v. Remisión
Lev 4:20 hará .. expiación por ellos, y obtendrán p
Psa 130:4 pero en ti hay p, para que seas
Mar 3:29 blasfeme contra el .. no tiene jamás p
Luk 1:77 salvación a su .. para p de sus pecados
Luk 3:3 del arrepentimiento para p de pecados
Luk 24:47 que se predicase en .. el p de pecados
Act 5:31 para dar a Israel arrepentimiento y p
Act 10:43 recibirán p de pecados por su nombre
Act 13:38 que por medio de él se os anuncia p de
Act 26:18 que reciban, por la fe .. p de pecados
Eph 1:7 el p de pecados según las riquezas de su
Col 1:14 en quien tenemos .. p de pecados
restablecimiento de la relación rota entre Dios y el hombre que ha pecado.
En el A. T. el p. era otorgado únicamente por Dios, quien lo daba a todo aquél que volvía a él arrepentido. Son innumerables los actos de p. otorgados por Dios; entre ellos el que dio al pueblo de Israel cuando adoró al becerro de oro en el desierto, habiendo Moisés intercedido ante Yahvéh por su pueblo, Ex 32, 30-35. En la Biblia se afirma que Dios es quien perdona, Ne 9, 17.
En el N. T. se declara que Cristo tiene la autoridad para perdonar, Mc 2, 10. Jesús perdona a través de sus discípulos, quienes recibieron el poder de él: †œA quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos†, Mt 18, 18; Jn 20, 23.
Pero también los cristianos deben imitar a Dios perdonándose entre ellos, Ef 4, 32; y confesándose sus faltas, St 5, 16.
Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003
Fuente: Diccionario Bíblico Digital
(heb., kaphar, nasa†™, salach; gr., apoluein, charizesthai, aphesis, paresis). En el NT frecuentemente se usa remisión como equivalente de perdón. Significa dejar de lado el resentimiento o el derecho de compensación por una ofensa. La ofensa puede ser una privación de la propiedad, los derechos o el honor de una persona; o puede ser una violación de la ley moral.
Las condiciones normales para el perdón son el arrepentimiento y la voluntad de hacer reparación o expiación; y el efecto del perdón es la restauración de ambas partes al estado de relación anterior. El perdón es un deber y no debe ponerse un límite al mismo (Luk 17:4). Un espíritu que no perdona es uno de los pecados más serios (Mat 18:34-35; Luk 15:28-30).
Dios perdona los pecados del hombre por la muerte expiatoria de Cristo. El perdón de los humanos por Dios está estrechamente relacionado con el perdón de los semejantes por los hombres (Mat 5:23-24; Mat 6:12; Col 1:14; Col 3:13). Aquellos perdonados por Dios antes de la encarnación fueron perdonados debido a Cristo, cuya muerte estuvo predestinada desde la eternidad (Heb 11:40). La deidad de Cristo incluye el poder de perdonar los pecados (Mar 2:7; Luk 5:21; Luk 7:49).
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
Olvido del pecado u ofensa del hombre a Dios, y del hombre a otro hombre, borrando el precio que se ha de pagar por el pecado, y los resentimientos, rencillas, odios.
E1 perdón de los pecados se basa en la muerte expiatoria de Cristo,: (Col 1:14, Col 3:13), por la Sangre de Jesus que nos borra todos los pecados: (1Jn 1:7).
¿Qué tengo que hacer para que se me borren?: Ver «Confesión», «Pecado». Perdonar al vecino es algo esencial en el Cristianismo.
– Jesús nos ensenó a rezar diciendo al Padre que «nos perdone tal como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido». ¡así es que si yo no perdono, le estoy pidiendo a Dios que no me perdone!, Mat 6:12-15, Mat 5:38-48.
– Jesús nos ensena que tenemos que perdonar 70 veces 7, ¡siempre!. ¡vez tras vez!, Mat 18:21-35. porque si no perdonamos «siempre», el Senor no nos va a perdonar «siempre», ¡y el justo peca 7 veces al día!. ¡tú y yo pecamos, al menos, 7 veces cada día!: (Pro 24:16).
Quien no perdona, ¡o perdona, pero no olvida!, y guarda celos, rencores o resentimientos. no le está haciendo dano al que le hizo el mal, sino a sí mismo, ¡está corroyendo, y amontonando basura en su propio corazón!
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
Es el acto de no retribuir las ofensas con el castigo merecido. Diferentes palabras en hebreo se utilizan para comunicar la idea de p. En la misma forma que el verbo bara (crear), que solamente se usa en relación con Dios, el término salah, equivalente al verbo †œperdonar†, se aplica al acto divino de perdonar los pecados. No se utiliza para el caso de humanos que estén perdonando las ofensas de otros.
Los sacrificios del AT tenían por propósito obtener el p. de Dios (†œ… así hará el sacerdote expiación por ellos, y obtendrán perdón† [Lev 4:20]; †œ… así el sacerdote hará expiación por el pecado de aquel que lo cometió, y será perdonado† [Lev 5:10]). La frase †œy será perdonado† se repite una y otra vez (Lev 4:31, Lev 4:35; Lev 5:10, Lev 5:13, Lev 5:16, Lev 5:18). Es evidente que una condición para el p. era la humillación del culpable (†œY el sacerdote hará expiación por la persona que haya pecado por yerro; cuando pecare por yerro delante de Jehová, la reconciliará, y le será perdonado…. Mas la persona que hiciere algo con soberbia … será cortada de en medio de su pueblo† [Num 15:28-30]).
Lev 6:1-7 se mencionan pecados por los cuales se podía obtener p. de Dios a través de los sacrificios (†œCuando una persona pecare e hiciere prevaricación contra Jehová…). Se incluye robo, calumnia, perjurio y otros. También había provisión para los pecados †por yerro» o de ignorancia. En el día de la expiación se hacía un sacrificio por †œtodas las iniquidades de los hijos de Israel† (Lev 16:21), en un sentido corporativo o nacional. Cuando Salomón oró en la inauguración del †¢templo, le habló de ese tipo de p. (†œ… si se humillare mi pueblo … yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados† [2Cr 7:14]). Pero en el nivel individual el israelita tenía que entender que los delitos graves, que tenían condena de muerte, como el adulterio, el asesinato, la hechicería, etcétera, no estaban incluidos en el sistema de sacrificios.
NT explica que †œla sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados† (Heb 10:4). Y que los sacrificios del AT eran una †œsombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas† (Heb 10:1). La realidad, entonces, es que el p. otorgado a los ofertantes del antiguo pacto, se concedía sobre la base del sacrificio de Cristo, quien fue †œdestinado antes de la fundación del mundo† como †œun cordero sin mancha y sin contaminación† que vino a ser †œmanifestado en los postreros tiempos† (1Pe 1:18-20).
la Biblia presenta a Dios como perdonador (†œJehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión† [Num 14:18]; †œPorque tú, Señor, eres bueno y perdonador† [Sal 86:5]). Así, en innumerable ocasiones perdonó al pueblo de Israel (†œPero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía† [Sal 78:38]). Los israelitas, sin embargo, persistieron en su pecado, aunque el Señor les exhortó siempre al arrepentimiento, asegurándoles que si había sinceridad en su corazón y se volvían a él, les perdonaría. Finalmente, con la encarnación del Hijo de Dios y su muerte en la cruz, se reveló a todo el universo cuál era la base que permitía esa oferta de p. Puesto que no es de la naturaleza de Dios el dejar el pecado sin castigo, el p. no era posible, a menos que alguien que no mereciera ese castigo se dispusiera a recibirlo en lugar de los responsables. La †¢expiación, entonces, era necesaria para que el p. fuera posible. Pero ahora, tras la muerte de Cristo en la cruz, Dios ofrece a todos los hombres un perdón amplio y total, a condición de que se arrepientan de sus pecados y ejerzan la fe en su Hijo.
término griego aphiemi es el más usado para la idea de †œperdonar† en el NT. Como el hombre, por su pecado, ha perdido la relación con Dios, es necesario obtener su p. para restablecerla. Ese p. lo ofrece Dios en Cristo, †œen quien tenemos redención por su sangre, el p. de pecados† (Efe 1:7; Col 1:14). Con esta oferta, Dios cumple lo prometido por medio de los profetas (†œ… porque perdonaré la maldad de ellos…† [Jer 31:34]; †œ… y perdonaré todos sus pecados con que contra mi pecaron† [Jer 33:8]).
vez que cualquier persona experimenta el p. de Dios, estará dispuesta a perdonar a los demás humanos que le ofendan. Esto debe hacerlo en la misma medida con la cual Dios le perdonó (†œY perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…. mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas† [Mat 6:12-14]). Por eso el apóstol Pablo escribía a los efesios: †œ… perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo† (Efe 4:32).
