PESTE

v. Mortandad, Pestilencia
Deu 32:24 devorados de fiebre .. y de p amarga
2Sa 24:15; 1Ch 21:14 y Jehová envió la p sobre
Mat 24:7 y habrá p, y hambres, y terremotos en


Mat 24:7, Luc 21:11, Rev 6:8, Rev 18:8.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, MDIC

vet, La peste es una enfermedad contagiosa, frecuentemente epidémica; en la India se mantiene desde hace mucho tiempo en forma endémica. La Biblia la presenta frecuentemente como un azote de Dios (Ex. 9:15; Lv. 26:25; Dt. 28:21), que El suscita por medio de causas secundarias. La guerra, el hambre y la peste son castigos que siguen el uno al otro (Ex. 6:11). Cuando la guerra se desata sobre una región, los enemigos se apoderan de las cosechas, destruyéndolas; los campesinos dejan de cultivar las tierras. Las ciudades asediadas no pueden conseguir suministros. El hambre, la mortandad y la insalubridad favorecen la aparición de la peste.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Enfermedad de diverso tipo que se contagia rápidamente y se divulga causando estragos en los seres vivos, vegetales, animales o humanos. Las pestes fueron, y siguen siendo a pesar de los progresos de la biologí­a y de la medicina, un hecho humano de primer orden, azote de los pueblos, espanto de los hombres, flagelo de las sociedades sobre todo pobres.

No es extraño que las pestes fueran consideradas por los antiguos como un castigo de los dioses. Así­ aparece con frecuencia en la Sda. Escritura, donde se presentan como castigo a David por su pecado (2 Rey. 24.11-17) o anunciadas como amenaza por los profetas con frecuencia: Jer. 24.10; Ez. 5.12.

Las pestes históricas invadieron y destrozaron los pueblos, los ejércitos y en ocasiones las culturas enteras.

Todaví­a siguen existiendo pestes endémicas, vencidas técnicamente en ámbitos desarrollados, pero existentes en los pueblos carentes de asistencia sanitaria o recursos (fiebres diversas, lepra, infecciones parasitarias o ví­ricas, etc.) Las hay resistentes a la profilaxis que investiga la ciencia (SIDA), olvidando a veces los investigadores que el hombre es limitado y no lo puede todo.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> Aramia, altar, enfermedad). Aparece con cierta frecuencia en la Biblia, de un modo especial en el relato de las plagas de Egipto (Ex 5,3; 9,3) y en las grandes maldiciones que se proclaman contra el pueblo, en el caso de que abandone la alianza de Dios (cf. Lv 26,25; Dt 28,21). Ella aparece también como maldición en las amenazas de algunos profetas, especialmente de Jeremí­as (cf. 14,12; 21,6) y Ezequiel (cf. 5,12-7,15). La Biblia sabe que sólo Dios puede librar a los hombres de la amenaza terrible de la peste que se propaga en las tinieblas de la noche (cf. Sal 91,3.6).

(1) La peste de David. El relato más importante sobre el tema está vinculado al censo del rey David y a la construcción del altar y templo de Dios en Jerusalén (cf. 2 Sm 24). El texto resulta enigmático y da la impresión de que el mismo Dios es causante de una contradicción: primero parece que aprueba el censo del rey David (que quiere conocer el número de hombres-soldados con los que puede contar para la guerra); pero después se enoja, porque el censo constituye una falta de confianza (¡el pueblo de Dios no necesita contar sus soldados para defenderse!). Así­ se dice que ardió la ira de Yahvé como fuego imprevisible que no puede controlarse. David ha contado a sus hombres, para fundar en ellos su imperio militar, como si la seguridad de la vida humana y del poder se fundara en cálculos numéricos. Pero el texto quiere mostrar que el poder de los números es frágil y ambiguo, que puede desaparece por causas exteriores, entre ellas la peste. Sólo Dios puede ofrecer seguridad a los hombres… Pero entonces, ¿cómo podrá comportarse el rey si es que no puede ni contar el número de sus vasallos? Por razón de su mismo oficio, como rey que organiza a su pueblo y programa su defensa militar, David tiene que realizar un censo y al hacerlo cae bajo la ira de Dios. Esta es la necesidad polí­tica y el pecado o desmesura de David: por un lado tiene que hacer cuentas con el pueblo; pero, al hacerlo, abandona el nivel de pura gratuidad en el que sólo Dios dirige y salva al hombre para introducirse en la lógica de cálculos del mundo, una lógica en la que puede irrumpir siempre lo inesperado, que es la peste.

