Muy simple, como hijos de Adán, heredamos la muerte en nuestros cuerpos. Nacemos pecadores. “Mira, yo soy culpable de pecado desde que nací, pecador desde el momento en que mi madre me concibió”. Salmo 51:5 (NET)

Adán podría haber vivido para siempre, pero como sabemos, optó por desobedecer. Dios le advirtió que «de todo árbol del jardín podrás comer libremente, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él (muerto) ciertamente morirás.” Génesis 2:16, 17. 

Felizmente, Dios proveyó una solución a la muerte a través del sacrificio de Jesús. «Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados». 1 Corintios 15:22