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Actividad humana de entretenimiento y diversión que se realiza sin una finalidad rentable y simplemente como evasión y descanso. La ausencia de finalidad rentable es lo que define su naturaleza y la diferencia de la acción laboral o trabajo.
El juego se convierte en un lenguaje, o cauce de comunicación, y en una expresión personal o realización.
Tiene especial importancia en la infancia, por cuanto es un cauce por el que la persona se expresa, se autoafirma, se comunica y, según las diversas teorías existentes, se purifica o se ensaya en la acción, se desahoga o se relaciona, se autoestima o se prepara para la vida.
Es un lenguaje y una actividad muy aprovechable en educación. También lo es en el terreno religioso, por cuanto hace posibles y fáciles ciertos aprendizajes o relaciones, planteadas en clave lúdica, más asequibles, agradables y constructivas que si se presentan como sólo asequibles por el esfuerzo y el sacrificio. Sobre todo para la personalidad del niño y del adolescente, e incluso para el adulto, los lenguajes lúdicos deben ser entendidos y empleados por el educador con la debida oportunidad y habilidad.
Ello no implica caer en el olvido de que es el trabajo, el esfuerzo, la promoción de energías morales lo que realmente forma las facultades humanas.
Si esto acontece, entonces se cae en el juego como vicio. Y si esto sucede, la acción lúdica se convierte en pasión irrefrenable, atractivo irresistible, enfermedad grave que altera la personalidad y conduce al desorden. El jugador enfermizo, ludópata, tiende a enajenar sus bienes para satisfacer su necesidad compulsiva de probar suerte, mostrar habilidad o rivalizar con competidores desafiantes.
La frecuencia de estas situaciones y los graves efectos desordenados que genera convierten el juego en una enfermedad destructiva contra la que es preciso proteger al niño y al joven y de la que ordinariamente el adulto enviciado no puede salir por sí mismo.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
El juego es un elemento fundamental de la experiencia humana. En él el hombre se expresa a sí mismo en las dimensiones de la libertad y de la creatividad. En este sentido H.- Rahner define el juego como «una actividad rica de significado, que tiene en sí su propia finalidad» y lo identifica, desde el punto de vista psíquico, con el arte entendido en el sentido más amplio de la palabra.
La ética ha concedido siempre su importancia a la actividad lúdica, relacionándola con el otium y la fiesta, y considerándola como elemento de interés primario para la promoción humana. En el contexto de la tradición cristiana el juego se vincula a la misma revelación de Dios. La creación y la redención, en cuanto fruto de un amor libre que se despliega más allá de toda necesidad, pueden de alguna manera interpretarse como un juego. El origen del mundo se compara justamente en el libro de la Sabiduría con una especie de danza mística que realiza el Logos para el éxtasis del Padre.
Desgraciadamente, en la sociedad actual, debido sobre todo a los procesos de masificación Y al consumismo imperante, el juego sé ha ido mercantilizando cada vez más y sometiéndose a la lógica de los intereses económicos que lo vacían de su dinamismo interior.
La recuperación del sentido auténtico del juego, como distensión gozosa para el hombre con valores incluso espirituales, exige poner en acto un proceso de liberación tanto personal como social. Es fundamental sobre todo despertar en las conciencias la atención a ciertos valores como la gratuidad, el sentido de la fiesta, la contemplación y la oración, que están en la raíz de la actitud lúdica. Pero no es menos importante crear las condiciones estructurales para la superación de un sistema social que mortifica las dimensiones más profundas de la vida, alienando al hombre. La devolución al juego de su función liberadora original tiene que relacionarse, por consiguiente, con la actuación de un nuevo modelo de civilización, donde adquiera de nuevo su centralidad la preocupación por el ser y no solamente por el tener y el hacer.
G. Piana
Bibl.: G. Mattai, Juego en DTI, III, 199-211; Huizinga. Homo ludens, Alianza, Madrid ) 984; J. Moltmann, Un nuevo estilo de vida, Sobre la libertad, la alegría y el juego, Sígueme, Salamanca 1981; H. Bergson, La risa, Espasa Calpe, Madrid 1973.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
1. La naturaleza lúdica del hombre
Al contraponer habitualmente j. y seriedad, aquél suele referirse ante todo a la niñez como su forma típica de actividad («edad del juego»). Y así el j. ha sido explicado como exceso de fuerzas (H. Spencer), como descanso de una fatiga parcial (J. Schaller), como entrenamiento y autoformación para las situaciones graves de la vida (K. Groos), como algo que subjetivamente brota del empuje hacia la actividad y está motivado por el «gozo de la función». E. Haigis, por el contrario, ve el j. como el encuentro con la vida arriesgada, en que el yo se hace consciente de sí mismo. H. Scheuerl deduce que se trata, no de una función, sino de la forma de movimiento que surge (de la peonza, de la comunidad de j.). Esta definición enlaza con la estética del j. de Schiller y va más allá de la distinción usual entre j. y seriedad.
