Él hace brillar nuestros ojos

Él devorará en este monte la cubierta que cubre a todos los pueblos, el velo que cubre a todos naciones Él se tragará a la muerte para siempre; y el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo quitará de toda la tierra, porque el Señor ha hablado. (Isaías 25:7–8)

Con todas nuestras imperfecciones, hemos probado la miel de la vida divina, y ha hecho brillar nuestros ojos.

Cristo camina con nosotros. No porque sea muy divertido estar con nosotros, sino porque le encanta hacer visitas a domicilio a pacientes que se enorgullecen de su experiencia médica. Él no es parcial a la salud. Pero tiene un cariño especial por los pacientes más feos, más débiles, más enfermizos, cuyos ojos brillan cuando entra en la habitación.

¡Qué sanatorio tan abigarrado somos! ¡Paralizado, zambo, jorobado, picado de viruelas, miope, carcomido por el cáncer! ¡Pero hay vida en la iglesia de Jesús! ¡El Doctor está aquí! Tocará cualquier llaga sin pestañear. Y oh, cómo alivia.

Pasa el tiempo. Él habla. Te mira a los ojos. Te toma del codo cuando te levantas. Te pregunta cómo estás. Él promete que volverá. ¡Y viene!

A veces lee de su libro sobre el día en que terminará toda su terapia y nos hará perfectos, como él. Apenas puedo esperar. El otro día me leyó esto acerca de los planes de su Padre:

Él destruirá sobre este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el velo que cubre a todas las naciones. Devorará a la muerte para siempre, y el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo quitará de toda la tierra; porque el Señor ha hablado. (Isaías 25:7–8)

Hizo brillar mis ojos. Hubiera dado una voltereta hacia atrás como un bebé gorila, si no estuviera lisiado. Pero levanté mis manos. Aleluya. ¡Tres hurras por el Doctor!