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
tip, DOCT
ver, EXPIACIí“N
vet, Hay cuatro términos heb. que se traducen perdón: (a) «kaphar», «cubrir» (Dt. 21:8; Sal. 78.38, Jer. 18.23). Este término se traduce también «expiación» (véase EXPIACIí“N). (b) «Nasa», llevar, quitar (culpa). Fue usada por los hermanos de José cuando le pidieron que les perdonara (Gn. 50:17; Dios la usa al proclamar que El es un Dios «que perdona la iniquidad la rebelión y el pecado»: Ex. 34:7; Nm. 14:18) y al describir la bienaventuranza del hombre, «cuya transgresión ha sido perdonada, cubierto su pecado» (Sal. 32:1). (c) «Salach», «perdonar», se usa sólo del perdón que da Dios. Se emplea con referencia al perdón relacionado con los sacrificios: «obtendrán perdón (Lv. 4:20, 26), «será perdonado (Lv. 4:31, 35; 5:10, 13, 16, 18, etc.). Aparece en la oración de Salomón en la dedicación del Templo (1 R. 8:30, 34, 36, 39, 50). También en el Sal. 103; Jer. 31:34; 36:3; Dn. 9:19. En el NT se usan varios términos: (a) «aphesis», de «aphiêmi», «enviar de, liberar, remitir», que se traduce en varias ocasiones «remisión». (b) «Aphiêmi» se traduce «perdonar» que además de «despedir», «entregar», «remitir», se traduce también por el verbo «perdonar». (c) «Apoluõ», que además de significar «dejar», «despedir», etc., se traduce también «perdonar». (d) «Pheidomai», «dejar», «escatimar», se traduce también como «ser indulgente» y «perdonar». (e) «Charizomai» se traduce, en varias ocasiones, como «perdonar» (entregar, dar, conceder, dar gratuitamente). Todas estas palabras se aplican al perdón concedido por Dios, así como al dado por una persona a otra. Hay varios aspectos del perdón que nos son presentados en las Escrituras: (a) La mente y el pensamiento de Dios mismo hacia el pecador al que El perdona. Sobre la base del sacrificio de Cristo, Dios no sólo deja de considerar culpables a aquellos que tienen fe en la sangre de Cristo, sino que además les concede Su favor. «Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones» (He. 10:17). Así, todo sentido de imputación de pecado desaparece de la mente de Dios. «Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» («echarisato», perdonado en gracia; Ef. 4:32). Igualmente en el AT: «Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia» (Os. 14:4). (b) El culpable es liberado, perdonado. «Para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados» (Hch. 26:18). «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal. 103:12). «Vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre» (1 Jn. 2:12). Esto es cierto de todos los cristianos: que sus pecados les han sido perdonados. Hay otro concepto incluido en el perdón de los pecados, esto es, que al tener redención en Cristo, lo que introduce al creyente a un nuevo estado, se olvida todo el pasado de culpa, y es eliminado de él, de manera que no hay obstáculo alguno para el goce de aquello a lo que introduce la redención. El principio general en cuanto al perdón aparece en 1 Jn. 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad». Ello involucra honestidad de corazón, tanto si se trata de un pecador que acude por vez primera a Dios, o de uno que ya es hijo de Dios, y que ha contristado el corazón del Padre al pecar. Los dos aspectos anteriormente mencionados se dan también aquí. La fidelidad y justicia de Dios en perdonar, y nuestra purificación de toda injusticia. Dios es fiel a Su propio carácter de gracia revelado en Su Hijo, y justo por medio de la propiciación que El ha hecho. (c) Si un cristiano es «excomunicado» de la comunión de la iglesia, y se arrepiente, es perdonado y restaurado (2 Co. 2:7, 10). Esto, naturalmente, es distinto del acto de Dios en el perdón de los pecados, y puede recibir el nombre de perdón administrativo en la iglesia; y si la actuación en disciplina es conducida por el Espíritu, queda ratificada en el cielo (cfr. Jn. 20:22, 23). Esto es totalmente diferente de cualquier pretendida «absolución» que pueda ser pronunciada pretendiendo un poder para el perdón judicial o paternal de los pecados, lo cual es competencia exclusiva de Dios, bien acogiendo al pecador arrepentido, bien perdonando al hijo extraviado. (d) Hay también el perdón «gubernamental» en relación con el gobierno de Dios aquí en la tierra en el tiempo, tanto por parte de Dios como entre los mismos creyentes, unos a otros (Is. 40:1, 2; Lc. 17:3; Stg. 5:15, 16; 1 Jn. 5:16). Somos llamados a perdonarnos unos a otros; si nos entregamos a un espíritu duro e implacable, no debemos esperar que nuestro Padre nos perdone en Sus tratos en gobierno (Mt. 6:14, 15).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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En general es la actitud de la voluntad y del sentimiento de borrar una deuda, una ofensa o una situación molesta para una persona. El perdón supone una opción de la voluntad por la cual implica una superación suficiente de los instintos naturales que tienden a responder con las mismas formas como uno ha sido tratado. Es sinónimo de indulgencia, remisión, tolerancia, comprensión y olvido.
El perdonar es un valor humano de gran arraigo cristiano, pues es la disposición que Jesús reclamó al decir que hay que perdonar «hasta setenta veces siete.» (Mt. 18.22).
El perdón en clave mundana es sinónimo de debilidad. Pero en clave cristiana es equivalente a fortaleza. En ese sentido aparece en los escritos del Nuevo Testamento: 17 veces como olvido generoso (afesis) y 149 como capacidad de olvidar (afiemi).
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
La característica de la bondad misericordiosa de Dios
Es una nota constante y característica de toda la Biblia Dios siempre perdona cuando se le pide sinceramente perdón. La historia de salvación y los textos sálmicos son ofrecen abundantes ejemplos (cfr. Sal 50, en la Vulgata). La actitud de perdón es nota esencial y característica de la vida y del mensaje de Jesús. El vino «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). Ofreció siempre el perdón, instando al arrepentimiento y a la recuperación del amor (cfr. Mt 9,2; Lc 7,47). En el momento de su muerte pidió al Padre perdón por quienes le habían crucificado (cfr. Lc 23,34). Al resucitar, dejó a su Iglesia el sacramento del perdón (cfr. Jn 20,23).
En el Credo, se profesa esta fe «Creo en el perdón de los pecados». Aunque en todo momento Dios concede su perdón cuando se le pide con arrepentimiento, Jesús quiso establecer dos sacramentos principales que conceden de modo especial el perdón el bautismo y el sacramento de la reconciliación o de la penitencia. «Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado» (CEC 982).
Perdonar a los hermanos
En esta realidad de perdón por parte de Dios, se inspira la Iglesia y todo creyente para adoptar la actitud de perdón para con los demás. Dios está siempre dispuesto a perdonar si hay arrepentimiento. No sería posible gozar de este perdón sin la actitud de perdón hacia los hermanos. «El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las recíprocas relaciones entre los hombres» (DM 14). La actitud de perdón es una gracia de Dios, que supone conversión de la propia persona a los nuevos planes de Dios Amor en Cristo. Esta actitud se inspira en la propia experiencia de haber sido perdonado por Dios. La venganza, abierta o solapada, es señal de no estar suficientemente abierto a la misericordia de Dios. El perdón invita a la retractación y a la reparación.
Al darnos el «Padre nuestro», Jesús instó a perdonar a los demás para alcanzar perdón (cfr. Mt 6,12). Perdonar es la nota característica del cristiano que vive de la fe. Al terminar el anuncio de las «bienaventuranzas», Jesús explicó la actitud de perdón antes de ofrecer sacrificios a Dios (Mt 6,23-24), y llamó a amar y hacer el bien a los enemigos, para imitar la actitud amorosa y misericordiosa de Dios (cfr. Mt 6,44-45; Lc 6,35-36). Es la característica del mártir cristiano, sin la cual no constaría del verdadero martirio (cfr. Hech 7,60).
Anuncio del evangelio, anuncio del perdón
El perdón es la mejor manera de practicar la justicia, en vistas a recuperar a las personas. La justicia no sería tal sin esta perspectiva de restauración y perdón. «El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado… Un mundo, del que se eliminase el perdón, sería solamente un mundo de justicia fría e irrespetuosa, en nombre de la cual uno reivindicaría sus propios derechos respecto a los demás; así los egoísmos de distintos géneros, adormecidos en el hombre, podrían transformar la vida y la convivencia humana en un sistema de opresión de los más débiles por parte de los más fuertes o en una arena de lucha permanente de los unos contra los otros… Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón» (DM 14).
El anuncio del evangelio, que tendrá siempre las características de piedra de escándalo, tiene su máxima expresión en la actitud de perdón por parte de Jesús crucificado, por parte de todo creyente que quiere practicar las «bienaventuranzas» y por parte de todo mártir que dé la vida por los demás por amor a Cristo. La fuerza evangelizadora del martirio está en la donación sacrificial y en el perdón. «La Iglesia considera justamente como propio deber, como finalidad de la propia misión, custodiar la autenticidad del perdón, tanto en la vida y en el comportamiento como en la educa¬ción y en la pastoral. Ella no la protege de otro modo más que custodiando la fuente, esto es, el misterio de la misericordia de Dios mismo, revelado en Jesucristo» (DM 14).