Los diversos juegos (clasificables desde distintos puntos de vista) pueden ejecutarse con la actitud y orientación más dispar, que va de lo meramente «caprichoso», lo cual todavía no es j. (le falta la «seriedad necesaria») al esfuerzo rígido, que ya no es j. (pues lo «corrompe» a su vez «tomándolo demasiado en serio»). En su apertura el j. sólo puede circunscribirse de forma relativamente abierta. J. Huizinga cita como distintivos su libertad (no puede ser mandado), su salirse de la vida «habitual», de la vida propiamente dicha (de la satisfacción inmediata de necesidades y afanes); a ello se une su armonía y limitación (en el tiempo y en el espacio) y, dentro de todo eso y pese a toda la tensión entre incertidumbre y suerte, su ordenación (las «reglas»).
En realidad el j. es la construcción de una figura (por así decir) fluctuante. De este modo, y no sólo en el niño (J.J. Rousseau, W.F.A. Frbbel, M. Montessori), es un hecho suprafuncional, dotado en sí mismo de sentido (y precisamente como tal con fuerza sanante [terapia del j.]), y es además algo específicamente humano. También los animales juegan (principalmente en la fase juvenil, entre infancia y madurez, aunque también, por ejemplo, en el j. del apareamiento); pero el «mundo» de su j. permanece dentro del «contorno» específico, como una medición hasta cierto punto «inestable» de sus límites y un agotamiento de sus posibilidades, mientras que en el hombre son decisivas la constitución de un mundo, la libertad y la apertura para una tal constitución (F.J.J. Buytendijk, A. Gehlen [cap. 21]): el mundo de su j. es el j. (la «conquista lúdica») de un mundo.
2. Interpretación filosófica: el juego como relación con el mundo
Como j. de un ->mundo, el j. aparece al lado del ->trabajo, del ->lenguaje, del ->amor y de otras formas de constitución del mundo. Cierto que no surge simplemente a su lado. Las dimensiones de la ->existencia humana se compenetran. El hombre está «todo entero» (Schiller) no sólo en el juego, sino también en el trabajo, en la lucha, en el amor, en la confesión de su culpa y en la aceptación de la muerte. El j., sin embargo, se diferencia específicamente de las demás dimensiones. Por tanto: a) no es un fenómeno marginal, sino una modalidad de la existencia tan fundamental como las mencionadas. b) Pero se opone peculiarmente a ellas. Nosotros podemos «jugar» con la seriedad, la sinceridad, el trabajo, la lucha, etc. (E. Fink); es decir, transformamos los actos con que el hombre como ser «preocupado» gira sobre sí mismo en una despreocupada fluctuación sin meta, pero llena de sentido. En esta fluctuación el que juega arrastra consigo a su compañero en el j. comunitario (y de algún modo también los espectadores) y, junto con el «juguete», las cosas mismas.
Las cosas como «juguete», los compañeros como «personajes que hacen un papel» se han transformado, pero no por una (enfermiza) confusión ni por la mezcla de «apariencia» y «realidad», sino por el conocimiento – a la vez fluctuante – de su doble significado y de su propio valor en cada campo. El mundo del j. es un mundo simbólico. Por eso hay que sopesar tanto el poder y la realidad como la doble dimensión del símbolo, para rechazar su desvirtuación frente a la «realidad» («sólo símbolo») al igual que su «absolutización» estética ( ->símbolo, ->verdad).
Esta consideración conduce al hecho de que el jugador «juega con algo que a su vez juega con él» (Buytendijk). No sólo el juguete y los compañeros de j. son – dentro de las reglas establecidas – imprevisibles (y deben serlo necesariamente para que el j. no pierda su «encanto» y esencia), sino que el mundo lúdico en su totalidad es más que la obra del jugador. Por eso le mantiene encantado y fascinado (sobre todo, cuando él entra en un j. comunitario).
Desde aquí sólo hay un paso hasta el pensamiento de la filosofía india o de la presocrática (HERACLITO, Frg. 52), que proclama tanto el ->mito como el rito de múltiples formas. También el mundo «propio» hay que entenderlo realmente y contemplarlo como j., como j. de poderes supraterrestres, del destino o del «azar» (y en todo caso, o bien como «mero» j. del que uno se debe apartar, o bien como símbolo beatificarte en todas las necesidades de la vida).
Actualmente el concepto de j. ha quedado despojado de todo contenido emocional y se utiliza de manera puramente formal. Por encima del uso de las ciencias particulares (p. ej., en los esquemas lógicos o en los de las ciencias económicas) sirve así principalmente para la interpretación del mundo y de la existencia del hombre en general, y no sólo de algunas dimensiones aisladas, como el arte, las matemáticas, la filosofía (cf. el tema de los «juegos del lenguaje» en la época posterior de Wittgenstein). Aquí se habla de un «juego sin jugadores» (E. Fink), prescindiendo de cualquier cuestión acerca de tal j. (ya se refiera al hombre mismo, o bien a un Dios, o bien al «azar»), porque esta totalidad no conoce nada «fuera de ella». Todavía no se ha aclarado en qué sentido el «j. especular» del cielo y la tierra, de lo divino y lo humano en la idea expuesta por Heidegger en su última época acercadel pensamiento que «juega» con el ser tiene un «desde donde» de tal «acontecimiento» (cf. D. SiNN, en PhR 14 [1967] 81-182). A esta formalización se opone el concepto existencial y concreto de j. en el campo de la teología.
3. Interpretación teológica: el juego sagrado
El j. (especialmente su forma más pura, la danza) pertenece a los fenómenos primarios de la historia de la religión (Leeuw), como correalización responsable de la fundación y conservación del mundo (de su orden, de su fertilidad, etc.), como reproducción en alabanza y homenaje del orden «cósmico» y como anticipo en súplica y colaboración de su plena consumación definitiva. H. Rahner ha seleccionado sobre todo los textos de los padres de la Iglesia relativos al tema: el hombre se entrega al j. del Dios jugador por cuanto se suma a la danza de la -> liturgia cósmica con la alegre seriedad y la grave alegría de la humildad «confiada»; con ello se preocupa ciertamente de sí mismo, pero confiando en aquél que «es el único digno de toda la seriedad bienaventurada» (PLATóN, Leyes, vil 803 BC). En el hombre mismo juegan así (según la alegoría de Gén 26, 8) la «sonrisa» (Isaac) y la «paciencia» (Rebeca) ante el «rey», como imagen de la «sabiduría» primogénita de la creación, la cual, según Prov 8, 27-31, jugaba en el principio ante Dios.
A partir de aquí también la Iglesia se entiende a sí misma no sólo como luchadora y peregrinante, sino también como jugadora: en su liturgia (R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, Araluce, Ba 21945) como preludio del j. de la danza celestial que ejecutan no sólo los ángeles y los bienaventurados, sino el propio Logos como «corifeo» (Hipólito) y, en el sentido más profundo, hasta el Dios trino por la «circuminsesión» de sus procesiones (de ningún modo estáticas), tanto en sí mismo como siendo «todo en todas las cosas», en cuanto «amor que mueve el sol y todas las estrellas» (Dante).
BIBLIOGRAFíA: F. v. Schaller, Úber die Asthetische Erziehung des Menschen (1795); J. Schaller, Das Spiel und die Spiele (Wr 1861); K. Groos, Die Spiele des Menschen (Je 1899); ideen, Die Spiele der Tiere (Je 21930); F. J. J. Buytendijk, Wesen und Sinn des Spieles (B 1933); E. Halgis, Das Spiel als Begegnung: Zeitschrift túr Psychologie 150 (L 1941) 92-167; G. Bally, El juego como expresión de libertad (F de C Econ Méx 21965); G. v. Kujawa, Ursprung und Sinn des Spieles (KB 1949); A. Rüssel, El juego de los niños (Herder Ba 1970); H. Scheuerl, Das Spiel (Weinheim – B 1954); E. Fink, Oase des Glücks (Fr – Mn 1957); G. v. d. Leeuw, Vom Heiligen in der Kunst (Gil 1957); F. G. Jünger, Die Spiele (1953, Mn 1959); F. J. J. Buytendijk, Der Spieler: Jahrbuch für Psychologie und Psychotherapie 6 (Fr – Mn 1958) 78-92; M. Heidegger, Vortrñge und Aufsütze (espec. «Bauen Wohnen Denken» und «Das Ding») (Pfullingen 21959); E. Fink, Spiel als Weltsymbol (St 1960); J. Pieper, MuBe und Kult (Mn 61961); H. U. v. Balthasar, Herrlichkeit, 4 vols. (Ei 1961 ss); J. Huizinga, Horno ludens (H 61963); H. Rahner, Der spielende Mensch (Ei 1952): Aspekte des Lebendigen. Eranos-Reden (Fr 1965); A. Gehlen, Der Mensch (F 81966); A. H. Trebels, Einbildungskraft und Spiel (Bo 1967); J. Heidemann, Der Begriff des Spieles (B 1968).
Jörg Splett
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica