autor bí­blico reconoce que Absalón y sus oficiales fueron burlados por Dios tanto como por Husai (14).
17:15–29 Antes de la batalla. Husai se apresuró a avisar a David, por lo visto antes de que Absalón tomara una decisión. El relato detallado de los vv. 17–22 enfatiza que los mensajeros casi fueron apresados; su huida fue otro ejemplo de la intervención de Dios para frustrar a Absalón.
Gracias a Husai, David estableció su centro operativo en Majanaim, ciudad fortificada, mientras que Absalón a la larga cruzó el Jordán con su ejército (24). Amasa, el comandante en jefe, no tení­a la habilidad y experiencia de Joab, de quien era pariente (también lo era de David y Absalón.) Los vv. 27–29 indican que aun en Majanaim, antes la capital de Isboset, David tení­a amigos de influencia; podí­a enfrentar la inminente batalla con confianza.
18:1–18 Muerte de Absalón. Inevitablemente ese dí­a hubo allí­ una gran matanza (7). Las rebeliones no son baratas. Los servidores de David pudieron demostrar la superioridad de su experiencia, mientras que las tropas de Absalón no conocí­an bien la zona y como resultado sufrieron muchas bajas (8). Pero indudablemente murieron muchos hombres de ambos bandos.
El escritor concentra su atención en la vida de sólo dos hombres, David y Absalón. Ninguno de los dos parece haber apreciado la perspectiva de Ajitofel en 17:3, el hecho de que la muerte de sólo un hombre (sea David o Absalón) resolverí­a la cuestión. David estaba dispuesto a arriesgar su vida (y Absalón no sólo arriesgó la suya sino que la perdió), pero sus tropas fueron más sabias que el rey, y se aseguraron de que su vida no corriera peligro. Joab se aseguró de que Absalón perdiera la vida, y con su muerte terminó también la batalla y la guerra (15, 16). Joab veí­a la situación con más claridad que David, a quien le era imposible considerar a su hijo como un enemigo.
El v. 18 completa el relato de Absalón, dando un ejemplo más de su arrogancia. Su único verdadero monumento fue su tumba, en un bosque. Sus palabras infieren que sus tres hijos (14:27) ya habí­an muerto.
18:19-33 La noticia de la muerte de Absalón. La elección de un mensajero para enviar al rey dependí­a del contenido de la noticia. ¿Era la noticia buena o mala? Ajimaas estaba seguro de que la noticia era buena, pero Joab sabí­a que David estaba más interesado en el bienestar de Absalón que en el resultado de la batalla. Por eso Joab escogió un soldado extranjero para llevar a David la mala noticia de la muerte de Absalón. El relato es uno de los más conmovedores de la Biblia: David tení­a la esperanza de algo bueno, al interpretar lo extraño de que iban llegando dos distintos mensajeros.
Las patéticas palabras finales de David son irónicas: Si sencillamente se hubiera quedado en Jerusalén, ¡hubiera muerto él en lugar de Absalón! El sufrimiento profundo e irracional de David prueba cuán real era el castigo de Dios, profetizado por Natán (12:10). Enfatizar esto es el propósito principal del escritor.