Referencias Bautismo, conversión, misericordia, Padre nuestro, penitencia, reconciliación, redención, salvación.
Lectura de documentos DM 14; CEC 976-987 (perdón de pecados), 2838-2845 (perdonar).
Bibliografía AA.VV., El misterio del pecado y del perdón (Santander, Sal Terrae, 1972); D. BOROBIO, Perdón, en Conceptos fundamentales del cristianismo (Madrid, Trotta, 1993) 1019-1030; B. HäRING, Shalom Paz (Barcelona, Herder, 1970).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
(pecado, pena de muerte, juicio, gracia, [año] sabático, jubileo). La justicia en sí misma no perdona, sino que se expresa en sistemas de juicio o racionalidad conmutativa y distributiva, pero Jesús ha revelado una autoridad de perdón que supera la justicia sin negarla. Había perdón en el judaismo, pero, en tiempos de Jesús, tendía a estar controlado por sacerdotes y templo, al servicio del sistema; Jesús, en cambio, ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, por encima de la ley y del sistema. El perdón sagrado del templo se expresa y expande a través de sacrificios rituales, celebrados por los sacerdotes, regulados según ley por los escribas; de esa manera, el sistema social y religioso de los sacerdotes de Jerusalén monopolizaba la expiación por los pecados, como «máquina de perdón», que sitúa a los sacerdotes (funcionarios sacrales) sobre el resto del pueblo; el templo y su culto les daba poder de perdón, autoridad expiatoria, sagrada. Jesús, en cambio, ofrece su perdón mesiánico, superando el sistema del tempío, acogiendo de un modo gratuito a los expulsados y excluidos de la comunidad sagrada de Israel. Actuando de esa manera, Jesús ha sido el más judío de todos los judíos: el heredero de las tradiciones israelitas más profundas del Dios de la misericordia* (Jonás*). Pero, al mismo tiempo, al desvincular su perdón del orden sagrado del templo, Jesús ha corrido el riesgo de romper la identidad nacional del judaismo.
(1) Novedad del Evangelio. Actualidad del perdón. Jesús ha radicalizado y unlversalizado la experiencia bíblica del perdón, no sólo ofreciéndolo en nombre de Dios, sino pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí. En esa línea, debemos añadir que la experiencia pascual es una experiencia de perdón radical y de nuevo nacimiento. Frente a la ley del sistema, donde sigue rigiendo el talión (¡a cada uno según su merecido!), el Evangelio de Jesús resucitado sitúa a los hombres ante el don y tarea del perdón, que supera el legalismo, haciéndonos capaces de desactivar la bomba de violencia que amenaza con destruir la vida de la humanidad. Así lo ha destacado la antropóloga judía H. Arendt: «El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular». El primer requisito para alcanzar la paz, en las condiciones actuales de la humanidad, dividida por la imposición de unos, el deseo de revancha de otros y el odio de todos, es el perdón, que viene a revelarse como el único poder que rompe el círculo del eterno retorno del pasado (con su ley de acción y reacción) que encierra a los hombres en su destino de violencia. El perdón rompe la lógica de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente); de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que sólo se transforma. Sólo el perdón nos sitúa en un nivel de gratuidad creadora. El perdón es gracia; de esa forma supera el pasado y abre un comienzo de vida allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder.
(2) Perdón gratuito. Por encima de la expiación. Jesús ha introducido su libertad y perdón para el amor en el mundo sacral de escribas y sacerdotes, superando el plano de los sacrificios rituales. Pues bien, invirtiendo el camino de Jesús, la Iglesia posterior ha interpretado a veces el perdón de forma sacral, como expresión de los méritos de su muerte expiatoria, en una línea cercana a los sacrificios del templo. Expiar es pagar por una culpa, sometiéndose al juicio de Dios. Sin duda, el Nuevo Testamento asume a veces un lenguaje expiatorio, como se esperaba en un contexto marcado por el templo, pero lo hace de un modo simbólico. Pero, en sentido estricto, la muerte de Jesús no ha sido un sacrificio expiatorio (¡ciertamente, mejor que los anteriores!), sino el despliegue de la gracia salvadora de un Dios que no necesita que le expíen o aplaquen, porque él mismo es perdón, él mismo expía (si vale ese lenguaje) a favor de los hombres (cf. Rom 3,24-25). El Evangelio invierte así la experiencia y tarea de las religiones sacrificiales y entre ellas la de cierto judaismo: Dios no exige expiación o sometimiento para afianzar de esa manera su poder, sino que ofrece gratuitamente su perdón, porque él es gracia y así se manifiesta en Cristo. Según eso, el perdón nace del amor mesiánico y pascual, no de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a los pecadores, sentándose a la mesa con ellos, invitándoles a compartir su camino (cf. Mc 2,15-17 par; Mt 11,29 par; Lc 15,1). De esa forma ha ofrecido el reino de Dios a los excluidos: no sólo a los simples de mente (am ha aretz), incapaces de cumplir la ley por falta de conocimiento, y a los pobres (plano económico) o ritualmente manchados (por lepra y flujos de semen o sangre), sin acceso al culto, sino también a los pecadores estrictamente dichos, según la perspectiva israelita, es decir, a los separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas). Precisamente a ellos ha ofrecido solidaridad y perdón supralegal.
(3) Perdón humano, antes de conversión. Sacerdotes y escribas perdonaban a los convertidos, que volvían a cumplir la Ley, como mandaban los ritos y las buenas tradiciones. El proce so era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a la alianza. La misma ley que condenaba al pecador le ofrecía, al mismo tiempo, un camino de perdón, si se convertía y volvía al pacto. En contra de eso, Jesús no exige a los pecadores que se conviertan primero, sino que empieza ofreciéndoles el perdón y solidaridad del Reino. De esa manera ha entrado en conflicto con la Ley sagrada del templo, pues ha recibido en su mesa y comunión a leprosos y hemorroísas, publícanos y prostitutas (pecadores), lo mismo que a los pobres de la tierra (poco cumplidores), ofreciéndoles su Reino. Con eso devalúa la ley de purezas y pecados y el conjunto del ritual del templo, pues lo considera innecesario. No mantiene discusiones sobre leyes o rituales: no ha querido sustituir una sacralidad por otra, sino que ha suscitado, desde el centro de Israel, una comunión escatológica y rnesiánica, fundada en la gratuidad de Dios. No ha sido profeta de conversión, no ha pedido a los pobres, manchados y pecadores que cambien, para recibir después (por ese cambio) el perdón de Dios, sino que ha ofrecido comunión mesiánica o perdón precisamente a los que, según Ley, siguen siendo pecadores o manchados, sin exigirles conversión antecedente. Así ha sustituido el sistema sacral por la gracia liberadora de Dios, como muestran sus gestos y palabras: sus relaciones con Leví, Zaqueo y los publícanos y la pecadora agradecida (cf. Mc 2,13-17; Lc 7,36-50; 19,110) ; sus parábolas sobre el deudor inmisericorde (Mt 18,21-23) y el hijo pródigo (Lc 15,11-32). En ese contexto presentamos algunos textos fundamentales sobre el perdón de Jesús.
(4) Perdonad y seréis perdonados. Estas palabras forman parte de la expansión lucana de la superación del juicio*: «No juzguéis, y no seréis juzgados. No condenéis, y no seréis condenados. Perdonad, y seréis perdonados. Dad y se os dará» (Lc 6,37-38). El texto de Mateo (7,1) no contiene las tres concreciones de Lucas, pero las supone, pues es imposible no juzgar a no ser que se supere la condena, se ofrezca el perdón y se dé generosamente a los demás, (a) La primera concreción, no condenéis y no seréis condenados, parece innecesaria: donde se impide lo más (juzgar), sobra lo menos (condenar). Sea como fuere, el texto nos sitúa dentro de una paradoja: al decir no condenéis se supone que podemos empezar juzgando; nos ponemos ante un caso, analizamos, sopesamos…, pero luego se añade que no podemos dictar nunca sentencia negativa. Eso significa que no podemos juzgar, (b) La segunda es perdonad. Donde no se juzga no hay siquiera lugar para el perdón: todo lo llena el amor antecedente y creador. Pero allí donde se inicia el juicio o donde alguno ha sido ya juzgado, condenado, marginado, se vuelve necesario el perdón que consiste en ofrecer palabra y vida a quien se encuentra caído o rechazado por los otros. Perdonar es invertir la corriente de violencia y de pecado, regalando amor y vida allí donde triunfaba el odio, (c) La tercera es dad y se os dará, una medida buena, remecida… Ante la objeción de aquel que dice: «Perdono pero no hablo», «perdono pero eludo», el texto indica que el perdón auténtico ha de abrirnos de manera generosa hacia los otros. Estas tres aplicaciones (no condenar, perdonar, dar) han sido formuladas posiblemente por Lucas a partir de tradiciones previas. Con ellas interpreta y explícita el tema del no juzgar, haciendo así que pueda aplicarse ya mejor dentro de su iglesia. La palabra sobre el perdón quiere fundar la tarea del no juicio en la experiencia precedente del perdón que recibimos de Dios y debemos ofrecer a los enemigos (cf. 6′,27-36).
(5) El Padrenuestro: «Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12). Esta palabra clave del Padrenuestro* nos sitúa en el centro de la oración de Jesús, que viene a presentarse en principio como una experiencia de perdón: porque tenemos la experiencia del perdón de Dios podemos perdonar a los demás, no sólo las «ofensas», como dice la traducción litúrgica actual, sino todas las deudas, como dice el texto original de Mateo. Lucas, al trasladar la experiencia judía que está en el fondo del texto primitivo de Mateo en un contexto de origen pagano, se atreve a cambiar el contenido del primer perdón, pero deja intacto el segundo: «perdona nuestros pecados, como nosotros perdonamos a todos los que nos deben algo» (Lc 11,4). Nuestras deudas con Dios pue den llamarse pecados (hamartía); nuestras ofensas a los otros son ante todo deudas, no sólo en sentido monetario, pero también en sentido monetario. Jesús pide el perdón por todo, es decir, la gratuidad, entendida como principio de conducta. Más allá de la ley, en el principio de todo lo que puede decirse y hacerse está el perdón, como gratuidad creadora de vida.
(6) Pues si no perdonáis las ofensas de los hombres tampoco el Padre celestial os perdonará… (Mt 6,14-15). De esta manera ha reasumido y ampliado el evangelio de Mateo la palabra del perdón final del Padrenuestro, ofreciendo en ese contexto la más alta revelación de Dios Padre que perdona pidiendo a los hombres que perdonen. Más antigua aún es la versión del texto que ofrece Marcos 11,24-25, comentando la señal que Jesús ha realizado contra el templo. Ha expulsado a cambistas de dinero, a vendedores de animales. El antiguo templo de los sacrificios y tributos económicos ya no es necesario, porque Dios Padre perdona por amor y gracia, no por ley ritual. Pues bien, ese perdón de Dios se expande y expresa en la exigencia del perdón interhumano: «Todo lo que pidiereis orando, creed que ya lo habéis recibido y así será. Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas» (Mc 11,24-25). Marcos supone que el templo sacral de los sacrificios y ritos de Jerusalén ha perdido ya su función, pues era una cueva de bandidos elitistas, que comercian con el pecado y perdón de los demás (Mc 11,15-17). Los seguidores de Jesús no necesitan santuario nacional, ni sacerdocio controlado por la ley de los escribas: ellos pueden dialogar y dialogan directamente con Dios, en gesto de confianza, teniendo la certeza de que el Padre les ha concedido ya (cf. elabete: 11,24) aquello que piden. Frente al negocio del templo sacral, que divide a los hombres según ley (judíos y gentiles, laicos y levitas, vendedores y compradores…), perdonando por sacrificio y tarifa a los que piden perdón, ha situado Mc la experiencia revolucionaria y creadora de la reconciliación directa de unos hombres y mujeres que pueden perdonarse mutuamente, como el Padre Dios les perdona. Siglos habían tardado los judíos en construir una na ción fundada en leyes y sacralidades encamadas en un pueblo, centradas en un templo. Pues bien, Jesús ha superado ese nivel, proclamando, sobre el santuario estéril de Jerusalén (cf. Mc 11,11), su palabra de condena y nueva creación. En lugar del viejo templo emerge la comunidad mesiánica donde todos son sacerdotes y pueden perdonar y perdonarse sin necesidad de sacrificios ni templos exteriores. La nota primera y más alta del Dios Padre de Jesús es el perdón. Los restantes gestos de protección sacral que se le atribuyen los podría realizar, de alguna forma, un ídolo religioso. Pero sólo un Padre Dios puede y quiere perdonar, concediendo a los humanos la fuerza para hacerlo, es decir, para acogerse en gratuidad unos a otros.
(7) Setenta veces siete. La experiencia del perdón está en el centro del gran mensaje eclesial de Mt 18, donde sólo se formulan dos principios o mandatos eclesiales: la acogida a los más pequeños y el perdón mutuo. Se trata de un perdón exigente, vinculado a la experiencia de una comunidad, que puede y debe decir al «pecador» que está rompiendo la unidad de los hermanos, que está rompiendo la Iglesia y que debe dejarla (Mt 18,15-20). Pues bien, al lado de esa norma que sirve para salvaguardar la identidad de la Iglesia, se eleva otra, aún más importante, que se expresa en la respuesta de Jesús a Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar? ¡No te digo siete veces, sino setenta veces siete!, es decir, siempre (Mt 18,21-22). En este contexto ha recogido y ha citado Mateo la parábola del rey que perdona a su deudor una deuda inmensa, esperando que el deudor perdone también a quien le debe algo (Mt 18,23-35). Este perdón inmerecido, absoluto, incondicionado, de Dios que puede expresarse y se expresa de un modo gratuito en el perdón entre los hombres, constituye el centro del mensaje de Jesús, tal como se ha expresado por ejemplo en la parábola llamada del hijo pródigo (cf. Lc 15,1131). Esta es la experiencia clave de la pascua: Dios ha perdonado a los asesinos de su Hijo, iniciando con ellos (con los perdonados) un camino de perdón y esperanza sobre el mundo. Según eso, la Iglesia que puede expulsar a los pecadores es la misma Iglesia que debe perdonarles siempre. (8) El perdón como experiencia pascual. La experiencia del perdón gratuito, ofrecido sin condiciones, durante el tiempo de la vida de Jesús, ha venido a expresarse y concretarse en forma de perdón impartido y compartido a través de la misma Iglesia. Así lo muestran algunos textos básicos, especialmente vinculados a la experiencia pascual, (a) Lucas: era necesario… El evangelio de Lucas ha identificado la resurrección de Jesús con la experiencia del perdón, pero de un perdón que ahora está vinculado con la conversión: «De esa forma, era necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicase la conversión y el perdón de los pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lc 24,47). El perdón (aphesis) constituye el primer elemento del kerigma pascual de la Iglesia, es la expresión y consecuencia primera de la resurrección de Jesús: ésta es la novedad, ésta la revelación fundante del Evangelio. Pero es un perdón que está vinculado con la conversión (metanoia), lo mismo que en el comienzo del mensaje de Jesús: «Se ha cumplido el tiempo, ha llegado el reino de Dios; convertios y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Conforme a la dinámica de Mc 1,15 resulta claro que lo primero es el Evangelio, la buena nueva del reino de Dios y que, después, desde el mismo evangelio del Reino, se puede y debe hablar de la conversión o metanoia, entendida como transformación del hombre. En este final del evangelio de Lucas puede haber cambiado el orden del proceso, de manera que se pone primero la conversión y después, como una consecuencia, el perdón. En el caso de que ello fuera así, como después lo ha entendido a veces la Iglesia, el perdón de Dios ya no sería incondicional, sino que dependería de una condición humana: sería consecuencia del cambio de los hombres. De todas formas, dentro del texto de Lucas, ese condicionamiento del perdón no se puede tomar en sentido absoluto, porque el perdón forma parte del kerigma, de una proclamación de Dios, anterior a toda experiencia de justicia humana. Por otra parte, la proclamación del perdón deriva de la presencia del Espíritu Santo que los discípulos deben recibir, para poder así anunciarlo y realizarlo entre los hombres (cf. Lc 24,49). Los discípu los de Jesús no son jueces del mundo, sino testigos del perdón, signo del Espíritu de Dios, (b) Juan: recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados… De un modo implícito, Lucas había interpretado el perdón como signo y presencia del Espíritu Santo. En esa línea avanza el evangelio de Juan, identificando ya de manera expresa pascua (resurrección de Jesús), Pentecostés (venida del Espíritu Santo) y perdón de los pecados: «Jesús les dijo: ¡Paz a vosotros! Como me ha enviado el Padre así os envío a vosotros. Y diciendo esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados les quedarán perdonados. A quienes los retuviereis les quedarán retenidos» (Jn 20,21-23). Jesús aparece así directamente como emisor del Espíritu, en gesto de nueva creación que se define por el perdón. La primera creación estaba mantenida en términos de ley y juicio: el Génesis decía que Dios «sopló en el hombre aliento de vida» (Gn 2,7), haciéndole así capaz de vivir según Ley. La segunda creación se encuentra definida por el Espíritu del perdón, haciendo a los hombres capaces de vivir en una nueva dimensión de gratuidad. Jesús resucitado sopla sobre los hombres, ofreciéndoles su Espíritu de perdón, la vida que brota de su gracia y haciéndoles capaces de perdonarse. Quienes reciben el Espíritu del perdón pueden perdonar, viniendo a presentarse sobre el mundo como portadores de la reconciliación de Cristo. El mismo perdón interhumano, que Jesús ha situado en la raíz del Evangelio (cf. Mt 6,12 y par), viene a presentarse ahora como perdón pascual, que los discípulos de Jesús pueden y deben ofrecer, con su propia vida, sobre todo el mundo. El Espíritu de Cristo, que es perdón gratuito y gracia que perdona, rompe las viejas ataduras y los lazos nacionales de Israel, haciendo que todos los hombres y mujeres de la tierra puedan vincularse entre sí, de un modo gratuito. Este perdón del Espíritu es poder de nuevo nacimiento, como se dice al comienzo del Evangelio: los que creen en Jesús reciben la potestad de ser hijos de Dios; ya no provienen de la carne y de la sangre ni tampoco de la voluntad humana, porque nacen desde Dios (Jn 1,12-13). Juan vuelve de esa forma a la raíz del Evangelio. Jesús ha convocado a los enfermos, a los publícanos y a las prostitutas, para convertirles en hijos de Dios, haciendo así posible su nuevo nacimiento para el Reino. Por eso les ha dado su palabra, les enseña a decir Padre. Esta misma experiencia de filiación y nuevo nacimiento es la que hallamos ahora, pero con una novedad: «a quienes se los retengáis les quedan retenidos». El perdón no es un simple ofrecimiento vacío, sino poder de transformación. Por eso, allí donde no se acoge ni comparte, de manera voluntaria, su poder queda frustrado, como sabe también Mt 18,15-16: la Iglesia no sólo ofrece el perdón, sino que lo visibiliza. Por eso, allí donde el perdón no se expresa y comparte queda roto, se frustra y destruye. Este es por tanto el perdón de Dios, gracia suprema, que se ofrece sin condiciones a todos los hombres y mujeres de la tierra. Pero es, al mismo tiempo, un perdón que los hombres pueden compartir y expresar en la Iglesia, que así aparece como signo de perdón universal sobre el mundo. Esta es, quizá, la tarea más importante de la Iglesia actual: mostrar el perdón de Jesús de forma compartida, concreta, en medio de una tierra donde no existe perdón.
