1 Y 2 CRONICAS

Introducción
Originalmente los libros de Crón. fueron sólo un libro y el nombre en heb. era †œLos eventos del dí­a†; es decir, en el sentido más estricto de la palabra un †œdiario† aunque se le deberí­a haber llamado †œanales†: los eventos de los años. La LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT), versión gr. del ATAT Antiguo Testamento, lo llamó †œParaleipómenon†, el †œlibro de cosas omitidas† ya que a primera vista parecerí­a contar de nuevo las historias de los libros de Sam. y Rey. añadiendo alguna información que ellos omiten. Al leerlo más cuidadosamente nos damos cuenta muy pronto de que el nombre es inadecuado porque obviamente Crón. hace más que rellenar los huecos. También excluye mucho de lo que Sam./Rey. cuentan, y cuando los dos cuentan la misma historia generalmente lo hacen de forma muy diferente. Al traducir la Biblia al latí­n, Jeró nimo dijo que este libro era de hecho una †œcrónica de toda la historia sagrada† y de allí­ es de donde proviene el tí­tulo actual. Tal como lo indica Jerónimo, no solo cubre el perí­odo que Sam./Rey. re latan sino la historia del ATAT Antiguo Testamento completa desde Adán hasta casi la gente del tiempo del mismo autor.

FECHA Y PATERNIDAD LITERARIA
Después que Ciro, rey de Persia (quien conquistó Babilonia en 539 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) ascendió al poder, muchos de los judí­os que viví­an desterrados en su territorio regresaron a su propia tierra. Ya que Crón. más de una vez da por concedido ese hecho, debe ser obvio que fue escrito después de ese evento. Muchos han creí­do que Crón., Esd. y Neh. fueron todos escritos por la misma persona y que esa perso na fue el mismo Esdras, quien los escribió bastante pronto después de haber regresado del exilio. Pero también hay motivos para fechar Crón. más tarde, probablemente en el siglo IV a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Si eso es correcto entonces no se sabe quién fue el autor. Simplemente se le llama †œel cronista†. En todo caso su libro fue escrito para la comunidad judí­a que se habí­a establecido nuevamente en el área alrededor de Jerusalén con un templo reconstruido y con sacerdotes descendientes de Aarón (aunque ya sin trono para los reyes de la descendencia de David dado que ahora formaba parte del Imperio Persa).

CONTENIDO
Aunque Crón. cubre un perí­odo larguí­simo de historia, se concentra en el perí­odo de la monarquí­a, cuando Israel fue gobernada por cerca de 450 años por una sucesión de reyes desde Saúl (c. 1050 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) hasta Sedequí­as (c. 600 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). Seguramente Sam./Rey. fue su fuente de información principal, reforzada por otros libros que para nosotros se han perdido. En lugar de idealizar los eventos que no se encuentran en la historia más antigua —como algunos han sugerido— es posible que el cronista esté siguiendo distintos documentos veraces. En 1 Crón. 1–9 se han compilado listas de nombres (la mayorí­a pero no todas de árboles genealógicos) que unen la historia del pueblo de Dios desde el principio de los tiempos bí­blicos. Primero Crón. 10–29 cubre el reinado de David, y 2 Crón. 1–10 el de Salomón. 2 Crón. 11–36 trata el linaje real que descendió de ellos —o sea los reyes del reino israelita sureño de Judá— hasta que termina en el exilio en Babilonia.

PROPOSITO

Crón. presenta la historia desde un punto de vista diferente de Sam./Rey. Las diferencias, los rasgos caracterí­sticos de Crón., tienen que ver con la teologí­a —verdades acerca de Dios y del pueblo de Dios que le interesan— del cronista. De principio a fin asume que sus lectores ya saben lo que pasó y su objetivo es interpretar los hechos.
De estas caracterí­sticas, una de las más obvias es el énfasis en el linaje real de David, y por lo tanto en el reino ubicado en Jerusalén. (Los reyes que go bernaron el reino del norte desde 931/30 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo en adelante de por sí­ no le interesan mucho.) Otro asunto al que le dedica mucho tiempo y lugar es el templo de Salomón con su sacerdocio y su culto. Algunos han sugerido que este interés especial se debí­a a su deseo de motivar a sus contemporáneos a dedicarse con todo corazón a las actividades del †œsegundo templo†, el templo de ellos que reemplazó al de Salomón pero sin la misma gran diosidad. Pero cuando nos fijamos en cuán seguido dirige la atención del lector no sólo al templo de Salomón (del cual tení­an uno equivalente en sus dí­as), sino también al trono de David (del cual no tení­an equivalente), estamos en camino a comprender el significado más profundo de su mensaje. No se trata de celebraciones religiosas ni de estructuras polí­ticas. El doble énfasis de trono y templo, monarquí­a y sacerdocio que da el cronista es relevante en toda época porque el primero es acerca de cómo Dios gobierna a su pueblo, y el segundo es acerca de cómo el pueblo se relaciona con Dios.
Esto a su vez ayuda a explicar la opinión del cronista sobre el reino dividido. En lo que a nombres respecta, el norte se llamaba Israel y el sur Judá. Pero el verdadero †œIsrael† se referí­a a todos aquellos para los cuales la monarquí­a verdadera se expresaba por medio de los hijos de David y el sacerdocio verdadero por medio de los hijos de Aarón. Esto se referí­a directamente a los del sur (al menos que se rebelaran), pero podí­a incluir a los del norte igualmente (si volvieran). 2 Crón. 13 es un capí­tulo clave en este respecto (ver especialmente vv. 4, 5, 8–12). El cronista por lo tanto utiliza frecuentemente la frase †œtodo Israel†, habla de la po sibilidad de su reunificación y renovación, y presenta una imagen de un Israel ideal (no como si fuera una fotografí­a de la nación en un momento dado, sino como un calidoscopio o montaje de vislumbres reunidas de varios lugares y de diferentes tiempos).
En manera semejante describe una monarquí­a ideal en el centro de una Israel ideal en los reinados sucesivos de David y Salomón. Como ya hemos notado, sus primeros lectores conocí­an bien las historias de estos dos hombres, y sabí­an cuán humanos eran, incluyendo sus grandes fracasos y virtudes. Así­ que nosotros, como los antiguos lectores, debemos entender que la representación de David y Salomón que nos da el cronista es el †œre trato oficial† que complementa (y no contradice) al de Sam./Rey. con arrugas y verrugas mundanas. Nunca es incorrecto, lo que sí­ es selectivo. Llama la atención a las caracterí­sticas de sus reinados que nos demuestran algunos aspectos de la manera corriente en que Dios gobierna las vidas de su gente.
Lo que el cronista anhela para su propia época y lo que constituye su mensaje para las épocas futuras incluye todo esto y también tres caracterí­sticas más. Una es continuidad. Esto se destaca en las listas de nombres en los primeros nueve capí­tulos, las cuales unen al pueblo de Dios a través de las generaciones; y a nivel más profundo por medio de su constante interés en principios inalterables. Le gustarí­a poder decirnos que no hay motivos por los cuales (teniendo en cuenta el cambio de algunas circunstancias) los mismos principios no debí­an de poder aplicarse en la vida del pueblo de Dios tanto ahora como en aquel entonces.
Otra caracterí­stica es lo que algunos llaman †œretribución merecida†, lo que significa †œsi peco recibiré mi castigo† (aunque también †œsi obedezco recibiré bendiciones†). Las Escrituras reconocen en otras partes, y el cronista también lo hace, que en la práctica las cosas son más complicadas que eso, pero este principio de causa y efecto sigue como hecho básico y fundamental. Una de sus consecuencias es que siempre existe la esperanza nueva para cada nueva generación: Para simplificar este aspecto de este principio también se entiende que †œsi me arrepiento, seré perdonado†. El NTNT Nuevo Testamento simplemente clarifica el principio. El cristiano, tal como su homólogo en el ATAT Antiguo Testamento, descubre que tanto la obediencia como la desobediencia tienen efectos inevitables; y la persona que no es convertida, por su parte, recibirá el castigo por el pecado básico de rechazar a Cristo, y recibirá bendición cuando obedezca el evangelio.
Finalmente, hay estadí­sticas sorprendentes del cronista. Sumas de dinero, el tamaño de los ejércitos, y cosas por el estilo, muy seguido difieren de las de Sam./Rey., y frecuentemente son tan grandes que parecen ser improbables. Muchas de las discrepancias de hecho se pueden hacer compatibles fácilmente, y puede ser que muchas de las aparentes exageraciones se deban a malentendidos de pa labras como †œmiles†, que generalmente se refiere a unidades de combate mucho más pequeñas; o a la clase de errores que uno comete al copiar documentos como los que nosotros mismos ha cemos cuando agregamos un cero extra o ponemos la coma en un lugar equivocado. Pero varias de estas dudas siguen sin explicación. Es apropiado dejarlas de esa manera, siempre y cuando recordemos que en otras áreas el cronista era un escritor muy cuidadoso; que su preocupación con los principios regulares por los cuales Dios obra en el mundo serí­a servida mejor por los hechos verdaderos que por la ficción; y que tanto él como sus primeros lectores —quienes conocí­an bien las historias antiguas (Sam./Rey.) y que estaban mucho más cerca que nosotros del mundo que ambas historias describí­an— obviamente tomaban con mucha más cal ma esos asuntos como las cifras que nos parecen difí­ciles de aceptar.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1 CRí“NICAS

1:1—9:34 Conexiones
1:1—3:24 Conexiones con el pasado
4:1—7:40 Conexiones entre la familia
8:1—9:34 Conexiones entre la corona y el templo

9:35 —29:30 David
9:35—12:40 Rey y pueblo
13:1—14:17 David en Jerusalén
15:1—17:27 El arca del pacto
18:1—20:8 Israel entre las naciones
21:1—22:19 La casa de Dios
23:1—27:34 Organización del templo y el reino
28:1—29:30 La sucesión

2 CRí“NICAS

1:1—9:31 Salomón
1:1—2:18 Se establece a Salomón
3:1—5:14 La construcción del templo
6:1—7:22 La ceremonia de dedicación
8:1—9:31 El esplendor de Salomón

10:1—36:23 Los reyes
10:1—12:16 Roboam
13:1—14:1 Abí­as
14:2—16:14 Asa
17:1—21:1 Josafat
21:2-20 Joram
22:1-9 Ocozí­as
22:10—23:21 Atalí­a
24:1-27 Joás
25:1-28 Amasí­as
26:1-23 Uzí­as
27:1-9 Jotam
28:1-27 Acaz
29:1—32:33 Ezequí­as
33:1-20 Manasés
33:21-25 Amón
34:1—35:27 Josí­as
36:1-23 Los últimos reyes
Comentario

1:1-9:34 CONEXIONES

El estilo de los primeros capí­tulos de Crón. es tan desconocido para los lectores modernos que fácilmente nos podrí­a desanimar y hacernos pensar qué posible valor podrí­an tener para nosotros. Debido a esto, debemos recordar que el contenido del libro es bien conocido para los que están familiarizados con el resto del ATAT Antiguo Testamento (aunque el estilo no lo sea), y que lo era aun más para las personas para las cuales fue escrito.
La sección 1:1–9:34 es una introducción apropiada para el resto del libro porque el cronista hace aquí­ lo que hará a través del libro entero. Toma datos acerca de la historia del pueblo de Dios que ya son bien conocidos y los describe de una manera nueva. También abarca el perí­odo de toda la historia, desde el comienzo hasta prácticamente su misma época; y aunque es lógico que tiene que omitir una gran cantidad, incluye muchos personajes y eventos auténticos. De modo que su concepto de la historia es tanto comprensivo como personal.
A los primeros nueve capí­tulos se les llama frecuentemente †œgenealogí­as†. En verdad contienen muchos árboles genealógicos, y para poder entenderlos puede ser que le ayude al lector reflexionar sobre listas similares en partes de la Biblia más conocidas. Gén. 5, p. ej.p. ej. Por ejemplo muestra cómo Dios se ocupó de que la raza humana se esparciera a través de la tie rra tal como lo habí­a planeado, y cómo la preservó a pesar de ser tan pecaminosa. Mat. 1 muestra cómo Dios se ocupó de que por medio de la misma raza el hombre que habrí­a de salvarla de sus pecados finalmente viniera al mundo. De la misma manera, uno de los grandes temas de Crón. es que los propósitos de Dios para el beneficio de la humanidad nunca fallan.
Aun así­ †œgenealogí­as† en un término muy limitado para describir estos capí­tulos, porque incluyen otros tipos de listas. Lo que todas estas listas tienen en común es que los nombres en todas ellas no han sido solo coleccionados sino que están conectados. Esas conexiones, tanto las de padre e hijo como de otras clases, nos dicen que Dios obra continuamente a través de la historia de su pueblo.

1:1-3:24 Conexiones con el pasado

El árbol genealógico de 1:1–3:24 comienza en el principio de la historia humana y va hasta quizá el año 400 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, cuando fue escrito Crón. En uno de los extremos encontramos a Adán, al antepasado de toda la humanidad; en el otro a una familia judí­a que se habí­a establecido nuevamente cerca de Jerusalén después del exilio, y para esa comunidad fue escrito el libro. La conexión es una sucesión continua (algunas de las ramas de familias se expanden mientras que otras no) pasando por Noé, Abraham y David.
1:1–3 La familia de Adán. Esta lista proviene de Gén. (5:3–32) y básicamente nombra las diez generaciones desde Adán hasta Noé.
1:4–27 Las familias de Noé. La primera vez que se expande el árbol las familias de los hijos menores de Noé aparecen antes que la de Sem, cuya genealogí­a formará el tronco principal, tal como en Gén. 10. Ese capí­tulo es reducido y resumido un poco, mientras que Gén. 11:10–26 lo es mucho más, en lo que corresponde a los vv. 4–23 y vv. 24–27. El cronista también copia de Gén. las descripciones breves y memorables de Nimrod (10) y Peleg (19), los primeros dos comentarios secundarios de muchos más que añaden toques ví­vidos a lo que de otra manera serí­a listas aburridí­simas de nombres.
1:28–33 La familia de Abraham. Nuevamente, la familia principal se guarda para el final, de modo que antes de la familia de Isaac tenemos la de Ismael (Gén. 25:12–16 abreviado), y también las de sus hermanastros, los hijos de Abraham no por Sara ni por Agar sino por Quetura (Gén. 25:1–4).
1:34–54 Las familias de Isaac. Una vez más Crón. presenta la familia secundaria primero, los hijos de Esaú, (35) antes de la familia más importante que es la de su hermano menor Jacob. De nuevo los detalles han sido resumidos y reducidos (Gén. 36:10–14, 20–43) asumiendo que los lectores ya sabrí­an por su conocimiento de Gén. 36:9 la razón por la que Esaú (34), Seí­r (38) y Edom (43) han sido agrupados de esta manera. Los reyes edomitas se mencionan no como árbol de familia sino simplemente como sucesión, y puede ser que los jefes ni fueran eso; pero no importa, siempre y cuan do se establezca la conexión entre los nombres. Estas personas no son sólo nombres, como lo prueban las breves descripciones de los dos Hadad (46, 50), que como la de Nimrod (10), añaden sus toques de realismo.
2:1, 2 Las familias de Israel. La familia central que el cronista siguió desde Adán a través de Noé y Abraham llega ahora al hermano de Esaú, Jacob. El nombre †œJacob† aparece sólo en un capí­tulo de su libro, donde se refiere a lo que escribió otro autor (1 Crón. 16:13, 17; Sal. 105:6, 10); el cronista siempre utiliza la expresión alternativa, †œIsrael†. La continuidad de Israel, el paí­s que milagrosamente todaví­a sobrevive en su propia época, y la gracia de Dios que lo ha preservado hasta entonces, son su gran tema; de modo que desde el principio ese es el nombre que prefiere.
2:3–9 Las familias de Judá. La mayorí­a de estos parentescos están mencionados en Gén. 46:12 (ver Gén. 38) y Jos. 7. Los nombres de Hemán y Eitán aparecen también en los encabezamientos de los Sal. 88 y 89 (ver también 1 Rey. 4:31), así­ que puede ser que esta sea la primera insinuación de que el cronista está tan interesado en el culto del templo de Israel como en su monarquí­a y familia real. De aquí­ en adelante él trata con la lí­nea real, no como última sino como primera.
Está igualmente interesado en Israel entero, y lo que significa pertenecer al pueblo de Dios. Hace esa observación con cuatro de los nombres de esta sección. En el caso de BatsuÅ’a (†œhija de Súa†), Judá se casa con una mujer pagana, su relación con Tamar es incestuosa, y sin embargo, por la gracia de Dios, las dos mujeres son añadidas al árbol de familia, Tamar ciertamente de una manera privilegiada (ver Mat. 1:3). Esta clase de énfasis no tiene igual en Esd. ni en Neh.; ver la Introducción sobre paternidad literaria. Por otro lado, Er y Acar nacieron en la †œfamilia santa† pero eso no les asegura automáticamente de la gracia de Dios.
2:10–17 La familia de Judá por Ram. Esta es la familia que nos lleva a Isaí­ y de él a David, quien ocupará el centro del concepto que el cronista tiene de la historia. El concepto de un †œárbol de familia† es bien apropiado en este momento; el tronco de Isaí­ (ver Isa. 11:1, 10) es una figura conocida en el arte religioso de la Edad Media. De nuevo, el cronista está igualmente interesado en el tronco principal del árbol (10–12) y en las ramas que de él crecen (13–17). No ha extraí­do la información de esta sección de un solo documento, aunque la mayorí­a de los detalles se encuentra en otras partes (Núm. 2:3; Rut 4:19–22; 1 Sam. 16:6–13, donde se le llama a David el octavo hijo de Isaí­; 2 Sam. 2:18). Parece que él mismo la ha compuesto y, dado que las generaciones mencionadas aquí­ no son suficientes para cubrir los nueve siglos entre la emigración de Judá a Egipto y la edificación del templo por Salomón (Exo. 12:40; 1 Rey. 6:1), podemos llegar a la conclusión de que le preocupa más la conti nuidad que el cumplimiento. (Se debe notar la †œelasticidad† de las genealogí­as bí­blicas, ya que el término bí­blico †œpadre† puede referirse a cualquier antepasado varón e †œhijo† a cualquier descendiente varón.)
2:18–24 La familia de Judá por Caleb. Existen varias dificultades con el primer y el último versí­culo de esta sección. Puede ser que quieran decir que de su mujer Azuba Caleb fue el padre de Jeriot (¿una hija?) (18), y que después que murió Hesrón Caleb tuvo un hijo con su esposa (24). En todo caso, a este Caleb no se le debe confundir con el Caleb de Núm. 13 y 14, que fue contemporáneo del descendiente de este Bezaleel. El hecho de que Bezaleel aparezca aquí­ (20) une nuevamente las dos mayores preocupaciones del cronista, o sea la monarquí­a y el templo, al mencionar, en medio de la familia real que engendró a David, al hombre que dirigió la construcción del santuario original (Exo. 31:2–5).
2:25–41 La familia de Judá por Jerameel. Después de varias ramas (25–33), el árbol genealógico corre directamente a Elisama (34–41). Si está completo, él serí­a más o menos contemporáneo de Da vid; si este es uno de esos casos de †œexageración† donde se han omitido algunas generaciones y †œpadre† se refiere realmente a †œantepasado†, puede ser que haya vivido durante la misma época que el cronista. Lo que sí­ es más importante es la aparición de otro extranjero, Jarja (34, 35) asimilado de la misma manera que Batsúa (3) sin ninguna evidencia de desaprobación, aunque ella representa a Canaán y él a Egipto: los dos principales enemigos de Israel antes y después del éxodo. (En vista del v. 34, puede ser que Ajlai en el v. 34 es hija o nieta de Sesán.)
2:42–55 La familia por Caleb (repetición). La mención aquí­ de más †œcalebitas† no significa que el cronista tenga una mente desorganizada. Esta for ma de repetir los temas anteriores, por el contrario, anuncia un tipo de arreglo muy cuidadoso, lo cual se hace aparente cuando vemos que 2:10–3:9 trata en orden las familias de Ram, Caleb, Jerameel, Caleb y Ram. Este diseño cruzado se puede encontrar en muchas partes de la Biblia. Hur une las dos listas de Caleb (19, 50), pero la segunda generalmente tiene que ver con algo nuevo. Zif, Hebrón, Quiriat-jearim y Belén (42, 50, 51) no son personas sino lugares —qiryat y bet significan †œciudad† y †œcasa† respectivamente— y †œpadre†, en este caso podrí­a traducirse como †œfundador† o †œlí­ der†. De la misma manera, los vv. 52–55 no tienen tanto que ver con personas sino con clanes (como las naciones en 1:11–16).
3:1–9 La familia por Ram (repetición). Aquí­ está la familia que vino de David, para balancear (en la sección anterior Ram) la familia de la cual provino David. Esta información pudo haber ve nido de 2 Sam. 3:2–5; 5:5, 14–16, aunque por raro que parezca, Crón. tiene el relato más completo, mencionando nada menos que 19 hijos de David.
3:10–16 La familia de Salomón. Esta sección cubre la mayorí­a de los años del reino, aunque el cronista casi ni lo menciona (sólo la palabra †œreinó† en el v. 4); su preocupación en estos capí­tulos tiene que ver con personas y sus conexiones. La cantidad de información que ha compuesto hasta ahora se concentra en un cabo, la genealogí­a de los reyes. Pero eso no quiere decir que se incluirá a todos los monarcas israelitas. Falta Saúl, Atalí­a y todos los reyes del norte después de la división del reino. Lo que importa es la descendencia de David. La fuente de información del cronista es por supuesto los libros de Rey. ¡He aquí­ una simplificación drástica!
3:17–24 La familia de Joaquí­n. Esta sección prácticamente ignora dos momentos decisivos de la historia de Israel: el exilio y la restauración. De la misma manera que la única insinuación de la monarquí­a fue la frase †œDavid †¦ reinó† (4), la única insinuación de estos acontecimientos es la frase Joaquí­n el cautivo (17). Mucho más importante para el cronista es que el pueblo de Israel, y en parti cular la descendencia de David, ha sobrevivido todo este tiempo, y las últimas personas de esta genealogí­a, los hijos de Elioenai (24), ponen al dí­a y actualizan una historia que comenzó con Adán.
Nota. Surgen dos rompecabezas aquí­. En otras partes de la Biblia Zorobabel es el hijo de Salatiel, no de Pedaí­as (19); una explicación que se ha sugerido es que Pedí­as se casó con la viuda de su hermano y el hijo de ellos vino a ser el hijo de Salatiel (ver Deut. 25:5, 6). La palabra inesperada seis (22) tiene sentido si las palabras y sus hijos han sido insertadas en el versí­culo accidentalmente.