19:1-20:26 Regreso de David y sublevación de Seba

Las guerras, especialmente las civiles, pueden lograr sus propósitos, pero inevitablemente dan lugar a nuevos problemas. David habí­a ganado, pero el paí­s habí­a perdido su unidad, y los caps. 19 y 20 muestran algo de las consecuencias. David al final pudo restablecer la unidad para el resto de su reinado, por lo que las promesas que Dios le hiciera se cumplieron. No perdió el trono, pero sus últimos años fueron infelices.
19:1-15 Preparación para el regreso de David. Esta sección se ocupa de tres distintos grupos de personas: El ejército de David, los partidarios de Absalón en el norte y los representantes de la tribu de Judá. David podí­a fácilmente haber ofendido a cualquiera de éstos. Tení­a que demostrar magnanimidad y perdón a los antiguos rebeldes sin encolerizar a los que le habí­an sido fieles.
Al principio corrí­a el peligro de ofender a su victorioso ejército hasta que una vez más Joab se hizo cargo. La decisión de David de designar a Amasa jefe del ejército (13) era por dos razones. Primera, mostrarí­a a todos los rebeldes la amplitud del perdón de David, ya que Amasa habí­a sido comandante de ellos. Segunda, David sintió satisfacción en deponer a Joab, quien habí­a sido responsable de la muerte de Absalón.
Las tribus del norte estaban dispuestas a aceptar una vez más a David como rey, pero evidentemente Judá mostró algo de vacilación. Podemos inferir que la rebelión de Absalón habí­a dividido a Judá y, como tribu, no sabí­an cuál serí­a la actitud de David hacia ellos. No obstante, era esencial para la posición de David que su propia tribu le diera todo su apoyo, y se propuso ganar su lealtad. Como resultado, hubo algo de antagonismo entre el norte y el sur (ver vv. 40–43).
19:16–39 Regreso de David. Toda esta sección sucede junto al rí­o Jordán, y es un cambio completo de 16:1–14. Los que habí­an reaccionado hacia David de diversas maneras cuando éste huí­a de Jerusalén ahora salieron a su encuentro al regresar victorioso. David perdonó a enemigos como Simei (18–23) y recompensó a los que habí­an sido realmente leales a él, como Barzilai (31–40). Una vez más, Siba logró hablar con David antes que su señor, Mefiboset, pero esta vez Mefiboset se presentó él mismo y trató de reparar el daño que Siba habí­a causado (17, 18, 24–30). Quizá David no podí­a decidir cuál de los dos decí­a la verdad, o sentí­a que la lealtad de Siba merecí­a alguna recompensa. La consecuencia importante fue que Mefiboset perdió algo de sus propiedades, pero conservó su vida y presumiblemente su posición de honor en la corte.
19:40—20:13 Rebelión en el norte. Los versí­culos finales del cap. 19 vuelven a tratar la relación tirante entre Judá y las tribus del norte. Los del norte no sentí­an mucho entusiasmo por David (40), aunque declaraban tener más derecho sobre el rey (43). El antagonismo entre ellos y Judá resultó en otra rebelión contra David, encabezada por Seba (20:1). Fue en realidad cosa de poca monta que acabó sin batallas, a pesar de lo cual tuvo sus ramificaciones (20:2).
El interés personal se centra en Joab y su pariente Amasa. Amasa demostró ser un general ineficaz, y fue Joab de nuevo quien con su habilidad y lealtad a David derrotarí­a al enemigo. Este relato demuestra otra vez el carácter inhumano y cruel de Joab.
20:14–26 El final de la rebelión. Lo débil de esta rebelión es demostrada por el hecho de que Seba, sin detenerse para pelear, emprendió la retirada a Abel-bet-maaca, una ciudad fronteriza en el norte de Israel. Aun allí­ no libró ninguna batalla sino que esperó hasta ser sitiado. Parece que Abel fue una mala alternativa, porque era una ciudad que tení­a fama de ser sabia y pací­fica (18, 19). Sus ciudadanos actuaron con rapidez y dieron fin a las hostilidades matando a Seba. Una vez más la muerte de un solo individuo resolvió el problema.
El victorioso Joab regresó al rey en Jerusalén, seguro de que éste volverí­a a nombrarlo comandante en jefe de todo el ejército de Israel, y David lo hizo (23). Los últimos versí­culos del capí­tulo dan una lista de los oficiales de David hacia el final de su reinado, que contiene algunos cambios en relación con la lista anterior en 8:16–18. La mención de un tributo laboral es nueva, y muestra que la administración de David tuvo que depender del trabajo forzado de muchos israelitas nacidos libres, en obras y proyectos del Estado. El cambio más conmovedor es que no se mencionan los hijos de David. Algunos de sus hijos todaví­a viví­an, incluyendo a Adoní­as y Salomón, pero Amnón y Absalón habí­an muerto bajo trágicas circunstancias. El relato de los hijos de David continúa en 1 Rey. 1.

21:1-24:25 REINADO DE DAVID: PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS
Estos cuatro últimos capí­tulos de 2 Sam. son considerados con frecuencia como un apéndice del libro. Su contenido es variado, y cortan el relato de las luchas por la sucesión. Pero, a pesar de esto, existe más unidad de tema y propósito deliberado por parte del escrito de lo que parecerí­a al principio. Estos capí­tulos ilustran algunos de los otros problemas de David, y muestran cómo Dios proveyó dirección y partidarios leales a David en medio de sus dificultades. Muestran también cómo, juntas, las experiencias de la vida y de Dios lo convirtieron en †œel dulce salmista de Israel†. Por último, esta sección presenta ciertas perspectivas importantes para el futuro.

