Comentario de Génesis 11:32 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Taré vivió 205 años, y murió Taré en Harán.

Año 1921 a.C. Gén 11:32.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

ciento cuarenta y cinco… Se sigue PS → Gén 11:26; Gén 12:4; Hch 7:4.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

[o] LAS TRES PALABRAS DE DIOS CREADOR En el primer capítulo del Génesis dijo Dios, y es la creación. En el capítulo 9, de nuevo dijo Dios, y es para dar su bendición a toda la humanidad. En el capítulo 12, dijo Dios por tercera vez, y es el comienzo del pueblo de Dios. Son tres pasos de muy desigual extensión de la Biblia, ya que la revelación hecha al pueblo de Dios va a ocupar gran parte de ésta. Lo que en ella leeremos interesa en realidad a toda la humanidad, pero será lo que Dios ha dicho y hecho con su pueblo en particular. Si nos compenetramos del espíritu de la Biblia, descubriremos que estos tres aspectos de la obra divina conforman un todo y se armonizan entre sí de mil maneras. Pero, ¡cuidado! Si no hemos captado bien el sentido de esas tres palabras, llegará un momento en que no podremos aceptar más el testimonio de la Biblia y Jesús se nos esfumará. Porque esas tres palabras chocan con algunos prejuicios que marcan profundamente a nuestro tiempo. Dijo Dios y su palabra creó el universo con sus leyes físicas. La Biblia nos recordará que esas leyes son estables para siempre. Pero también nos dirá que el universo está siempre a disposición de Dios y que obedece a su Palabra. Decir que Dios puso el piloto automático para dirigir al mundo, es en parte verdad, pues no da golpes de timón a cada momento. Pero nos estaríamos saliendo de la revelación bíblica si dijéramos que Dios lo determinó todo desde un principio y que por lo tanto no puede hacer intervenir cuando quiera fuerzas superiores que interfieren con aquellas o las ponen entre paréntesis (desde nuestro punto de vista). Se dice que Dios descansó de sus obras al séptimo día (Gén., 2,4), pero lo contrario tiene también su verdad: «el Padre todavía está trabajando» (Jn 5,17). Dios no cesa de expresarse a sí mismo a través de sus obras, y la creación, de continuar viviendo y existiendo en él. Las leyes de la naturaleza son la sombra de una justicia superior que está en Dios, pero en la naturaleza hay mucho más que leyes físicas, comenzando por su riqueza y esplendor. Su constante creatividad, que es una de sus más misteriosas capacidades, es un reflejo de la libre creatividad de Dios, que no está nunca encadenada. Esto es más que suficiente para hacer saltar a todos los que toman por verdad absoluta a determinados postulados de la razón, como por ejemplo, que las leyes son inflexibles y que nada existe fuera de lo que puede ser medido. Sin esos postulados no habría investigación científica, pero eso no significa que expresen toda la realidad del mundo, ni siquiera lo esencial. Y sin embargo es justamente ese prejuicio lo que impide a muchos cristianos admitir cualquier tipo de intervención de Dios en el orden habitual del mundo. De entrada se negarán a admitir en el Evangelio la multiplicación de los panes, la virginidad de María, la Transfiguración… o les harán decir a los textos lo contrario de lo que dicen. Rechazarán todos los testimonios actuales de los que han experimentado semejantes intervenciones soberanas de Dios. Luego negarán cualquier intervención directa de Dios en nuestro mundo interior, y muy lógicamente se negará que la oración tenga algún sentido. Ese racionalismo inspirará muchos libros y discusiones, pero al fin y al cabo es estéril. Jamás hará que brote la fe y nunca dará la alegría. El «dijo Dios» de la historia de Noé también tiene un profundo sentido. Dios actúa en el tiempo después del diluvio haciendo un pacto con todos los pueblos y con todas las religiones, puesto que todos son hijos de Noé. Si Dios los bendice, eso quiere decir que les ofrece un camino de salvación: lo hallarán a través de las mil culturas y religiones (He 17,27). Cuando la Palabra o Sabiduría de Dios se hace presente en su búsqueda de la sabiduría, en las palabras de sus libros sagrados, ésta (la palabra de Dios) no hacer más que continuar su obra creadora, pues por ella dispuso Dios los tiempos de la creación (Heb 1,2). Pues bien toda la marcha de la historia prolongará el plan de Dios Creador, y por su parte las religiones estarán ligadas a un descubrimiento de Dios o «de lo divino» en la naturaleza. ¿Qué más necesitamos? ¿No tiene allí la humanidad todo lo que necesita para terminar la creación? Eso sería olvidar que los «hijos de Noé» son siempre «hijos de Adán». Muy pronto se cae de los sueños en una realidad que no es muy hermosa. Pero no insistamos en los fracasos y en los límites de las Sabiduría humanas, porque lo importante está en otra parte. Para Dios la creación es el medio que tiene para expresarse. Ahora bien, aunque él entregara las riquezas del universo a una humanidad mucho más razonable de lo que somos, nada haría traslucir lo que hay de más extraordinario en él: el dinamismo de un amor cuyas iniciativas sólo él comprende. Si no hubiera más que el hombre frente al Creador, sólo aparecería como grande y generoso. El no puede decir más sin romper el círculo de una creación aparentemente perfecta. Por eso Dios iba a llamar a personas y a grupos para que emprendieran con él un camino muy singular y a menudo al revés de lo que enseña la experiencia humana. Y el punto de partida, o la primera fractura, fue el llamado a Abrahán. Este tercer «dijo Dios» marca el comienzo de un pueblo de Dios, diferente a todos los demás y esta oposición, o mejor esta dualidad entre los que son elegidos para ser pueblo de Dios y los que no lo son, despierta un gran malestar en la conciencia de muchos cristianos de hoy. ¿Por qué dos pesos, por qué dos medidas? ¿Estamos seguros que la revelación bíblica es más que una religión entre todas las demás? Y a lo mejor hasta nos vemos tentados a renegar de nuestras riquezas: «¿Por qué voy yo a tener la verdad más que los demás?» Es pues el momento de aceptar o no al Dios de la Biblia, al que es «favor y fidelidad», él llama al que quiere, y da a uno lo que no da a otro. Da más para que se produzca más y para que todo el mundo se aproveche; pero da lo que él quiere. ¿Nos ha llamado Dios para ser su pueblo? Esto no nos concede ningún derecho especial. Es una riqueza pertenecer al pueblo de Dios, más todavía es nuestro servicio al mundo. Es Dios quien nos hace surgir de la nada, todos únicos y necesarios. Y al mismo tiempo que nos hace lo que somos, nos pone en un camino que no forma más que una cosa con nuestras necesidades, nuestras esperanzas y nuestra sed de felicidad. El lector cristiano tiene pues que aceptar el carácter único de su vocación. Querer olvidarla para ser más semejante a los demás no tendría aquí ningún sentido, puesto que los demás no nos envidian nuestro lugar. No sería una muestra de humildad o de espíritu más abierto sino de miedo: miedo a ser diferente, o tal vez, este otro terror que es una falta de fe: ¿no son puras ilusiones las grandes promesas de Dios?

Fuente: Notas de la Biblia Latinoamericana