Cf. J. ALONSO, Raíces bíblicas del sacramento de la penitencia, PPC, Madrid 1980; H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 258; H. VON CAMPENHAUSEN, Ecclesiastical Authority and Spiritual Power, Hendrickson, Peabody MA 1997; W. D. DaVIES, El Sermón de la Montaña, Cristiandad, Madrid 1975; J. EQUIZA (ed.), Para celebrar el sacramento de la penitencia, Verbo Divino, Estella 2000; V. JANKELEVITCH, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 1999; J. LAMBRECHT, Pero yo os digo… el Sermón programático de Jesús (Mt 5-7; Lc 6,20-49), Sígueme, Salamanca 1994; G. LOHFINK, El sermón de la montaña ¿para quién?, Herder, Barcelona 1988; J. J. MATEOS, El Sermón del Monte, Ega, Bilbao 1993; X. PIKAZA, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006; J. RAMOS REGIDOR, El sacramento de la penitencia, Sígueme, Salamanca 1997; E. P. SANDERS, Jesús y el judaismo, Trotta, Madrid 2004; Judaism. Practice and Belief. 63BCE-66CE, SCM, Londres 1992.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
En la alegría de ser perdonados y de perdonar empieza a hacerse presente la novedad del evangelio, que es el gozoso anuncio de la misericordia del Padre para nosotros, pecadores. Cuando el perdón derrite la dureza de nuestro corazón y nos abre a la alegría evangélica, empezamos a ver las cosas con ojos nuevos. Los cinco panes y los dos peces, una vez que los discípulos abandonaron el imposible proyecto de resolver por sus propios medios el problema del hambre de la gente, dejaron de ser la prueba de su impotente pobreza y empezaron a mostrarse como el humilde ofrecimiento humano en el que iba a revelarse la prodigiosa riqueza de Dios. Así también las tensiones de la comunidad, los fatigosos intentos misioneros, nuestros y de los46 hermanos, unas iniciativas que tal vez dejen mucho que desear y necesiten ser revisadas, empiezan a parecemos —purificadas por ia humildad y el perdón— el signo inicial, el germen de una presencia de Dios que siempre está actuando. El camino que nos acerca a Dios se hace oración. Celebramos, adoramos, damos gracias a Dios por su presencia multiforme en medio de nosotros, y lo invocamos para que nuestros pobres panes y peces —las incertidumbres, las pobrezas, las limitaciones de nuestras personas y de nuestras comunidades— no sean un obstáculo para su presencia, sino que se dejen atravesar y transformar por ella. Empezamos a morar en el misterio de Dios, en el mundo espiritual de Jesús, en la riqueza inagotable del evangelio.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual
El perdón, por parte del que ha sufrido un daño o una injusticia, es propiamente el acto de olvidar quién ha sido su autor, Toda la Biblia pone de relieve particularmente la generosidad del perdón de Dios, su actitud de paciencia, de indulgencia, de misericordia: Dios olvida y deja tras de sí el recuerdo del pecado, perdona la deuda no imputa la culpa, Pero el perdón e s posible sólo con la condición de que el hombre pecador vuelva a encontrar la contrición del corazón, consciente de haber ofendido a Dios: se trata del «corazón contrito y humillado» que es al principio de una novedad de vida, premisa necesaria para que Dios otorgue su perdón.
En el Nuevo Testamento se nos presenta a Jesús como «el cordero que quita el pecado del mundo», consiguiendo con el sacrificio de su vida el perdón de todos los pecados de la humanidad, Reivindica para sí el poder de perdonar los pecados y perdona a sus mismos enemigos. Dice que hay que perdonar » setenta veces siete » y en la oración que enseñó a los discípulos les enseña a decir: «perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12) El perdón no es solamente un elemento fundamental de la historia de la salvación, sino también «un elemento» indispensable para plasmar las mutuas relaciones entre los hombres, en el espíritu del respeto más profundo a lo que es humano y a la fraternidad mutua, Es imposible obtener este vínculo entre los hombres si se quieren regular las relaciones mutuas únicamente con la medida de la justicia. Esta, en cada una de las esferas de las relaciones interhumanas, tiene que sufrir por así decirlo una notable «corrección» por parte de aquel amor que -como proclama san Pablo- es paciente y benigno, o, en otras palabras, lleva en sí los caracteres del amor misericordioso, que tan esencial es para el Evangelio y para el cristianismo. El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más poderoso que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no solamente en la relación de Dios con los hombres, sino también en las relaciones mutuas entre los hombres. Un mundo del que se eliminase el perdón sería solamente un mundo de justicia fría y falta de respeto, en nombre de la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos respecto al otro…» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14).
El perdón no puede ciertamente entenderse como complicidad con el mal, como acto de condescendencia, de tolerancia o de resignación. El perdón es rechazo de la venganza; es el acto gratuito que restituye la libertad a aquel que se acusa, en cuanto que le abre un porvenir nuevo, dándole la posibilidad de cambiar. El perdón es conceder crédito a la libertad del otro, rechazando tanto la actitud de connivencia con el mal como la de venganza. El perdón es don, gracia, pero a un precio caro. Más aún, el perdón es más costoso que el don, va que el obstáculo que hay que superar requiere un esfuerzo dé más amor. Es por consiguiente un acto exigente, que tiende por su propia naturaleza a la conversión y al cambio del otro. Con el perdón se pone de manifiesto la caridad de Dios y su justicia misericordiosa. Para el hombre consiste, en último análisis, en ver el mal antes dentro de sí mismo, y luego en los demás supone la conciencia del propio pecado y de la propia precariedad, vivida no en términos de desesperación, sinó de apertura hacia la posibilidad del cambio,
R. Gerardi
Bibl.: D. Borobio, Perdón, CFC, 1019-1030; J Scharbert, Perdón, en CFT III, 434-444; AA, VV El misterio del pecado y del perdón, Sal Terrae, Santander 1972; B Haring, Shalom: paz, Herder Barcelona 1970; S. Sabugal, Pecado » reconciliación en el mensaje de Jesús, Palermo 1985
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
El acto de disculpar a un ofensor, sin guardarle resentimiento debido a su ofensa y renunciando a todo derecho de recompensa.
El verbo hebreo na·sá´, que a veces se traduce †œperdonar†, también se emplea en las Escrituras con el sentido de †œalzar† (Gé 45:19; Ex 6:8; 2Re 2:16) y †˜tomar†™ (Gé 27:3; Nú 16:15). Sin embargo, su significado primario es †˜sacar†™, †œllevar†. (Gé 47:30; 1Re 2:26; Eze 44:12, 13.) En aquellos casos en los que na·sá´ se traduce apropiadamente †œperdonar†, su sentido primario se halla implícito, como ocurre en relación con el macho cabrío para Azazel, que llevaba el pecado sobre sí fuera del campamento, igual que, según se predijo, haría Jesús con los pecados del pueblo. (Le 16:8, 10, 22; Isa 53:12.) Así que al sacar o llevar sobre sí los pecados del pueblo, era posible el perdón. (Véase AZAZEL.)
Si bien el verbo na·sá´ se refiere al perdón que tanto Dios como cualquier humano pueden otorgar (Gé 18:24, 26; 50:17), el verbo hebreo sa·láj (perdonar) se emplea exclusivamente con referencia al acto por el que se restablece al pecador al favor divino en respuesta a su súplica sincera por el perdón de sus pecados o a la oración de intercesión de otra persona. (Nú 14:19, 20; 1Re 8:30.)
Cuando el verbo hebreo na·sá´ tiene el sentido explícito de perdonar, la Septuaginta griega a veces lo traduce por el término griego a·fí·e·mi, que significa literalmente †œdejar marchar†, y puede significar también †œperdonar†. Cuando en Romanos 4:7 el apóstol Pablo citó del Salmo 32:1 (Sl 31:1, LXX), donde se dice que Jehová perdona la †œsublevación†, empleó, al igual que la Septuaginta griega, una forma del verbo a·fí·e·mi para traducir el hebreo na·sá´. Este verbo griego aparece en diversos lugares de las Escrituras Griegas Cristianas, y se aplica al perdón de pecados que brindan tanto Dios como el hombre, lo que abarca la cancelación de deudas. (Mt 6:12, 14, 15; 18:32, 35.)
De acuerdo con la ley de Dios dada a la nación de Israel, para que a un hombre se le perdonasen sus pecados contra Dios o contra su prójimo, primero tenía que rectificar el mal, como prescribía la Ley, y luego, en la mayoría de los casos, presentar una ofrenda cruenta a Jehová. (Le 5:5–6:7.) De aquí el principio enunciado por Pablo: †œSí, casi todas las cosas son limpiadas con sangre según la Ley, y a menos que se derrame sangre no se efectúa ningún perdón†. (Heb 9:22.) No obstante, en realidad la sangre de los sacrificios de animales no podía quitar los pecados y dar a la persona una conciencia perfectamente limpia. (Heb 10:1-4; 9:9, 13, 14.) En cambio, el predicho nuevo pacto sí hacía posible un verdadero perdón, basado en el sacrificio de rescate de Jesucristo. (Jer 31:33, 34; Mt 26:28; 1Co 11:25; Ef 1:7.) Incluso cuando estuvo en la Tierra, Jesús demostró que tenía autoridad para perdonar pecados al sanar a un paralítico. (Mt 9:2-7.)
Jehová perdona †œen gran manera†, según se indica en las ilustraciones de Jesús del hijo pródigo y del rey que perdonó una deuda de 10.000 talentos a un esclavo (60.000.000 de denarios [c. 40.000.000 de dólares (E.U.A.)]), mientras que ese esclavo no estaba dispuesto a perdonar a un coesclavo una deuda de simplemente 100 denarios (c. 70 dólares [E.U.A.]). (Isa 55:7; Lu 15:11-32; Mt 18:23-35.) No obstante, el perdón de Jehová no está impulsado por sentimentalismo, pues El no deja que los hechos escandalosos queden sin castigo. (Sl 99:8; Ex 34:6, 7.) Josué advirtió a Israel que Jehová no perdonaría la apostasía. (Jos 24:19, 20; compárese con Isa 2:6-9.)
Dios tiene prescrita una manera de buscar y recibir su perdón. La persona debe admitir su pecado, reconocer que es una ofensa contra Dios, confesarlo sin reserva, sentir un profundo pesar en el corazón por el mal cometido y estar determinado a volverse de tal proceder. (Sl 32:5; 51:4; 1Jn 1:8, 9; 2Co 7:8-11.) Además, debe hacer lo que pueda para corregir el mal o el daño causado (Mt 5:23, 24), y ha de orar a Dios, pidiendo perdón sobre la base del sacrificio de rescate de Cristo. (Ef 1:7; véase ARREPENTIMIENTO.)
Por otra parte, es un requisito cristiano perdonar ofensas personales, sin importar la cantidad de veces que sea necesario. (Lu 17:3, 4; Ef 4:32; Col 3:13.) Dios no concede su perdón a los que rehúsan perdonar a otros (Mt 6:14, 15) ni a los que se oponen a El o a Sus justos caminos deliberadamente. (Ex 34:6, 7.) Incluso cuando se cometen males serios en la congregación cristiana y se hace necesario †˜remover al hombre inicuo†™, puede concedérsele el perdón al debido tiempo, si prueba que está verdaderamente arrepentido; entonces toda la congregación puede confirmarle su amor. (1Co 5:13; 2Co 2:6-11.) Sin embargo, no se requiere que los cristianos perdonen a los que practican el pecado de manera maliciosa, deliberada e impenitente. Estos se hacen enemigos de Dios. (Heb 10:26-31; Sl 139:21, 22.)
Es apropiado orar por el perdón de Dios en favor de otros, incluso de toda una congregación. Así lo hizo Moisés con respecto al pueblo de Israel, confesando el pecado de la nación y pidiendo perdón, y Jehová lo oyó favorablemente. (Nú 14:19, 20.) También Salomón oró en la dedicación del templo para que Jehová perdonase a Su pueblo cuando este pecara y se volviese de su mal proceder. (1Re 8:30, 33-40, 46-52.) Esdras representó a los judíos repatriados y confesó en público los pecados de estos. Su sincera oración y exhortación resultaron en que el pueblo tomara medidas con el fin de recibir el perdón de Jehová. (Esd 9:13–10:4, 10-19, 44.) Santiago animó al que estuviese enfermo espiritualmente a que mandase llamar a los ancianos de la congregación para que orasen sobre él, y †œsi hubiera cometido pecados, se le perdonará†. (Snt 5:14-16.) Sin embargo, hay un †œpecado que sí incurre en muerte†, el pecado contra el espíritu santo, una práctica deliberada de pecado para la que no hay perdón. El cristiano no debería orar por los que pecan de esta manera. (1Jn 5:16; Mt 12:31; Heb 10:26, 27; véanse ESPíRITU; PECADO.)
Fuente: Diccionario de la Biblia
En la Biblia es el pecador un deudor cuya deuda condona Dios (heb. salah: Núm 14,19); condonación tan eficaz que Dios no ve ya el pecado, que queda como echado detrás de él (Is 38,17), que es quitado (heb. nasa’; Ex 32,32), expiado, destruido (heb. kipper: Is 6,7). Cristo, utilizando el mismo vocabulario, subraya que la condonación o remisión es gratuita y el deudor insolvente (Lc 7,42; Mt 18,25ss). La predicación primitiva tiene por objeto, al mismo tiempo que el don del Espíritu, la remisión de los pecados, que es su primer efecto, y a la que llama aphesis (Le 24,47; Act 2,38; cf. poscomunión del martes de pentecostés). Otras palabras, como purificar, lavar, justificar, aparecen en los escritos apostólicos que insisten en el aspecto positivo del perdón, reconciliación y reunión.
I. EL DIOS DE PERDí“N. Frente al pecado es donde el Dios celoso (Ex 20,5) se revela un Dios de perdón. La apostasía subsiguiente a la alianza, que merecería la destrucción del pueblo (Ex 32,30ss) es para Dios ocasión de proclamarse «Dios de ternura y de piedad, lento a la ira, rico en gracia y en fidelidad…, que tolera falta, transgresión y pecado, pero no deja nada impune…»; así Moisés puede orar con confianza y seguridad: «Es un pueblo de dura cerviz. Pero perdona nuestras faltas y nuestros pecados y haz de nosotros tu heredad» (Ex 34,6-9).
Humana y jurídicamente no se justifica el perdón. El Dios santo ¿no debe revelar su santidad por su justicia (ls 5,16) y descargarla sobre los que le desprecian (5,24)? ¿Cómo podría contar con el perdón la esposa infiel a la alianza, ella que no se ruboriza por su prostitución (Jer 3,1-5)? Pero el corazón de Dios no es el del hombre, y el santo no gusta de destruir (Os 11,8s): lejos de querer la muerte del pecador, quiere su conversión (Ex 18,23) para poder prodigar su perdón; porque «sus caminos no son nuestros caminos», y «sus pensamientos rebasan nuestros pensamientos» en toda la altura del cielo (Is 55,7ss).
Esto es lo que hace tan confiada la oración de los salmistas: Dios perdona al pecador que se acusa (Sal 32,5; cf. 2Sa 12,13); lejos de querer perderlo (Sal 78,38), lejos de despreciarlo, lo recrea, purificando y colmando de gozo su corazón contrito y humillado (Sal 51,10-14.19; cf. 32,1-11); fuente abundante de perdón, es un padre que perdona todo a sus hijos (Sal 103,3.8-14). Después del exilio no se cesa de invocar al «Dios de los perdones» tNeh 9,17) y «de las misericordias» (Dan 9,9), siempre pronto a arrepentirse del mal con que ha amenazado al pecador, si éste se convierte (Jl 2,13); pero Jonás, que es el tipo del particularismo de Israel, queda desconcertado al ver que este perdón se ofrece a todos los hombres (Jon 3, 10; 4,2); por el contrario, el libro de la Sabiduría canta al Dios que ama todo lo que ha hecho y que tiene piedad de todos, que cierra los ojos a los pecados de los hombres a fin de que se arrepientan, que los castiga poco a poco y les hace presente en qué pecan a fin de que crean en él (Sab 11,23-12,2); manifiesta así que es el todopoderoso, del que es propio perdonar (Sab 11,23. 26; cf. colecta del 10.° domingo después de pentecostés y oración de las letanías de los santos).
II. EL PERDí“N DE DIOS POR CRISTO. Así pues, como Israel (Le 1,77), Juan Bautista aguarda la remisión de los pecados y predica un bautismo que es su condición: «Haced penitencia; de lo contrario, el que viene os bautizará en el fuego; para él, este fuego es el de la ira y del juicio, el que consume la barcia una vez separado el buen grano» (Mt 3,1-12). Esta perspectiva es la de los discípulos de Juan que siguieron a Jesús; quieren hacer que caiga el fuego del cielo sobre los que se cierran a la predicación del maestro (Le’ 9.54). Y Juan Bautista se hace sus preguntas (cf. Le 7,19-23) al oir a Jesús no sólo invitar a los pecadores a convertirse y a creer (Mc 1,:5), sino proclamar que ha venido únicamente para jurar y perdonar.
1. El anuncio del perdón. En efecto, si bien Jesús vino a traer fuego a la tierra (Le 12,49), sin embargo, no fue enviado por su Padre como juez. sino como salvador (Jn 3,17s; 12. 47). Invita a la conversión a todos los que la necesitan (Le 5,32 p) y suscita esta conversión (Le 19,1-10) revelando que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt I8,12ss). Jesús no sólo anuncia este perdón, al que se abre la fe humilde, mientras que el orgullo se cierra al mismo (Lc 7,47-50; 18,9-14), sino que además lo ejerce y testimonia con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Me 2,5-11 p; cf. Jn 5,21).
2. El sacrificio para la remisión de los pecados. Cristo corona su obra obteniendo a los pecadores el perdón de su Padre Ora (Lc 23,34) y derrama su sangre (Mc 14,24) en remisión de los pecados (Mt 26,28). Verdadero siervo de Dios, ¡ustifica a la multitud con cuyos pecados carga (IPe 2,24; cf. Mc 10,45; Is 53, Ils), pues es el cordero que quita los pecados del mundo (Jn 1,29) salvando al mundo. Por su sangre somos purificados, lavados de nuestras faltas (UJn 1,7; Ap 1,5).
3. La comunicación del poder de perdonar. Cristo resucitado, que tiene todo poder en el cielo y en la tierra, comunica a los apóstoles el poder de perdonar los pecados (Jn 20,22s; cf. Mt 16,19; 18,18). La primera remisión de los pecados se otorgará en el bautismo, a todos los que se conviertan y crean en el nombre de Jesús (Mt 28,19; Mc 16,16; Act 2.38: 3,19).
Los apóstoles predican por tanto la remisión de los pecados (Act 2, 38; 5,31; 10,43; 13,38; 26,18), pero en sus escritos insisten menos en el aspecto jurídico del perdón que en el amor. divino que por Jesús nos salva y nos santifica (p.e. Rom 5,1-11). Nótese el papel de la oración de la Iglesia y de la confesión mutua de las faltas como medio para obtener la curación y el perdón de los pecados (Sant 5,15s).
III. EL PERDí“N DE LAS OFENSAS. Ya en el AT, la ley no sólo pone un límite a la *venganza con la norma del talión (Ex 21,25), sino que además prohibe el odio del hermano, la venganza y el rencor contra el prójimo (Lev 19,17s). El sabio Ben Sira meditó sobre estas prescripciones; descubrió el nexo que une el perdón otorgado por el hombre a su semejante con el perdón que él mismo pide a Dios: «Perdona a tu prójimo la injuria, y tus pecados, a tus ruegos, te serán perdonados. ¿Guarda el hombre rencor contra el hombre e irá a pedir perdón al Señor? ¿No tiene misericordia ‘de su semejante y va a suplicar por sus pecados?» (Eelo 28,2-5). El libro de la Sabiduría completa esta lección recordando al justo que. en sus juicios debe tomar como modelo la misericordia del Señor (Sab 12,19.22).
Jesús reasumirá y transformará esta doble lección. Como el Sirácida. enseña que Dios no puede perdonar al que no perdona, y que para implorar el perdón de. Dios hay que perdonar al propio hermano. La parábola del deudor inexorable inculcacon fuerza esta verdad (Mt 18,23-35), en la que insiste Cristo (Mt 6,14s) y que nos impide olvidar haciéndonosla repetir cada día: en el padrenuestro debemos poder decir que perdonamos; esta afirmación está enlazada con nuestra petición, bien por un «porque», que hace de ella la condición del perdón divino (Lc 11,4), o por un «como», que fija su medida (Mt 6,12).
Jesús va más lejos: como el libro de la Sabiduría, da a Dios por modelo de misericordia (Lc 6,35s) a aquéllos cuyo Padre es y que han de imitarle para ser sus verdaderos hijos (Mt 5,43ss.48). El perdón no es sólo una condición previa de la vida nueva, sino uno de sus elementos esenciales: Jesús prescribe por tanto a Pedro que perdone sin intermisión, al revés del pecador, que tiende a vengarse desmesuradamente (Mt 18,21s; cf. Gén 4.24). Esteban. siguiendo el *ejemplo del Señor (Lc 23,34), murió perdonando (Act 7,60). El cristiano, para vencer como ellos el mal con el bien (Rom 12,21; cf. lPe 3,9), debe perdonar siempre, y perdonar por amor, como Cristo (Col 3,13), como su Padre (Ef 4.32).
-> Amor – Ira – Expiación – Misericordia – Pecado – Penitencia – Reconciliación – Venganza.
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas
Hay siete palabras en las Escrituras que denotan la idea de perdón: tres en hebreo y cuatro en el griego. En el AT hebreo son: kāp̄ar, «cubrir»; nāśāʾ, «llevar»—«quitar» (la culpa); y sālaḥ, «perdonar». Nāśāʾ se usa tanto para el perdón divino como para el humano. Las otras dos, kāp̄ar y sālaḥ, se usan solamente para el perdón divino. En el NT griego, las palabras que tienen el sentido de perdón son apolouein, charidseszai, afesis, y paresis. Apoluein se encuentra numerosas veces como «repudiar», por ejemplo, a una esposa (Mt. 5:31); pero solamente una vez para significar perdón (Lc. 6:37). Paresis también aparece solamente una vez (Ro. 3:25), y sugiere la idea de «pasar por alto», pero sin ninguna indicación de indiferencia. Charidseszai lo usan solamente Lucas y Pablo, y sólo el último en el sentido de «perdonar pecados» (2 Co. 2:7; Ef. 4:32; Col. 2:13; 3:13, etc.). Expresa en forma especial la gracia del perdón divino.
En el NT la palabra más común para expresar el perdón es afesis. Da la idea de «enviar lejos» o «dejar ir». El sustantivo aparece quince veces. El verbo con el mismo sentido se usa unas cuarenta veces.
Ningún libro de religión, salvo la Biblia, enseña que Dios perdona completamente el pecado. En ella leemos: «Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia» (Os. 14:4); «Dios os perdonó a vosotros en Cristo» (echarisato, «perdonó mostrando su gracia», Ef. 4:32); y «Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones» (Heb. 10:17). La iniciativa de este perdón también es de Dios, especialmente en el uso que Pablo hace de charidseszai (2 Co. 12:13; Col. 2:13). Es un perdón pronto y de buen grado como lo muestra la parábola del hijo pródigo o del «Padre de gracia» (Lc. 15:11–32).
Sólo hay un pecado por el cual el Padre no promete perdón: la blasfemia contra el Espíritu Santo (Mr. 3:28; Mt. 12:32). El contexto sugiere que esto consiste en el pecado de atribuir a los espíritus inmundos la obra del Espíritu Santo, pero muchos intérpretes (incluso San Agustín) entienden que incluye una deliberada persistencia en ese mal. Otros consideran que se trata del espíritu no perdonador (véase Mt. 18:34–35). Podría ser el «pecado de muerte» de 1 Jn. 5:16 (véase Westcott; cf. Heb. 6:4–6).
No debe haber limitaciones de ningún tipo al perdón de un semejante. En Lc. 17:4 debe ser «siete veces en un día», y hasta «setenta veces siete» en Mt. 18:22; ambas expresiones que significan sin límites. Debe ser una actitud de la mente aun antes que la parte ofensora pida perdón, como se sobreentiende en las palabras de Jesús «si no perdonáis de todo corazón cada uno de vosotros a su hermano» (Mt. 18:35).
Para que el hombre reciba el perdón es necesario el arrepentimiento (Lc. 17:3–4). Para que el santo Dios otorgue el perdón, es requisito indispensable el derramamiento de sangre (Heb. 9:22) hasta que no haya quedado vida (Lv. 17:11)—en el fondo, el derramamiento de la sangre de Cristo de una vez para siempre (Heb. 9:26) y su resurrección (Ro. 4:25).
BIBLIOGRAFÍA
Bruder, Greek Concordance; W.C. Morro en ISBE; Paul Lehmann Forgiveness; H.R. Mackintosh, The Christian Experience of Forgiveness; E.B. Redlich, The Forgiveness of Sins; Vincent Taylor, Forgiveness and Reconciliation.
Joseph Kenneth Grider
ISBE International Standard Bible Encyclopaedia
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (467). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
I. En el Antiguo Testamento
En el AT el concepto del perdón se expresa principalmente por medio de palabras de tres raíces diferentes. kpr generalmente trasmite la idea de expiación, y frecuentemente se emplea en relación con los sacrificios. Su uso para “perdonar” implica que se lleva a cabo una expiación. El verbo nś˒ significa básicamente “levantar”, “llevar”, y nos presenta un cuadro gráfico en que el pecado es retirado del pecador e inmediatamente llevado. La tercera es slḥ, de derivación desconocida, pero que en su uso se asemeja mucho a nuestro ‘perdonar”. La primera y la última se utilizan siempre para el perdón de Dios, pero nś˒ se aplica también al perdón humano.
No se considera el perdón como algo obvio, algo que está en la naturaleza de las cosas. Abundan los pasajes que nos hablan de que el Señor no perdona ciertas ofensas (Dt. 29.20; 2 R. 24.4; Jer. 5.7; Lm. 3.42). Cuando se obtiene perdón se trata de algo que debemos recibir con gratitud, y considerar con temor y admiración. El pecado merece el castigo, mientras que el perdón es una gracia asombrosa. “Pero en ti hay perdón”, dice el Salmista, y añade (lo que quizás nos resultará sorprendente) “para que seas reverenciado” (Sal. 130.4).
El perdón es algo que está relacionado con la expiación, mientras que slḥ muchas veces tiene que ver con los sacrificios. Como ya hemos visto, el verbo originado en la raíz kpr tiene el significado esencial de “hacer expiación”. Quizás no sea coincidencia el que, además de emplearse para el perdón de los pecados, nś˒ se use también para soportar la pena por el pecado (Nm. 14.33s; Ez. 14.10). Aparentemente los dos están relacionados. Esto no quiere decir que Dios sea un ser severo que no perdona sin un quid pro quo. Dios es un Dios de gracia, y los medios para llevar el pecado fueron instituidos por él mismo. Los sacrificios tienen valor solamente porque él ha proporcionado la sangre como medio de expiación (Lv. 17.11). En ninguna parte nos dice el AT que se haya obtenido el perdón de Dios a regañadientes, o que se lo haya comprado por medio del soborno.
El perdón es posible, en consecuencia, solamente porque Dios es un Dios de gracia; o si empleamos la hermosa expresión de Neh. 9.17, “un Dios que perdona” (
Debemos tener presente que la idea del perdón se trasmite de un modo sumamente gráfico por otras imágenes, aparte del uso de nuestros tres términos para perdón. El Salmista, por ejemplo, dice que “cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103.12). Isaías dice que Dios echó tras sus espaldas todos los pecados del profeta (Is. 38.17), y que “borró” las transgresiones del pueblo (Is. 43.25; cf. Sal. 51.1, 9). En Jer. 31.34 el Señor dice, “no me acordaré más de su pecado”, y en Miqueas vemos que echará “en lo profundo del mar” todos nuestros pecados (Mi. 7.19). Lenguaje tan gráfico pone de relieve cuán completo es el perdón de Dios. Cuando él perdona hace desaparecer completamente los pecados de los hombres. No vuelve a verlos más.
II. En el Nuevo Testamento
En el NT hay dos verbos principales que debemos considerar: jarizomai (que significa “tratar benévolamente”) y afiēmi (‘despachar’, ‘soltar’). El sustantivo afesis, ‘remisión’, también se encuentra con alguna frecuencia. Hay, también, dos palabras más: apolyō, ‘liberar’, que se utiliza en Lc. 6.37, “perdonad, y seréis perdonados”; y paresis, ‘un pasar por alto’, empleado en Ro. 3.25 en el sentido de que Dios pasa por alto los pecados anteriores.
En el NT se aclaran varios puntos. Uno es que el pecador perdonado debe perdonar a otros, lo que se manifiesta en Lc. 6.37, anteriormente citado, en el Padrenuestro, y en otros lugares. La disposición a perdonar a otros es parte de la indicación de que verdaderamente nos hemos arrepentido. Además, el arrepentimiento debe ser completamente sincero. Emana del perdón de Cristo hacia nosotros, y debe ser como el perdón de Cristo: “de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col. 3.13). Varias veces Cristo insiste en lo mismo, como lo hace en la parábola de los dos deudores (Mt. 18.23–35).
No siempre se relaciona directamente el perdón con la cruz, aunque a veces ocurre así, como en Ef. 1.7, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. Igualmente, en Mt. 26.28 encontramos que la sangre de Cristo fue vertida “por muchos … derramada para remisión de los pecados”. Más usual es encontrarlo directamente relacionado con Cristo mismo. “Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4.32). “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador … para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hch. 5.31). “… por medio de él se os anuncia perdón de pecados” (Hch. 13.38). Junto a estos deberíamos colocar pasajes en los que Jesús, durante los días que permaneció en la carne, declaró que los hombres eran perdonados. En el incidente de la curación del paralítico que fue bajado a través del tejado, el Señor realizó el milagro expresamente “… para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados” (Mr. 2.10). Pero la persona de Cristo no ha de ser separada de su obra. El perdón por, o a través de, Jesucristo significa un perdón que emana de lo que él es y lo que él hace. En particular, no debe entenderse como algo separado de la cruz, especialmente desde el momento en que a menudo se dice que su muerte fue una muerte “por el pecado” (* Expiación). Además de los pasajes específicos que unen el perdón con la muerte de Cristo, tenemos todo el impacto de los pasajes neotestamentarios que tratan la muerte expiatoria del Salvador.
El perdón descansa básicamente, entonces, en la obra expiatoria de Cristo, lo que equivale a decir que es un acto de pura gracia. “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados” (1 Jn. 1.9). Una y otra vez se insiste en que el hombre tiene que arrepentirse. Juan el Bautista predicó “el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados” (Mr. 1.4), tema que adopta Pedro con referencia al bautismo cristiano (Hch. 2.38). Cristo mismo ordenó que se predicase en su nombre “el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc. 24.47). Igualmente, se relaciona el perdón con la fe (Hch. 10.43; Stg. 5.15). No debemos pensar en la fe y el arrepentimiento como méritos que nos hacen merecer el perdón. Más bien son los medios por los cuales hacemos nuestra la gracia de Dios.
Debemos mencionar dos puntos difíciles. Uno es el del pecado contra el Espíritu Santo, que nunca puede ser perdonado (Mt. 12.31s; Mr. 3.28s; Lc. 12.10; cf. 1 Jn. 5.16). Nunca se define este pecado. Pero a la luz de la enseñanza neotestamentaria, en general es imposible pensar en él como un acto pecaminoso específico. La referencia es más bien a la continua blasfemia contra el Espíritu de Dios de aquel que sistemáticamente rechaza su misericordioso llamado. Esto por cierto es blasfemia.
El otro es Jn. 20.23, “a quienes remitiereis los pecados, les son remitidos”. Es extremadamente difícil pensar que Cristo habría de dejar en manos de los hombres la determinación de si deben perdonarse los pecados de otra persona o no. Los puntos importantes son el plural “quienes” (plural gr. que se refiere a categorías y no a individuos), y el tiempo perfecto traducido “son remitidos” (que quiere decir “han sido” y no que “serán remitidos”). De modo que el pasaje puede significar que, al ser inspirados por el Espíritu Santo (v. 22), los que siguen a Jesús podrán decir con precisión a qué categoría de hombres les son perdonados los pecados y a cuáles no.
Bibliografía. H. Vorländer, “Perdón”,
W. C. Morro en
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico