Dijo además: —Un hombre tenía dos hijos.
15:11 — También dijo: Un hombre tenía dos hijos; — El mayor representa a los fariseos y escribas, los que profesan ser religiosos, y el menor representa a los que abiertamente se rebelan contra Dios (los publicanos y pecadores). La pérdida de un hijo es más seria que la de una oveja o de una moneda. El drama se intensifica. Se pone más trágico.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Mat 21:23-31.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Un hombre: Esta parábola (Luc 15:11-32) se concentra principalmente en el padre, quien representa la compasión de Dios y habla sobre su reacción frente a sus hijos.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
La historia del hijo pródigo es una de las parábolas más conocidas y queridas de Cristo. Es una de las parábolas más extensas y con más detalles, y a diferencia de casi todas las demás, contiene más de una lección. El pródigo es ejemplo de un arrepentimiento total y sincero. El hermano mayor ilustra la maldad de los fariseos con su prejuicio e indiferencia hacia los pecadores que se arrepentían, así como en creerse justos por méritos propios. El padre representa a Dios, siempre dispuesto y gustoso para perdonar, con un anhelo constante por el regreso del pecador al seno de su hogar. El tema central, como en las otras dos parábolas en este capítulo, es el gozo de Dios y las celebraciones que se desbordan en el cielo cada vez que un pecador se arrepiente.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
15:11 — También dijo: Un hombre tenía dos hijos; — El mayor representa a los fariseos y escribas, los que profesan ser religiosos, y el menor representa a los que abiertamente se rebelan contra Dios (los publicanos y pecadores). La pérdida de un hijo es más seria que la de una oveja o de una moneda. El drama se intensifica. Se pone más trágico.
Parece que por temor de ser acusado de ser “pentecostal” algunos hermanos no se atreven a ser emocionantes en la predicación, pero esta parábola de principio a fin es muy emocionante. Es conmovedora.
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA HISTORIA DEL AMOR DE UN PADRE
Lucas 15:11-32
También les contó Jesús la siguiente historia: «Había una vez un hombre que tenía dos hijos. Un día, el más joven le dijo:
-¡Venga, Padre: dame lo que me corresponde de todo lo que tienes!
El padre entonces repartió todo entre sus dos hijos. AL cabo de unos pocos días, el hijo más joven reunió el producto de toda su parte y se marchó a un país lejano… y allí lo fundió todo viviendo a lo loco. Cuando ya se lo había gastado todo, hubo una hambruna en aquel país, y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue y se puso al servicio de un terrateniente que le empleó para estar al cuidado de sus cerdos. EL joven a veces tenía tanta hambre que se habría puesto a comer las algarrobas de los cerdos, pero ni eso le daban. Cuando volvió en sí, se dijo:
-¡Mira que hay jornaleros en la finca de mi padre que se hartan de comida, y aquí estoy yo muriéndome de hambre! Ya sé lo que haré: volveré a la casa de mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y no merezco que se me tenga por hijo tuyo; acéptame como a un jornalero más.»
Y dicho y hecho: se puso en camino hacia la casa de su padre. Todavía estaba a una cierta distancia, cuando le vio su padre; y se compadeció de él, y fue corriendo a su encuentro, y le abrazó y le besó con mucho cariño. El hijo empezó a decirle:
-Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y no merezco que se me tenga por hijo tuyo…
Pero el padre le cortó, y se puso a darles órdenes a los siervos:
-¡Venga! ¡Sacad la mejor ropa para que se vista, y traedle un anillo y zapatos! ¡Y traed el becerro cebón y matadlo, que vamos a tener un banquete y a hacer una fiesta! Porque a este hijo mío, ya le daba yo por muerto y ha vuelto sano y salvo; se me había perdido, y le he recuperado!
Y se pusieron a celebrarlo. A todo esto el hijo mayor estaba en el campo; y cuando volvió y se acercó a la casa, oyó el jaleo de la música y del baile. Entonces llamó a uno de los criados para preguntarle qué era lo que pasaba.
-¡Es que ha vuelto tu hermano! -le dijo-. Y tu padre se ha puesto tan contento de tenerle otra vez en casa sano y salvo que ha dicho que se matara el becerro cebón.
Entonces el hermano mayor se puso tan furioso que no quería entrar por nada del mundo. Salió el padre a buscarle, y le pedía por favor que entrara. Pero él se enfrentó con su padre y se puso a decirle:
-¡Fíjate! ¡Hace tantos años que estoy trabajando para ti como un esclavo, y haciendo siempre lo que me mandas, y nunca me has dado ni un cabrito para pasármelo bien con mis amigos! ¡Y va este «hijo de papá» tuyo, que no ha hecho nunca nada, más que fundir tus propiedades con putas, y vuelve a casa, y dices que maten el becerro cebón para celebrarlo!
El padre entonces le dijo:
-Hijo mío, tú has estado siempre conmigo, y puedes disponer de todo lo mío. Pero teníamos que hacer fiesta y celebrarlo: porque a este hermano tuyo ya le dábamos por muerto, ¡y es como si hubiera resucitado!; creíamos que le habíamos perdido para siempre, ¡y le hemos recuperado!»
Les sobra razón a los que dicen que esta es la historia breve más maravillosa del mundo. Según la ley judía, un padre no podía repartir sus bienes como quisiera: el primogénito tenía que recibir dos terceras partes, y el segundo, el resto Dt 21:17 ). No era raro que se repartiera la herencia antes de morir el padre, especialmente si éste quería retirarse de la dirección del negocio; pero había una innegable dureza en la actitud del segundo hijo cuando dijo: «¡Venga, Padre: dame lo que me corresponde de todo lo que tienes!», como si dijera «lo que va a ser mío de todas maneras cuando te mueras.» El padre no discutió. Sabía que, si su hijo iba a aprender, tendría que ser por las malas; así que accedió a su petición. Sin perder tiempo, el hijo reunió el producto de todo lo que le correspondió, y se marchó de casa.
No pasó mucho tiempo antes de que se lo gastara todo, y acabó cuidando cerdos, un trabajo prohibido para los judíos, porque la ley decía: «Maldito el que cría cerdos.» Y entonces Jesús le dirigió a la humanidad pecadora el mayor cumplido de la Historia: «Cuando volvió en sí», dijo. Jesús creía que, mientras uno está lejos de Dios, no es él mismo; solamente lo es cuando emprende el regreso a casa. No hay duda que Jesús no creía en la «total depravación» de la naturaleza humana como algunos teólogos. Jesús no creía que se puede glorificar a Dios vilipendiando al hombre; lo que sí creía es que el hombre no es realmente él mismo hasta que vuelve a Dios.
Así es que el hijo pródigo decidió volver a casa y pedir que se le recibiera, no como hijo, sino como uno de los que estaban en el nivel más bajo: los contratados para trabajar por días. Los esclavos corrientes eran en cierto modo miembros de la familia; pero los jornaleros se podían despedir de un día para otro; no eran parte de la familia. El hijo volvió a casa; y, según el mejor texto original, su padre no le dejó decir lo que se había preparado de que le dejara quedarse como jornalero. Le cortó antes. La ropa representa el honor; el anillo, la autoridad, porque el que una persona le diera a otra el anillo era como darle poder notarial; los zapatos distinguían, a los hijos, de los esclavos, que no los tenían. (De ahí el espiritual negro en el que el esclavo negro expresa su sueño de libertad diciendo que «Todos los hijos de Dios llevan zapatos»). Y empezó la fiesta para que todos pudieran celebrar la vuelta del ausente.
Parémonos aquí para contemplar la verdad de esta parábola:
(i) No es justo que se la conozca como «la parábola del Hijo Pródigo», porque el hijo no es el héroe de la historia. Debería llamarse «del Padre Amante», porque nos habla más del amor del Padre que del pecado del hijo.
(ii) Nos dice un montón del perdón de Dios. El padre tiene que haber estado esperando y observando el camino, porque vio al hijo cuando aún estaba a una distancia considerable. Y cuando llegó, le perdonó sin echarle nada en cara. Hay un perdón que se otorga por hacer un favor; o aún peor: cuando se sigue recordando el pecado con insinuaciones o alusiones o amenazas. Una vez uno le preguntó a Lincoln cómo iba a tratar a los rebeldes sudistas cuando fueran derrotados y volvieran a la Unión. Él esperaba que Lincoln hablara de venganza; pero sólo recibió por respuesta: «Los trataré como si nunca hubieran estado separados.» Es maravilloso que el amor de Dios nos trate así.
Ese no es el final de la historia. En la última parte aparece el hermano mayor, que sentía que su hermano hubiera vuelto. Representa a los fariseos que se creían justos, y que habrían preferido que el pecador fuera destruido, y no salvo. Fijémonos en algunos detalles:
(i) Se ve por su actitud que los años que había pasado sirviendo y obedeciendo a su padre los había pasado más cumpliendo con una obligación desagradable que sirviendo ,por amor.
(ii) Su actitud era de absoluta falta de compasión. Se refiere al pródigo, no como mi hermano, sino como tu hijo, probablemente despectivamente. Parece ser uno de esos tipos que se complacen en hundir aún más al desgraciado.
(iii) Tenía una mente sucia. No se mencionan las prostitutas hasta que lo hace él. Parece que acusaba a su hermano de pecados que le habría gustado cometer a él.
Otra vez nos encontramos con la verdad sorprendente y admirable de que es más fácil confesarnos con Dios que con muchos hombres; que Dios es más misericordioso en sus juicios que muchos supuestos piadosos; que el amor de Dios es más amplio que el de los hombres, y que Dios está dispuesto a perdonar cuando los hombres no. Ante un amor así, no podemos más que perdernos en admiración, amor y alabanza.
TRES COSAS PERDIDAS Y EL GOZO DE ENCONTRARLAS
Para terminar, debemos darnos cuenta de que las tres parábolas de este capítulo no son sencillamente tres maneras de decir lo mismo. Hay diferencias. La oveja se perdió porque era un animal estúpido. No pensaba; y muchos se librarían de caer en el pecado si pensaran un poco y a tiempo. La moneda se perdió sin que fuera culpa suya, diríamos que por accidente. El hijo se perdió a posta y a sabiendas, volviéndole la espalda a su padre.
El amor de Dios puede vencer la estupidez humana, las circunstancias que tantas veces influyen para mal, y hasta la consciente rebeldía del corazón. Porque Dios es amor, no se resigna a perder lo que ama, sino que busca y espera, y se alegra con gozo inefable y glorioso cuando recupera lo que se le había perdido.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
El hijo perdido. La tercera parábola presenta el mismo punto, pero en forma más extensa. Realmente su personaje principal es el padre que de hecho ilustra el carácter de Dios (aun cuando Dios mismo aparece en el relato; cf. v. 18).
La situación en el relato es la de que la propiedad podría ser legada o entregada como un regalo aun en vida. El hijo menor demandó que se le dieran inmediatamente todos los derechos de posesión sobre su parte (alrededor de un tercio) de la propiedad de su padre, que él esperaba heredar cuando aquel muriera. El hijo mayor permaneció en casa y el padre retuvo sus derechos sobre el producto de la porción de la propiedad de él. El hijo menor, por su parte, convirtió en efectivo lo suyo y partió para disfrutar lo obtenido lejos de su casa y del control paterno. La vida extravagante y disoluta lo llevó a la extrema pobreza y los amigos que le ayudaron a gastar el dinero desaparecieron. Sólo pudo encontrar trabajo en algo humilde y desagradable en especial para un judío, para quien los cerdos eran animales impuros. Con gusto hubiera mejorado su pobre paga compartiendo las algarrobas que comían los cerdos, pero (así queda implícito) le repugnaban demasiado para hacerlo. Su desesperada situación le llevó al arrepentimiento. Se dio cuenta, no sólo de que había estropeado su vida, sino también de que era indigno de ser llamado hijo de su padre; era digno sólo de ser un siervo y estaba preparado para humillarse y buscar ser restituido en ese nivel.
Antes de llegar a su casa, sin embargo, su padre ya estaba esperándolo y antes que pudiera presentar toda la confesión que había preparado su padre le había dado la bienvenida al círculo familiar, le había tratado con gran honor y había dado órdenes para celebrar el regreso de aquel que había considerado muerto.
Pero otra persona, el hermano mayor, se negó a unirse en la celebración y rezongó por la generosa recepción. Acusó al padre de no haberlo tratado de la misma manera generosa y alegre, sólo para que se le recordara que los bienes que tenían eran de ambos. Uno puede estar perdido aun dentro de la casa.
La cuestión vital quedó sin respuesta: ¿El hijo mayor se unió en la bienvenida a su hermano? La omisión de una respuesta es seguramente algo deliberado, pues el hermano mayor representa a los fariseos y a todos los que son como ellos, y la parábola es una apelación al cambio de mente hacia los desposeídos.
Aunque la parábola llega a su clímax con la pregunta no expresada, el centro de atención sigue siendo el amor perdonador de Dios que avergonzaría a los fariseos y les llevaría a dar una respuesta positiva. El relato no dice nada sobre la búsqueda de los perdidos, como en 15:3-10, o sobre la necesidad de la expiación del pecado, pero eso se debe a que la historia es una parábola y no una alegoría detallada, y otros aspectos del amor de Dios que busca hasta el sacrificio se enseñan claramente en otros lugares.
Notas. 18 Cielo aquí significa “Dios”. El arrepentimiento del hijo de ningún modo era insincero, aun cuando sólo llegó a él por su total desesperación. 21 La frase “hazme como a uno de tus jornaleros”, que aparece en algunos mss. antiguos, es una adición hecha por escribas que no lograron entender que el padre interrumpió la declaración del hijo antes que pudiera terminarla. 22 Los regalos eran señales de honor y autoridad. El calzado era prerrogativa de los hombres libres y no de los esclavos. 29-30 Las quejas del hermano mayor se expresan en un lenguaje extravagante. No le era posible decir “mi hermano” sino que hablaba despectivamente de éste tu hijo.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
j 956 Mat 21:28
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
La parábola que tenemos á la vista se conoce generalmente bajo el título de «Parábola del Hijo Pródigo.» Puede llamarse en verdad, un gran cuadro espiritual. Á diferencia de la mayor parte de las parábolas de nuestro Señor, no nos enseña una sola, sino muchas verdades.
La primera figura que se nos presenta en esto cuadro es la de un hombre que sigue las inclinaciones naturales de su corazón. Es un hijo menor que queriendo prematuramente hacerse independiente, parte de la casa de un padre cariñoso, y «desperdicia su hacienda viviendo perdidamente..
Y ese hijo menor representa bien la naturaleza humana. Todos nosotros somos por naturaleza orgullosos y voluntariosos. No sentimos placer alguno en tener comunión con Dios; mas, bien al contrario, nos separamos de El y nos vamos lejos. Gastamos nuestros días, nuestra fuerza, nuestras facultades, nuestros afectos, en cosas que no son ni pueden ser de provecho alguno. El avaro lo hace de un modo, y el libertino lo hace de otro. Solo en un punto todos estamos de acuerdo: que como ovejas «nos perdemos, y cada cual se aparta por su camino.» Isa 3:6. En la conducta primera del hijo menor se dejan ver las inclinaciones que el corazón tiene por naturaleza.
El que no sabe nada de estas cosas tiene todavía mucho que aprender, y necesita que la luz penetre en su entendimiento oscurecido. La ignorancia más perniciosa es la del que no se conoce á sí mismo. Feliz el que ha salido del mundo de las tinieblas y sabe quien es. De muchos puede decirse en verdad: » No saben ni entienden: andan en tinieblas.» Psa 82:5.
La segunda figura es la de un hombre que aprende por experiencia que el camino del pecador es escabroso. Nuestro Señor presenta á nuestros ojos el mismo joven gastando su haber hasta que queda reducido á la miseria y al hambre de tal manera que tiene que ocuparse en apacentar cerdos, y desea henchirse de las algarrobas que estos animales comían.
Estas palabras pintan la situación de muchos individuos. El pecado domina con cetro de hierro; y de esto caen en cuenta, para su pesar los que se hacen esclavos suyos. Los que no se convierten no pueden ser jamás verdaderamente felices. Bajo la apariencia de alegría, albergan una zozobra interior que los atormenta en extremo. Millares de hombres de esa clase hay que tienen herido el corazón, que se sienten aburridos de sus propios actos, y completamente desdichados. Muchos hay que dicen: «¿Quién nos mostrará el bien?» «No hay paz, dijo mi Dios; para con los impíos.» Los sufrimientos secretos del hombre que no ha sido regenerado son grandes sobre manera. En su pecho siente un vacío, por más que se esfuerce en ocultarlo. «El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción.» «¿Qué fruto teníais entonces de aquellas cosas, de las cuales ahora os avergonzáis?» Gal 6:8; Rom 6:21.
La tercera figura representa al hombre apercibiéndose por vez primera de su corrupción natural, y resolviendo arrepentirse. Nuestro Señor dice que el joven volviendo en sí exclamo: » ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré é iré á mi padre, y le diré: Padre, pecado he..
Estas palabras expresan los pensamientos de gran número de individuos. Muchos han raciocinado así todos los días; y nosotros debemos dar gracias á Dios cuando percibimos que nos vienen á la mente tales pensamientos. Pensar no es arrepentirse pero puede ser el principio de este acto. Convicción no es conversión, pero es el primer paso que conduce á ella. La causa de la muerte eterna de gran número de hombres es que jamás piensan.
Pero es preciso, sin embargo, hacer una advertencia: hemos de tener mucho cuidado de no contentarnos con pensar solamente. Los buenos pensamientos son muy saludables; pero ellos no constituyen la religión que salva. Si el hijo pródigo no hubiera hecho nada, más que pensar, tal vez habría permanecido alejado de en casa hasta el día de su muerte.
La cuarta figura representa al hombre tornándose hacia Dios con fe y arrepentimiento verdaderos. Nuestro Señor dice cómo el joven, saliendo del país distante y volviéndose á la casa de su padre, puso en práctica sus buenas intenciones y confesó sus pecados sin rodeos algunos.
He ahí un vivo bosquejo del arrepentimiento y de la conversión verdadera. Aquel en cuyo corazón ha empezado realmente la operación del Espíritu Santo, no queda satisfecho con pensar y resolver; mas se aparta, se separa, se divorcia del pecado; deja de hacer lo malo; procura hacer lo bueno; se torna á Dios con plegarias humildes; confiesa sus iniquidades; no alega disculpas por los pecados que ha cometido; y dice como David: » Conozco mis rebeliones.» Y como el publicano: » Dios, ten misericordia de mí, pecador.» Psa 51:3; Luk 18:13.
Guardémonos de todo arrepentimiento que no sea de esta naturaleza. Los hechos son el alma del arrepentimiento que salva. Emociones, y lágrimas, y remordimientos, y deseos, y resoluciones, todo esto es inútil á menos que vaya acompañado de hechos y de un cambio de vida. Son, á la verdad peor que inútiles, puesto que insensiblemente cauterizan la conciencia y endurecen el corazón.
La quinta figura representa al hombre penitente en el acto de ser recibido, perdonado, y aceptado misericordiosamente como hijo de Dios. La descripción de nuestro Señor es muy patética. Hela aquí: «Y como aún estuviese lejos le vio su padre, y fue movido á misericordia; y corriendo á él, se derribó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, pecado he contra el cielo, y contra ti: ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Mas el padre dijo á sus siervos: Sacad el principal vestido, y vestidle; y poned anillo en su mano, y zapatos en sus pies; y traed el becerro grueso y matadle; y comamos y hagamos banquete; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido: se había perdido, y es hallado. Y comenzaron á hacer banquete..
Tal vez jamás fueron escritas palabras más conmovedoras que estas. Comentarlas parece innecesario. Es como dorar el oro refinado y pintar el lirio. Nos manifiestan el infinito amor de Cristo hacia los pecadores; y nos enseñan cuan grande es la voluntad que tiene de recibir á todos los que vienen á él, y cuan completo y amplio es el perdón que concede. «En este es justificado todo el que creyere.» «él es grande en misericordia.» Act. 13: 39; Psa 86:5.
Tengamos presente constantemente que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo es infinita. No olvidemos que «él recibe á los pecadores.» A él deben estos acudir para obtener la vida eterna. En él y en su misericordia es que confía el cristiano que se ha arrepentido y que tiene verdadera fe. «La vida que ahora vivo en la carne,» dice S. Pablo, «la vivo por la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó á sí mismo por mí.» Gal 2:20.
Fuente: Los Evangelios Explicados
Cierto… → Luc 20:9.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
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