En algún lugar de nuestro mundo en este mismo momento, un agricultor está arrojando semillas al suelo. Pronto esas semillas comenzarán a cambiar el suelo circundante en el que fueron plantadas. Ese suelo cuidadosamente preparado que hoy parece yermo, pronto se convertirá en un campo listo para la cosecha.
De la misma manera, las elecciones que hacemos y las acciones que tomamos, pueden ser semillas para alterar el paisaje de vida para los demás y nosotros mismos (cf. Ester 4:10-16; Ester 8; Ester 9).
Un agricultor que siembra trigo nunca se sorprende cuando el trigo brota de la tierra donde fue sembrado. Es la ley universal de Dios de sembrar y cosechar.
Pablo la usó para ilustrar un principio espiritual correspondiente:
“No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; porque todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).
La parte egocéntrica de nosotros dice: Satisfaceos, mientras que el Espíritu nos insta a participar en actividades que ayuden a otros, trayendo gloria y honra a el Señor (Gál. 6:8; cf. Gál. 5:22-25; Mateo 5:16; Mateo 7:21).
Amigos, hoy es tiempo de plantar. No dejemos de hacer el bien a los demás, porque Dios nos ha prometido:
A su tiempo segaremos, si no desmayamos. Por tanto, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:9-10).
Por tanto, plantemos, y Dios dará el crecimiento (1 Corintios 3:6-7).