21:1-22 Hambruna y guerra

21:1–14 Ajusticiamiento de la familia de Saúl. La mayorí­a de los problemas del reinado de David se debieron a la guerra, pero la tierra de Israel ocasionalmente sufrí­a también por las sequí­as y hambrunas, y este capí­tulo cuenta una hambruna particularmente grave, quizá más hacia el principio del reinado de David. El oráculo de Dios, cuando fue consultado (1), se refirió a un episodio que no se menciona en otra parte, un ataque de Saúl sobre la población de la ciudad de Gabaón. El antecedente es que al defender a Israel, Saúl habí­a atacado no sólo a los filisteos sino a cualquier pueblo no israelita que representaba una amenaza. Pero éste no era el caso de los gabaonitas, y quebrantar un antiguo acuerdo con ellos (ver Jos. 9) era un crimen grave. El mal no se habí­a solucionado. Según las leyes modernas castigar a la familia de Saúl por los pecados de Saúl serí­a igual de malo, pero en la antigüedad se mantení­a firmemente el principio de la responsabilidad de toda la familia. Aun así­, podemos todaví­a opinar que los gabaonitas fueron vengativos.
La razón principal para contar este relato es mostrar que David no fue responsable de la muerte de los siete hombres ahora ajusticiados. Sin duda habrí­a algunos israelitas como Simei (16:5–8) que acusaban a David de odiar a la familia de Saúl. Este pasaje, por lo tanto, recuerda al lector cómo David trató a Mefiboset, y muestra el cuidado escrupuloso de los restos de Saúl y sus descendientes.
21:15–22 Incidentes de las guerras filisteas. Esta sección nos da un fragmento de las guerras filisteas de David, y no resulta claro qué propósito tiene, ni por qué se ha colocado en este lugar. En cierta forma establece un fundamento para el cap. 22, que contiene un salmo en el cual los enemigos y las guerras son el tema principal. Probablemente la razón principal es proveer un escenario para la descripción de David como lámpara de Israel que no debe ser apagada (17). El rey era considerado por sus hombres como vital para el bienestar de Israel, una representación muy diferente de la descripción de un rey por Samuel en 1 Sam. 8. David habí­a sido castigado por Dios, como lo han mostrado los capí­tulos anteriores, pero en los capí­tulos finales se nos recuerda la relación í­ntima entre el Señor y David, el rey escogido y ungido por Dios.
Nota. 19 Eljanán †¦ mató a Goliat. Esta es una declaración desconcertante, pero tanto este versí­culo y el que es su paralelo en 1 Crón. 20:5 (donde las palabras son algo distintas) contienen problemas textuales. Es improbable, pues, que contradiga el relato de la derrota de Goliat por mano de David en 1 Sam. 17. Una posibilidad es que Eljanán sea el nombre personal de David y †œDavid† su nombre como rey.

22:1-23:7 Dos salmos de David

22:1–51 Un canto de alabanza. Este canto se incluye también, con unas pocas diferencias, en el libro de Sal. como el Sal. 18. Su lugar entre los salmos demuestra que era usado como un himno de acción de gracias general. Su uso aquí­r es en parte para ilustrar la reputación de David como salmista, pero más particularmente para ofrecer un comentario general sobre la experiencia de Dios por parte de David. Mucho de su reinado lo habí­a dedicado a luchar contra una variedad de enemigos (1) pero habí­a ganado hasta lograr un perí­odo de paz. Ha de haber sido un hombre muy capaz, pero en este salmo da a Dios el mérito por la victoria y el éxito.
Los vv. 1–7 describen lo que Dios ha significado para David: sobre todo es su libertador. Los vv. 8–20, en un lenguaje muy gráfico, describen a Dios respondiendo a los pedidos de ayuda de David, y enfatizan el gran poder de Dios. Los vv. 21–25 se refieren al porqué de la intervención de Dios: Como rey, David habí­a hecho respetar las leyes de Dios entre el pueblo de Israel. (El v. 24 por lo visto no recuerda el pecado de David contra Urí­as; el salmo se ocupa de las normas del reino, no de su conducta personal.)
Los vv. 26–37 enfocan el tema de la fidelidad de Dios; realmente ha cumplido su pacto con David (ver cap. 7). Los vv. 38–46 consideran a los enemigos de David, especialmente a las naciones extranjeras que habí­a derrotado con la ayuda de Dios. Los vv. 47–51 completan el salmo con renovada alabanza. Las últimas palabras del capí­tulo miran hacia el futuro: Dios guardarí­a su pacto también con los descendientes de David. Para una explicación más detallada, vea el comentario correspondiente al Sal. 18.
23:1–7 Ultimas palabras de David. Este segundo salmo toca los mismos temas que el cap. 22, pero enfatiza más el pacto que Dios habí­a hecho con David y presta menos atención a los enemigos. Estos perversos deben manejarse con cuidado, pero su fin es indudable (7).
El salmo reconoce al Espí­ritu profético que inspirara a David como un dulce salmista. Pero, sobre todo, la monarquí­a de David es descrita ví­vidamente. Porque su gobierno fue cumplido con justicia y el temor de Dios fue maravillosamente ventajoso para Israel (4). La salvación y el cumplimiento de todo †¦ anhelo de David en el v. 5 también se relacionan con su gobierno; también quiere significar victoria y prosperidad.

