Muchas veces la muerte nos roba a los que amamos, pero como seguidores de Cristo la separación es sólo temporal. La resurrección de Jesús nos asegura que así como la muerte no pudo detenerlo
(Hechos 2:22-24), así tampoco la tumba puede adherirse a los hijos, padres, parientes y amigos que han muerto antes que nosotros (cf. Juan 11:25-44; Romanos 8:35-39; 1 Corintios 6:14; 2 Corintios 4:14). La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza.
Se cuenta la historia de un soldado en la guerra de Crimea, que de alguna manera pudo arrastrarse de regreso a su tienda después de que le dispararon. Cuando lo encontraron más tarde, estaba acostado boca abajo, su Biblia abierta frente a él, su mano pegada a una de las páginas por la sangre que la cubría. Cuando levantó su mano, algunas de las palabras de la página impresa eran claramente visibles en ella. El versículo era este:
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Amado lector, todos deberíamos desear una religión como esa que puede consolarnos incluso en la muerte, y puede unirnos nuevamente con nuestros seres queridos. ¡Qué lobreguez y oscuridad se asentarían sobre este mundo si no fuera por la gloriosa doctrina de la resurrección! (1 Corintios 15:1-58).
Si estamos de duelo porque hemos perdido a un ser querido por muerte, encontremos consuelo en este hecho: Porque Jesús vive, nosotros también vivirá! (1 Corintios 15:20-22; 1 Pedro 1:3; Romanos 8:10-11).
Coronadle Señor de la vida:
Quien triunfó sobre la tumba,
Quien se levantó victorioso de la contienda
Para aquellos a quienes Él vino a salvar. Puentes