(2) Revelación del castigo: los tres niales (2 Sm 24,10-13). El pecado de David consiste en organizar su reino sobre el plano de otros reinos, conforme a la mesura humana. Esa mesura parece necesaria pero coloca al hombre en manos de los duros poderes de la tierra, ante los que viene a ponerle el mismo Dios, diciendo que escoja: hambre, guerra, peste. Esos males, que el profeta Gad recuerda y presenta ante David como consecuencia de su falta de confianza en Dios, muestran los tipos de violencia normal de nuestra historia. Ellos son el signo más saliente de la fragilidad del hombre, de su situación de fuerte desamparo sobre el mundo; son los temas principales de las grandes liturgias de penitencia y petición, que se realizan sobre todo en el ámbito de templo (cf. 1 Re 8,37; 2 Cr 6,28; Jr 27,13; 28,19; Ap 6,8). Todaví­a hoy, los ritos penitenciales de la Iglesia recuerdan: a peste, fame et bello (De la peste, del hambre y de la guerra, lí­branos Señor). Ha contado David a su pueblo, ha entrado en la lógica de búsqueda, de lucha y fracaso del mundo. Es normal que el profeta descorra el abanico de males que le amenazan. Vivimos sobre un mundo sometido a los poderes (violencias primordiales) del hambre (lucha económica), guerra (enfrentamiento social) y peste (enfermedad incontrolada).

(3) El ángel de la peste (2 Sm 24,1418). Dios le deja escoger entre los tres males y David escoge la peste, que le parece más directamente vinculada al Dios de una ira que se puede volver misericordia. Hambre y guerra se encuentran más relacionadas con la obra de los hombres… En manos de la peste->ra queda David (todo el reino) y así­ viene a castigarle el ángel de Yahvé, personificado como rostro maléfico de Dios: el Dios de la peste es principio irracional de muerte dentro de una historia donde los humanos han querido controlarlo todo. David hizo las cuentas de su pueblo, como si pudiera dominar la vida de los hombres, a los que numera y ordena en dimensión de guerra. Pues bien, Dios le recuerda por su ángel de la peste que la vida/muerte no puede calcularse. El Dios que actúa en todo el texto es Dios de vida: lleno de misericordia (cf. 2 Sm 24,14). Pero, al mismo tiempo, se ha venido a desvelar como Señor de muerte: en su amenaza estamos sustentados. Si en un momento dado queremos controlar el mundo (fundar la vida sobre nuestros poderes, pensar que los podemos dominar) caemos en manos de la violencia irracional que se expresa como peste (o en otro tipo de violencias y enfermedades, personales y sociales).

(4) Gracia de Dios sobre la peste. El altar de Yahvé. Jesús, Mesí­as de los enfermos. Bien leí­do, el pasaje habla de gracia: habla del Dios grande que nos permite vivir en la ciudad amenazada por la muerte, del Dios que dice al ángel destructor ¡ya basta! para que así­ se detenga. Esta es la función de Yahvé para David y para el redactor de nuestro texto. La peste existe, nos rodea siempre, acompañada por el hambre y guerra, en trilogí­a inexorable. Está la peste cerca, como amenaza de dura destrucción que suena allí­ donde la vida parece triunfadora (cuando estamos más seguros, cuando hacemos las cuentas orgullosas de aquello que tenemos y podemos por el censo). Está la peste a nuestra puerta, como expresión del reverso de Dios, de la otra cara de nuestra orgullosa certeza de fuertes triunfadores. Pues bien, en medio y por encima de esa peste, se desvela el perdón de Yahvé que detiene a la muerte… y nosotros podemos elevar un altar al Dios de la vida que se manifiesta en medio del miedo de la misma peste. Este ha sido y sigue siendo para los auténticos judí­os el sentido del altar de Jerusalén, de la roca de la era de Arauna, donde David ofreció un sacrificio al Dios que detiene la peste (2 Sm 24,1625). El texto culmina con la construcción del altar y con la invocación al Dios de la vida. La vieja roca del templo de Jerusalén, bajo la mezquita santa, sigue siendo todaví­a hoy para judí­os y musulmanes el testimonio de ese Dios de la misericordia que puede y quiere detener el estallido de la guerra, del hambre y de la peste. Esa roca se identifica para los cristianos con el mismo Cristo (cf. 1 Cor 10,4), a quien los evangelios presentan curando a los enfermos. La relación de Jesús con las enfermedades y los enfermos constituye un elemento esencial del Evangelio. Los israelitas tení­an un altar de Yahvé contra la peste y allí­ ofrecí­an sacrificios. Los cristianos tienen a Jesús, Mesí­as de los enfermos; ciertamente, pueden y deben orar, pero su oración debe expresarse en forma de solidaridad creadora a favor de los apestados, siguiendo el ejemplo de Jesús.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Enfermedad contagiosa grave de fácil dispersión que puede alcanzar proporciones epidémicas y ocasionar gran mortandad. La palabra hebrea que la designa (dé·ver) se deriva de una raí­z que significa †œdestruir†. (2Cr 22:10.) En numerosos textos bí­blicos se relaciona la peste con la ejecución de juicio divino, tanto sobre el pueblo de Dios como sobre sus opositores. (Ex 9:15; Nú 14:12; Eze 38:2, 14-16, 22, 23; Am 4:10; véase PLAGA.)

Causada por abandonar la ley de Dios. A la nación de Israel se le advirtió que si no guardaba su pacto con Dios, El †˜enviarí­a la peste en medio de ellos†™. (Le 26:14-16, 23-25; Dt 28:15, 21, 22.) En las Escrituras, tanto la salud fí­sica como la espiritual están relacionadas con la bendición de Dios (Dt 7:12, 15; Sl 103:1-3; Pr 3:1, 2, 7, 8; 4:21, 22; Rev 21:1-4), mientras que la enfermedad se relaciona con el pecado y la imperfección. (Ex 15:26; Dt 28:58-61; Isa 53:4, 5; Mt 9:2-6, 12; Jn 5:14.) Si bien es cierto que en algunos casos Jehová Dios ocasionó alguna aflicción directa y repentina, como la lepra de Mí­riam, Uzí­as y Guehazí­ (Nú 12:10; 2Cr 26:16-21; 2Re 5:25-27), se ve que en muchas ocasiones las pestes y enfermedades eran la consecuencia natural e inexorable del proceder pecaminoso que las personas o naciones seguí­an. Tan solo segaban lo que habí­an sembrado, y sufrí­an en su carne los efectos de sus malos caminos. (Gál 6:7, 8.) En relación con los que se volvieron a la inmoralidad sexual, el apóstol dice que Dios †œlos entregó a la inmundicia, para que sus cuerpos fueran deshonrados entre sí­, […] recibiendo en sí­ mismos la recompensa completa, que se les debí­a por su error†. (Ro 1:24-27.)

Israel se perjudica. Por consiguiente, la advertencia de Dios puso en conocimiento de Israel las muchas enfermedades que resultarí­an inevitablemente de su desobediencia a la voluntad de Dios. La Ley que Dios les dio sirvió de freno y protección contra la enfermedad gracias a sus elevadas normas morales e higiénicas (véase ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO [Exactitud de los conceptos bí­blicos]), así­ como por su buen efecto psí­quico y emocional. (Sl 19:7-11; 119:102, 103, 111, 112, 165.) En Leví­tico 26:14-16 no se habla de una infracción incidental de esa Ley, sino de una abierta renuncia y rechazo de sus normas, lo que indudablemente harí­a que la nación fuese vulnerable a todo tipo de enfermedad y contagio. Tanto la historia pasada como presente testifica de la veracidad de este hecho.
La nación de Israel cayó en apostasí­a crasa, y la profecí­a de Ezequiel muestra que el pueblo hablaba de sí­ mismo como si se estuviera †œpudriendo† a causa de sus sublevaciones y pecados. (Eze 33:10, 11; compárese con 24:23.) Tal y como se predijo, la nación experimentó †œla espada y el hambre y la peste†, llegando a su culminación cuando se produjo la invasión babilonia. (Jer 32:24.) El que con frecuencia se relacione la peste con la espada y el hambre (Jer 21:9; 27:13; Eze 7:15) armoniza con los hechos conocidos. La peste por lo general acompaña o es una secuela de la guerra y la consecuente escasez de alimento. Cuando una fuerza enemiga invade una tierra, las labores agrí­colas se reducen y a menudo se confiscan o se queman las cosechas. Las ciudades sitiadas se ven privadas de los recursos exteriores y el hambre cunde entre el pueblo, que se ve obligado a vivir en medio de condiciones antihigiénicas y de hacinamiento. En medio de tales circunstancias, la resistencia a la enfermedad disminuye, dejando expedito el paso a la mortí­fera peste.

En la †œconclusión del sistema de cosas†. Cuando Jesús predijo la destrucción de Jerusalén y la †œconclusión del sistema de cosas†, mostró que la peste serí­a un rasgo notable entre la generación durante cuya vida llegarí­a la †œgran tribulación†. (Mt 24:3, 21; Lu 21:10, 11, 31, 32.) Después de la destrucción de Jerusalén (acompañada por hambre y enfermedad graves), en Revelación 6:1-8 se apuntó a un tiempo futuro de espada, hambre y †œplaga mortí­fera†. Todo esto seguirí­a a la aparición del jinete real que sale para vencer montado sobre un caballo blanco y cuya figura cuadra a perfección con la de Revelación 19:11-16, que con toda claridad aplica al reinante Cristo Jesús.

Protección de Jehová. El rey Salomón rogó a Dios que en caso de que Su pueblo se viese amenazado por el hambre y acudiese a El en busca de alivio, extendiendo las palmas de las manos hacia el templo, acogiese favorablemente su oración. (1Re 8:37-40; 2Cr 6:28-31.) El poder de Jehová para proteger a su siervo fiel incluso de daño espiritual —lo que incluye †˜la peste moral y espiritual que anda en las tinieblas†™ — se expresa de manera reconfortante en el Salmo 91.

Fuente: Diccionario de la Biblia