4:1-7:40 Conexiones entre la familia

El cronista incluyó en los caps. 1–9 más de una genealogí­a de Judá y más de una genealogí­a de Benjamí­n. ¿Por qué? Judá está presente en los caps. 1–3 como parte del árbol de la familia real de David, lo cual es el tema de esos capí­tulos; y Benjamí­n aparecerá en los caps. 8–9 como parte de la lí­nea real de Saúl, el tema de esos capí­tulos. Tanto Judá como Benjamí­n figuran en los caps. 4–7 como dos de las tribus que se extienden como ramas del árbol de Israel.
4:1–23 La tribu de Judá. Varios puntos conectan esta lista con la del cap. 2, pero en general no se sabe cómo están relacionadas. Sin embargo, tal como antes (1:10, 19, etc.), el cronista incluye puntos no sólo de interés sino de importancia. En primer lugar, estas son personas de verdad. Cuando el lector encuentra nombres de lugares como Belén y Tecoa (4, 5) entre ellos —†œpadre† en estos casos significa †œfundador† o †œlí­der†; ver comentario sobre 2:42–55— se debe recordar que el libro está basado en hechos reales y no ficticios. Los significados de los nombres y las profesiones de la gente dan un realismo adicional: Belén es †œcasa de pan†, Najas (12) es †œciudad de bronce†; Jarasim (14) es †œvalle de artesanos† y en otras ciudades florecen los trabajadores del lino y alfareros (21–23).
En segundo lugar, estas personas ilustran principios espirituales. Jabes (9, 10) es digno de honor porque su nombre, que suena como la palabra heb. †œdolor†, hubiera sido considerado desafortunado; pero la fe en Dios comunicada por medio de la oración acaba con esas supersticiones. Mered (17, 18) se casó con una mujer egipcia —estos versí­culos han ocasionado mucho debate, pero ese hecho al menos está claro— y es aun otro ejemplo (ver 2:3, 34, 35) de cómo improbables extranjeros fueron incluidos en la membresí­a del pueblo de Dios, y demuestra la amplitud de la visión del cronista. Puede ser que Caleb, hijo de Quenaz (v. 15), muy prominente más adelante (Jos. 14:6–15), haya sido otro extranjero, adoptado por la tribu de Judá sin haber nacido en ella.
4:24–43 La tribu de Simeón. La próxima es la tribu de Simeón, siempre asociada directamente con Judá, cuyo extenso territorio compartí­a. Jos. 19:1–9 menciona esto en la lista de lugares reprodu cidos en los vv. 28–33. Estos datos geográficos, con mucha menos genealogí­a que en 4:1–23, indican que la tierra y la población de la tribu habí­an disminuido, de lo cual estaban conscientes los lectores del cronista (Simei, v. 27, es la excepción que prueba la regla). Por el otro lado ninguna tribu de Israel puede simplemente marchitarse, y los vv. 38–43 dan ejemplos de vitalidad inclusive en Simeón.
5:1–26 Las tribus de Transjordania. Como en el caso de Simeón, se dan datos geográficos para el próximo grupo de tribus. Rubén, Gad y la media tribu de Manasés se instalaron al este del Jordán en las regiones mencionadas en los vv. 8b–11 y 23, que colectivamente se conocen como Galaad. El cronista menciona que Rubén fue el primogénito de Israel (1), aunque los derechos del primogénito fueron transferidos a José (y así­ a Efraí­n y a Manasés) y el lugar dominante pasó a Judá (Gén. 35:22; 48; 49:4, 8–12, 22–26). Como en el caso de Simeón, tenemos detalles de batallas. Todas estas tribus de Galaad tomaron parte en la campaña de los vv. 19–22 y sufrieron la invasión del v. 26. Si la guerra con los hagrienos es la misma que la del v. 10, entonces los dos eventos se responden uno al otro desde cada extremo de la ocupación de Transjordania que duró tres siglos (10, 26; obviamente muchas generaciones de la familia de Rubén han sido omitidas en los vv. 3–6). Ellos ilustran una regla espiritual básica: por un lado, la victoria se debe a la oración creyente (20); por el otro, la derrota se debe a la rebelión incrédula (25, 26).
6:1–81 La tribu de Leví­. Con 81 versí­culos y la posición central dedicada a ella, esta tribu es evidentemente de gran importancia. Su historia (vv. 1–30) declara la razón inmediatamente. Los sumos sa cerdotes de Israel descendieron de Cohat, el segundo hijo de Leví­. El sacerdocio y la monarquí­a forman el tema principal de Crón. Así­ que aquí­ la genealogí­a se sigue hasta el exilio (15); nuevamente, la continuidad es más importante que los grandes eventos que interrumpen el relato, y en este capí­tulo no hay tales eventos (ni siquiera el éxodo; y a Moisés se le menciona de paso no más, v. 3) excepto por —y note la importancia— la cons trucción del templo (10). Si ese detalle realmente pertenece, como muchos piensan, al v. 9, cabe exactamente en el centro de la lista, así­ que aquí­ también hay un diseño formal que subra ya la centralidad del templo y el sacerdocio. Otras ramas del árbol de familia siguen a continuación; una de ellas incluye al gran Samuel (27, 28), con tan poco énfasis como el que recibió Moisés.
La función de la tribu (31–53) se relaciona en forma similar con el punto principal, los reinados de David y de Salomón, cuando se establecieron a los tres músicos principales Hemán, Asaf y Eitán, uno de cada una de las familias leví­ticas (33, 39, 44). Las 12 generaciones de Aarón, los sumos sacerdotes que ofrecí­an los holocaustos y las ofrendas (49–53), confirman el mismo punto.
El alcance de la tribu (54–81) abarca toda la nación. Leví­ no tiene territorio propio como tribu, pero cada una de las otras tribus le da ciudades y tierra. Es muy tí­pico del cronista que escriba de es ta manera cuando las condiciones eran tan diferentes; como si quisiera decir que no importa lo que pase, el principio de un sacerdocio representativo debe ser mantenido.
7:1–12 Las tribus militares. Algo nuevo aparece aquí­: detalles acerca del poderí­o militar de una tribu. Con tan pocos nombres en comparación con listas anteriores (casi nada considerando que a Isacar y David los separaban 900 años, vv. 1, 2), puede ser que al cronista le escaseaba información genealógica y tuvo que utilizar informes de censos militares para completar la lista. El número de hom bres de guerra en el tiempo de David ayuda a reiterar el hecho de que en el pasado Israel era muy diferente a la nación, pobre y reducida, que habí­a llegado a ser en la época del cronista, y uno debe buscar bajo la superficie lo que se refiere a la idea de poderí­o verdadero.
Notas: Acerca de los números tan altos en esta sección, ver la Introducción.
La tribu de Dan no está mencionada aquí­, a menos que el v. 12b lea (ver Gén. 46:23): †œLos hijos de Dan: Husim, su hijo, uno.†
Algunos creen que la sección completa de Benjamí­n (6–12) es en verdad sobre Zabulón, quien de otra manera (como en el caso de Dan) no figura para nada en la lista, mientras que la verdadera genealogí­a de Benjamí­n está en el cap. 8, poniendo en equilibro la de Judá en el cap. 4. Por el otro lado, la secuencia Benjamí­n/Dan/Neftalí­ en Gén. 46:21–24 puede ser que aquello es lo que tenemos aquí­ también en 7:6–13.
7:13–40 El resto de las tribus. Las secciones de Manasés y Efraí­n son difí­ciles. En la primera, la referencia a Galaad (¿lugar o persona?, ver Núm. 32:39, 40) no clarifica si los vv. 14–19 tratan de la tribu entera de Manasés o sólo de la mitad de ella (ver 5:23); y la mención de Maaca es rara a menos que se suponga que uno debe omitir algunas de las palabras del v. 15 para poder leer †œtomó mujer †¦ (quien) se llamaba †¦ † También es poco claro en la próxima sección si el Efraí­n de los vv. 22, 23 es el fundador de la tribu, el hijo de José (nacido en Egipto, Gén. 41:50–52), o un descendiente del mismo nombre. Las otras dos secciones son sencillas.
No debemos despreciar a estas tribus, aunque es cierto que llegarí­an a formar parte del renegado reino del norte. El cronista hace notar que en estas lis tas, como en el caso de las anteriores, los que no son israelitas son bienvenidos a la familia de Israel (14), hombres ilustres han nacido de ella (27), y las mujeres reciben un lugar de honor (15b [ver Núm. 36] y 24).

8:1-9:34 Conexiones entre la corona y el templo

Quizá Benjamí­n en el cap. 8 es el último en una secuencia de cinco que pone en equilibrio a Judá en el cap. 4: Una tribu real en cada extremo con la tribu sacerdotal de Leví­ (cap. 6) en el medio (ver nota sobre 7:6–11). El cap. 9 entonces expone una vez más una sección predominantemente levita (1b–34) y una benjamita (35–44), una sacerdotal y una real, para hacer la transición que lleva a la próxima sección principal del libro. O uno podrí­a tomar los caps. 4–7 como un estudio breve de las tribus, y 8:1–9:34 como el escenario del punto de vista de Benjamí­n (real) y Leví­ (sacerdotal) de lo que viene a continuación, mientras que 9:35–44 es una repetición de la parte apropiada de las listas de Benjamí­n que dirige al lector a la historia de Saúl.
8:1–40 Desde Benjamí­n: se prepara el trono. La lista en los vv. 1–28 se compara en su alcance con las de Judá y Leví­. Difiere considerablemente de otras listas de Benjamí­n (por ej. 7:6–11; Núm. 26:38–41) y su sección parece estar desconectada; aquí­, como en otros lugares, es posible que se deba a que †œhijos† se refiera a descendientes en otros tiempos y lugares. Aun debemos interpretarlos co mo si estuviesen unidos por medio de los ví­nculos de las tribus.
Dentro de la tribu, la familia especí­fica que ocupa los vv. 29–40 se encuentra aquí­ porque es la familia de Saúl. Se repetirá en 9:34–44 para servir como introducción inmediata a lo que el cronista considera la historia del reino. Tal como fue el caso de Noé, Abraham, Moisés, Josué y Samuel, no se le da atención a Saúl, y aun menos a los acontecimientos cruciales del perí­odo. Como siempre, Crón. está más interesado en continuidad que en cambios.
Gabaón (29) es un lugar, como Jerusalén (ver comentario sobre 4:1–23). Las relaciones de la familia establecida allí­ se clarifican y se armonizan con 1 Sam. 9:1 cuando la RVARVA Reina-Valera Actualizada provee la nota que in cluye a Ner (ver 9:36), lo cual asume que tení­a un hermano y un hijo, ambos llamados Quis; esto reconoce que ninguna de las dos historias dan una genealogí­a completa. Por otro lado, si la genealogí­a que continúa después de Saúl está completa, terminarí­a alrededor del perí­odo del exilio; pero si está incompleta, durarí­a mucho más aunque dejó de ser parte de la monarquí­a con los eventos de 10:6.
9:1–34 Desde Leví­: la continuación del templo. Si los caps. 4–8 realmente forman una unidad, 9:1a la termina eficazmente, y 9:1b–2 introduce la próxima sección con otra atenuación sorprendente: Crón. le dedica sólo un versí­culo al exilio antes de embarcarse a dar listas de la comunidad que volvió del mismo. Dichas listas corren paralelas a Neh. 11 y son predominantemente de la tribu de Leví­, aunque la primera de las cuatro secciones (los israelitas, los sacerdotes, los levitas y los servidores del templo, v. 2) incluye a Efraí­n y Manasés además de Judá y Benjamí­n (3–9). El cronista nunca abandona su ideal de †œtodo Israel†, con el norte resucitado y unido al sur. Los sacerdotes (10–13) son la familia de Aarón, que ofrecen los holocaustos de la religión israelita; los levitas (14–16) tienen otras tareas religiosas; y los servidores del templo, o los porteros (17–34), tienen tareas más generales.
Si 8:1–9:34 forman una unidad, entonces el perí­odo en el cual el libro está interesado está flanqueado por estas dos partes, la parte benjamita que dirige a la monarquí­a y la parte levita que sigue des de el exilio, nuevamente dando énfasis a la continuidad.

9:35-29:30 DAVID

David, a quien se le dedican prácticamente los próximos 20 capí­tulos, es obviamente de importancia clave en el orden de cosas del cronista. Debido a la superposición de padre e hijo, sin embargo, la historia de Salomón (a quien se le presenta por primera vez en el cap. 22) cubrirá casi el mismo número de capí­tulos, y la manera en que uno debe interpretar esto es que los dos reyes —uno al lado del otro— constituyen un ideal. Debido a que los dos grandes temas del libro son monarquí­a y sacerdocio, se puede decir que David establece el trono mientras que Salomón edificará el templo. Al pri mero se le describe como hombre de guerra, y al otro como hombre de paz. De todas maneras, ambos temas (trono y templo) figuran en los dos reinados.
Ya que el perí­odo de David y Salomón se manifiesta como un ideal, las descripciones de ellos difieren un poco de las de Sam. y Rey. Allí­ son huma nos y falibles, sus retratos muestran †œverrugas y todo†, mientras que los que veremos aquí­ son los retratos oficiales de los dos monarcas. No es que el cronista quiera †œblanquearlos†; todo el mundo ha es cuchado de los pecados y necedades de estos personajes. Lo que ha decidido es ser selectivo para revelar los principios detrás del esplendor de sus reinados.

9:35-12:40 Rey y pueblo

Teniendo en el trasfondo el fracaso de su antecesor, Saúl, el primer rey de Israel, David recibe el reino y se convierte en el punto clave de una nación unida. Aunque murió hace muchos años (en relación tanto con el cronista y sus lectores como con nosotros ), él personifica los principios perdurables alrededor de los cuales siempre se le da forma a la vida del pueblo de Dios.
9:35–44 La familia del primer rey. Hasta ahora †œcrónicas† se ha referido a genealogí­as y otras listas de nombres. De ahora en adelante se propone hacer algo nuevo —narraciones, la historia del reino de Israel—, y al último rey se le presenta por medio de la última genealogí­a, su árbol genealógico copiado de 8:29–38.
10:1–14 El fracaso del primer rey. De los 23 capí­tulos que 1 Sam. dedica al reinado de Saúl (9–31), el cronista omite 22. Simplemente cuenta la historia de la muerte de Saúl, y añade dos versí­culos propios (13, 14). A él no le importa ni el declive gradual de las vicisitudes de Saúl ni las de su familia después de su muerte (2 Sam. 1–4); por lo que concierne al reino, la dinastí­a de Saúl terminó en el monte Gilboa (6). La infidelidad a Dios de Saúl (13, 14) es importante por más de una razón. Hace resaltar la fidelidad de David. Este, a diferencia de Saúl, es el hombre según el corazón de Dios (1 Sam. 13:14; el cronista no cita la frase porque su retrato total de David la va a ilustrar). Es la obediencia de David que sólo puede dar marcha atrás a los malos resultados de la desobediencia de Saúl. De modo que si algunas experiencias recientes (en el caso de los lectores del cronista, el exilio) tienen un paralelo con las del reinado de Saúl (7; 5:25, 26; 9:1b), entonces la manera de restaurarlas se debe aprender por el reino de David (2 Crón. 33:8).
11:1–3 El pueblo del nuevo rey. 2 Sam. 5:1–3 es la fuente de información. Cumpliendo la antigua profecí­a (Gén. 49:10) el pueblo acudió unido en obediencia al jefe de la tribu de Judá. A David se le presenta como a uno que es de la misma carne y sangre de su pueblo, su salvador victorioso, nombrado por Dios para esta obra, y que hace un pacto (3) el cual el pueblo acepta. La importancia de estos elementos se verá en el descendiente más importante de David, Jesús.
11:4–9 La ciudad del nuevo rey. Jerusalén será la ciudad que tendrá el trono. La soberaní­a poderosa de David sobre la vida del pueblo resultará en alabanza, paz y prosperidad (ver Sal. 122). Esto es lo que significa la soberaní­a de Dios en cualquier época (Heb. 12:22). En esta ciudad, en el tiempo de David, es donde el templo de su hijo será edificado (17:12; 22:1) y todaví­a antes de eso será el lugar donde el culto del Dios de Israel se centrará sobre el arca del pacto (15:3–28). Pero inclusive antes de eso es el lugar donde, por medio de su virrey, Jehovah de los Ejércitos (9) es soberano de su pueblo.
11:10—12:22 Los guerreros del nuevo rey. Estas listas aparecen mucho más tarde en 2 Sam. (23:8–39), pero aquí­ están más pronto para mostrar cómo desde el principio †œtodo Israel† en toda su va riedad se unifica alrededor de un rey de esta clase. Tal como las listas de los caps. 1–9, puede ser que éstas vengan de varios perí­odos para poder hacer una observación más eficazmente.
Los que se destacan de los valientes que David tení­a eran †œlos tres† (11:11–14); y así­ los llama 2 Sam. 23:8–12 cuando da el relato entero (algo falta en Crón.; el ojo de uno de los copiadores debe haber saltado de la batalla [12; 2 Sam. 23:9] a una parcela de tierra [12; 2 Sam. 23:11]). A continuación vienen los 30, tres de los cuales nos han dado otro de los incidentes inolvidables que le gustan tan to al cronista (11:15–19). Este proviene del principio en la carrera de David (1 Sam. 22:1). Abisai y Banaí­as (11:20–25) aparentemente eran iguales de los primeros tres, y las proezas de Benaí­as eran especialmente memorables.
Como tantas de las personas en los caps. 1–9 la mayorí­a de †œlos valientes† en 11:26–47 no son más que nombres para nosotros. No está claro cómo se relacionaban con los 30, y varios han sido añadidos a la lista de 2 Sam. 23. Paradójicamente, al incluir nada más que sus nombres (excepto por un toque adicional de vez en cuando; 11:32, 39, 42) los hace más reales en toda su variedad.
Ahora se mencionan cuatro grupos que se unieron a David durante el reino de Saúl, cuando estaba en Siclag (1 Sam. 27:6) o en su fortaleza en el desierto (1 Sam. 23:14). (Note nuevamente el arre glo similar, Siclag/fortaleza/fortaleza/Siclag. Ver comentario sobre 2:42–55.) Primero un grupo de Benjamí­n (12:1–7): David debe ser aclamado por †œtodo Israel†, incluso la tribu de Saúl. Estos vie nen del clan y de la ciudad del propio Saúl. Quizá la punterí­a famosa que tení­an (12:2; Jue. 20:16) acompaña la sensibilidad polí­tica y espiritual que les insta a apoyar a David cuando la lealtad a la tribu los obligarí­a a alinearse con Saúl. Los últimos detalles sobre los de Gad (12:8–15) puede ser que se refieran a que estaban a cargo de cien/o miles, y que fue el desborde del Jordán, si no ellos mismos, que hizo huir a los habitantes de los valles; pero en ambos versí­culos (14 y 15) la RVARVA Reina-Valera Actualizada está más en armoní­a con los deseos del cronista de poner énfasis sobre el valor de los que apoyaban a David. El grupo unido de Benjamí­n y Judá que se unió a él al principio de ese perí­odo (12:16–18) por alguna razón le hizo sospechar de algo. A lo mejor tení­a en mente la traición de Doeg (1 Sam. 21–22). Nada pudo asegurarle más que la respuesta inspirada que recibió cuando el Espí­ritu invistió a Amasai (12:18; como en Jue. 6:34; 2 Crón. 24:20) y dejó bien claro que la bendición de Dios era para el rey escogido y para los que se uniesen a él. Desde el fin del reinado de Saúl (1 Sam. 29–31) proviene el cuarto grupo (12:19–22). Algunos de los de Manasés habí­an esperado astutamente hasta que la perdición de Saúl fuera prácticamente cierta para tomar su decisión, pero aun así­ fueron aceptados.
12:23–40 La reunión en Hebrón. Esto fue para ungir a David rey antes de que estableciera su capital en Jerusalén (11:1–9). Algunas personas son men cionadas por nombre (27–28); los contingentes tribales son descritos en una variedad de maneras. Por una vez, la cuenta de las tribus no está limitada a 12 (un gesto geográfico de sur a norte y después al este incluye a Leví­, las dos tribus de José, y ambos territorios de Manasés, lo cual resulta en un total de 14, ¡en verdad †œtodo Israel†! No sólo la variedad sino también la unidad de Israel recibe el énfasis (38), a diferencia de la desunión en los dí­as de los jueces. El pueblo de Dios unidos bajo el soberano escogido por Dios tienen gran motivo para regocijarse (39, 40).

13:1-14:17 David en Jerusalén

El reinado de Saúl y el reinado de David en Hebrón (mencionado brevemente; 12:33, 38) son sólo el preludio de la importante historia del reino. Primero, el arca, el sí­mbolo del pacto de gracia de Dios, debe ser instalada en la nueva capital de David (13:1–4); entonces Dios hablará †œen su santuario† (Sal. 60:6–8) para proclamar las bendiciones que David recibió en su hogar (14:1–7) y su fama en el extranjero (14:8–17). Hay un vistazo hacia atrás que contrasta el caso de Saúl, y un vistazo hacia el futuro a los temas mellizos que se desarrollarán a través del libro, adoración/templo/sacerdocio y gobierno/trono/monarquí­a.
13:1–4 El traslado del arca. La mayor parte de este capí­tulo (6–14) proviene de 2 Sam. 6:2–11, mientras que 2 Sam. 5:11–25 aparecerá en el próximo capí­tulo; el arca es de principal importancia como lo demuestra la introducción (1–4). Su descripción (Exo. 25; 37) y su historia reciente (1 Sam. 4–7) ya se conocen; el problema del cual nos enteramos aquí­ es que durante el reinado de Saúl Israel no la utilizó para consultar al Señor (3; no le consultamos, al Dios del arca, 10:14), pero ahora David y todo Israel con él sí­ que lo harán.
†œTodo Israel† recibe aun más énfasis en el v. 5 que repite 2 Sam. 6:1 indicando también un área más extensa de norte a sur que la frase común †œdesde Beerseba hasta Dan† (21:2). La primera asamblea decide y la segunda actúa para traer el arca al centro de la vida del paí­s.
Las experiencias de Uza y de Obed-edom ilustran la †œbondad† del arca. Es un †œbien feroz†; Uza habí­a compartido su casa con ella durante 20 años (1 Sam. 7:2; 2 Sam. 6:3), así­ que se entiende la confianza que se tomó, pero fue fatal. Cuando era tratada con el respeto apropiado, brindaba todo lo bueno.
14:1–7 David se establece en Jerusalén. Con el arca en camino a la capital de David (el próximo capí­tulo continuará con el resto de 2 Sam. 6), Crón. ahora vuelve a 2 Sam. 5:11–25, para dar énfasis a otro contraste vital. Primeramente, en estos versí­culos se le da a David una †œcasa† notable en Jerusalén —en más de un sentido— mientras con la muerte de Saúl en la batalla del monte Gilboa †œto dos los de su casa murieron junto con él† (10:6).
14:8–17 La fama de David se extiende. El contraste continúa con los éxitos militares y nuevamente el cap. 10 está en vista. Cada rey toma su turno enfrentando a los filisteos; Saúl pierde, Da vid gana; en el caso del primero se honra a los dioses paganos (10:10), en el otro son humillados (14:12); Saúl ni consultó ni obedeció al Señor (10:13, 14), mientras que David hizo ambos (14:10, 11, 14–16). Ambas reacciones de Dios ha cia David fueron memorables. Su †œirrupción† en esta ocasión fue de alabanza (14:11; a diferencia de 13:11), y el sonido misterioso en las copas de los árboles significaba que la acometida era de Dios, y todo lo que David tení­a que hacer era formar fila y marchar (cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 5:4; Sal. 68:8).

15:1-17:27 El arca del pacto

El arca representa el pacto de gracia, o sea, la iniciativa de Dios al formar a Israel como su pueblo para siempre. Cómo responden a esa gracia en fe y adoración es uno de los temas principales del cronista. Ciertamente tiene gran interés en el templo, pero es más que eso: vuelve vez tras vez (1 Crón. 13; 15–17; 23–28; 2 Crón. 3–7; 29–31; 35) a la forma apropiada de honrar y alojar el arca, cómo se debe hacer y por quién, y las ocasiones religiosas que se centrarán en ella. Por eso su trato de 2 Sam. 6:11, 12. Entre medio de esos dos versí­culos —que vendrí­a a ser el perí­odo de tres meses— inserta el establecimiento del reino de David (cap. 14) y la preparación del festival religioso durante el cual se traerá el arca a su hogar †œapropiado† (15:1–24). La liturgia que David detalla cuenta la misma historia (cap. 16), y la profecí­a y la oración del cap. 17 nuevamente manifiestan la verdadera relación entre lo que Dios hace para David y lo que David hace para Dios.
15:1–15 La ceremonia correcta. El viaje del arca a Jerusalén se reanuda, en un estilo no menos alegre, pero ahora más respetuoso. El arca se debe llevar y no acarrear y por supuesto eso lo deben hacer los levitas (2, amplificando 2 Sam. 6:13; verdaderamente todo la sección 1–24 es un agregado al relato anterior). Esto se debe a que David †œha consultado† (de nuevo a diferencia de Saúl) y ha recibido la respuesta no por medio de alguna experiencia mí­stica sino por la ley de Moisés (13, 15; Deut. 10:8). Tener reverencia por el arca quiere decir no sólo tener sentimientos respetuosos sino una obediencia práctica a la palabra de Dios.
Una vez más representantes de todo Israel participan (3), con tres divisiones más de la tribu de Leví­ además de las tres normales (4–10; Exo. 6:16, 18, 22). La †œpurificación† requerida de los sacerdotes y de los otros lí­deres levitas sin duda es la descrita en Exo. 19:10–15, pero lo importante no son los ritos de por sí­ sino la actitud del corazón y la relación con Dios que reflejan.
15:16—16:3 La alabanza correcta. El hecho de que David ordenó la música para la jornada festiva nos recuerda su interés especial en este aspecto ya que era †œel dulce salmista de Israel† (2 Sam. 23:1); también de la lista de músicos principales, uno de cada uno de los tres grandes clanes de Leví­, ya mencionados en 6:31–47, y, por el otro lado, anticipa el papel que la música jugará en el templo. No está claro cuántos de los levitas en 15:17, 18 eran porteros y músicos, aunque Obed-edom parece haber sido uno de ellos; ni tampoco está claro si es el mismo Obed-edom en cuya casa se alojó el arca (15:25; ver comentario sobre 26:4–8). Pero el grupo formaba un coro y orquesta bien organizados (15:19–24). (Alamot y Seminit puede ser que se refieran a voces altas y bajas; las pala bras figuran en algunos de los encabezamientos del los Sal.).
El cronista añade a 2 Sam. 6:13 una nota de aprobación de parte de Dios (15:26) porque David habí­a †œconsultado† y obedecido, pero reduce la pelea entre David y su esposa (2 Sam. 6:20–23) a una simple nota de su desaprobación (15:29): El representante de la casa de Saúl todaví­a no se aviene a la mente de Dios, pero David sí­.
16:4–36 El salmo de acción de gracias de David. El salmo que el grupo de Asaf debe usar en el culto de adoración es muy pertinente, porque cantarí­a delante del arca del pacto de Dios, a Jehovah (4) (que es el nombre del pacto de Dios), ahora que el arca ha sido puesta en el centro de la vida de Israel. Ese es el escenario (4–6, 37) y el tema del sal mo. Combina partes de los Sal. 96, 105 y 106. La primera parte (Sal. 105:1–15) expresa lo que significa alabar a Jehovah (8–13), y por qué, a saber debido a su pacto (14–18). Es un pacto de gracia: o sea, cuando no podí­an hacer nada por sí­ mismos, el amor inmerecido de Dios ha escogido y rescatado a su pueblo (19–22). La segunda parte (Sal. 96) alaba a Dios por su soberaní­a sobre todas las naciones, y por lo tanto sobre sus dioses (ver 10:10; 14:12), y verdaderamente sobre toda la tierra (23–33). Los últimos versí­culos (Sal. 106:1, 47, 48) convocan a todo el pueblo de Dios a unir sus voces a la alabanza de los levitas (34–36): son un grito a Dios el salvador, y la palabra que significa Sálvanos es †œHosanna†; es significativo que la repetirá la multitud rodeando al último rey de la familia de David cuando entra al templo triunfalmente (Mar. 11:9, 10).
16:37–43 El arca y el altar. Sólo el grupo de Asaf se queda en Jerusalén, mientras que los de Hemán y Jedutún (probablemente otro nombre de Eitán, 6:44) son enviados a Gabaón.
17:1–27 ¿Una casa para el arca? En general este capí­tulo reproduce el relato anterior. Pero los cambios a 2 Sam. 7:11 y 14 son significativos. Aquí­, el v. 10 tiene doblegaré a en lugar de †œte daré des canso de† porque, para el cronista, el descanso es una de las caracterí­sticas del reinado de Salomón y no del de David, y porque después de la confusión del perí­odo de David será el privilegio de Salomón edificar un templo. De la misma manera, el v. 13 omite la posibilidad de que Salomón haga lo incorrecto (aunque lo harí­a). En la opinión del cronista Salomón y David deben ser considerados co mo los cofundadores del reino, los personajes ideales de la era de oro.
Es obvio que David piensa edificar una casa para el arca, e igualmente obvio dado el discurso de Natán, quien es un hombre de Dios, que no hay nada de malo en tal deseo. Las palabras de Dios le enseñarán a los débiles deseos de David cómo podrán ser enaltecidos con el desafí­o que viene con nuevo entendimiento. Una casa permanente para el arca es algo que Dios nunca ha pedido (4–6); en verdad diseñó el arca para que fuese portátil (Exo. 25:14). Lo que Dios hace para David tiene prioridad sobre lo que David pudiese hacer para Dios (7–10); note el uso repetido de †œyo† en estos versí­culos. Y en los dí­as de David y Salomón establecerá una casa y un reino (11–14) los cuales, aunque serán de ellos, también serán de Dios, y por lo tanto eternal; y por ello algo más impresionante que un reino polí­tico destinado a perecer en cuatro siglos más (otra señal, como 16:34–36, del reino de Cristo en el NTNT Nuevo Testamento). Entonces el capí­tulo desarrolla del tema del †œarca† (1) ambos temas de †œtemplo† y †œtrono† (2).
David, poniéndose delante de Jehovah (16; se supone que es enfrente del arca), responde con una oración modelo. Primero (16–22) alaba a Dios cuyo plan de bendición para su pueblo abarca tanto el pasado (especialmente la formación de Israel en el tiempo del éxodo) como el futuro. Después pide (23–27) que Dios haga lo que dijo que harí­a (12), la verdadera oración de fe que descansa en tierra firme y tiene por lo tanto la seguridad de que se le escuchará.

18:1-20:8 Israel entre las naciones

Estos tres capí­tulos condensan no menos que 14 capí­tulos de la historia anterior (2 Sam. 8–21). El cronista omite las historias de los miembros de la familia de Saúl que sobrevivieron (2 Sam. 9; ver 1 Crón. 10:6), y del adulterio de David (la mayor parte de 2 Sam. 11–12) y el mal que le siguió (la mayor parte de 2 Sam. 13–21; ver 1 Crón. 3:1–9). Las batallas de David continúan y el autor las destaca. Puede ser que parezca raro que el cronista no quiera representar a un David lascivo, sin embargo, no le molesta representar uno sediento de sangre. Pero los éxitos militares de David se deben entender como señales positivas de bendición (18:6, 13). Estas guerras eran la preparación necesaria para la época de †œdescanso† cuando se edificarí­a el templo.
Los antecedentes de algunos de los incidentes de las guerras de David contra los amonitas y los filisteos han sido omitidos en Crón.; por ej. Najas (19:2) como adversario de Saúl en 1 Sam. 11 y Goliat (20:5) a quien David mató según 1 Sam. 17. Antecedentes que sí­ han sido representados son los éxitos tanto en su patria como en el extranjero, con vecinos tanto amistosos como antagonistas. En 18:1–20:8 tenemos un desfile de lo que se realizó en ese sentido.
18:1–13 Asuntos exteriores. Los filisteos, los enemigos de David desde el cap. 14, comienzan y terminan los próximos tres capí­tulos (18:1; 20:4–8). El cap. 18 brevemente menciona a los adversarios tradicionales de Israel al este del Jordán, Moab y Edom (2, 12, 13), pero trata mayormente con las naciones al norte de Israel, en la región de Siria moderna y del Lí­bano. Casi todas son hostiles, pero hay una (Hamat, como Tiro en 14:1) que es aliada. En cualquier caso, la fama de David sigue creciendo, y sus éxitos preparan la paz durante la cual Salomón edificará el templo. De la misma manera, tanto amigos como enemigos contribuyen al depósito de artí­culos de valor que serán los presentes de David para la casa de Jehovah (7–11). En un sentido David está †œdescalificado† para edificar el templo porque es un hombre de guerra (22:8–9), pero eso no es señal de desaprobación de Dios. A Abisai, p. ej.p. ej. Por ejemplo, se le admira por su papel en la campaña contra Edom (a diferencia de 2 Sam. 8:13) porque la victoria se la dio Jehovah a David (12, 13).
18:14–17 Asuntos domésticos. Una nota del †œestablecimiento† de David sigue a continuación, como en 2 Sam. 8:15–18. El capí­tulo con antecedentes del propio cronista menciona el hogar de David en Jerusalén (14:1–7). Los quereteos y los peleteos eran soldados extranjeros de Creta y Filistea que eran los guardaespaldas de David.
19:1—20:3 Las campañas amonitas. Los amonitas eran otra nación al este del Jordán (ver 18:2, 12, 13). La única indirecta de que hubo una amistad previa entre David y Najas (19:2) es la enemistad entre Najas y Saúl en 1 Sam. 11, aún antes de que David apareciera en la escena. La opinión amonita acerca de David (19:3) demuestra que tanto si quisieran hacer amistad con él o si quisieran oponerse a él, David era alguien a quien las naciones vecinas tení­an que tener muy en cuenta. Cuando comienzan las batallas, los ejércitos sirios relacionados con los de 18:5 son involucrados en el conflicto. Los hermanos Joab y Abisai, sobrinos de David (2:13–17) eran compañeros de batalla a cargo de sus ejércitos (lo cual puede que aluda a como 18:12 se relaciona con el encabezamiento del Sal. 60). Los aliados sirios son eliminados en dos campañas (19:14–18; los números de 2 Sam. 10:18 difieren; ver la Introducción). Los amonitas mismos son derrotados finalmente (20:1–3), pero no se dice nada acerca del adulterio de David con Betsabé y del asesinato de su esposo (2 Sam. 11:2–12:25); al cronista le concierne presentar los éxitos de David, no sus pecados.
20:4–8 Las campañas filisteas. Esta sección de †œIsrael entre las naciones† hace un cí­rculo completo al mencionar que los enemigos filisteos han sido sometidos una vez más (4; ver 18:1). El cronista tiene mucho cuidado de no decir, ni siquiera ahora, que a David se le ha dado †œreposo† (ver sobre 17:10, y 2 Sam. 7:11); para él, eso será el privilegio de Salomón. El hermano de Goliat (5): ver sobre 2 Sam. 21:19.

21:1-22:19 La casa de Dios

El cronista ha tomado el cap. 21 casi por completo de 2 Sam., pero el cap. 22 es todo suyo. El relato del censo que David ordenó, y de la epidemia con la cual Dios lo castigó por haberlo hecho, en 2 Sam. 24 es simplemente parte de la narrativa, pero para el cronista su importancia yace en algo que aquel capí­tulo no menciona: El lugar donde la propagación de la epidemia paró era el sitio donde estarí­a el propuesto templo. Aquí­ estará la casa de Jehovah Dios (22:1) es la bisagra de esta sección. Es hacia este versí­culo que se dirige el cap. 21, y desde él inmediatamente procede el cap. 22. Prácticamente todo está listo para la construcción del templo —la idea inicial, la confirmación de Dios, el arca restaurada, el principio de un almacenaje de materiales, y ahora el sitio— así­ que el cap. 22 presenta a Salomón, el que finalmente construirá el templo. La construcción no va a comenzar hasta que el reinado del guerrero David ceda el lugar al del más pací­fico de Salomón. El resto de 1 Crón. está dedicado principalmente a planes administrativos muy detallados (23:1–29:30).
21:1–17 Censo y epidemia. Por primera vez el cronista marca un pecado de David. La razón por la cual se desví­a de su práctica normal de presentar a David como el rey ideal es que esto era malo a los ojos de Dios (7); lleva (como ya notamos) a la designación del sitio para el templo. Lo que provocó a David a cometer este pecado ahora resulta en un castigo que según 2 Sam. 24:1 se debe principalmente a algún pecado previo por parte de la nación. Teniendo en mente quizá el principio de Stg. 1:13, el cronista introduce inesperadamente la figura de Satanás (1). El es quien, como en Job 2:3, causa los problemas, aunque sólo con el permiso de Dios y dentro de los lí­mites impuestos por él.
No está claro por qué hacer un censo era malo. La ley lo permití­a, con ciertas condiciones (Exo. 30:11–16); un censo dio el nombre al libro de Núm., y los primeros capí­tulos de 1 Crón. contienen listas muy similares. A lo mejor ya que esta fue una lista militar (5), los motivos de David eran malos. Crón. indica frecuentemente que la verdadera seguridad de Israel yace en confiar en su Dios, no en el tamaño de su ejército (por ej. 2 Crón. 14:11; 16:8). No es David sino Joab quien aquí­ se presenta en buena luz, aunque en la historia anterior no es un personaje muy agradable (1 Rey. 2:5, 6). El lleva a cabo el censo bajo protesta, pero con Leví­ y Benjamí­n tuvo que hacer una excepción: se presume que fue debido a Núm. 1:47–50 (quizá consideraban que ambas tribus eran custodios del tabernáculo que quedaba en el territorio de Benjamí­n, 16:39). Los números del censo difieren de los de 2 Sam. 24:9; otra vez, ver la Introducción.
Un ángel con una espada se aparece también a Balaam (Núm. 22:31) y a Josué (Jos. 5:13–15), y tanto en esos pasajes como aquí­ el lugar donde aparece se considera santo. Aquí­ es el que trae la epidemia (11). David está en camino al norte saliendo de Jerusalén con un grupo de ancianos cuando lo ve; quizá van a Gabaón a ofrecer holocaustos como arrepentimiento (ver vv. 29, 30). Otra variación posible del v. 17 es más conmovedora: †œy yo soy un pastor† (en lugar de he actuado mal).
21:18–21 El lugar donde paró la epidemia. Arauna (la versión del nombre que el cronista usa es †œOrnán†) es uno de los habitantes cananeos originales de Jerusalén (ver 11:4, 5), pero obviamente reconoce al ángel de Jehovah y su rey ungido de Jehovah (21:20–21). Reconociendo que la honra de Jehovah no disminuye sino que se engrandece por estos acontecimientos, David se agrada de pedir el uso de la era de este pagano para que sea el sitio de un altar y el templo.
El precio que se menciona aquí­ (21:25) puede ser que haya sido por el lugar para la obra del templo entero, a diferencia del precio mucho menor mencionado en 2 Sam. 24:24 quizá sólo por el lugar del altar en ese caso. Jehovah confirma lo correcto y justo de esa manera de actuar enviando fuego desde los cielos (21:26) tal como el ángel confirmó el llamado de Gedeón (Jue. 6:20–24). Un paralelo más significativo es el fuego que cayó sobre el altar cuando se armó el tabernáculo por primera vez (Lev. 9:24) y cuando el templo es consagrado finalmente (2 Crón. 7:1). La †œrespuesta† del Señor (21:26, 28) explica su plan para la bendición de su pueblo. Aquí­ estarán tanto la casa, o sea el lugar donde se aloja el arca, la cual representa la gracia divina, como el altar que representa la reacción humana (22:1). Como en el caso de Job, de las intenciones malvadas de Satanás resulta gran bien (Job 42:12).
22:2–5 Los materiales para la casa. Esta sección, y en verdad el resto de 1 Crón., no tiene igual en Sam. o Rey. Ya que Salomón aparece en la escena en este punto y David no desaparece hasta el fin del libro, los próximos ocho capí­tulos unen los dos reinados como fundamento doble de los 400 años de la monarquí­a. Al mismo tiempo todos tienen que ver con el templo, enfatizando nuevamente sobre los temas mellizos del cronista, o sea el sacerdocio y la monarquí­a. Para el templo David reúne cantidades tremendas de materiales; entre estos se encuentran contribuciones de una variedad de paí­ses no israelitas (ver sobre 21:20, 21); por este medio la fama de Jehovah se extenderá ampliamente. Todos estos aspectos marcan la importancia de este edificio.
22:6–19 Instrucciones para la casa. David le habla largo y tendido a Salomón sobre la construcción del templo, luego brevemente a todos los principales de Israel (17). El cap. 28, con casi el mismo tema, será un discurso público con las últimas palabras dirigidas a Salomón. Es revelador que esta transferencia de autoridad es tan parecida a la de Moisés y Josué tanto tiempo atrás. El mandamiento Esfuérzate, pues, y sé valiente es una copia exacta (13; Jos. 1:9) del pasaje lleno de semejanzas. Moisés habí­a guiado al pueblo de Dios por un perí­odo de confusión y cambios, durante el cual llegaron a ser una nación; Josué los llevarí­a a la tierra de reposo (Jos. 1:12–15). De la misma manera David ha tenido que ser un hombre de guerra (8; ver 28:3), pero no se le culpa por eso, mientras que Salomón será un hombre pací­fico, lo cual es simplemente la realidad (ver comentario sobre 18:13). En verdad, la traducción en la RVARVA Reina-Valera Actualizada hombre pací­fico es un poco engañosa. †œVarón de paz† es más correcto: él será un †œhombre reposado†, en el sentido de reposo de los enemigos, aunque después de su advenimiento Dios también le dará a Israel †œpaz† (shalom, como en el nombre de Salomón) y †œreposo† (la palabra que ocurre en Jos. 11:23; 14:15; Deut. 12:10 es muy parecida). Es posible que desde el punto de vista ritual la sangre que David derramó en sus guerras pueda haberlo descalificado para participar directamente en la edificación del templo (8b), pero se destaca el hecho que su papel era proveer para la casa de Jehovah (14), y no solo los materiales para la construcción, sino después de sus victorias, un perí­odo libre de guerra; mientras tanto la responsabilidad de Salomón es edificar el santuario (19). La relación entre los dos reinados la resume David en su discurso a los principales de Israel en los vv. 17–19.

23:1-27:34 Organización del templo y el reino

Estos capí­tulos son amedrentadores tanto al leerlos rápidamente, en cuyo caso uno sólo ve listas de nombres como las de los caps. 1–9 que no ayudan para nada, como al leerlos cuidadosamente, en cuyo caso uno nota aparentes discrepancias en ellos. De hecho éstas son listas de familias de la tribu de Leví­, con más información incluida, describiendo la participación de los levitas en los servicios del templo. Gran parte de esta sección parece estar relacionada con perí­odos diferentes al de David, algunos hasta el mismo tiempo del cronista. Pero todo cae bajo el tí­tulo †œde David†, de la misma manera que toda la ley del ATAT Antiguo Testamento se centra en Moisés y toda la sabidurí­a del ATAT Antiguo Testamento en Salomón. Tal como David preparó materiales para la construcción del templo, de la misma manera Israel era un pueblo preparado para el servicio de Dios.
23:1–6 La asamblea de lí­deres. El v. 1 se deberí­a considerar un encabezamiento general del resto de 1 Crón. (y no sólo como la primera ceremonia de dos como implica 29:22). Los siete capí­tulos que quedan, como si fueran puestos entre paréntesis entre este versí­culo y 29:28, hacen llegar el reinado de David a un clí­max espléndido. El ATAT Antiguo Testamento reserva la frase anciano y lleno de años para grandes personas que merecen gran honor, como Abraham o Job. El cronista omite los pecados y problemas del hombre David porque desfigurarí­an el retrato oficial del rey David. La impresión de que hubo dos asambleas y dos †œcoronaciones† puede que sea correcta; reunió es el término en 23:2 y 28:1.
La división de la tribu de Leví­ entre sacerdotes y (otros) levitas (2) se discutirá más adelante en este capí­tulo, mientras que la división en cuatro partes de los †œlevitas† (4, 5) es la base de éste y los próximos cuatro capí­tulos. El hecho de que la edad mí­nima de los levitas es 30 años aquí­ (3) y 20 en otras partes (24, 27) es uno de los detalles que indican que esta sección (como mucho de los capí­tulos anteriores de este libro) es un agrupamiento de ilustraciones de Israel de varios perí­odos.
23:7—24:31 El personal del santuario. Listas de familias levitas (23:7–23; 24:20–31) rodean dos secciones centrales que tienen que ver con las tareas de los levitas (23:24–32) y las divisiones de los sacerdotes (24:1–19).
Los tres hijos de Leví­ encabezan las primeras listas de nombres (23:7–23); es probable que 23:6b sea considerado el tí­tulo de esta sección. Los gersonitas de 23:7 pueden haber sido una generación más tarde que los de 6:17, y las fechas relacionadas con las personas en 23:9a una vez más puede que sean diferentes. Crón. distingue las tareas de los sacerdotes y las del resto de la tribu de Leví­ (23:13).
Las últimas tareas se dan con detalle en 23:24–32. En algunos aspectos cambian, por supuesto, una vez que el tabernáculo permanente sustituye al movible (23:25, 26), y parece que se relacionan con los levitas en general (o sea, todas las divisiones mencionadas en 23:4, 5). 20 (23:24, 27); ver sobre 23:3.
Las divisiones de los sacerdotes (24:1–19) son otra clase más de clasificaciones dentro de la misma tribu. Una mirada hacia atrás recuerda la muerte de los dos hijos mayores de Aarón (24:2), aunque no menciona la razón vergonzosa por ella (Lev. 10:1, 2). La frase oficiales de la casa de Dios en heb. se lee †œoficiales de Dios† (24:5). Tal vez sea un sinónimo de oficiales del santuario (describiendo con más detalle a los oficiales del santuario y de Dios) o quizás las dos descripciones quieren decir que estos lí­deres eran †œdedicados† o sobresalientes. La mirada hacia adelante anticipa algunas de la 24 †œcasas paternas† que aparecen más tarde, por ej. Joyarib (24:7) en 1 Macabeos 2:1, Cos (24:10) en Esd. 2:61 y Neh. 7:63, y la más famosa Abí­as (24:10) en Luc. 1:5.
La última lista de levitas, 24:20–31, corresponde a la de 23:12–23, pero la sigue por una generación más. Nuevamente el concepto de Israel que el cronista tiene parece tener muchos niveles, reunidos de documentos de muchos perí­odos diferentes.
25:1–31 Los músicos. Después de la lista del personal del santuario viene la segunda división de los levitas, la de los músicos. Además está dividida en dos maneras, primeramente de acuerdo a las tres familias de Asaf, Jedutún y Hemán (1–6), y luego de acuerdo con los 24 †œciclos† encabezados por sus hijos (7–31). A Hemán se le llama vidente del rey aquí­ (5), y lo mismo se dice de Asaf y Jedutún en otras partes (2 Crón. 29:30; 35:15); obviamente hay una conexión entre la profecí­a y la música, aunque la frase bajo la dirección, que tal como profetizaba que también se menciona tres veces en los vv. 1–3, demuestra que en tiempos bí­blicos (ver 1 Cor. 14:26–33) los discursos y las canciones podí­an ser inspiradas sin estar extáticos o descontrolados.
A los primeros cinco nombres de los hijos de Hemán (4) los siguen nueve otros nombres de formas poco comunes, que en heb. suenan como versí­culos de los Sal.: Ananéas, Hanani = †œTen misericordia de mí­, Señor, ten misericordia de mí­† y más por el mismo estilo. ¡Quizá Hemán nombró a sus hijos con sus salmos favoritos!
Los ciclos de cantores, como los ciclos de sacerdotes en 24:7–18 son 24. Listas completas en cada caso, como el sentido del v. 8 (ver 24:31; 26:13) son caracterí­sticas del cronista, como lo es su convicción de que en el plan de Dios todo su pueblo debe reunirse.
26:1–19 Los porteros. El marco básico para este grupo de listas es vv. 1–3, 9–11 y 19. De las tres grandes familias de los levitas (6:1) solo los coreí­tas (1, Coré era un coreí­ta según 6:22) y los hijos de Merari (10) están representados aquí­; el Asaf del v. 1 no es el famoso de 25:1 quien era un gersonita (6:39–43) sino el Ebiasaf de 9:19. Donde uno esperarí­a ver una lista de porteros gersonitas en cambio encontramos la familia de Obed-edom (4–8). A este personaje intrigante no se le da el linaje levita, pero si todas las citas son de la misma persona, entonces debe ser el levita de 15:18, lo cual lo califica para estar en esta lista, como también la bendición especial del v. 5 y de 13:14 (y ver sobre 15:17–25).
Aunque los de la generación de Obed-edom pueden haber sido porteros en la época de David, mucho antes de que se construyera el templo (15:17–18), su nombre figura aquí­ también (15) después de habérselo edificado, de modo que es del perí­odo de Salomón; mientras que 9:17–32 (que dio bastante detalle acerca de las tareas de algunos de los porteros) incluye algunos de los mismos nombres aún después de la construcción del segundo templo unos cuatro siglos más tarde. Todo esto es parte de la técnica del cronista de utilizar información de varios niveles y distintas épocas para crear una imagen a fondo de la vida y culto del pueblo de Dios. La fama de uno de los porteros por ser consejero entendido (14) y la mención de los lugares donde otros estaban de turno demuestra el realismo y la veracidad de las partes no obstante la manera artí­stica en que la obra entera ha sido formada.
26:20—27:34 Los oficiales. Las cuatro divisiones levitas en 23:4, 5 se dieron en orden de tamaño. El orden de las listas detalladas ha sido distinto, es como si empezara del centro y se desplegara hacia afuera: Personal del santuario, seguido por los músicos, después los porteros y ahora finalmente vienen otros oficiales, algunos de los cuales estaban encargados de la administración externa (26:29; ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada), en verdad a través del paí­s, y a cargo de tareas seculares tanto como religiosas (26:30, 32). Las listas del cap. 27 se extienden más allá de la tribu de Leví­.
La sección 26:20–32 tiene que ver con oficiales a cargo de los tesoros, o almacenes (20; la misma palabra que en 27:25). Parece que algunos (26:21, 22) estaban a cargo de los †œutensilios para el culto†, como en 9:28–32; otros (26:24–28) de lo que habí­an traí­do como botí­n. Las responsabilidades de otros son judiciales (26:29) o fiscales (si se tiene en mente impuestos religiosos y seculares en 26:30, 32). Una vez más el cuadro que se forma proviene de varios perí­odos: las tierras extensas que se describen en 26:30–32 pertenecen a épocas anteriores; la participación de los levitas en la administración figura sólo en perí­odos posteriores (2 Crón. 19:8–11). Ya que la historia de Israel se puede comprender sólo al considerarla en forma í­ntegra, asimismo su carácter y personalidad se pueden comprender sólo cuando se junta a toda la gente de importancia, incluyendo hasta Saúl (26:28).
El movimiento en 26:29–32 de la esfera religiosa a la secular nos trae a algo que tiene poco que ver con los levitas, una lista del ejército (27:1–15). Esto también es parte de Israel cuando se le considera en forma completa. Los jefes son los mejores ejemplos del liderazgo que la historia es capaz de ofrecer, a saber 12 de los valientes de David de 11:10–31, y a lo mejor las estadí­sticas representan el ideal de las tropas: 12 regimientos cada uno de 24 †œmiles†, recordando los 12 ciclos de sacerdotes y especialmente los 24 ciclos con 12 músicos en cada uno (24:7–18; 25:6–31). De modo que aunque Asael habí­a muerto antes de que David llegara a ser rey de todo Israel, su nombre encabeza uno de los regimientos (27:7; 2 Sam. 2:18–23), mientras que la organización del ejército tiene más en común con el estilo de Salomón.
La sección 27:16–24 menciona a los oficiales que se presume estaban involucrados en el censo de 27:23, 24. Se mencionan 12 †œtribus†, si se cuenta a Manasés una vez, aunque es una lista medio rara, y lo único que se puede hacer es ofrecer opiniones por qué Gad y Aser fueron omitidas y Aarón añadida. El censo es probablemente el mismo de 21:1–8; el relato allí­ no contradice necesariamente lo que dice éste, como algunos lo han sugerido.
La sección 27:25–31 es otra lista de 12, esta vez de administradores del patrimonio real, los jefes del servicio civil. Como siempre, no le molesta al cronista incluir a personas que no eran israelitas pero que se han unido en el servicio del Dios de Israel (Obil y Jaziz, 27:30–31).
Finalmente, el gabinete principal de David (27:32–34) contiene a algunos que podemos identificar, como su †œtí­o† Jonatán, y otros conocidos de otras partes (18:14–17; 2 Sam. 15–17). Los nombres famosos y el orden magistral que encontramos en estas listas nos dice nuevamente que ésta es una imagen ideal del pueblo de Dios. En particular los caps. 23–27 exponen un tipo daví­dico de administración del templo de Jerusalén y del reino de Israel que al rey escogido por Dios le hubiera gustado haber logrado y a su vez haber pasado a sucesivas generaciones.

28:1-29:30 La sucesión

Estos dos últimos capí­tulos se refieren nuevamente al cap. 23, donde el v. 1 (†œDavid †¦ proclamó a su hijo Salomón rey sobre Israel†) sirve como tí­tulo para la sección entera (23:1–29:30) con la que termina el primer libro. Una †œreunión† de lí­deres israelitas se convoca en 23:2; en 28:1 se introduce otra, una †œasamblea† más grande y formal, para lo que, en efecto, será la coronación de Salomón (29:22–24). También recordamos el cap. 22, porque lo que se dice en esta sección acerca de Salomón, y a Salomón, amplifica de manera pública y formal lo que David ya habí­a dicho en forma más personal allí­. De mucho interés es el hecho de que David, el rey ideal de Israel de tantas maneras, está por dejar el trono, y el pueblo de Dios en las generaciones posteriores necesita saber cómo se han de mantener vivos los ideales de David una vez que él ya no esté presente. Las últimas instrucciones que le da a Salomón y a Israel son por tanto de alcance muy amplio.
28:1–10 Las instrucciones de Jehovah. La formalidad de este discurso público contrasta con lo que ha pasado anteriormente, pero el contenido es muy parecido a las conversaciones menos formales del cap. 22; También recuerda las palabras de Moisés al comisionar a Josué †œante la vista de todo Israel, †™Â¡Esfuérzate y sé valiente†™ † (Deut. 31:7; ver aquí­ vv. 8, 10, 20).
El misericordioso plan de Dios para su pueblo (representado por el arca) es más importante que el interés del cronista en que se edifique una casa para †¦ el arca (2). Según ese plan David es el hombre de guerra y Salomón es el hombre de paz (3; 22:9). Dios ha elegido a este padre y a este hijo de todo Israel para que se sienten en su trono y edifiquen su templo (4–6). La promesa de un reino para siempre en un sentido no tiene condiciones (17:12–14), pero en otro sentido depende de la obediencia humana (7). Una parte vital del †œlegado† de David a sus descendientes es el principio propuesto en el v. 9 : Si tú le buscas, él se dejará hallar; pero si le abandonas, él te desechará para siempre. Esta es una declaración clásica de †œLa doctrina de castigo merecido y retribución inmediatos† de Crón., que ocurrirá frecuentemente en 2 Crón.
28:11–21 El diseño del templo. Todo lo que David ha dicho en los vv. 1–10 ha hecho resaltar la iniciativa y la acción de Dios. Ahora esto se debe poner en acción por Salomón. Se relaciona con lo que Dios le dio a hacer a Moisés cuando se diseñaba el primer tabernáculo (diseño, 11, es la misma palabra utilizada en Exo. 9, 40 que también se traduce como †œmodelo†); abarca personas tanto como cosas utilizadas en la obra del servicio de la casa de Dios (13). El diseño de Dios para Moisés aquí­ se renueva con David (19) y también con Salomón (20, 21). Dios esperaba que Salomón colaborara activamente, y Salomón nunca sintió que los planes de Dios fueran fastidiosos ni restrictivos. El v. 20 es aun más parecido que los vv. 8 y 10 al consejo animador de Deut. 31:6–8 y Jos. 1:5–7, el eco del cual también se escucha en Heb. 13:5, 6.
29:1–9 El desafí­o al compromiso. David ya ha presentado al pueblo la necesidad de ser obediente a Dios (28:8); ahora les desafí­a a que sean generosos y actúen de todo corazón. El da el ejemplo (2–5a) y ellos aceptan el desafí­o (5b–9). La cantidad de tesoros mencionados aquí­ es enorme (ver la Introducción), pero muestra una generosidad como la que se vio cuando se construyó el tabernáculo (Exo. 35:20–36:7), como la que demandaron los profetas en los dí­as del segundo templo no mucho antes de la misma época del cronista (Hag. 1:3, 4; Mal. 3:8–10), y como la de la iglesia del NTNT Nuevo Testamento cuando se estaba edificando una clase diferente de †œtemplo† (1 Cor. 3:16; 2 Cor. 8–9; Hech. 11:27–30). Los primeros lectores del cronista deben haber sentido la fuerza de estos versí­culos en el término dracmas (7), una moneda conocida es sus dí­as pero no en los de David. El cronista, no un hombre indiferente como algunos se imaginan que era, nota en este caso, como también en otras partes, el gozo, la generosidad, y la integridad de corazón que el desafí­o de David evocó (9).
29:10–20 La gran acción de gracias. Los que viví­an en la época del cronista no deben haber tenido ninguna esperanza de poder participar en una ocasión tan espléndida como ésta, pero el autor quiere destacar el principio subyacente: Este Dios es real en todas las edades (10, 18) y es al mismo Dios a quien le pertenece todo (11, 14). Naturalmente entonces toda esta abundancia (16), todo lo que cada generación ve cuando considera sus bendiciones, también proviene de Dios. Esta verdad una vez más evoca un gozo y una generosidad profundos (17, 19).
El pueblo de Dios se ha apropiado de partes de esta oración memorable desde entonces. Aun las palabras solemnes del v. 15 deberí­an, paradójicamente, inspirar la confianza: La edad de oro de David no tiene más permanencia que ninguna otra; y aquella edad, como todas las edades, encuentra su esperanza solamente en el Dios que nunca falta.
29:21–30 Salomón es ungido rey. Al dí­a siguiente, un dí­a tanto de sacrificios como de celebración (¡Los que le dan a Dios, reciben de Dios!), es la ocasión del ascenso oficial de Salomón al trono. Esta fue su segunda entronización (22); se espera que los lectores sepan algo de la primera que fue arreglada de prisa para prevenir que su hermano tomase el trono (1 Rey. 1). Ya que el cronista asume que la historia pasada es bien conocida, la imagen que presenta de los dos personajes centrales es obviamente hecha a propósito: La oposición que Salomón tuvo que reprimir antes que todo Israel le rindiera obediencia (23), como los problemas que David tuvo antes de morir en buena vejez (28), todo eso es omitido, porque en Crón. estos dos hombres juntos representan el ideal de †œrey†. El esplendor de Salomón lo pone al mismo nivel que la grandeza de su padre, y detrás de ambos está Dios, el rey eterno (28:5; 29:11). El trono y el reino son inquebrantables porque son de Jehovah (23).

2 CRON. 1:1–9:31 SALOMON

David fue célebre por ser el rey de Israel más importante, y su reinado fue la edad de oro de Israel. Crón. recalca esto (1 Crón. 10–29). Así­ que ahora que desaparece el gran rey y su hijo Salomón lo sucede, lo que sigue es de interés especial para el pueblo de Dios que no ha tenido el privilegio de vivir bajo su gobierno.
Debemos prestar atención a dos cosas en particular en 2 Crón. 1–9. Cuando los dos reinados se parecen el uno al otro, puede ser que veamos principios que David impuso y que Salomón, y todos los que cuidarán del pueblo de Dios, deben obedecer. Cuando difieren, esto no es la culpa de Salomón (el cronista omite tales cosas), sino que se debe a que los éxitos de David estaban incompletos. El hijo hace lo que el padre no hizo, y es la otra parte, por así­ decir, del rey ideal según Dios. La edad de oro comprende los dos reinados juntos. Sobre todo, esto significa la construcción del templo, que se prohibió a David construirlo por ser hombre de guerra, pero ordenado a Salomón el hombre de paz.

1:1-2:18 Se establece a Salomón

Dios obra por medio de Salomón como lo hizo por medio de David (1:1). Los dos reinos se combinan para formar un modelo de cómo Dios gobierna a su pueblo. †œHombre de reposo†, sin embargo, no quiere indicar que la fe de Salomón es pasiva, o sea, que asume que Dios hará todo; por lo contrario, estos primeros capí­tulos lo muestran muy activo en sus relaciones con Dios, con su pueblo y con las naciones vecinas, y sumamente en su entusiasmo por el proyecto del templo.
1:1–6 Salomón busca a Jehovah. Desde el principio el cronista señala que a Salomón se le debe considerar un personaje modelo junto a David: todo lo desagradable que ocurrió al establecerse Salomón (1 Rey. 2) se omite (1). Todo Israel (2) acudirá al lado del nuevo rey como lo hizo con el antiguo (1 Crón. 11–12). Junto al Salomón que ilustrará la soberaní­a de Dios sobre su pueblo está el Salomón que busca a Jehovah (5), tal como lo harí­a cualquier creyente. Como en el caso de David, el arca que representa la gracia divina y el altar que representa la respuesta humana están en dos lugares distintos (1 Crón. 15:1–3; 16:37–40), y el cronista intencionalmente menciona sólo los sacrificios del altar que Salomón ofreció (contrástelo con 1 Rey. 3:15). También nos recuerda que el tabernáculo y el altar en cuestión eran los que Bezaleel habí­a hecho en el tiempo de Moisés; Salomón los sustituirá a ambos (ver 4:1–11a).
1:7–13 Salomón pide una bendición. En la visión de Salomón el modelo gracia-fe está claro. Salomón responde idealmente en su oración a la oferta de Dios en la cual tiene en cuenta la naturaleza de Dios (lo que ha hecho, lo que ha dicho que hará, y lo que sólo Dios puede dar, vv. 8–10), la propia incapacidad de Salomón y la necesidad de su pueblo. La respuesta de Dios (11, 12) anticipa las palabras de Jesús en Mat. 6:33: que debemos buscar el reino de Dios y su justicia.
1:14–17 Salomón prospera en el mundo. La noticia de las relaciones diplomáticas y comerciales de Salomón con otras naciones aparece cerca del fin de su reino en Rey. (1 Rey. 10:26–29); se ha puesto cerca del principio aquí­ como un elemento del establecimiento de su poderí­o, antes de que comen zara su obra principal, el templo. También establece el carácter de su reino como uno de †œdescanso†, en el cual las hostilidades han sido sustituidas por comercio, y la guerra por la paz. Estos contrastes con el reinado de David ayudan a poner a Salomón junto a su padre formando las dos partes del rey ideal.
2:1–18 Salomón se prepara para edificar el templo. Se tiene en vista la edificación de un templo y un palacio, pero al omitir los detalles del palacio (1 Rey. 7:1–12) el cronista se fija en el templo. Crón. también omite 1 Rey. 5:3–5, dado que ya dio las razones por las que David no pudo edificar el templo (1 Crón. 17; 22:7–10; 28:2, 3).
En medio de los dos anuncios sobre la mano de obra que Salomón utilizó se encuentran las dos cartas que se mandaron él e Hiram, rey de Tiro. La obra en la que se le pide a Hiram que ayude es algo nuevo, y en la escala más grande posible; pero para lo que será no es nada nuevo; a saber, la antigua religión de Israel. Las observancias antiguas están presentes (4; ver Exo. 30:7, 8; 40:23; Núm. 28–29), los mismos materiales que antes (7; ver Exo. 35:35), y hasta una contraparte del supervisor original: el artesano Oholiab (13, 14; ver Exo. 35:34). (Los detalles, por ej. en los vv. 10, 14, 18, difieren de los paralelos en 1 Rey. 5:11, 13; 7:14; parece que de vez en cuando el cronista usa diferentes fuentes. Si Salomón usó mano de obra israelita o no, ver sobre 1 Rey. 5:13–18.)
Es otra de las caracterí­sticas del cronista el darnos las palabras de Hiram en los vv. 11, 12: tal como las de la reina de Saba en 9:8, muestran al mundo de afuera reconociendo que la presencia y la bendición de Dios descansan en Israel cuando el escogido rey de Dios gobierna.

3:1-5:14 La construcción del templo

Según Crón., es por la obra del templo (en lugar de las otras cosas que Rey. cuenta acerca de él) que la posteridad recordará a Salomón. Ya que todo lo que hizo se encuentra abreviado en Crón., la construcción del templo está reducida comparada con la descripción más detallada en 1 Rey. 6–7, porque el cronista, como siempre, asume que sus lectores ya saben eso. La meta de todo este proyecto es preparar un lugar digno de Dios para que su pueblo conozca su gloria y presencia entre ellos. Pareciera como si toda esta sección se dirigiera a 5:13, 14, y que esté diciendo: †œCuando Salomón habí­a terminado de hacer esto y esto y esto otro, entonces apareció la gloria de Jehovah.†
3:1–17 El edificio. La ubicación (1) está llena de simbolismo. Allí­ David habí­a visto tanto la ira como la misericordia de Dios (1 Crón. 21:16), como también Abraham mucho antes (Gén. 22:14: †œEn el monte del Señor será provisto†; Gén. 22:2 es la otra vez en toda la Biblia que se menciona Moriah). También allí­, mucho después, Simeón tendrí­a al bebé Jesús en sus brazos y dirí­a †œmis ojos han visto tu salvación† (Luc. 2:30).
El breve relato de la construcción del edificio en donde Dios iba a mostrar su gloria (ver el último versí­culo de esta sección, 5:14) comienza naturalmente con la entrada (4). Es posible que esta haya sido una torre, seis veces más alta que ancha (así­ en la RVARVA Reina-Valera Actualizada), pero es más probable que las dos medidas eran solamente †œ20†. El pórtico lleva al lugar santo, la sala mayor (5, 7), y de allí­ al lugar santí­simo (8) donde están los querubines (10–13). Se destaca la cantidad y la calidad del adorno; Parvaim (6) es el nombre de un lugar ahora desconocido, pero su oro obviamente era muy bien cotizado, como el oro puro y el oro de buena calidad de los vv. 4 y 5; 600 talentos (8) es una cantidad enorme; los 50 siclos del v. 9 se deben referir a la cantidad de hojas de oro necesarias para dorar las cabezas de los clavos (¡clavos realmente hechos de oro no serí­an muy prácticos!). También hubo un velo entre el lugar santo y el lugar santí­simo en el tabernáculo (Exo. 26:31–33); el edificio de Salomón claramente sigue los mismos principios que el de Moisés; sin embargo, los detalles son diferentes. Finalmente, afuera del edificio, se mencionan las columnas independientes Jaquí­n y Boaz (15–17).
4:1–11a El mobiliario. Aquí­ también el énfasis se pone en los principios. Tanto tabernáculo como templo tienen un velo en el lugar santo; ambas también deben tener un altar (1). El antiguo era de 5 codos cuadrados y 3 de alto (Exo. 38:1, 2); el nuevo es de 20 codos cuadrados y 10 de alto.
Al salir del edificio lo primero que le llamarí­a la atención a uno serí­a el altar. Después se fijarí­a en la fuente (2–5), que quedaba un poco al costado (10); luego las diez pilas (6); luego, cuando uno se daba vuelta para mirar hacia el lugar santo, notarí­a los diez candelabros (7) y las diez mesas (8). El tabernáculo solo tení­a una de cada una de estas cosas y el cronista en otras partes se refiere a ellos de la misma manera (2 Crón. 13:11); de aquí­ la tradición judí­a de que el templo contení­a las diez nuevas y la original de cada una.
4:11b–22 Resumen de la obra. Este pasaje sigue a 1 Rey. 7:39–50 en detalle. Incluye elementos que no se habí­an mencionado anteriormente, indica la gran cantidad de bronce tanto como de oro que se utilizó (18), y llama la atención sobre la cooperación entre Salomón y Hiram-abi. En un sentido los dos fueron los que hicieron todos estos utensilios (18), de la misma manera que Moisés y Bezaleel fueron igualmente responsables por la construcción del tabernáculo (Exo. 33:22, 23).
5:1–14 Todos vienen al templo. El éxito del proyecto es el resultado de la obra de Salomón: Después que el templo ha sido terminado entonces se mencionan las contribuciones de David (1). La iniciativa ha sido de Dios: La caracterí­stica central de este lugar de adoración es que el arca, ese sí­mbolo de la gracia, presencia y pacto de Dios, estará allí­ (2–10). La fecha para la inauguración del templo cae adecuadamente en el séptimo mes (3), o sea, la fiesta de los Tabernáculos, cuando todo ya ha sido cosechado y se alaba a Dios por lo que ha provisto. La antigua tienda ahora se sube lit.lit. Literalmente al nuevo templo (5), demostrando que ésta es la nueva personificación de los principios originales. Y allí­ han quedado hasta el dí­a de hoy (9) probablemente quiere decir †œde allí­ en adelante† (de hecho el arca habí­a desaparecido antes de la época del cronista), pero apropiadamente describe estos principios espirituales. Heb. 8–9 muestra la continua importancia en el NTNT Nuevo Testamento.
Casi toda esta sección proviene de 1 Rey. 8:1–11, aunque los vv. 11–13 han sido añadidos, conectando estas ceremonias con las de David cuando él trasladó el arca a Jerusalén en 1 Crón. 15–16. La palabra todo ocurre repetidamente: En el Israel ideal, todos serán unidos alrededor de estos principios (3), y entre ellos se verá la gloria de Dios, como cuando ambos, el templo (vv. 11–13) y el tabernáculo (Exo. 40:34–35) fueron completados.

6:1-7:22 La ceremonia de dedicación

Estos capí­tulos, igual que el cap. 5, siguen a 1 Rey. 8–9. Los acontecimientos que describen le interesan al cronista aun más que el templo como edificio. Dos terceras partes del relato de estos acontecimientos tienen que ver con la oración y la respuesta a la oración. Desde un punto de vista Salomón sigue los principios establecidos por David. El pueblo de Dios recibe bendiciones cuando se une al soberano leal escogido por Dios (6:3; 1 Crón. 16:2). Pero también hace lo que David no pudo hacer, porque mientras que David tuvo que batallar para establecer el reino, capturar Jerusalén y trasladar el arca allí­, la regla de Salomón se centra en la presencia continua del arca es su hogar permanente.
6:1–11 La dedicación comienza. La obra de Salomón ha sido aprobada por Dios evidentemente ya que la gloria divina ha llenado el templo (5:13, 14); la noticia de esto (1, 2) lleva a la declaración preliminar de Salomón (4–11), que sucesivamente lleva a su larga oración (14–42). La oscuridad del lugar santí­simo sin ventanas representa el hecho de que a Dios no se le puede ver (1; ver Exo. 20:21). De la misma manera, el arca, el sí­mbolo de su presencia en el templo (2, 11), muestra que aunque vive en los cielos Dios está siempre disponible en la tierra para los que oran (14–42).
Salomón no tiene otra bendición que dar a su pueblo sino la proclamación de la grandeza del Dios de Israel. Este es un Dios que cumple lo que promete, en particular lo que prometió a David (4). Al elegir esta ciudad y a este rey, ha hecho un pacto igual que el que hizo con Moisés en el perí­odo del éxodo (5, 6, una cita rara; frecuentemente cuando uno espera que el cronista se refiera al éxodo, no lo hace; para él ese pacto ha sido absorbido en éste, como el tabernáculo en el templo). Dios planeó y cumplió la sucesión de David por Salomón (7–10). Y no es sorprendente que el arca esté en el centro de esta nueva edad, como estuvo en el tiempo de Moisés (11).
6:12–21 La oración de acceso. El comienzo de la oración de Salomón está lleno del Dios incomparable (14). Aquí­ le repite a Dios muchas de las cosas que la sección anterior dijo acerca de Dios, añade que Dios demanda obediencia (16), y deja bien claro lo que Salomón entiende de cómo Dios habita con los hombres sobre la tierra (18): A la figura de las manos y boca de Dios (4, 15), ahora añade los ojos y los oí­dos que están siempre abiertos a las oraciones de su pueblo (19–21). Esto explica por qué el propósito principal del templo es tanto el alojamiento del arca (las promesas de gracia del pacto de Dios, 11) como el quemar incienso (que simboliza la oración; compare vv. 18–21 con 2:6).
6:22–42 La oración de intercesión. Esta oración trascendental la ofrece Salomón con la sabidurí­a que Dios le otorgó, en nombre de todo el pueblo de Dios y cubre una gama de situaciones muy amplias, reales y posibles. Como casi todo lo que se encuentra en los caps. 6–7 ha sido tomado de 1 Rey., pero es especialmente adecuado para las generaciones posteriores como la del cronista cuando las situaciones imaginarias se han vuelto realidad. Es una oración acerca de la oración. Salomón ora para que Israel sea un pueblo que no solo reciba bendiciones en forma pasiva, sino que ruegue activamente por ellas. El templo y el arca recordarán a cada generación de la necesidad de tener una experiencia personal de la presencia de Dios. Cada uno debe aprender a orar hacia este lugar, no necesariamente en forma fí­sica, pero sí­ siempre con el corazón y la mente enfocados en el significado de él.
Las siete situaciones detalladas se pueden definir de esta manera: La administración de justicia (22, 23), derrota en la guerra (24, 25), sequí­a (26, 27), escasez por diferentes causas (28–31), el extranjero que busca a Dios (32, 33), la †œcruzada† justa (34, 35) y el pecado que lleva al exilio (36–39). Varias por supuesto son caracterí­sticas de la geografí­a e historia de Israel, pero todas tienen equivalentes para el pueblo de Dios en cualquier cultura, clima o edad.
7:1–10 La respuesta de fuego. Aunque la aparición de la gloria de Dios se menciona a cada extremo de la oración de Salomón, no quiere decir que apareció dos veces (tanto en el v. 1 como en el v. 3 se puede leer algo parecido a †œel fuego tanto como la gloria†), pero el v. 3 sí­ indica que ahora estaba sobre el templo y dentro del templo, de modo que todos lo podí­an ver. Confirmó que los planes y diseños de Salomón habí­an sido hechos como Dios lo habí­a querido. Pero el fuego simbolizaba más que eso. Lo que Dios aprobaba ahora era el uso del templo por primera vez para lo que lo habí­a ordenado, o sea, para el encuentro entre Dios mismo y su pueblo por medio de la oración de Salomón. Por lo tanto, ésta es una señal pública para que Israel la experimente y la recuerde, distinta a la respuesta personal que Dios está por dar a Salomón (12–22). En otros encuentros cruciales entre Dios e Israel el fuego también descendió: En el tiempo de Moisés (Lev. 9:24), de David (en este mismo lugar, 1 Crón. 21:26) y de Elí­as (1 Rey. 18:38). Nuevamente David y su hijo están agrupados como colegas iguales en el plan de Dios (10).
La †œfiesta del mes séptimo† (5:3), que era la de los Tabernáculos, aparentemente caí­a después de esta semana adicional de celebración por la dedicación del templo (9).
7:11–22 La respuesta de revelación. A diferencia del fuego de Dios que apareció en público y fue pasajero, la visión —o mejor dicho, la entrevista— que Dios le dio a Salomón fue en privado pero muchos se han apropiado de ella. Es una respuesta concisa y llena de significado a todo lo del cap. 6. El v. 12 confirma lo que Salomón dijo acerca del templo en 6:1–11. Los vv. 13, 14 aceptan la oración de 6:22–42 con sus siete partes (y dan por concedido que existe un pueblo al que se le llama con el nombre de Dios y el que posee una tierra; lo cual lo convierte en un pasaje del NTNT Nuevo Testamento que no se debe aplicar desconsideradamente en nuestros dí­as). Los vv. 15, 16 confirman que los ojos, los oí­dos y el nombre de Dios están ciertamente en el templo (6:18–21, 40). Los vv. 17, 18 confirman 6:14–17; está todo en singular y se refiere a Salomón, y aunque en Rey. él pecó y su trono quedó desocupado, en el sentido de Crón., él cumplió la voluntad de Dios, y a Israel nunca le ha faltado un soberano. Pero los vv. 19–22, que prosiguen después del séptimo pedido de Salomón (6:36–39), están en plural y se refieren a Israel, y aunque se pueda discutir si Salomón desobedeció a Dios o no, ciertamente Israel sí­ lo hizo. Lo que es más, el cronista y sus lectores han visto en la actualidad la amenaza de perder la tierra y el templo (20) tanto como la restauración por la que se habí­a rogado a Dios (6:37–39). Estos últimos versí­culos también son el resumen de la regla fundamental de causa y efecto que desempeña un papel tan importante en las enseñanzas del cronista: Si obedecen, prosperarán; si desobedecen, sufrirán; si se arrepienten, se les perdonará.

8:1-9:31 El esplendor de Salomón

En la mayor parte esta sección se parece mucho a 1 Rey. 9:10–10:29. Pero el cronista ignora 1 Rey. 11 porque las necedades y las hostilidades hacia el final de la época de Salomón aminorarí­an la imagen del reino ideal. Hizo lo mismo con David (ver comentario sobre 1 Crón. 29:21–30); de nuevo, padre e hijo son dos lados de la misma moneda. Se debe notar que ninguno de ellos se representa a sí­ mismo como personas individuales sino que ambos se ven en solidaridad con el pueblo de Israel el cual recibe la bendición divina por medio de ellos (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:10).
8:1–10 El poderí­o de Salomón. Si se da por sentado que 1 Rey. 9:10–14 (en donde Salomón le concede estas ciudades a Hiram) era conocido, y que el cronista no se proponí­a arreglar y entender una versión dañada de Rey. (como algunos sugieren), la explicación más sencilla de los vv. 1, 2 es que describen a Hiram devolviendo las ciudades. Estaba claro en aquel pasaje que no le gustaron, y en este que necesitaban ser renovadas.
Los versí­culos introducen una sección que va a mostrar el poderí­o de Salomón para el beneficio de la nación. Los vv. 3, 4 incluyen la única campaña militar registrada en nombre del †œhombre de paz†, y muestran cómo se establecieron las fronteras en el norte lejano (la construcción de un puerto en el mar Rojo, en el sur lejano [vv. 17, 18], puede ser que sea la contraparte a esto, y ya se ha insinuado el alcance del dominio de Salomón en 7:8). Los lugares mencionados en vv. 4–6 dan evidencia de un paí­s bien armado y defendido y bien provisto. El uso de los cananeos que sobrevivieron como mano de obra revela en su contraste la libertad y la independencia del israelita nato (7–10). ¡Bendito es el pueblo de Dios bajo la soberaní­a de un rey tan poderoso!
8:11–16 La adoración de Salomón. Esta sección describe en más detalle que 1 Rey. 9:25 toda la obra de Salomón para la casa de Jehovah (16). Puede ser que ese versí­culo responda a 2:1, y de esa manera concluye la parte principal (casi siete capí­tulos de largo) de la historia de Salomón, el que edifica el templo. Se menciona a su reina egipcia aquí­ por causa del peligro que correrí­a al acercarse demasiado a la †œsantidad† del templo, porque †œtodo lo conectado con el arca es santo† (en lugar de aquellas habitaciones donde ha entrado el arca †¦ , v. 11); los riesgos de las cosas sagradas fueron ilustrados en el tiempo de David por la historia de Uza (1 Crón. 13). Crón. no especifica si la razón por la que estaba en peligro era porque era gentil, mujer o sencillamente (como Uza) alguien no autorizado; lo que se destaca no tiene que ver con ella sino con el templo. Aunque Salomón no era sacerdote, sin embargo, se le permite hacer mucho con respecto al templo (12–15). Se remite al mandamiento de Moisés (13) y a lo establecido por David (14), pero lo que hace la mención de esos nombres augustos es que sus propios mandamientos (15) sean considerados de la misma importancia. Todo lo que establece es con la intención de ser un marco para la manera del pueblo de adorar a su Dios.
8:17—9:12 La fama de Salomón. Ezión-geber (8:17) en verdad indica el alcance del poderí­o de Salomón (ver sobre 8:3, 4), pero es también uno de los puntos de entrada para su gran tesoro (Ofir, como Parvaim en 3:6, es desconocido, pero su oro era muy famoso), y 8:17, 18 también nos recuerda de la importancia de Salomón en los paí­ses de alrededor como Edom y Tiro. La visita de la reina de Saba también pudo haber tenido motivos comerciales ya que la autoridad de Salomón cruzaba las rutas de comercio de muchas de estas naciones. Pero la razón indicada es su fama (9:1), particularmente la fama de sus cosas y su sabidurí­a (9:5). Lo que se cuenta acerca de su visita es el discurso espléndido que dio en alabanza a Salomón; no por su propio bien, sino para la gloria de Jehovah quien lo ha hecho quien es, y para felicitar al pueblo para beneficio del cual (una vez más) se le ha engrandecido (9:8). Nuevamente se menciona a Hiram porque sus siervos están involucrados en la importación de cosas de valor a Israel (sándalo es una variedad desconocida de madera, pero obviamente era de mucho valor), pero otra razón es, sin lugar a duda, recordarnos que él habí­a dicho algo similar a lo que dijo la reina al principio de esta larga sección (2:11).
9:13–28 Las riquezas de Salomón. El oro representaba la riqueza del reino de Salomón. Una vez que se completó el templo, y que el palacio y la residencia real estuvieron suficientemente recubiertos de oro (17–20), el resto se utilizó en una exposición de escudos ornamentales para la Casa del Bosque del Lí­bano (15, 16). El cronista no dice todaví­a que todo este esplendor va a durar no más que una generación (ver comentario sobre 12:9–11), y tampoco dice qué clase de edificio era éste (ver 1 Rey. 7:1–12); sólo le preocupa mencionar que el valor de la exposición era colosal. La gama de cosas exóticas importadas que traí­a la flota mercantil israelita-tira (21) pone los toques finales a este relato de la riqueza, sabidurí­a y poderí­o del gran rey (22–28). No sabemos si el quinto artí­culo es pavos reales (RVARVA Reina-Valera Actualizada), o si barcos de Tarsis realmente iban a Tarsis (España) o sencillamente eran comerciantes de largas distancias. Crón. nos recuerda nuevamente, reanudando 1:15, que la riqueza de Salomón enriquece también a su pueblo (27).
9:29–31 La muerte de Salomón. Los últimos versí­culos de la historia de Salomón provienen de 1 Rey. 11:41–43, y hacen tres cosas. Van directamente al final de ese capí­tulo, omitiendo la mayor parte de él (la historia del declive moral de Salomón), de manera que termina su reinado en una nota alta. Se refieren a otros relatos, no sólo para verificar la exactitud sino para dar la autoridad adicional que merecen los escritos de los profetas. Y también unen a Salomón una vez más con su padre, porque también se le concedió a David esta clase de epitafio (1 Crón. 29:29).

10:1-36:23 LOS REYES

Apenas Salomón fue enterrado y ya el glorioso reino se derrumba. La división sigue los lí­mites tribales antiguos: Una frontera de este a oeste al norte de Jerusalén deja hacia el sur a Judá y Benjamí­n, junto con Simeón (asimilado a Judá ya hace mucho tiempo), y también por supuesto los de la tribu de Leví­ que habitaban en esos territorios. Pero el pueblo interpretó la división como si fuera la tribu de David en contra de las demás, de modo que la parte del sur se llegó a conocer como †œJudᆝ mientras que la mayorí­a se consideraban †œIsrael† (10:16).
Esto causa complicaciones en el uso del término †œIsrael† en el resto de Crón. En forma más amplia, se le usa en buen sentido para referirse al pueblo de Dios, tanto del norte como del sur. En un sentido polí­tico es solamente el reino del norte. Cuando se refiere a la gente, no es necesariamente malo, porque siempre se encuentran verdaderos israelitas allí­ (11:13–17; 28:9–25; 30:11; 1 Rey. 19:18), y hasta Jeroboam, el primer rey del norte, cumple con la voluntad de Dios al rebelarse contra Roboam (10:15; 11:4). Pero sí­ es malo cuando significa, como es por lo general el caso, que el sistema y los que están a cargo de él están determinados a mantenerse independientes del trono de David y del templo de Salomón aun cuando ya no tienen razón para serlo (13:8–12), y todaví­a más cuando reyes como Acab y su familia no sólo abandonan el ideal de David/Salomón sino que introducen dioses extranjeros (23:17; 1 Rey. 30–33).
Sin embargo, el cronista habla del norte sólo cuando su historia tiene algo que ver con el sur, porque es de allí­ que seguirá la descendencia de David por los próximos 300 años y por 20 reinados. Su objetivo va a ser el demostrar cómo los sucesores de David y Salomón siguieron o ignoraron los ideales que ellos establecieron y si resultó en bendición o castigo.

10:1-12:16 Roboam

La necedad de Roboam fue tan grande al principio de su reinado que Jehovah dijo que el norte tení­a razón en rebelarse contra él (10:15; 11:4). En 1 Rey. 12:1–24 y 14:21–31 se presentan sólo sus puntos malos. El cronista añade material de otras partes que indica que después del desastre inicial vino un perí­odo de reinado exitoso, luego un segundo desastre seguido por arrepentimiento y restauración. Por más que se casara con varios miembros de la familia de David (11:18–21), eso de por sí­ no pudo hacer a Roboam un rey al estilo de David, y el libro de Rey. tiene razón al insinuar que en general su reinado no fue un éxito. Pero el relato más imparcial del cronista, aunque llega a la misma conclusión (12:14), establece un modelo para el resto del libro: El pecado trae problemas; arrepentirse trae bendición.
10:1–19 El reino dividido. Siquem habí­a sido un lugar de importancia polí­tica y religiosa desde la antigüedad, y era un sitio apropiado y central para la asamblea de todo Israel (1) para la coronación. El primer factor de tres que ponen a Roboam muy incómodo (y para eso el lector se supone que conoce las circunstancias de 1 Rey. 11:26–40) se encuentra en la persona de Jeroboam, hijo de Nabat, quien también aparece (2). Con él como lí­der natural las tribus le traen el segundo problema, impuestos y mano de obra forzosa (4). Se suponí­a que la mano de obra forzosa no afectarí­a a israelitas de nacimiento (8:9), pero parece que lo hizo de todas maneras (18; 1 Rey. 5:13, 14; 11:28).
Roboam consultó a consejeros ancianos y a jóvenes, y el obstinado consejo de los jóvenes ganó. Roboam iba en contra del principio bí­blico de respetar la madurez (cf.cf. Confer (lat.), compare p. ej.p. ej. Por ejemplo Isa. 3:4, 5), aunque, para ser justo con él, ya que los jóvenes eran sus contemporáneos (8), deben haber tenido al menos 40 años (12:13). Dándose cuenta de que no iban a ganar ninguna concesión, Jeroboam y las tribus del norte se sublevaron, y el tercer factor —la profecí­a de Ají­as (1 Rey. 11:29–39)— regresó para burlarse de Roboam. Dios habí­a dicho que esto iba a pasar, y pasó (15). El lema de la rebelión (16) es un reverso irónico de 1 Crón. 12:19. Roboam, quien no estaba listo para aceptarla todaví­a, enví­a (¡de todas las personas que podrí­a haber enviado!) a su ministro a cargo del tributo laboral para imponer el sistema aborrecible, con graves consecuencias (18).
11:1–23 La obediencia de Roboam. Dios prohí­be otro intento de reunificar a Israel a la fuerza y hay que darle mérito a Israel porque desiste de atacar (1–4). Esta obediencia debe ser la razón para la bendición que sigue a continuación: Un programa de fortificaciones (5–12), un aumento considerable de la vida religiosa (13–17), y el crecimiento de la familia real (18–23). Parece que las ciudades fortificadas (6, 7) formaban una lí­nea de defensa no contra el reino del norte (aunque †œhubo guerra constante entre Roboam y Jeroboam†, 12:15), sino contra invasiones del sur (ver sobre 12:1–4). Se dice sólo lo suficiente acerca de la religión alternativa establecida por Jeroboam (ver 1 Rey. 12:25–33) para explicar el éxodo general del norte al sur de los israelitas que temí­an a Dios. Un becerro que representaba a Jehovah (ver Exo. 32:4) era suficientemente malo, pero se le fue la mano con los machos cabrí­os que representaban a algún demonio regional (15). De acuerdo con nuestros valores morales, la familia de Roboam no sólo era grande sino también tení­a relaciones de consanguinidad (18, 20); aquí­, en todo caso, se le considera como algo virtuoso, en vista del relajamiento de Salomón en esta área (1 Rey. 11:1–8), y en el v. 23 les buscó muchas mujeres a sus hijos es más probable que †œles dio †¦ muchas mujeres†, como tienen otras versiones.
La obediencia y por lo tanto la bendición duraron por tres años (17), tiempo no suficiente como para afectar el veredicto final: †œhizo lo malo† (12:14).
12:1–16 Los últimos años de Roboam. No es difí­cil ver en el v. 1a el orgullo y la confianza en sí­ mismo (lo opuesto de humildad y confianza en Dios) que llevaron directamente al pecado de 1b y finalmente al castigo de los vv. 2–4. Sisac, el originador de la vigésima segunda dinastí­a, habí­a reunificado Egipto (muy irónico dado lo que Roboam habí­a hecho a Israel) y ahora querí­a extender su poderí­o hacia el nordeste, sin duda en connivencia con Jeroboam y los lí­deres de Edom y Siria (1 Rey. 11:14–40). Los detalles de la invasión no provienen de Rey. (3–8); la fuente del cronista describe un ejército que es inmenso, aunque 60.000 (3) probablemente deberí­a ser †œ6.000†, y los registros de la campaña según Sisac indican que más de 150 ciudades fueron capturadas. Jerusalén no es una de esas, así­ que la profecí­a del v. 7 se cumplió y se sobornó a Sisac con el pillaje del templo y el palacio (9).
El evento de más amplio alcance del reinado de Roboam fue la división del reino (cap. 10). Crón. añade primeramente datos acerca de él que ilustran el principio que dice que †œla obediencia lleva bendición† (cap. 11) y ahora datos que ilustran el principio que dice que †œla desobediencia lleva su castigo† y †œel arrepentimiento lleva a la restauración†. El cap. 12 contiene todos los términos clásicos con los que el cronista enseña esas cosas: rebelarse (2), el †œabandono mutuo† en el v. 5 (ver también v. 1), humillarse (6, 7, 12); y el v. 6b muestra el significado de la verdadera confesión y arrepentimiento: Justo es Jehovah o sea: †œJehovah tiene razón y nosotros no.† El fundamento de esta enseñanza fue establecido en la oración de Salomón (6:24, 25) y la respuesta de Dios (7:14). Aun con la bendición del cap. 11 y la restauración del cap. 12 (tal vez debido más a que en Judá las cosas marchaban bien [12; 11:13–17] que al arrepentimiento del rey), queda el hecho de que a Roboam se le recuerda como el rey que dividió el reino e hizo lo malo (14).

13:1-14:1 Abí­as

Crón. le dedica a Abí­as tres veces más espacio que Rey.; Rey. lo desecha rápidamente como uno de los reyes malos (1 Rey. 15:1–8). Verdaderamente la influencia de la madre del rey no puede haber sido buena (15:16). Si no fuera por el incidente que cuenta Crón., Abí­as hubiera pasado a la historia como un rey mediocre.
La guerra entre el norte y el sur no era como para decidir el asunto de quién debí­a gobernar toda la nación sino que consistí­a más en apoderarse de tierras en pequeña escala, y en esos tiempos parece que Judá lo hací­a mejor (4a, 19). Pero parecí­a que Abí­as estaba perdiendo la batalla que se describe aquí­; la intención de las cifras en el v. 3 es mostrar su desventaja (ver la Introducción). Aprovechó la oportunidad para dar un discurso extraordinario que expone algunos de los principios básicos de la teologí­a del cronista.
En primer lugar, apela a todo Israel (4); aunque al principio se dirige a Jeroboam, muy pronto lo desciende de categorí­a bruscamente al referirse a él en tercera persona, como si ni siquiera estuviese allí­ (6, 8). Lo más importante es la lealtad del pueblo y, si su lealtad es a Jehovah, deben reconocer que Dios ha delegado su soberaní­a a la familia de David con un pacto de sal (5; siendo el probable significado †œeterno†; ver Núm. 18:19). En el reinado previo esto marchó mal, por un lado por culpa de la rebelión y por el otro por la necedad. (No importa realmente si fue el caso de que los hombres ociosos y perversos del v. 7 se reunieron alrededor de Roboam y lo persuadieron [o †œpudieron más† que él], o si se reunieron alrededor de Jeroboam y †œse opusieron† a Roboam, el punto de Abí­as es el mismo.) En estas circunstancias la rebelión fue parte del plan de Dios. Pero ahora las cosas han vuelto a la normalidad: hay un rey verdadero en el trono de David, un culto verdadero en el templo de Salomón, y no hay excusas para tener un sustituto (8–12).
En esta ocasión Judá tiene no sólo la teologí­a correcta sino también la actitud correcta (14b, 18), así­ que el cronista omite la conclusión de Rey. (1 Rey. 15:3) y termina con detalles positivos que indican la bendición de Dios (19–21).

14:2-16:14 Asa

Igual que con Abí­as, el relato del cronista del reinado de Asa es tres veces más largo que el de Rey. (1 Rey. 15:9–24). También tiene complicaciones que desconciertan al lector moderno. La mayorí­a tiene que ver con fechas, aunque estas también tienen implicaciones para la teologí­a. Para nuestra conveniencia, la tabla que sigue a continuación tiene las fechas desde la división del reino.
De la manera que se presenta la historia parece dar las siguientes fechas:
Año 20
La accesión al trono de Asa (12:13; 13:2)
Año 30
Terminan los diez años de paz (14:10)
Año ??
La invasión de Zéraj (14:9)
Año 35
La ceremonia del pacto (15:10)
Año 55
Empieza la guerra (15:19)
Año 56
El ataque de Baasa (16:1)
Año 59
La enfermedad de Asa (16:12)
Año 61
La muerte de Asa (16:13)
El problema con esto es que según 1 Rey. 16:6 y 8, Baasa murió en al año 46. De manera que un bosquejo alternativo asume que los años mencionados en 15:19 y 16:1 no son años del reinado de Asa sino del reino dividido:
Año 20
La accesión al trono de Asa (12:13; 13:2)
Año 30
Terminan los diez años de paz (14:1)
Año 35
Empieza la guerra = la invasión de Zéraj (14:9 = 15:19); la ceremonia del pacto (15:10)
Año 36
El ataque de Baasa (16:1)
Año 59
La enfermedad de Asa (16:12)
Año 61
La muerte de Asa (16:13)
Esto encaja bien, pero también tiene sus propios problemas: 15:19 y 16:1 representan los únicos ejemplos de esta manera de fijar fechas (es decir, en años del reino dividido); lo que es más, dicen claramente que estos son años del reinado de Asa y no del reino dividido. El problema queda sin solución. Otros asuntos semejantes serán discutidos luego (ver sobre 15:11, 19; 16:12, y †œNota sobre la cronologí­a† en 16:1–14).
14:2–15 El corazón del rey. Después de la nota de 1 Rey. 15:11 que Asa hizo lo bueno (2), el cronista dará detalles especí­ficos en 14:3–15:15 de lo recto que fue (con material de distinto origen). Asuntos religiosos (2–5) y militares (6–8) muestran tanto la obediencia de Asa como la bendición de Dios, y dos veces se utiliza el término clásico reposo (6, 7; ver sobre 1 Crón. 22:9). También el favorito del cronista, †œbuscar† (4; ver v. 7), y se habla de este Dios al cual se busca como el Dios personal de Asa, el Dios histórico de Israel y el Dios colectivo de la nación (2, 4, 7).
Se pone a prueba el ejército que él ha movilizado cuando Judá es invadida por otro ejército más grande. Las cifras parecen inmensas (pero véase la Introducción); el pueblo de Dios tiene la desventaja y debe confiar en su Dios. No se identifica al enemigo; varias sugerencias incluyen el ejército egipcio (ver 16:8) al mando de un general nubio. Las palabras memorables del v. 11 muestran cómo en una crisis suprema, más que en cualquiera otra ocasión, el corazón del rey reposa en Jehovah, y es muy claro que es Jehovah quien gana la victoria (12–14).
15:1–19 La palabra de Jehovah. La mayor parte de este capí­tulo (15:1–15) una vez más proviene de una fuente que no es Rey. A primera vista, la profecí­a de Azarí­as viene después de la victoria de Asa; parece que conduce a una reforma renovada, aun más que la de 14:3–5, y la ceremonia de renovación incluye botí­n (11). Por el otro lado, puede ser que los vv. 1–15 especifiquen en qué consistí­a el movimiento general de 14:2–7.
El mensaje de Azarí­as es primeramente una declaración en términos bien claros de lo que en Crón. llamamos †œcastigo o bendición merecidos† (2). Aunque se le llama una profecí­a (8), los verbos en la parte principal de ella (3–6) pueden estar tanto en tiempo futuro o pasado, y generalmente se les considera una mirada hacia el pasado, especí­ficamente al libro de los Jue., porque las descripciones se asemejan a ese perí­odo que también poní­a énfasis en el tema de †œcastigo o bendición merecidos†: en aquel entonces (4) tanto como hoy en dí­a (2) era un asunto de buscar y de ser hallado. Vale mencionar que el Dios que habla por medio de Azarí­as es el Dios del rey, de su pueblo y de sus antepasados (ver 14:2–7). La ceremonia del pacto que se observa en el decimoquinto año de Asa (10) abarca todo (note las palabras todo, toda, todos y todas en los vv. 8–15), y otra vez tiene que ver con el buscar a Jehovah (12, 13, 15).
Los últimos versí­culos, donde el cronista vuelve a lo de Rey. (1 Rey. 15:13–15) nos deja con dos preguntas. El v. 17 parece contradecir 14:3; sin embargo, 14:2–8 tiene que ver con Judá mientras que es muy probable que Israel en este versí­culo se refiera al territorio del norte que Asa adquirió más tarde (ver v. 8). El v. 19 parecerí­a contradecir 1 Rey. 15:16 y 32, pero sin lugar a dudas esos versí­culos se refieren a la †œguerra frí­a† continua entre Asa y Baasa, que no estalló hasta el ataque de 16:1.
16:1–14 La voz del mundo. El ataque de Baasa (1) es una prueba para Asa, y una en la que él habrá de fallar. El reino del norte y su vecino del norte, Siria, son mutuamente hostiles por la mayor parte de este perí­odo; una alianza entre Judá y Siria es polí­ticamente astuta, Asa tiene recursos para pagar lo que cueste (aunque no se sabe de dónde), ya hay un precedente establecido, y le sale bien (2–6). El mundo que los rodea dirí­a que era lo más obvio. Pero de esa manera comenzó a no consultar a Jehovah (12). Por lo que sigue (7–10) notamos: la venida de otro profeta; la lección de que la sabidurí­a de Asa parecí­a producir buenos resultados, pero que confiar en Dios hubiera producido mejores; la repetición de esa sencilla lección de confiar, tan básica en las enseñanzas bí­blicas, y la apelación a hechos del pasado para confirmarla; la garantí­a que se recibe lo que se merece (castigo o bendición); y por primera vez tal rebeldí­a que el rey de Dios persigue al profeta de Dios. Esto hace juego con la terquedad del v. 12b.
Nota sobre la cronologí­a. Si 16:1 quiere decir lo que parece decir (año 36 de Asa, cronologí­a 1 en las p. 430–31), su enfermedad (año 39, v. 12) aparece como castigo merecido bastante rápido. Pero eso no explica los problemas que presenta esa cronologí­a, ni lo que pasó en el año 35 (15:19), ni por qué Hanani predijo guerra, no enfermedad, como castigo para Asa (16:9). Por el otro lado, si 16:1 se refiere al año 36 del reino (cronologí­a 2 en la p. 431), las preguntas reciben respuesta. Los problemas de esta cronologí­a todaví­a existen pero demuestra que la causa da el efecto aunque no tan rápidamente ni obviamente como se s

17:1-21:1 Josafat

El relato del reinado de Josafat en muchos aspectos es como el de su padre, pero no tiene la conclusión deprimente de rebelión prolongada, ni el marco cronológico que recibió el reinado de Asa (confuso que fue). También es mucho más completo y presenta dos caracterí­sticas sorprendentes. Los primeros 40 versí­culos de 1 Rey. 22 cuentan la historia de la alianza entre Josafat y Acab (2 Crón. 18), y diez versí­culos más que dan notas generales acerca de su reinado completan el relato en Rey.; la versión en Crón. es el doble de largo, lo cual muestra su verdadera importancia. Lo que es más, ninguno de los dos acontecimientos principales que Crón. toma de Rey., ni el largo ni el corto (1 Rey. 22:1–40, 48, 49), presentan a Josafat en buena luz, y el cronista hasta añade la desaprobación de los profetas; sin embargo, tras pensarlo detenidamente lo considera un gran rey y un buen monarca, y aun como un segundo Salomón.
17:1–19 El esplendor de Josafat. Después de medio versí­culo de introducción tomado de 1 Rey. 15:24, el cronista describe la bondad y el esplendor de Josafat. Los dos elementos están entretejidos: Poderí­o y prosperidad, como siempre, se consideran de bendición procediendo de la búsqueda honesta de Dios (2–6); el v. 3 probablemente se deberí­a leer †œanduvo en los primeros caminos de su padre†, o sea Asa. (El tercer año del v. 7, fue cuando Asa murió, y después del reinado unido de padre e hijo Josafat comenzó a reinar solo; ver †œNota sobre la cronologí­a† a continuación.) De modo que el programa de enseñanza religiosa (7–9) le extiende a su pueblo su propio amor a Dios y sus leyes (4), sus riquezas y honor son famosos entre las naciones (10, 11) y también dentro de Judá (5), y listas de ejércitos (12–19) complementan las notas militares de los vv. 1, 2. Un desarrollo similar se puede ver en Josafat mismo. El promovió su fe personal en Dios, y era una fe que †œactuaba juntamente con sus obras† (ver Stg. 2:22), una religión activa y no quieta: buscó al Dios de su padre, andando según sus mandamientos (4), y lo hizo de tal manera que su pueblo recibió bendición bajo su soberaní­a.
Nota sobre la cronologí­a. El reinado de Josafat aquí­ (17:7; 20:31) se fecha desde la enfermedad de Asa y la †œcorregencia† empezando en 873/872 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo; el reinado más corto insinuado en 2 Rey. 3:1; 8:16 se fecha desde la muerte de Asa en 870/869 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo
18:1—19:3 La campaña contra Ramot de Galaad. Esta sección sigue la historia de 1 Rey. 22, pero la mención del esplendor de Josafat (18:1) y el banquete en su honor (18:2) son sólo los primeros de varios cambios que hacen que el rey del sur sea el personaje principal en vez del rey del norte; el relato termina con eventos y una profecí­a que tienen que ver con Josafat (19:1–3) pero no con Acab (como en 1 Rey. 22:36–39).
18:1a se refiere al cap. 17, dando una introducción muy positiva; 18:1b anticipa la secuela insatisfactoria. La alianza matrimonial, de la cual habrí­an de provenir problemas interminables, incumbí­a al hijo de Josafat, Joram, y la hija de Acab, Atalí­a. La alianza militar (18:3) también fue poco aconsejable. Al final de la historia se descubre que Siria es el enemigo en cuyas manos ha caí­do la ciudad de Ramot de Galaad (18:30), y nos damos cuenta de que el cronista ve el modelo de Asa repetido en su hijo, o sea, un buen comienzo, una secuela estúpida y un profeta que dice en el primer caso: †œNo deberí­as haberte unido a Siria en contra de Israel† (ver 16:1–9, Hanani), y en el segundo caso: †œNo deberí­as haberte unido a Israel en contra de Siria† (ver, 19:1–3, el hijo de Hanani, Jehú).
Pero Josafat es más que un mero Asa en tamaño mayor. Se alude a la integridad de su carácter en las palabras proféticas de Micaí­as en el v. 16. Se preocupa de todo Israel con el corazón de un pastor y cree que lo mejor que puede hacer es, lit.lit. Literalmente, ir de acuerdo con Acab (18:3) y asumir que las diferencias que tienen entre ellos mismos no tienen importancia. La profecí­a de Sedequí­as dice que eso es lo correcto, aunque los eventos que siguen prueban que estaba equivocado (18:10, 34); la de Micaí­as dice que esto no irá bien, y revela algo que pasa detrás del escenario que es mucho más siniestro (18:16–22); la de Jehú le dice a Josafat que su gran corazón tiene que ser más discernidor y al mismo tiempo más despiadado (19:2 ver Mat. 10:16).
Hay otros dos puntos en 19:1–3 acerca de estas profecí­as. De acuerdo con la de Micaí­as, Josafat en verdad volvió en paz a su casa (son las mismas palabras que en 18:16). Según la profecí­a de Jehú, nos preguntamos cómo y cuándo vino la ira de Jehovah.
19:4–11 Las reformas judiciales de Josafat. Estos versí­culos parecen hacer juego con el cap. 17. Ninguno de los pasajes provienen de Rey., y ambos tienen que ver con los éxitos de Josafat, un rey bueno y grande como Salomón; este tiene que ver con su sabidurí­a en el área de gobernar. ¿Por qué han sido separados los dos pasajes? Quizá este proyecto es un intento de prevenir la ira que amenaza en 19:2; quizá la intención es mostrar otra semejanza con el relato de Asa en donde otra obra de reforma aparentemente siguió al mensaje profético (15:8–15).
Los vv. 6–10 en general están de acuerdo con las disposiciones de Deut. 16:18–17:13. El interés personal de Josafat en el asunto recuerda al de Samuel en 1 Sam. 7:15–17; y también brilla su propio carácter como una persona que se preocupa verdaderamente por el bienestar de su pueblo.
20:1–30 La invasión de Judá. Este relato aparece solo en Crón. Hay similitudes y diferencias entre él y los eventos de 2 Rey. 3. La invasión que se describe aquí­ no puede ser †œla ira de Jehovah† anunciada en 19:2, pero parece haber sido permitida por Dios como oportunidad para probar su salvación y no enviada como castigo.
Existe un poco de confusión acerca de quiénes fueron los invasores y de dónde vinieron, pero en todo caso fue una gran multitud (2) que se acercaba desde la dirección del mar Muerto. Es importante notar que lo primero que se dice acerca del héroe del relato (porque eso es lo que es) es que Josafat tuvo temor (3). El relato ya ha demostrado cuán difí­cil le era ser duro. Quizá debido a que le faltaba esa clase de fuerza interna, el autor de Rey. no lo pudo ver en el papel de héroe. Pero su temor le hace †œbuscar a Jehovah†, y lo que es más, hace que toda la nación se una a él para buscar a Jehovah (3, 4): Sin duda como resultado del diligente cuidado pastoral de su pueblo evidente en los caps. 17 y 19.
Al frente de la congregación eleva su oración basada en los hechos del pasado, refiriéndose a Salomón (9; 6:28, 34), a David (6; 1 Crón. 29:11, 12), a Josué (7a) y a Abraham (7b), y aplicándolos a los hechos del presente (10, 11). En el clí­max de la oración la debilidad de Josafat se hace evidente como el camino indispensable para recibir la bendición de Dios (12). Igualmente memorable es la inspirada respuesta que procede de la boca del levita Yajaziel; otra referencia al pasado, en este caso a Deut. 20:2–4: †œDeteneos, estaos quietos y ved la victoria que el Señor logrará para vosotros† (17). Los eventos de la mañana siguiente muestran la misma fe †œque actuaba juntamente con sus obras† de parte de Josafat que también habí­a caracterizado a Asa en circunstancias similares (†œporque en ti nos apoyamos y en tu nombre vamos†, 14:11), y también muestran la victoria de Jehovah que trae gran honra y gloria a su nombre (20–26).
20:31—21:1 El fin del reinado de Josafat. Con 20:31 Crón. nuevamente converge con Rey. (1 Rey. 22:41–50), aunque hay algunas diferencias. Se destacan cuatro problemas. El v. 31 parece diferir de 2 Rey. 3:1 y 8:16; pero véase la nota sobre la cronologí­a que sigue a 17:1–19. El v. 33 difiere de 17:6, aunque ni al autor ni a sus lectores de la época les hubiera parecido raro esto; Josafat fue uno de los que eliminó los †œlugares altos†, aunque 25 años más tarde algunos ejemplos particulares evadí­an su vista. Es probable que el libro de los reyes de Israel (34) no sea el libro de Rey. de nuestra Biblia. Los vv. 35–37 son distintos que 1 Rey. 22:48–49, pero puede ser que sencillamente sean la primera parte de la historia: Ejemplo de otra alianza estúpida con el reino del norte, de manera que al triunfo de la confianza en 20:1–30 lo sigue un recuerdo de la continua debilidad de Josafat. Rey. toma el hilo de la historia al punto en que los barcos fueron destrozados, y muestra a un rey que finalmente ha aprendido su lección y nunca más hará acuerdos con la casa de Acab. Ya se ha hecho suficiente daño y el cap. 21 lo describirá.

21:2-20 Joram

El relato en Crón. es dos veces más largo que el de Rey. (2 Rey. 8:16–24), subrayando la maldad de un rey malo. El contraste con lo que ya se ha dicho está muy bien hecho en los vv. 2–4; la familia grande y próspera que se le dio al buen rey Josafat como señal de la bendición de Dios es lo primero que destruye su hijo (4, existe un precedente en Jue. 9:1–6 pero no una justificación). El trono que Joram heredó era †œisraelita† en el buen sentido (2, 4), pero se convirtió en uno †œisraelita† en el sentido malo (6, ver Introducción e introducción a 10:1–36:23). ¿De dónde vino este cambio? El punto crucial fue su matrimonio con una hija de Acab, Atalí­a; eso produjo muchos intercambios entre las dos casas reales (véase cómo los mismos nombre reales se pusieron de moda en los dos reinos creando mucha confusión), y en particular la adopción en el sur de la religión pagana que ya habí­a infectado al norte. En vez de imitar la bondad de su padre (12), Joram eligió explotar su debilidad, porque fue Josafat quien imprudentemente promovió todas estas alianzas.
A pesar de la infidelidad de Joram el pacto de Jehovah no le permite destruir a los descendientes de David como se lo merecen (7). Pero todaví­a hay pago por el pecado, y es Jehovah mismo quien lo trae. La carta de Elí­as (11–19) no se encuentra en Rey., lo cual es sorprendente. Elí­as no fue un profeta que escribió ni tampoco profetizó en el sur. Sin embargo, la carta enfrenta una situación †œnorteña† en el reino sureño. Habla francamente del castigo merecido (Han pecado, de modo que sufrirán), y está rodeada de ejemplos de eso: vv. 8–11 y 16, 17 describen las catástrofes que resultaron por el pecado de Joram mismo y por haber desviado a otros. Todo lo que pudiera haber deseado —poderí­o, familia, salud, respeto, las cosas que indican la bendición de Dios sobre el obediente—, lo perdió. Después de su muerte no recibió ni honor ni lamento, y el cronista asume que nadie querrá más información acerca de él (contraste con 16:11 y 20:34).

22:1-9 Ocozí­as

Esta vez el cronista ha abreviado mucho 2 Rey. 8:25–9:29. La RVARVA Reina-Valera Actualizada clarifica algunos puntos que pueden ser confusos en otras versiones al proveer Ocozí­as en 21:17, y 22 en el v. 2 (también ver la nota sobre hija o †œnieta† en el v. 2).
Esta historia de otro †œrey malo† sucesivo hace resaltar lo que en este perí­odo era tan perjudicial para Judá, o sea la influencia del norte (3, 4), especialmente la influencia de Atalí­a. Su posición primero como reina y luego como reina madre junto con su fuerte personalidad le otorgaba enorme poder. Y a pesar de la semejanza entre la hazaña del v. 5 y la que casi le costó la vida a su abuelo (cap. 18), Ocozí­as —igual que Joram— se debe considerar en contraste con Josafat (9; cf.cf. Confer (lat.), compare 21:12). Quizá el evento más sorprendente en ambos reinados es la caí­da (7) de Ocozí­as. A Jehú le tocó ejecutar juicio ya que, según Rey., lo destruye a él y a su séquito como parte del proceso de limpieza del norte. Pero del punto de vista del sur, el trato de Jehú con la casa de Ocozí­as es tan importante como su trato con la casa de Acab: La clase de masacre que Joram causó en 21:4 y que su familia habí­a sufrido en 21:16, 17 ocurre nuevamente. Ese hecho, añadido a la muerte de Ocozí­as, quiere decir que no hay ningún hijo de David capaz de gobernar (9) y el pacto de Dios con David para siempre (21:7) está a punto de fallar. Pero la historia de Joram muestra que Jehovah está siempre en control a través de tales eventos, de modo que los que le ocurren a Ocozí­as fueron de parte de Dios (7). De hecho donde dice la caí­da quizá deberí­amos leer que †œun cambio de cosas† estaba dispuesto por parte de Dios como en 10:15 (y cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Crón. 10:14).
Los vv. 8, 9 difieren del pasaje paralelo en Rey. Hasta cierto punto se les puede armonizar a los dos: La muerte de Ocozí­as pudo haber ocurrido antes de la de su familia y de su séquito, como dice 2 Rey. 9–10 y se asume que los lectores saben que su sepultura ocurrió en Jerusalén (2 Rey. 9:28).

22:10-23:21 Atalí­a

Esta sección comienza con la muerte de Ocozí­as y termina con la muerte de su madre Atalí­a. Pero su †œreinado† es una anomalí­a. Ni empieza ni termina con la forma común de palabras. No pertenece a la casa de David y ni siquiera pertenece al reino de Judá. Sin que ella lo supiera, mientras ella ocupa el trono, un niño en el templo ya es el rey verdadero (23:3, 7, 10). Su reinado de seis años es desechado en media frase mientras que se le dedica un capí­tulo entero al dí­a de su muerte.
El declive de Judá a través de los reinados de su esposo y de su hijo ahora llega al punto más bajo. Pasa lo mismo que en el tiempo de Saúl dos siglos antes y es el peligro perenne; el pueblo de Dios se vende a los valores de sus vecinos paganos hasta que solo la casa de David los puede rescatar. Por cuarta vez todos los miembros de la familia real han sido muertos excepto uno (22:10, 11; ver 21:4, 16, 17; 22:8), pero esta maldad también significa que en el plan de Dios la última y más improbable persona saldrá siendo la que Dios elegirá, como en el caso de David (1 Crón. 2:15). No se debe perder tampoco la semejanza con Luc. 1.
El cap. 23 viene mayormente de 2 Rey. 11 pero el cronista tiene algunas observaciones que hacer. El golpe de Joyada es más extenso de lo que uno pensarí­a. El junta a lí­deres con influencia (23:1), llama una asamblea de todo Judá (23:2), atribuye lo que hace a la autoridad de Jehovah (23:3), y presenta a Joás como rey en función (23:11); todo como en la versión de Rey. pero intensificado. Lo que tres soberanos sucesivos han abandonado pero que Dios y su pueblo fiel han guardado en secreto (como al mismo Joás) ahora aparece nuevamente: Se hace un pacto (23:16) para reafirmar la relación básica con Jehovah. El apoyo popular del golpe (23:12) marca el fin de Atalí­a, y la manera de pensar extranjera que ella habí­a impuesto es desechada en favor del regreso a los principios de David y, antes de él, de Moisés (23:16–18). Así­ que tanto el trono como el templo ahora son lo que deberí­an ser, y la revolución causa (usando las palabras clásicas) alegrí­a y calma (23:18–21). Pero del punto de vista humano, la pasaron raspando.

24:1-27 Joás

Con la subida al trono de Joás vemos una vez más el †œreinado de Jehovah que está en manos de los hijos de David† (13:8), ya que bajo los últimos tres monarcas estuvo de hecho en las manos de la hija de Acab. El de Joás es el primer reinado de tres que comienzan bien, aunque no es hasta el tercero, el de Uzí­as, que vemos de nuevo gran esplendor.
24:1–16 Un buen comienzo. El resumen de la primera mitad del reinado de Joás se encuentra en los primeros versí­culos, ya que tener una familia (3) en Crón. es frecuentemente la recompensa de Dios por la obediencia (2). En este caso también es algo más: La familia real que cuatro veces corrió el riesgo de extinción comienza a florecer nuevamente.
El proyecto del templo de Joás tiene éxito y desde el principio representa su servicio a Dios y la recompensa de Dios. 2 Rey. 12 también contiene información de este perí­odo. Dejando de lado por el momento el pasaje curioso de vv. 5b–7, la obra de restauración se describe directamente y con bastante detalle. Tres versí­culos necesitan comentario: La contribución (9) es la de Exo. 30:11–16 y 38:25, 26; la nota de regocijo (10) confirma que la obra es del mismo tipo que la del tabernáculo en los dí­as de Moisés (Exo. 36:4–7) y la del templo en los de David y Salomón (1 Crón. 29:1–9), además de repetir la reacción pública a la accesión al trono de Joás (23:1); los utensilios (14) fueron hechos sólo después que se habí­a terminado el edificio; hasta ese momento todo el dinero habí­a sido dedicado a esa obra principal (2 Rey. 12:13).
En los vv. 5b–7 la falta de diligencia de los levitas en recaudar los impuestos y contribuciones puede haber sido debido a que Joás habí­a tomado la iniciativa con el ejemplo de la generosa ofrenda personal, como habí­a hecho David. No podí­an contar con los fondos del templo gracias al salvajismo de Atalí­a y sus hijos (7; o sea asociados; ver 22:10). Aparentemente llegaron a un arreglo mutuo: La †œcolección† (5) se transformó en la †œcontribución† (8, 9). Ya que la idea de †œbuscar a Jehovah† es tan central en la teologí­a de Crón., quizá va en favor de Joás que esperaba ver en Joyada un espí­ritu de †œbuscador† (requerido, v. 6).
24:17–27 Un mal fin. De nuevo Crón. está basado en 2 Rey. 12. También sigue un diseño que se repite mucho en la historia de Israel: Atalí­a primero, seguida por el Joás de 24:1–16, seguido por el Joás de 24:17–27, llevan a Israel por el mismo sube y baja que se vio antes con Saúl, y después con David y Salomón, seguidos por Roboam.
La pérdida de influencia de Joyada marca el cambio en Joás (17, ver v. 2). Los jefes de Judá, se supone que son los mismos del antiguo partido de Atalí­a (7), emergen nuevamente y hacen pecar al rey y al pueblo (17, 18). El hijo de Joyada se inspira a dar un mensaje claro al estilo de cualquiera de los profetas, en un grupo de palabras caracterí­sticas del cronista. La más obvia es †œabandonado†: el v. 18 se conecta con el v. 20, luego con el v. 24, y luego con el v. 25, siempre con la idea de †œdonde las dan las toman†. De la misma manera en que Joás †œconspiró† contra Zacarí­as (21) y lo mató (22), él mismo es la ví­ctima de una conspiración y asesinato (25). Aun el †œbuscar† que Joás habí­a requerido del padre de Zacarí­as (ver sobre v. 6) se le echa en cara en la frase lo demande del v. 22. Pero la venganza de Jehovah no es inevitable; la idea de que uno recibe lo que merece es más complicada que eso; es para recordar a Israel de la posibilidad del arrepentimiento que se le enví­an profetas (19).

25:1-28 Amasí­as

Igual que la de su padre, la historia de Amasí­as va de buen comienzo a mal final. Tiene una variación útil: Así­ como Joás necesitaba un guí­a fuerte, Amasí­as tení­a las palabras sencillas de Dios por medio de un profeta. Se pueden encontrar en 2 Rey. 14, pero la versión de Crón. (15, 16) es más completa.
25:1–13 Un buen comienzo. No con un corazón í­ntegro puede ser que indique que Amasí­as hizo lo recto al principio y lo malo más tarde; pero lo más probable es que no confió en Dios desde el principio como lo insinúan los vv. 6 y 9. En verdad tuvo cuidado de quedarse dentro de lo que mandaba la ley en el v. 4 (Deut. 24:16), pero eso tendrí­a ecos irónicos (ver comentario sobre el v. 13).
2 Rey. 14:7 es un trampolí­n para el relato detallado de la guerra entre Amasí­as y Edom que vemos aquí­. Considerando que su ejército no es suficientemente grande (cf.cf. Confer (lat.), compare 14:8 margen; 17:14–18), contrata a mercenarios del norte, y por eso es reprendido por el primer profeta de los dos que hay en este capí­tulo. Abí­as (13:8–12) y Asa (14:11) le podrí­an haber dicho por qué fue reprendido. Su queja de que si hiciera lo recto le costarí­a mucho es probablemente una indicación de la falta de integridad en su fe, pero de todos modos lo hizo. El resultado es instructivo. Generalmente los ejemplos de causa y efecto del cronista son simples y rápidos, así­ que en este caso la obediencia resulta en la victoria (11, 12). Pero frecuentemente la vida real no es tan simple; la obediencia de Amasí­as hace que los mercenarios desilusionados por la pérdida del botí­n que hubieran obtenido según el contrato, se vuelvan en contra de Judá (10, 13). En todo caso, estos problemas que en su manera simple de pensar obviamente no merecí­a (ver sobre v. 4), lo deben haber hecho más cí­nico y cuidadoso de escuchar al próximo profeta.
25:14–28 Un mal fin. La reprimenda del segundo profeta se debe al hecho de que importó dioses extranjeros (15). Parece que culpa a Amasí­as por ser no solo pecaminoso sino poco razonable (¿Por qué adoptar dioses que han decepcionado a su propia nación?). Pero, a lo mejor, su victoria mostró que habí­a cambiado de lado. Se vuelve del consejo inoportuno al consejo ameno (16–17; ver Roboam, 10:8, y Acab, 18:7), y se embarca en otra guerra, esta vez en contra de Israel. Esto se debe a una combinación de causas: El deseo de Amasí­as de vengarse por los daños cometidos por los mercenarios que habí­a despedido (13), su excesiva confianza después de la victoria en la última guerra (19; así­ es como lo ve el Joás de Israel), y el castigo de Dios por †œbuscar† a los dioses de Edom (20; cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 15–16). Como consecuencia, Amasí­as sufre la invasión, derrota, captura, y destrucción y saqueo de Jerusalén (21–24).
La observación peculiar y curiosa en el v. 25 (las fechas en el sur se relacionan con las del norte) refleja la situación especial. Amasí­as fue rehén en Samaria por diez años y sólo después de la muerte de Joás pudo volver a Jerusalén por los próximos 15 años de su reinado. Mientras tanto el pueblo de Judá, enfrentado con el problema sin precedente de tener y no tener rey hizo a su hijo Uzí­as regente; ver sobre 26:1. Los que conspiraron para asesinarlo repetí­an la fatalidad de su padre Joás (24:25), y mostraban cómo lo que uno merece no siempre viene inmediatamente; en este caso parece que la conspiración se estuvo fraguando por 25 años (27).

26:1-23 Uzí­as

El nombre de Uzí­as en Rey. es Azarí­as, que significa †œJehovah/ayuda†; el nombre aquí­, †œJehovah/fortaleza†, es muy adecuado para la versión de la historia del cronista porque aunque tiene mucho de ayuda, tiene más sobre la fortaleza (ver v. 8). Regente a los 16 años cuando se llevaron a su padre cautivo, corregente después de que volvió diez años más tarde, y finalmente rey único cuando Amasí­as fue muerto 15 años después de eso, entonces empezó los próximos 27 años de su largo reinado al capturar y reedificar Eilat (1, 2). Este evento, junto con la lepra de la que se enfermó hacia el fin de su vida (21) —señales de aprobación y desaprobación de Dios respectivamente—, es prácticamente todo lo que Rey. tiene para decir acerca de Uzí­as (2 Rey. 14:21, 22; 15:1–7). Esto indicarí­a que su reinado fue otro de esos de †œbuen comienzo pero mal final† como los últimos dos, y otro eco del de Joás es la influencia de Zacarí­as (como la de Joyada, ver v. 5 y 24:2) en la primera parte buena. Sin embargo, Uzí­as fue un mejor rey que Joás o Amasí­as. La historia nos cuenta que él y su contemporáneo del norte Joroboam II dieron a ambos reinos una verdadera prosperidad y poderí­o gracias al declive y las vicisitudes de la superpotencia Asiria. Las Escrituras nos cuentan que la visión del Señor sentado en su trono otorgada a Isaí­as †œen el año que murió el rey Uzí­as† (Isa. 6:1) marcó el fin de su reinado de 52 años y el final de una era significativa.
26:1–15 Un buen comienzo. La edificación de Eilat fue una señal tanto de la bendición de Dios como de las cualidades de Uzí­as que trajeron esa bendición. Significaba que el territorio tanto como el comercio del reino ahora se extendí­an más lejos que nunca (con excepción del reinado de Salomón 8:17, 18). Marcaba a Uzí­as como una persona de visión.
Crón. describe la personalidad detrás de esos logros: La comparación con Amasí­as (4) no es un comentario sarcástico acerca de Amasí­as sino que se enfoca en lo bueno que hizo; el †œbuscar† a Dios (5) es la manera en que el cronista describe su devoción personal; y las instrucciones de Zacarí­as en el mismo versí­culo muestran que era suficientemente humilde como para aceptar buen consejo. El resultado es que el pueblo recibió muchas bendiciones por medio de este hombre con visión de futuro. Las bendiciones no son sólo militares sino extensos in tereses en la agricultura, la base, por supuesto, de la vida económica de la nación (6–15). Detrás de todo están las mismas tres palabras clave, afirmadas dos veces (7, 8, 15): ayuda, fama, poderoso (o lleno de fuerza).
26:16–23 Un mal fin. El poderí­o de Uzí­as (†œfuerte en el Señor†) lo corrompió (16). Rey. nos cuenta de su lepra; Crón. añade la razón por ella. El que mar incienso en el templo (16) era la prerrogativa de los sacerdotes (Exo. 30:1–10). Fue precisamente por no obedecer esta ley que el primer rey del reino del norte fue condenado (1 Rey. 12:28–13:5). Intentar ejecutar el rito fue algo malo (18), pero enojarse cuando lo reprimieron fue lo que causó su castigo (19).
Recibió lo que merecí­a casi inmediatamente. Pero hay caracterí­sticas que separan a este ejemplo de los anteriores. Uzí­as no †œabandonó† al Señor como tantos otros antes de él. El habí­a ido al corazón de la religión de Israel, y fue por culpa de sus acciones allí­ y no en otras partes que se le consideró infiel (18). Sus acciones no se podí­an disculpar por razón de su juventud o falta de madurez; era un hombre de mu cha experiencia. Es casi seguro que su aflicción no fue la lepra en el sentido moderno, sino un tipo de condición de la piel que privaba a alguien de la vida pública en Israel. Su castigo fue la expulsión del templo, y del palacio (21) y del servicio a su pueblo por el resto de su vida. Las palabras de Pablo dan una advertencia muy apropiada (1 Cor. 9:27).

27:1-9 Jotam

Jotam hizo conforme a todas las cosas que habí­a hecho su padre Uzí­as (2), excepto por la falla resonante de Uzí­as al final; su reinado corre paralelo al de su padre en el sentido general de su vida y de su rectitud, en el poder que tuvo (6) para edificar en las ciudades y en el campo, para ganar guerras y para recibir tributo. El cronista hace destacar estas señales de bendición y omite las observaciones negativas acerca de ataques a Israel (ver 2 Rey. 15:37), de modo que todo lo que dice acerca del reinado de Jotam es positivo, lo cual lo hace el primer rey en 170 años —desde Abí­as— del cual no se escribe nada malo. Después de los últimos tres reinados que comenzaron bien y terminaron mal, el de Jotam es el primero en una serie de tres que son monocromos; el de él, siendo todo bueno, es comple tamente distinto al de su hijo el cual fue un desastre total.
Sin embargo, el pueblo (2) ya proveí­a un contraste con el rey justo. Crón. es mucho más que el cuento de monarcas cuyas carreras ilustran los principios sen cillos que dicen que la obediencia recibe buena recompensa y la desobediencia se castiga. Ya en los reinados de Joram (21:19, 20) y Atalí­a (23:21) personas buenas no habí­an aprobado a los soberanos malos; ahora hay corrupción entre la gente a pesar de la rectitud del rey. Así­ que la nación recibe bendiciones por amor a Jotam y continúa pecando sin castigo hasta †œque sea quitado de en medio el que ahora lo detiene† (2 Tes. 2:7), y la accesión de Acaz al trono revele la bancarrota tanto del trono como del pueblo. La suya es la generación que Moisés anticipaba que †œse bendiga a sí­ mismo en su corazón, diciendo: †™Yo tendré paz, aunque ande en la terquedad de mi corazón†™ † (Deut. 29:19), pero que luego encuentra que se ha equivocado gravemente (ver lo que sigue).

28:1-27 Acaz

El cronista vuelve a escribir el relato de 2 Rey. 16:1–20 y destaca el contraste entre padre e hijo. De Jotam, sin faltas, cambia repentinamente a Acaz del cual no se puede decir nada positivo; él es aun peor que los tres reyes del perí­odo de Atalí­a del siglo pasado. Este relato subraya su infidelidad (22) y cuenta cómo el culto de Jehovah habí­a sido sustituido por el culto de dio ses extranjeros (24, 25). La infidelidad del pueblo ahora está al descubierto y el resultado es que se encuentran —en las palabras de la profecí­a de Moisés mencionadas ya— desarraigados y echados a †œotra tierra† (Deut. 29:28). Así­ que el reinado de Acaz recuerda la infidelidad del reino del norte cuando se separó y también anticipa las deportaciones que vendrán en unos 130 años.
Mientras tanto, en una de esas incursiones raras al norte de la frontera, el cronista muestra dos cosas importantes que están ocurriendo allí­. Después de haber condenado la soberaní­a de la casa de David por tanto tiempo, los reyes de Israel finalmente han sido derrotados y deportados por los invasores asirios. El cronista ni menciona el evento sino que sencillamente describe al norte que ahora está sin reyes. La gente del norte, sin embargo, se distingue de sus reyes y todaví­a se considera †œfamilia† y hasta se arrepiente del pecado cuando Dios les enví­a un profeta.
De modo que ahora el sur está en condiciones peores que las del norte en toda su historia mientras que el norte está dispuesto a ser restaurado tanto como lo estuvo el sur en su historia. Todo está listo para la venida de Ezequí­as, el nuevo Salomón, y para la restauración de †œtodo Israel†.
28:1–8 Cautiverio. Ninguno de los reyes anteriores del sur fueron tan malos como Acaz. Sin ningún otro preliminar que el v. 1a los primeros cuatro versí­culos dan una lista de sus pecados en creciente or den de infidelidad. Ya que incluye las prácticas abominables por las que Jehovah habí­a echado a las naciones cananeas cuando Israel entró en Canaán por primera vez (3) no es de extrañar que Judá empiece a sentir que se le está echando también (5, 8).
Los ataques de Siria e Israel, no muy exitosos en 2 Rey. 16:5–9, fueron suficientemente eficaces para las observaciones que el cronista querí­a hacer. En primer lugar, el resultante cautiverio fue un adelanto del cautiverio más grande que va a venir. En segundo lugar, los vv. 5, 6 parecen ser reflexiones deliberadas sobre las palabras de Abí­as en 13:11, 12 y 15–17: Abandonar a Jehovah, el Dios de sus antepasados, resulta en derrotas con gran matanza y en ser entregados en manos de los enemigos, tanto para Israel como para Judá.
28:9–15 Los vecinos. Las circunstancias en Samaria son sorprendentes en varios aspectos. Primero, no solamente hay allí­ un profeta verdadero sino que también se le escucha (9, 13). Luego, el revés de las palabras de Abí­as que prueban que Judá es tan culpable ahora como Israel lo era antes (ver comentario sobre vv. 5, 6) no quiere decir que Israel ahora sea inocente; por el contrario: Dios está enoja do con ambos reinos (9, 11, 13). Más adelante, cuando aparecen jefes en Samaria (12) se supone que la dinastí­a de reyes del norte ha llegado a su fin; así­ que el camino está abierto para que la gente común del norte se reúna con sus hermanos (8, 11, 15) del sur. El v. 13 parecerí­a lamentar esta posibilidad y también el hecho de que el norte se sintiera culpable. Finalmente, la buena acción en el v. 15 que afecta a gente de Samaria y de Jericó anticipa la parábola de Jesús en Luc. 10:25–37. Ambos incidentes muestran cómo la gracia de Dios obra a veces asombrando y desconcertando a su pueblo.
28:17–27 Acaz pide ayuda a Asiria. Hay esperanza para el norte. Pero mientras tanto Judá, con Acaz, sigue hundiéndose más y más. Las acometidas filisteas (18) recuerdan los dí­as de Saúl como también la clase de situación de la cual sólo el verdadero rey de Dios puede rescatar a su pueblo (en el pasado fue David, ahora es Ezequí­as). Pero el pueblo y el rey juntos se han rebelado (19), y ya que se niegan a pedir ayuda al único que se la pue de prestar, no se deben sorprender cuando Asiria redujo a Acaz a estrechez en lugar de fortalecerlo (16, 20, 21). Finalmente, al pedir ayuda a dioses extranjeros y al despojar el templo completamente (22–25) todo lo que ha hecho es poner el reino del sur en la posición que estaba el del norte (13:8, 9). Sólo queda un rayo de esperanza: Que cuando muera, alguien tenga la sabidurí­a de negarle el sepulcro con los reyes de Israel (27).

29:1-32:33 Ezequí­as

Las Escrituras cuentan la historia de Ezequí­as en dos formas muy distintas. Al reescribir el libro de Rey., el cronista extiende los cuatro versí­culos de las reformas religiosas de Ezequí­as (2 Rey. 18:3–6) a 84 (2 Crón. 29–31), y reduce el resto (2 Rey. 18:7–20:21) a una tercera parte (2 Crón. 32). Esto no se debe sólo a su gran interés en el templo. En el cap. 28 ha insinuado que la amenaza que Asiria representa sigue creciendo; los dí­as de su debilidad, cuando el poderí­o de Uzí­as tuvo la oportunidad de crecer, ya se han terminado; ha estado ocupando las naciones más pequeñas del Cercano Oriente, incluso Israel, y los primeros tres capí­tulos del cronista sobre Ezequí­as se deben leer con vista al inminente peligro de invasión (32:1).
El reinado de Acaz puso a Judá al borde de la ruina y destruyó a Israel. El reinado de Ezequí­as es la oportunidad para que ambos reinos comiencen de nuevo, un poco parecido al final del reinado de Saúl. Mucho de lo que se cuenta aquí­ recordará esa época, frases como conforme a todas las cosas que habí­a hecho su padre David (29:2) —que no es sólo una fórmula— y capí­tulos enteros (especialmente 29–31) muestran paralelos a la obra de Salomón en caps. 7–9. Del punto de vista del cronista, Ezequí­as es el mejor rey descendiente de David que ha vivido desde la época de oro.
29:1–19 La reparación y limpieza del templo. De la misma manera que Jotam ha sido comparado con Uzí­as, y Uzí­as con Amasí­as (27:2; 26:4), Ezequí­as se compara con David que murió hace 13 gene raciones (2), y desde el v. 3 en adelante su obra se asemeja a la de Salomón. Probablemente comenzó †œel primer dí­a del año† durante el primer año de su reinado, no inmediatamente después de su accesión al trono (3, 17), con un discurso formal a los lí­deres religiosos —levitas (5) debe incluir a los sacerdotes quienes, por supuesto, eran de la tribu de Leví­— exigiéndoles que tengan éxito en repa rar los estragos que Acaz habí­a hecho en el templo. Acaz habí­a temido que vendrí­an muchos problemas y por eso fue en pos de dioses extranjeros, pero Ezequí­as no tiene dudas de que primeramente habí­a infidelidad en Acaz y esa fue la causa de los problemas, que para ahora incluyen turbación, horror y escarnio (8) —mencionados en Jer. 29:18— tanto como la primera experiencia de exilio para ambos el norte y el sur (9). Ahora que hay personas responsables que ocupan el trono y el templo, la ira de Dios será prevenida (10, 11). Todo lo que ha profanado el templo se lleva al valle al este de la ciudad para ser quemado (16; 15:16). La obra ha tomado 16 dí­as (17; ver comentario sobre 30:3).
29:20–36 El restablecimiento del culto del templo. La ceremonia de reabrir el templo comienza con holocaustos (20–24). El sacrificio por el pecado representa purificación por el pasado y el holocausto la consagración para el futuro. Puede ser que el sacrificio del v. 21 se iba a ofrecer por los pecados del trono, del templo y de la nación (del sur), pero el v. 24 parece indicar que Ezequí­as incluyó a las dos partes de la nación. A continuación se describen las alabanzas de los que adoraban (25–30), aunque todo se hizo simultáneamente (27). Después de eso, toda la congregación trajo sus ofrendas (31–36). Igual que en ocasiones similares en las épocas de Moisés, David y Salomón uno no se sorprende de ver la misma clase de buena disposición, abundancia y gozo. Esta acción popular la puso en movimiento Ezequí­as; por su parte, él †œpredicaba† lo que los profetas (¡incluyendo a David!) habí­an dicho, lo cual era la misma palabra de Jehovah (25); en todo caso, todo se derivaba de lo que Dios habí­a realizado (36).
30:1–12 La invitación a la Pascua. Después de la reapertura del templo el primer festival acostumbrado que se celebró en el templo fue la Pascua. Rey. no menciona esto, y algunos piensan que lo inventó el cronista para justificar las prácticas del templo de sus propios dí­as y para engrandecer la imagen de Ezequí­as. Pero no se ha podido probar ese punto y este capí­tulo es conse cuente con el resto de esta historia de Rey. que lo muestra tratando de unir norte y sur alrededor del festival más apropiado para el nuevo comienzo del pueblo de Dios (5). La decisión de cele brarlo en el segundo mes no fue arbitraria, como la invención de Jeroboam de una religión alternativa para su reino del norte cuando se separó al principio (1 Rey. 12:32, 33). Todos estaban de acuerdo con Ezequí­as que dado que no estaban listos en la fecha apropiada (3; 29:17) lo mejor era usar la concesión que la ley permití­a de celebrar la Pascua un mes más tarde (Núm. 9:9–11). Esto habí­a sido diseñado para los que estaban ritualmente †œimpuros†; p. ej.p. ej. Por ejemplo por causa de contacto con los muertos, o porque estaban muy lejos de casa: Muy adecuado para un paí­s que se habí­a alejado de Dios y estaba contaminado por el choque mortal de religiones paganas.
La invitación (6–9), en términos muy parecidos al discurso del rey a los lí­deres religiosos (29:5–11), es para todo Israel (6), norte y sur (todo Israel y Judá). Un aspecto positivo del énfasis del cronista que uno recibe rápidamente lo que merece es que cada generación puede tener un nuevo comienzo (8). La reacción del norte es mixta, pero en todos los que se reúnen —como en 29:36— de nuevo es la gracia de Dios que los trae (12).
30:13–27 La celebración de la Pascua. La fiesta de los panes sin levadura y la Pascua iban de la mano; el nombre de cualquiera de las fiestas se podí­a usar para las dos. Aunque no se sabe la razón por la cual los sacerdotes estaban avergonzados (15), lo importante es que se necesitaba liderazgo por parte del rey, y sirve para recordar que la monarquí­a y el sacerdocio se necesitan en la economí­a de Dios. Las irregularidades en la ceremonia de los vv. 15–20 (que, a propósito, serí­a muy raro que el cronista las inventara; ver sobre 30:1–12) eran de esperarse en una situación tan original, o sea, con un templo restaurado y una nación unida. Pero Ezequí­as las pasó por alto porque (como otro Salomón) pudo ver su espí­ritu más allá de la letra de la ley, y rogó por su pueblo con las palabras de la gran oración de 7:14 que se recuerdan también en el clí­max del v. 27. Los siete dí­as adicionales del v. 23 recuerdan la ceremonia original (7:8–10) y por primera vez desde la época de Salomón, hubo representantes de todo Israel.
31:1–10 Las ofrendas generosas. Los dioses falsos que habí­an prometido prosperidad pero no pudieron otorgarla finalmente son repudiados (1). Es el regreso al Dios verdadero lo que hace posible la generosidad en este capí­tulo. Lo que Ezequí­as tiene en mente aquí­ es continuar la adoración de Dios que habí­a comenzado tan prometedoramente. Como David y Salomón (1 Crón. 23–26; 2 Crón. 8:12, 13) habí­an hecho antes, Ezequí­as constituye grupos de sacerdotes y levitas, y les provee lo que necesitan para sus tareas religiosas (1 Crón. 29:3; 2 Crón. 9:10, 11); y le exige al pueblo que les den sus estipendios (2–4). Igual que en ocasiones históricas previas, las ofrendas generosas vienen automáticamente, y no decaen al pasar el año. En el primer mes se abre de nuevo el templo; en el segundo se celebra la Pascua; en el tercero comienza la cose cha de granos (fiesta de las Semanas) hasta el final de la cosecha de uvas (fiesta de los Tabernáculos) en el séptimo mes (5–7). Ezequí­as bendice a Israel, como lo habí­an hecho sus grandes antepasados (8; 6:3; 1 Crón. 16:2), por la generosidad que ellos también habí­an visto (10; 1 Crón. 29:6–9; ver Exo. 36:2–7).
31:11–21 La fiel administración. Una vez que se acepta el principio de †œproveer para el ministerio†, Ezequí­as se dedica a los detalles prácticos del almacenamiento (11–13), distribución en las ciudades (14–18), y en áreas rurales (19). Esta obra administrativa, aunque parezca un poco secular, es tanto parte del servicio de la casa de Dios (21) como cualquiera de las otras cosas que emprendió y se hace con cuidado y minuciosidad. Es bastante fá cil que la burocracia se haga el enemigo de la vida espiritual, pero hay una gran diferencia entre las estructuras que impiden el trabajo y las que lo encaminan.
32:1–23 La invasión asiria. Ezequí­as ha llegado al reino †œpara un tiempo como éste† (Est. 4:14) en dos sentidos. Nacionalmente, es un tiempo providencial para la renovación tanto del norte como del sur. Internacionalmente, la máquina de guerra asiria está por tocar a la puerta y las campañas de 2 Rey. 18:17–19:36 que el cronista reduce a un solo ataque amenazan la destrucción polí­tica de Judá. Esta amenaza es el tema de este capí­tulo, y se ve a la luz de las reformas religiosas de los caps. 29–31: donde Rey. da la fecha del año 14 de Ezequí­as (2 Rey. 18:13), Crón. dice que pasó después de estas cosas y de esta fidelidad (1).
Se encontró con gran resistencia (2–8). 2 Rey. 18:12 no indica que tení­an miedo sino que intentaban ganar tiempo para la obras defensivas detalladas en los vv. 1–8. Para algunas personas de Jerusalén estas obras defensivas eran una alternativa para no confiar en Dios (Isa. 22:8–11), pero para Ezequí­as eran la expresión de su confianza. El mensaje de Senaquerib (9–15) demuestra cuán poco sabí­a de su enemigo porque lo que pensaba que era un insulto a Jehovah en realidad era obediencia a él (12). Son los asirios los que en verdad insultan a Dios (16–19, recordando Sal. 2:2) al animar al pueblo de Dios a creer que esta vez no actuará para honrar su nombre. Por eso la oración del v. 20, contestada por el ángel destructor (ver 1 Crón. 21:15; Exo. 12:12) que causó alguna catástrofe; tanto esto como el asesinato de Senaquerib se encuentran en la historia secular. Note cómo se despliega la recompensa tanto la buena como la mala y cómo se describe en el caso de cada uno de los reyes. La bendición de Ezequí­as —el término del sitio— fue la recompensa por las reformas comenzadas hací­a 14 años (como ya se discutió antes); y el castigo de Senaquerib —su asesinato— ocurrió 20 años después de sus campañas contra Judá. Crón. acorta toda la historia y la termina con las señales caracterí­sticas del visto bueno de Dios: Reposo para Israel (22) y fama para Ezequí­as (23).
32:24–33 El fin del reinado de Ezequí­as. Puede ser que estos incidentes corran junto a los eventos que se acaban de describir en lugar de venir después de ellos: en aquellos dí­as Ezequí­as cayó enfermo o †œen el transcurso de aquellos dí­as Ezequí­as habí­a caí­do enfermo†. Igual que en la última sección, esta imagen general del rey más importante desde Salomón nos debe advertir que no simplifi quemos demasiado la doctrina de recompensas y castigos. En ningún momento se nos contó que la enfermedad fue el resultado de algún pecado (24a); por otro lado, sanó por medio de la oración, con una señal que mostró que vení­a pronto (24b; se asume que conocemos 2 Rey. 20:1–11). El furor de Dios (25), tal vez en la forma de la invasión que se acaba de describir, vino como resultado del orgullo; la retirada del invasor vino co mo resultado de la humildad; aunque la segunda tendrí­a más éxito luego (26). El esplendor de Ezequí­as fue como el de Salomón (27–29). Los recursos que tení­a disponibles se simbolizan adecuadamente en el famoso túnel que llevaba a la ciudad una fuente de agua sin fin, las †œaguas de Silo醝 que su padre Acaz habí­a desechado porque no quiso confiar en Dios (30; Isa. 8:6). Ezequí­as todaví­a era ca paz de fallar la prueba, como en el caso de la embajada de Babilonia que vino aparentemente con un interés astronómico en su †œseñal†, probablemente también hablando de las posibilidades de una alianza polí­tica (31; 2 Rey. 20:12–19). Pero su epitafio final es el que le corresponde a un hombre sumamente importante y bueno.

33:1-20 Manasés

En 2 Rey. 21:1–9 se muestra toda la debilidad de Manasés, y lo que Crón. añade sirve solamente para subrayarla. El y su padre forman un contraste enorme, como el que vimos inmediatamente antes con Jotam y Acaz: Primero bueno, luego malo, más tarde muy bueno y muy malo. Pero el cuadro que el cronista da es diferente. Al añadir la historia del arrepentimiento de Manasés altera ese modelo; en lugar de servir para mostrar cómo las consecuencias de una reinado malo duran por mucho tiempo, él muestra las consecuencias inmediatas de la pri mera parte del mal reinado; y en el curso de su vida ve el modelo de Acaz seguido por Ezequí­as (que refleja también el modelo de Saúl seguido por David en la época antigua y más tarde se verá en el exilio seguido por la restauración).
33:1–9 El pecado de Manasés. Un reinado tan largo, aun más largo que el de Uzí­as, generalmente se considerarí­a la marca de la bendición de Dios. Parecerí­a que lo largo del reinado estarí­a en desacuerdo con una historia de maldad tan constante como se ve en el relato de la historia de Manasés en Rey. No es sorprendente que el cronista añada los vv. 11–20 al pasaje de Rey. 21:11–20. Pero antes describe al rey en forma peor que a su abuelo Acaz (si eso es posible), mencionando brujerí­a y ocultismo, y al templo, anteriormente cerrado, ahora efectivamente profanado (ver Deut. 18:9–13). Sin duda este tipo de prácticas no se hací­an solamente por tergiversación, sino que se les consideraba un medio religioso para alcanzar un objetivo polí­tico, en este caso proteger la posición de Manasés. No aprendió de la historia que esa era la manera de perder la tierra (2, 8) y hasta actuó peor que los cananeos en su necedad autodestructiva (9).
33:10–20 El arrepentimiento de Manasés. El pecado de Manasés fue tan grande, según Rey., que a largo plazo (50 años después de su muerte) hizo que la destrucción de Judá y Jerusalén fuese ine vitable (2 Rey. 23:26, 27; 24:3, 4). El cronista, más interesado en las consecuencias inmediatas, llega al clí­max cuando Manasés y el pueblo se niegan a escuchar la advertencia de Dios (10), y en seguida sigue eso con la humillación del v. 11. Obviamente esto anticipa el dí­a en que Babilonia será la potencia imperial que llevará a muchos israelitas al exilio por mucho años. Se han sugerido varias ocasiones cuando Manasés, forzado por la mayorí­a de su rei no a reconocer a Asiria como señor, pudo haberse portado mal y haber sido castigado.
Las reformas que acompañaron su arrepentimiento son señales tí­picas de bendición (14–17). Su oración (18, 19; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 13) se ha perdido; la Oración de Manasés de los libros apócrifos es una composición más nueva. Otro pasaje del NTNT Nuevo Testamento estrechamente relacionado es la descripción de la misericordia de Dios para con †œel primero de los pecadores† hecha por Pablo en 1 Tim. 1:15–16.

33:21-25 Amón
El relato de su reino es el más corto en Crón. y es poco más que un apéndice al anterior. Aquí­ Amón deshace lo bueno que Manasés hizo en sus últimos años; y la tarea de su hijo Josí­as será corregir todo lo malo del reinado de Amón. En Rey. Amón sencillamente añade a los pecados de Manasés, y a Josí­as le toca rectificar el daño de ambos reinos. No se sabe nada más acerca de la conspiración del v. 24 y no hay nada seguro acerca del pueblo de la tierra en el v. 25.

34:1-35:27 Josí­as

Este relato de Josí­as, del mismo largo del de Rey. (2 Rey. 22:1–23:30), tiene diferentes énfasis aun que los dos libros lo consideran un gran hombre. En Rey. todas sus reformas se relacionan con el descubrimiento del †œlibro de la Ley†; la famosa celebración de la Pascua se menciona brevemente, pero a él se le describe como el mejor de todos los reyes de Judá y el clí­max de la historia del reino (2 Rey. 23:25). Para el cronista el reinado de Ezequí­as es el más importante y desde ese tiempo Judá ha estado yendo cuesta abajo. Al mismo tiempo no le alcanzan las palabras para elogiar todas las obras piadosas de Josí­as (35:26) y esas empiezan mucho antes del descubrimiento del libro en el templo.
La fecha que se da en 34:1–8 (años 8, 12 y 18 del reinado de Josí­as) ha causado que muchos se pregunten si Rey. y Crón. están en desacuerdo acerca de cuándo comenzaron las reformas.Los comentaristas difieren sobre cuál libro se propone dar un orden cronológico y cuál uno esquemático. En todo caso, la situación en la historia es el declive en el poderí­o e influencia de Asiria lo cual le da a Josí­as más libertad de acción, alivia la presión de Judá (para bien o para mal; a Josí­as le faltará la solidaridad que hizo posible la unión de Israel bajo Ezequí­as), y hace que se vuelvan a alinear las potencias internacionales de modo que Egipto y Babilonia pronto serán las potencias a las cuales se tendrá muy en cuenta (35:20, 21; 36:5, 6).
34:1–13 Josí­as el reformador. El cronista ha rellenado 2 Rey. 22:1–7 de dos modos: Uno es el carácter piadoso de Josí­as antes de que comenzara la reparación del templo y sus métodos exhaustivos una vez que comenzó. Ni al mismo Ezequí­as se le da mérito por esta piedad sin desví­o (2). La frase siendo aún muchacho sin duda indica una búsqueda personal de Dios antes de cumplir los 20 años de edad (y a los doce años, v. 3). Sus primeras reformas fueron muy extensas (4–7); los señores asirios de Israel al norte estaban siendo atacados por otros frentes y no podí­an cuestionar el movimiento hacia el norte de la soberaní­a de Josí­as (6). De manera caracterí­stica el cronista considera que los que hací­an la obra y los músicos compartí­an igualmente del servicio de los levitas en la casa de Dios (9–13).
34:14–33 Se halla el libro. El descubrimiento del libro de la Ley puede ser la recompensa por la devoción de Josí­as, pero si lo es, es bastante incómoda. No sabemos durante qué perí­odo de abandono se perdió el libro y ni siquiera se sabe qué clase de libro era exactamente, aunque la opinión de la mayorí­a es que era parte de Deut. (los caps. 12, 16, 27 y 28 se parecen mucho a lo que sigue). Quizá también estaban includos más de la Torah, los primeros cinco libros de la Biblia.
Otro rasgo del excelente carácter de Josí­as (ver v. 2) es que busca activamente una palabra de Jehovah (21). La respuesta por parte de la profetisa Hulda (23–28) es rara porque las maldiciones que el libro anuncia (Deut. 27–28; quizá también, p. ej.p. ej. Por ejemplo Lev. 26) se refieren a pecados cometidos antes del tiempo de Josí­as (25) y el castigo caerá después de su tiempo (28). Josí­as murió por heridas sufridas en la guerra (35:23, 24), pero al menos no vivió para ver la caí­da de Jerusalén como serí­a la experiencia de la nación. El corazón del pueblo no era como el corazón de su rey. Todos los hombres de Judá (30) —la frase utilizada frecuentemente en reinados anteriores para mostrar la disposición unida de la gente— ahora deben ser obligados a comprometerse al servicio de Dios (32, 33).
35:1–9 La celebración de la Pascua. Hay solo tres versí­culos en la historia más antigua (2 Rey. 23:21–23) acerca de este evento excepcional. Para Josí­as debe haber sido lo más natural después del pacto que habí­an renovado entre Israel y Jehovah (34:29–32). Estaba ansioso de que se observaran las fechas y tareas apropiadas (1–4). La nota curiosa (3) acerca de poner el arca en el templo (¿cuándo fue quitada? ¿Por qué no se la trajo antes?) puede haber sido una representación de nuevo de la inauguración original del tabernáculo o del templo. En la opinión del cronista Ezequí­as fue el mejor rey, pero la contribución de animales para el sacrificio hecha por Josí­as fue más exorbitante que la de Ezequí­as (6–9), y las ceremonias se referí­an directamente a Moisés (12) no sólo a David (15); fue una ocasión única en toda la historia de la monarquí­a (18).
35:20–27 La muerte de Josí­as. En otro agregado al relato de Rey. (2 Rey. 23:29, 30) la muerte de Josí­as, 13 años más tarde, se conecta aquí­ con su desobediencia, aunque en circunstancias medio raras. Carquemis (20) iba a ser el lugar donde se reunirí­an los asirios a sus aliados egipcios, tratando de resistir el poderí­o de Babilonia que seguí­a creciendo. Si Josí­as tuvo razón al ponerse al lado de al guno, no se sabe, pero las palabras del rey egipcio vienen como mensaje de Dios (22; para palabras similares aunque de otra parte ver 36:23; 2 Rey. 18:25; Juan 11:49–52). De alguna manera este mensaje le fue confirmado como uno que debí­a es cuchar. Su muerte fue lamentada profundamente.

36:1-23 Los últimos reyes

Crón. termina mencionando los detalles más importantes del relato de los últimos cuatro reinados de la monarquí­a de Rey. En Judá, a Josí­as lo suce dieron tres hijos y un nieto. A todos se les da los nombres alternativos †œdel trono† (ver 1 Crón. 3:15, 16; 2 Rey. 24:17). Nada más se sabe acerca del hijo mayor, Johanán. Parece que el cuarto, Salum, subió al trono primero con el nombre de Joacaz; tres meses más tarde lo sustituyó el segundo, Eliaquim/Joacim a quien lo sucedió su hijo Jeconí­as/Joaquí­n después de siete años; finalmente le tocó el turno al hijo que le quedaba a Josí­as, Mataní­as/Sedequí­as. Estos cambios se debí­an a los eventos a nivel internacional. Asiria estaba en un declive incurable; Babilonia estaba ansioso de apurarlo; Egipto lo querí­a hacer demorar. En el transcurso de seis meses en 609 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Josí­as fue muerto, Joacaz depuesto, Joacim instalado, todo por parte de los egipcios. Pero en la batalla de Carquemis cuatro años más tarde Egipto fue derrotado por los babilonios y ellos fueron los que depusieron a Joaquí­n el hijo de Joacim (tres meses después de la muerte de Joacim en 597 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) y pusieron a Sedequí­as en el trono para los últimos pocos años que le quedaban a la monarquí­a, hasta que éste también se rebeló y fue quitado.
Aunque el cronista excluye tanto, vale la pena notar lo que incluye. No menciona la muerte de ningún rey pero sí­ nota que cada uno en su turno desaparece de la escena, causando la ruina de la monarquí­a de David. También menciona el saqueo y destrucción final del templo de Salomón. Y deja bien claro que sea lo que fuere el castigo a largo plazo que todo esto representa, también es el pago inmediato por los pecados de la última generación. Y sin embargo, Israel sobrevive, tanto la nación co mo la tierra, como lo hacen obvio los últimos versí­culos del libro aunque terminan en 36:21 sin añadir el anuncio de la restauración de Ciro.
36:1–4 Joacaz. Ya en el tiempo de Josí­as hací­a más de un siglo que el Imperio Asirio dominaba el Cercano Oriente. Pero en los últimos años lo apuntalaba Necao, rey de Egipto, quien también fue responsable por la muerte de Josí­as (35:20–24). Por alguna razón se saltaron a los tres hijos mayores de Josí­as (quizá Johanán ya habí­a muerto) e hicieron rey al cuarto con el nombre de Joacaz. La multa que se demandaba en el v. 3 seguramente hizo mermar el tesoro del templo (ver vv. 7, 10 y 18) y después de tres meses Necao quitó a Joacaz del trono y lo sustituyó con su hermano Joacim. El sacerdocio y la monarquí­a estaban acercándose peligrosamente al fin. El exilio de Joacaz en Egipto fue un adelanto del cautiverio más grave que se vení­a.
36:5–8 Joacim. Fue durante el reinado de Joacim que Babilonia se apoderó de la región al tomarla de manos de Egipto (2 Rey. 24:7). Puede ser que el sometimiento de Joacim al poderí­o babilonio (6) no ocurrió cerca del fin de su reinado, como uno pensarí­a al leer el v. 6, y es posible que no haya ido a Babilonia y mucho menos que haya muerto allí­ (2 Rey. 24:1, 6). Pero el cronista usa dos veces las palabras fatalistas a Babilonia, en el v. 6 refiriéndose al rey y en el v. 7 a los tesoros del templo. El exilio y el fin del templo y el trono son más y más inminentes.
36:9–10 Joaquí­n. El reinado de Joaquí­n aparece más abreviado que los dos anteriores. Parece que hubo una rebelión en contra de Babilonia que fue la causa por la cual Nabucodonosor vino en persona y mandó llevarle (2 Rey. 24:10–12). Lo único que le importa al cronista es que nuevamente tesoros del templo y del palacio del que ocupa el trono fueron llevados a Babilonia.
36:11–21 Sedequí­as. El relato del reinado de Sedequí­as se une con la historia de la ruina final del reino. Su pecado se menciona (12) pero representa el pecado de la nación (14); las reformas de Josí­as, tal como se habí­a insinuado entonces, no tuvieron un efecto duradero y el colmo llegó cuando el pueblo se negó a escuchar y a confiar en los mensajes de Dios (16). En los términos que se han usado tanto desde 7:14, no hubo humildad (12), no se volvieron a Dios (13) y, como consecuencia, no hubo remedio (16). Se destaca el hecho de que todo lo ha realizado Dios (15–17), y lo que está haciendo es llevarse a Babilonia (18, 20) todo lo que queda del templo de Salomón y toda la población del reino de David. †œLa gente más pobre del pueblo de la tierra† se quedó (2 Rey. 24:14), pero el cuadro del cronista es que la tierra quedó prácticamente des poblada.
Sin embargo, los vv. 20, 21 muestran que Dios tení­a la intención de conservar un remanente de su pueblo en Babilonia, que esta tierra también sobrevivirí­a —su devastación era efectivamente el sábado largamente esperado— y que su palabra (Jer. 25:11) no estaba contradicha sino confirmada por estos eventos.
36:22-23 Posdata. Estos son los primeros versí­culos de Esd., añadidos aquí­ (no se sabe por quién) para unir las dos historias. Verdaderamente Crón. no los necesita para completar su mensaje dado que la promesa de restauración ya está incluida en los dos versí­culos anteriores.
Michael Wilcock

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia