Mi introducción a la oración llegó a la edad de siete años. Había pasado el fin de semana con mi abuela y estaba durmiendo a su lado, acurrucado profundamente en las sábanas. Mientras la luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la ventana de su dormitorio, el sonido de su oración susurrada atravesó la niebla de mi sueño que se desvanecía.
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado seas tu nombre”.
Escuché mientras la abuela oraba para que viniera el reino de Dios y se hiciera Su voluntad en la tierra como en el cielo. La escuché pedir perdón y el poder de perdonar a los que habían pecado contra ella. Y la escuché concluir con las altísimas palabras: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos, amén”. Terminó su oración y nos levantamos para desayunar donas portuguesas y jugo.
En los años transcurridos desde que escuché su oración susurrada, he aprendido mucho sobre este privilegio sagrado. Aquí hay diez verdades que he buscado aplicar y compartir con mis hijos y ahora con mis nietos.