23:8-39 Los valientes de David

La ayuda que Dios habí­a brindado a David contra sus enemigos ha sido reconocida en los dos salmos. El escritor testifica ahora de la ayuda humana que habí­a recibido, y presenta una lista de sus soldados más destacados. Primero, habí­a un grupo elite de tres cuyo heroí­smo se ilustra en los vv. 8–12. Los vv. 13–17 mencionan las hazañas de tres más, sin dar sus nombres, que pertenecí­an a los treinta principales. Los vv. 18–23, destacan a otros dos de los treinta, Abisai y Benaéas, mencionados en capí­tulos anteriores.
Asael (24) habí­a sido asesinado a principios del reinado de David (2:23), y la muerte de Uréas (39) también ha sido explicada (11:17). Esto sugiere que se iban agregando otros hombres a los treinta cuando era necesario para mantener esta cantidad. De esta manera se explica la cantidad de treinta y siete (39).

24:1-17 Censo y plaga

Este es un capí­tulo desconcertante para el lector moderno; aunque si somos perspicaces reconoceremos que las acciones de Dios, sean cuando sean, pueden ser inescrutables, fuera de nuestra comprensión. Aquí­ el escritor bí­blico no explica por qué el Señor estaba encolerizado con Israel (1), ni por qué el censo era pecado. Existen evidencias de que en el antiguo Cercano Oriente un censo era considerado peligroso y capaz de despertar la ira divina. El hecho es que este censo fue seguido por una plaga, y el escritor bí­blico ve en ella la mano de Dios. En 1 Crón. se menciona la actividad de Satanás, pero el escritor de Sam. se preocupa más por recalcar el control de Dios sobre todos los eventos históricos. Sea como fuere, la intervención de Dios fue probada por la palabra de Jehovah (11); de hecho, la plaga era el menor de tres posibles males.
El v. 16 nos presenta la era de Arauna. Como los lectores de antaño lo hubieran sabido, éste era el sitio del futuro templo, edificado por Salomón en Jerusalén. Fue precisamente en este lugar, entonces, que la presencia de Dios se reveló en esta situación de plaga. La ira y el poder de Dios habí­an sido demostrados; ahora también la misericordia de Dios se harí­a evidente en Israel.

24:18-25 El nuevo altar

El párrafo final concluye los libros de Sam. con una pujante mirada hacia el futuro. La era de Arauna se convierte en un lugar sagrado, un altar para los sacrificios, las ofrendas y la oración (25); de hecho, el embrión del templo de Salomón. Aquí­ tenemos una escena de esperanza y comunión (y la plaga habí­a llegado a su fin).
A pesar del pecado de David (10) en este capí­tulo aparece su lado bueno. Confesó su pecado, tuvo cuidado de consultar al profeta de Dios, intercedió por su pueblo (17) y pagó a Arauna todo lo que habí­a tomado de él. En los capí­tulos anteriores David ha distado mucho de ser un rey perfecto, y es todaví­a aquí­ considerado como un hombre pecador; pero a pesar de ello dejó un buen ejemplo para que los reyes posteriores siguieran, no siendo el menor de ellos su preocupación de que Dios sea adorado correctamente. Estas preocupaciones siguen en los libros de los Rey., que pasan a completar el relato de la vida de David.
D. F. Payne

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia