BRUJERIA

Utilización de poderes sobrenaturales para alterar las leyes naturales o el curso de los acontecimientos. En los estudios etnológicos es casi equivalente a ® FETICHISMO. Está claramente establecida su relación con ciertas formas de ® OCULTISMO, de ® SATANISMO y los movimientos del ® ESOTERISMO. Se le dan también los nombres de ® HECHICERíA y ® MAGIA.
Las brujas y los hechiceros han estado presentes desde las etapas más remotas. Desde la época clásica se dispone de información acerca de ellos y hay referencias a la misma en las Escrituras hebreas. Los historiadores contemporáneos han rechazado, sin embargo, la teorí­a de que se trataba de vestigios de los antiguos cultos de fecundidad y de la religión de los druidas. Desde que el Imperio Romano adoptó el cristianismo se persiguió implacablemente la brujerí­a, sobre todo en Europa.
La creencia en las brujas declinó por un tiempo entre las personas de mayor educación, pero en nuestros dí­as persiste su influencia. Una opinión que no todos aceptan es aquella que afirma que la brujerí­a es una continuación del ® PAGANISMO clásico. Otros insisten en la larga confrontación de la brujerí­a con las creencias cristianas que rechazan totalmente este tipo de prácticas.
El ® VODÚ es una combinación de brujerí­a africana y elementos extraí­dos de los ritos cristianos. Las iglesias conservadoras rechazan cualquier punto de contacto con la brujerí­a señalando sus aspectos maléficos, pero algunos sectores religiosos tradicionales han intentado establecer comunicación o diálogo académico con sectores sincréticos en los cuales la brujerí­a ejerce alguna influencia. (® CHAMANISMO.)

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

Naturaleza e historia ( Ver también: Adivinación | Hechicerí­a | Magia | Satanismo | wicca).

Es difí­cil distinguir claramente entre brujerí­a, hechicerí­a y magia… Estas prácticas utilizan medios ocultos que no son de Dios, para producir efectos mas allá de los poderes naturales del hombre. La brujerí­a se adapta a los tiempos modernos y se prolifera aun en los libros populares para niños. Ver: Harry Potter.

La brujerí­a es perversa porque recurre a espí­ritus malignos. Implica un pacto o por lo menos una búsqueda de la intervención de esos espí­ritus. El ser brujo o bruja se obtiene por ví­nculos satánicos en los que se entra por una †œdedicación,† muchas veces dentro de la familia.

La brujerí­a implica la creencia en una realidad invisible a la que el practicante queda atado. Las Sagradas Escrituras y los Padres enseñan que se trata de una entidad diabólica (Dt 18:12).

¿Por qué se recurre a la brujerí­a?

La ayuda sobrenatural que ofrece la brujerí­a se busca por diferentes razones. Las principales son: Para hacer daño a quien se odia; para atraerse la pasión amorosa de alguien; para invocar a los muertos; para suscitar calamidades o impotencia contra enemigos, rivales u opresores reales o imaginarios; para resolver un problema el cual se ha convertido en obsesión y ya no importa por que medio se resuelve.

Prácticas de los Brujos

La brujerí­a data desde los tiempos de la antigua Mesopotamia y Egipto. Así­ lo demuestra la Biblia como también otros antiguos escritos como el Código de Hammurabi (2000 a.C.).

No todos los brujos siguen las mismas prácticas, pero las siguientes son muy comunes entre ellos en la era cristiana. El brujo hace un pacto con el demonio, abjura a Cristo y los Sacramentos, tienen ritos diabólicos en los que hacen una parodia de la Santa Misa o de los oficios de la Iglesia y adoran al Prí­ncipe de las Tinieblas y participan en aquelarres (reuniones de brujos donde hacen sus maledicencias). La brujerí­a está relacionada con el satanismo.

Tanto en la brujerí­a como en la magia se encuentran estos elementos:

1. La realización de rituales o de gestos simbólicos.

2. El uso de sustancias y objetos materiales que tienen significado simbólico.

3. Pronunciamiento de un hechizo .

4. Una condición prescrita del que efectúa el rito.

La brujerí­a consta de rituales para hacer sus hechizos (ejercer un maleficio o atadura sobre alguien), algunos de los cuales requieren hierbas particulares. También hay palabras de conjuro o hechizo que pueden ser escritas para obtener un mayor poder. Quién realiza el rito debe desear su propósito con todas sus fuerzas para obtener mayores efectos y algunas veces debe ayunar por 24 horas antes de realizar el rito para purificar el cuerpo.

¿Es real el poder de la brujerí­a?

Puede ser real, pero en muchos casos puede ser también sugestión de la mente, es decir pura mentira. En ambos casos está actuando el demonio, prí­ncipe de la mentira.

La Biblia, la enseñanza de los Padres de la Iglesia y la tradición no dejan lugar a dudas sobre el hecho que los seres humanos tienen la libertad para pactar con el diablo el cual tiene influencia en la tierra y en las actividades humanas. Por otro lado Padres como San Jerónimo, pensaban que en muchos casos la brujerí­a es sugestión de la mente.

La Biblia condena la brujerí­a y la hechicerí­a, no como falsas o fraudulentas, sino por ser una abominación: †œA la hechicera no la dejarás con vida† (Ex 22:18; Ver también Deuteronomio 18:11-12). La narrativa de la visita del rey Saúl a la hechicera de Endor (I Rey 28) demuestra que su evocación de Samuel fue real y tuvo efecto. En Leví­tico 20:27 se lee: †œ El hombre o la mujer en que haya espí­ritu de nigromante o adivino, morirá sin remedio: los lapidarán. Caerá su sangre sobre ellos.† Está claro que hay un espí­ritu adivino y no se trata de una impostura.

El Pueblo de Israel, en muchas ocasiones, se tornó a la práctica de la adivinación y a la consulta de brujos, yendo así­ en contra de los mandatos de Dios. (Ez 13:18-19; 2 Cron 33:6; Jer 27:9…).

El Antiguo Testamento muestra claramente como los Israelitas y sus vecinos paganos estaban conscientes de la brujerí­a y la magia. En el libro de Ex. 7:11 leemos que el Faraón: †œllamó a todos los sabios y adivinos. Y ellos también, los magos de Egipto, hicieron las mismas cosas (que Moisés) por medio de sus artes secretas.†

El Primer Mandamiento condena la brujerí­a, la magia y todo tipo de adivinación: †œYo Soy el señor tu Dios…no tendrás dioses extraños delante de mi† (Ex 20:2-3).

El Nuevo Testamento igualmente condena la brujerí­a como una realidad perversa: (Gálatas 5:20; 13:6; Apocalipsis 21:8; 22:15). El mago Simón era practicante de la magia pero estaba envidioso de los Apóstoles cuando vio a la gente recibir el Espí­ritu Santo a través de la imposición de las manos. Ofreció dinero a los Apóstoles para que le enseñaran como hacer esto y Pedro le contestó: †œ…tú corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad…† (Hech. 8:9-22).

La brujerí­a opera con poder satánico (dado por Satanás). Se trata de los poderes que oprimen a los hombres y que Jesucristo confrontó hasta morir y resucitar para librarnos de ellos. Su victoria no nos evita la lucha contra el maligno sino que nos da la fuerza para vencerlo si tenemos fe. †œPorque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espí­ritus del Mal que están en las alturas† (Efesios 6:12).

Debemos evitar tanto el exagerar como el minimizar el poder de Satanás. En una guerra es esencial conocer las fuerzas contrarias y saber como vencerlas. Satanás tiene poder para tentar y asediar a los fieles, pero su poder no es comparable al de Dios Todopoderoso. Satanás puede causar persecuciones y hasta el martirio de los fieles. La victoria de los santos no está en vivir sin pruebas sino en vencerlas manteniéndose fieles a Dios.

El demonio existe y entra en relación con aquellos que lo buscan. Como recompensa a quién le ofrece culto, el demonio otorga poderes preternaturales para obtener poder, fama, dinero, influencia, es decir las cosas que desea la carne. Por medio de la brujerí­a se puede llegar a lograr el éxito en el mundo profesional ya sea como artista, profesional, militar, polí­tico, etc. Estas personas pueden parecer muy atractivas y tener un gran don de ganarse a la gente hasta el punto de atraer grandes multitudes y convertirse en dioses para sus admiradores los cuales son capaces de hacer hasta lo irrazonable por sus ellos. Los poderes del mal pueden cegar las mentes y fanatizarlas portentosamente. La brujerí­a no es mera superstición. El demonio ciertamente arrastra hacia su reino del mal a los que se involucran en ella y a sus aduladores. Si no hay arrepentimiento y conversión, el final será el infierno.

Qué hacer contra las brujerí­as

Al enterarse de que alguien le está haciendo un †œtrabajo† de brujerí­a, muchas personas tienen miedo. Esto es lo que el quiere ya que por el miedo puede dominarnos. Debemos recordar que el demonio nada puede contra los que son fieles a Dios. Nuestro Padre Celestial es Todopoderoso y nos ama. El demonio sólo puede con aquellos que no confí­an en Dios y por falta de fe están espiritualmente débiles o muertos. Son como pollitos que se han alejado de la protección de la gallina y se exponen al gavilán. Por eso Jesús nos dice:

¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! (Mateo 23:37).

Quién está amenazado por brujerí­as que recurra al Señor por protección y no tema. Debe poner en Dios toda su confianza y practicar su fe, no por miedo a la brujerí­a sino por convicción: acercarse a los sacramentos, la oración personal y pedir a los hermanos que oren por él. La gracia del Señor jamás faltará a quién la busque.

Jamás debemos ir a otro brujo para †œdefendernos.† Eso serí­a caer en la trampa del demonio haciendo lo que él quiere: que desconfiemos de Dios para que recurramos a él.

Muchas veces las personas recurren a la brujerí­a en momentos de desesperación, cuando creen que es el último recurso que les queda. En ese momento vulnerable alguien les ofrece la brujerí­a como una solución fácil. Como cristianos jamás recurrimos a ningún medio espiritual fuera de Dios. Cuando pedimos la intercesión de los santos, por ejemplo, no buscamos una ví­a alterna sino que buscamos su ayuda tan solo y precisamente para mantenernos fieles al Señor como ellos lo hicieron. Hay dos familias: la de Dios y la del demonio. Cada uno recurre a los miembros de la suya. Pidamos a Dios que prefiramos morir antes de buscar algo del demonio.

Fantasí­as en torno a la brujerí­a.

Aunque es cierto que en la brujerí­a hay acción diabólica, la gente ignorante y supersticiosa ha creado muchí­simas fábulas y supersticiones: Brujas que vuelan sobre una escoba, encantaciones que transforman a la ví­ctima en un sapo… Estas fantasí­as no son causadas por la religión, sino al contrario, ocurren por faltar la auténtica fe.

En el trabajo †œDe ecclesiasticis disciplinis† atribuido a Regino de Prum (906 d.C.), en la sección 364, critica a †œciertas mujeres† que †œseducidas por ilusiones y fantasmas de demonios, creen y abiertamente profesan que en plena noche ellas viajan sobre ciertas bestias junto con la diosa pagana Diana y una cantidad innumerable de mujeres, y que en estas horas de silencio vuelan sobre vastas expansiones de terreno y la obedecen como señora…† Regio se lamenta que ellas llevan a esas fantasí­as y por lo tanto al paganismo a mucha gente (innumera multitudo). Concluye que es †œel deber de los sacerdotes enseñar a la gente que estas cosas son absolutamente falsas… implantadas por el maligno†

Conclusión

Los males que sufre la humanidad son fruto de su apertura al demonio por el pecado. Una forma extrema de esa relación es la brujerí­a. Se llega a pactar con él y buscar su intervención. La enseñanza de la Biblia, los Padres de la Iglesia y la tradición concuerdan en que la brujerí­a es real y digna de condenación. Jesucristo vino para vencer y atar al demonio. Con frecuencia se enfrentó directamente con él para reprimir su actividad sobre sus ví­ctimas. El tiempo entre la primera y segunda venida del Señor son de gran batalla espiritual que envuelve a todos.

Por muchos siglos y en muchas naciones la ignorancia, la crueldad y falta de justos procesos judiciales llevaron a terribles persecuciones, falsas acusaciones y la matanza de muchos acusados de brujerí­a. Hechos injustificados y deplorables.

En la actualidad hemos caí­do en el extremo opuesto: se niega la realidad de la actividad satánica y por ende la brujerí­a.

Como cristianos debemos seguir el camino de Jesucristo quién rechaza el pecado pero ama al pecador. La enseñanza de Jesús en el caso de la mujer sorprendida en adulterio se aplica también a la brujerí­a como a cualquier pecado. El camino de Jesús no es la condenación al estilo de los que se proponí­an apedrearla. Tampoco es el la actitud de los que hoy pretenden que no existe el pecado. Eso serí­a abandonarla sumida en su desgracia. El camino de Jesús es el amor que defiende de la crueldad y llama a una vida nueva, libre de pecado. El mal no se vence matando sino ayudando con amor y verdad a salir del pecado. El Señor nos enseña a amar a nuestros enemigos. El amor de Dios es más fuerte que la maldición de todos los brujos del mundo. Una gota de su Preciosa Sangre tiene poder para disipar el más enfurecido ataque diabólico.

Fuente: Diccionario Apologético

Fenómenos extra-naturales producidos con la ayuda del diablo. o todo pura mentira, también obra del diablo, que es «el padre de la mentira»: (Jua 8:44, 2Te 2:9, 2Co 11:14).

Un cristiano nunca jamás debe ir a un brujo, porque eso es de Satanás, es algo que Dios abomina: Deu 18:10.

Quí­tese del cuello todo amuleto, azabache, monicongo, collares de santerí­a, lázaros, elefanticos, la patazola, el duende. porque todo eso es de Satanás, contra Dios. Tire los libros de brujerí­a, no siga en radio o televisión nada de brujerí­a, ni de astrologí­a. Haga los que los de Efeso en Hec 19:19 que quemaron libros por un precio de 50.000 monedas de plata.

No le tengas miedo a ninguna brujerí­a, ni encantamiento, ni a ningún trabajito de brujos, porque Cristo que está en usted es más poderoso que todos los demonios juntos.

1Jn 4:4.

¡Un nino cristiano de tres años tiene más poder que todos los demonios juntos!

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

†¢Magia. Mago.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

[269]

Práctica pretendidamente extranatural, ordinariamente relacionada con ví­nculos demoní­acos, reales o aparentes, con la que se actúa sobre las personas o los grupos humanos a través de un personaje (bruja o brujo) que dirige, influye, coacciona, adivina, proyecta, desví­a o manipula hábilmente los comportamientos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El término bruja se usa comúnmente para designar a quien usa la magia negra, a quien hace maleficios a través del trato con un mal espíritu o, más particularmente, el demonio. Para adquirir posesiones temporales o poder, la bruja se veía obligada a vender su alma al demonio, como en la leyenda de Fausto.

La bruja que aparece en la Biblia es completamente distinta del concepto medieval. Es más bien una hechicera, mәḵaššep̄â (Ex. 22:17). El hechicero y la hechicera usaban fórmulas mágicas, encantos, o murmullos para ejercer control sobre el mundo invisible.

La brujería, o hechicería, era común en el Cercano Oriente antiguo. El término se usa para designar a los «hombres sabios» de Egipto durante el tiempo de Moisés (Ex. 7:11) y a sus contrapartes babilónicos durante el exilio (Dn. 2:2). Nahum (3:4) llama a Babilonia «maestra en hechizos», ḇaʿălaṯ ḵәšap̄îm. Jezabel y sus compatriotas baalistas son acusados de «idolatría y fornicación» (2 R. 9:22). Todos los tipos de hechicería y brujería eran estrictamente prohibidos en Israel (Ex. 22:18; Lv. 20:27; Dt. 18:10–12).

La llamada «adivina de Endor» (1 S. 28:3ss.) es llamada ēšeṯ baălaṯ ʾôḇ «una mujer que es maestra en nigromancia». Ella era de la clase de gente que buscaba comunicarse con los muertos. Saúl buscó sus servicios en un momento de desesperación; no obstante, Dios usó esta entrevista para traer un mensaje de juicio sobre Saúl, no hay evidencia que la mujer tuviera poderes sobrenaturales. Ella apareció aterrada al ver a Samuel.

Samuel declaró, «como pecado de rebelión es la adivinación (qesem)» (1 S. 15:23). Balaam (Jos. 13:22) y los filisteos (1 S. 6:2) eran «adivinos». La «brujería» o farmakeia de Gá. 5:20, que en primera instancia se refería a drogas o pociones, vino a ser asociada con envenenamiento y hechicería.

Charles F. Pfeifer

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (88). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

No es sencillo dinstinguir claramente entre magia y brujería. Ambas tienen que ver con la producción de efectos más allá de los poderes naturales del hombre por medios diferentes al Divino. (ver ARTE OCULTA, OCULTISMO). Pero la brujería, como normalmente se cree, tiene que ver con la idea de un “pacto diabólico” o de una “petición por intercesión” a los espíritus del mal. En estos casos, esta ayuda sobrenatural normalmente se invoca, ya sea para concebir la muerte de algún persona repugnante, ya sea para despertar la pasión de amor en aquellos que son objeto de deseo, ya sea para llamar a los muertos o para hacer caer una calamidad o impotencia sobre enemigos, rivales u opresores. Estos han sido algunos de los propósitos principales a los que le ha servido la brujería durante casi todos los periodos de la historia del hombre.
Según la creencia tradicional (no solamente de la Edad del Oscurantismo sino de la Pos-reforma), los brujos y brujas adictos a tales prácticas hicieron un pacto con Satanás, rechazando bajo juramento a Cristo y los Sacramentos, respetando “el aquelarre de las brujas” – llevando a cabo ritos infernales que frecuentemente tomaban la forma de parodia de la misa o de los oficios de la iglesia – y honrando al Príncipe de la Oscuridad a cambio de poderes sobrenaturales como: volar por los aires en una escoba, asumir diferentes formas a voluntad o atormentar a víctimas, mientras un diablillo o “espíritu familiar” – capaz de llevar a cabo cualquier servicio que pudiera ser necesitado a fin de promover sus nefastos propósitos – quedaba a su entera disposición.

La creencia en la brujería y su práctica parece haber existido entre todos los pueblos primitivos. En el Egipto Antíguo y en Babilonia jugó una parte conspícua, como aparece plenamente demostrado en documentos. Basta con citar una breve sección recientemente recuperada del Código de Hammurabi (aprox. 2000 a.C.). Ahí se prescribe que si un hombre ha hecho una denuncia por brujería y no la ha justificado, aquél sobre quien pese la denuncia habrá de ir al río sagrado a aventarse en él. Si el río lo/la supera, aquél que lo/la haya acusado podrá quedarse con su casa.

Las referencias sobre brujería son frecuentes en Las Sagradas Escrituras. Las fuertes condenas que leemos en ella hacia tales prácticas no parecen estar basadas tanto en la suposición de fraude, como en la “abominación” de la magia misma. (Ver Deuteronomio 18:11-12, Exodo 22:17, «Tampoco habrá ningún encantador, ni consultor de espectros o de espíritus, ni evocador de muertos. Porque todo el que practica estas cosas es abominable al Señor, tu Dios, y por causa de estas abominaciones, él desposeerá a esos pueblos delante de ti» — «No dejarás vivir a la hechicera».) La completa narración de la visita de Saúl a la bruja de Endor (1 Reyes 28) supone la realidad de la invocación de la sombra de Samuel por parte de la bruja. Y de Levítico 20:27: “El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros espíritus, serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerá sobre ellos” deberíamos inferior que el espíritu adivinador no era un mero fraude. Las prohibiciones sobre la hechicería en el Nuevo Testamento nos dan la misma impresión. (Gálatas 5:20 comparado con Apocalipsis 21:8, 22:15; y Hechos 8:9, 13:6). Suponiendo que la creencia en la brujería hubiera sido una superstición vana, sería extraño que no se hicieran sugerencias sobre el mal en tales prácticas y que éste recayera en pretender poseer poderes que realmente no existieron.
Podemos llegar a la misma conclusión por la actitud de la Iglesia temprana, misma que probablemente estuvo influenciada tanto por la legislación criminal del Imperio, como por el sentimiento judío pues la ley de las Doce Tablas asume la existencia de los poderes mágicos, y los términos en las frecuentes referencias de Horacio a Canidia nos permiten ver el desprecio que se les tiene a tales hechiceras. Bajo el Imperio, en el siglo tercero, el castigo de quemar vivo era llevado acabo por el Estado contra brujas que provocaban la muerte de otros por medio de encantos (Julio Pablo, “Sent.”, V, 23, 17). La legislación eclesiástica siguió un curso similar pero mucho menos severo.

El Concilio de Elvira (306), cánon 6, le negó el Santo Viático a aquéllos que habían asesinado a un hombre mediante un maleficio (per maleficium), razonando que un crímen como ése no pudiera haberse efectuado “sin idolatría”, lo que probablemente significa: sin la ayuda del demonio (adoración al demonio e idolatría siendo, entonces, términos equivalentes). De forma similar, el cánon 24 del Concilio de Anycra (314) impone cinco años de penitencia a quien consulte a magos y, una vez más, trata la ofensa como si fuera una participación práctica del paganismo. Esta legislación representó la mente de la Iglesia por muchos siglos. Multas similares fueron promulgadas en el Concilio de Trullo oriental (692) mientras que ciertos cánones irlandeses tempranos en el lejano oeste trataron a la hechicería como un crímen penado con excomunión hasta que se hubiera llevado a cabo una penitencia adecuada.

Sin embargo, el deseo general del clero por controlar el fanatismo está bien ilustrado en el concilio Paderborn (785). Aun cuando promulga que los hechiceros deberán ser reducidos a la servidumbre y quedar al servicio de la Iglesia, también pasa un decreto bajo los términos siguientes: «Quienquiera que, cegado por el demonio e infectado con errores paganos, tome a otra persona por una bruja que come carne humana y, por lo tanto, la queme, coma su carne, o la de a otros a comer, será castigado con la muerte.» En resúmen puede decirse que durante los primeros cien años de la era Cristiana no encontramos trazo de aquella feroz denuncia y persecución de supuestas hechiceras que caracterizaría la cruel cacería de brujas de tiempos posteriores. En estos primeros siglos se llevaron a cabo sólo unos cuantos procesos individuales por brujería. La tortura (permitida por la ley civil romana), aparentemente, se llevó a cabo en algunos de éstos. El Papa Nicolás I (866 d.C.) prohibió el uso de la tortura. También se puede encontrar un decreto similar en los decretos pseudo-Isodorianos. A pesar de esto no se renuncia a ésta en todos lados. También tenemos que notar que muchas supuestas brujas estaban sujetas al calvario del agua fría pero como el hundimiento de la víctima era tomada como prueba de su inocencia, podemos creer razonablemente que los veredictos a los que así se llegaba generalmente eran veredictos de absolución. En la mayoría de las ocasiones eclesiásticos con autoridad dieron lo mejor de sí a fin de liberar a la gente de su creencia en la brujería. Este fue, por ejemplo, el tenor general del libro «Contra insulsam vulgi opinionem de grandine et tonitruis» (Contra la tonta creencia común concerniente al granizo y al trueno) escrito por San Agobardo (fallecido 841), Arzobispo de Lyons (P.L., CIV, 147). Referente a este punto también encontramos una sección en la obra «De ecclesiasticis disciplinis» atribuídos a Regino de Pruem (906 d.C.). En la sección 364 leemos lo siguiente: Esto tampoco será pasado por alto, que «ciertas mujeres abandonadas, habiéndose desviado a seguir a Satanás, habiendo sido seducidas por las ilusiones y fantasmas de demonios, crean y profesen abiertamente que montan ciertas bestias en medio de la noche junto con la diosa Diana y una incontable horda de mujeres, y que durante estas horas silentes vuelan sobre vastos territorios y la obedecen como a su ama, mientras que en otras noches se les requiere a fin de ofrecerle homenaje.» Y entonces continúa comentando que si tan sólo fueran estas mismas mujeres las que fueran engañadas, que sería un asunto de pocas consecuencias, pero que desgraciadamente se trata de una innumerable multitud (innumera multitudo) la que cree que estas cosas son ciertas y que, creyendo en ellas, se desvía de la Fé Verdadera, cayendo en el paganismo. A este respecto dice: «es el deber de los sacerdotes instruir seriamente a la gente que estas cosas son absolutamente inciertas y que tales imaginaciones no han sido plantadas en las mentes del pueblo por el espíritu Divino sino por el espíritu del mal» (P.L., CXXXII, 352; cf. ibid., 284). Como lo ha mostrado Hansen (Zauberwahn, Zauberwahn-esp., pp. 81-82), inferir que la Iglesia Carolingia hubiera proclamado su incredulidad por estas palabras sería una conclusión demasiado radical, pero el pasaje prueba que entre el clero había comenzado a prevalecer un espíritu más sano y mucho más crítico con respecto a este tema.

El «decreto» de Burchard, Obispo de Worms (alrededor del 1020 d.C.) – especialmente su 19avo. libro comúnmente conocido por separado como el «Corrector» –, es otra obra de gran importancia. Burchard – o los maestros de quienes compiló su tratado – aun creé en algunas formas de brujería – en pociones mágicas que, por ejemplo, producen impotencia o inducen el aborto –. Pero generalmente rechaza la posibilidad de muchos de los maravillosos poderes que se les acreditaba popularmente a las brujas como, por ejemplo, los vuelos nocturnos en el aire, el cambio en una persona en su disposición del amor al odio, el control del trueno, lluvia y sol; la transformación de hombre a animal, las relaciones sexuales de incubus y súcubuos con seres humanos. No sólo considera pecado el tratar de poner en práctica tales cosas, sino la creencia misma en la posibilidad de llevarlas a cabo. El penitente, por lo tanto, está obligado a hacer una dura penitencia. Gregorio VII le escribió en 1080 al Rey Harold de Dinamarca, prohibiendo que a las brujas se les diera muerte bajo suposición de causar tormentas, la pérdida de cosechas o pestilencia. Estos tampoco son los únicos ejemplos del esfuerzo por contener la oleada de injustas sospechas a las que estas pobres criaturas estaban expuestas. Cabe estudiar, por ejemplo, el caso Weihenstephan discutido por Weiland en la «Zeitschrift f. Kirchengesch.», ”Revista para la Historia de la Iglesia”, IX, 592.

Por el otro lado, después de mediados del siglo XIII, la Inquisición Papal recientemente instituída comenzó a ocuparse con los cargos de brujería. Alejandro IV (1258) ordenó que los inquisidores limitaran su intervensión a casos en los que hubiera una suposición clara de creencia herética (manifeste haeresim saparent). Pero Hansen tiene razones para suponer que las tendencias heréticas ya se inferían de casi cualquier tipo de prácticas mágicas. Esto tampoco es sorpresivo si recordamos con cuánta libertad parodiaban los Cátaros los rituales católicos (tanto en su «consolamentum», como en otros rituales) y con cuánta facilidad el Dualismo Maniqueo de su sistema podía ser interpretado como un homenaje a los poderes de la oscuridad. En todo caso fue en Toulouse – semillero de infección Cátara – donde en 1275 encontramos el ejemplo más temprano de una bruja quemada a muerte tras una sentencia judicial de un inquisitor que, en este caso, fue un tal Hugo de Baniol (Cauzons, «La Magic», II, 217). La mujer, probablemente medio loca, «confesó» haber dado a luz un mónstruo tras haber tenido relaciones sexuales con un espíritu maligno y haberlo alimentado con la carne de los bebés que ella conseguía en sus expediciones nocturnas. La posibilidad de encuentros carnales entre seres humanos y demonios, desgraciadamente, era aceptada por muchos de los grandes estudiosos; incluídos, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura.
Sin embargo, dentro de la misma Iglesia siempre hubo una fuerte reacción contra esta teoría por parte del sentido común; una reacción que se manifestó especialmente en los manuales de confesión de fines del siglo XV. Estos fueron mayormente compilados por hombres que tenían un contacto real con la gente y quienes se dieron cuenta del daño que resultaba de las extravagancias de tales creencias supersticiosas. Stephen Lanzkranna, por ejemplo, trató la creencia en mujeres que volaban en escobas por la noche, duendes malignos, hombres lobos y «otros fraudes herejes carentes de sentido» como uno de los pecados más grandes. La influencia por parte del sentido común fue poderosa. Hablando de los sínodos llevados a cabo en Bavaria, testigos tan poco amigables como Riezler («Hexenprozesse in Bayern», Procesos de las Brujas en Bavaria, p. 32) declara que «entre los representantes oficiales de la Iglesia, esta tendencia más sana permaneció como la prevalente hasta el umbral de la epidemia de los procesos de las brujas»; esto es ya muy entrado el siglo XVI. Incluso tan tardíamente como cuando se llevó a cabo el Sínodo Provincial de Salzburg en 1569 (Dalham, «Concillia Salisburgensia», p. 372) encontramos indicios de una fuerte tendencia para prevenir la imposición de la pena de muerte tanto como se pudiera en casos de supuesta brujería insistiendo en que estas cosas eran ilusiones diabólicas. Aun así no hay duda de que durante el siglo XIV ciertas constituciones papales de Juan XXII y Benedicto XII (ver Hansen, «Quellen und Untersuchungen», Fuentes e Investigaciones, pp. 2-15) contribuyeron en gran manera a estimular los procesos por parte de inquisidores de brujas y de otros involucrados en prácticas de magia especialmente en el sur de Francia. En un juicio de brujería a gran escala llevado a cabo en Toulouse en 1334, ocho de sesenta y tres personas acusadas de ofensas de esta naturaleza fueron transferidas a un brazo secular a fin de ser quemadas; el resto fue encarcelado tanto a cadena perpetua como por un largo periodo de años. Dos de las condenadas, ambas mujeres mayores, confesaron, tras repetida aplicación de tortura, que habían asisitido al aquelarre de brujas, que habían adorado al demonio, que eran culpables de indecencias con él y con otros de los presentes, y que habían comido la carne de los infantes que ellas le hubieran quitado esa noche a sus niñeras (Hansen, «Zauberwahn», 315; y «Quellen und Untersuchungen», Fuentes e Investigaciones, 451). Petronilla de Midia fue quemada en 1324 en Kilkenny en Irelanda a petición de Ricardo, Obispo de Ossory, pero casos análogos parecen haber sido raros en las Islas Británicas. Durante este periodo, las cortes seculares procedieron contra la brujería con igual o mayor severidad que en los tribunales eclesiásticos. La tortura y la quema en estaca, en estos casos, también fueron empleadas. El fuego era la pena jurídica impuesta para esta ofensa en los códigos seculares conocidos como el «Sachsenspiegel», Espejo Sajón, (1225) y el «Schwabenspiegel», Espejo Soavo, (1275). De hecho, no se sabe que se hayan llevado a cabo procesos por brujería en Alemania por inquisidores papales durante los siglos XIII y XIV. Alrededor del año 1400 encontramos procesos de brujas a gran escala llevados a cabo en Berne en Suiza por Pedro de Gruyères quien, a pesar de las afirmaciones de Riezler y sin lugar a dudas, fue un juez secular (ver Hansen, «Quellen, etc.», Fuentes, etc., 91 n.). Otras campañas fueron continuadas por cortes seculares – como, por ejemplo, en Valais (1428-1434), donde se le dio la muerte a 200 brujas, o en Briançon (1437), donde más de 150 murieron –algunas por ahogamiento-. Las víctimas de los inquisidores – por ejemplo en Heidelberg (1447) o en Savoy (1462) – no parecen haber sido muy numerosas. El crímen de brujería durante este periodo en Francia frecuentemente se designaba como «Vauderie», Walderismo, debido a una aparente confusión con los seguidores del hereje Pedro Waldes. Pero esta confusión entre «hechicería» y una forma particular de herejía estaba destinada, desafortunadamente, a colocar a un mayor número de personas bajo el celoso escrutinio de los inquisidores.

De lo anterior se puede comprender fácilmente que la importancia que muchos de los antíguos escritores le concedieron a la Bula «Summis desiderantes affectibus» del Papa Inocencio VIII (1484), como si este documento papal fuera el responsable de la manía por las brujas de los dos siglos antecedentes, es ilusoria en su totalidad. No sólo que desde hacía tiempo que había comenzado una campaña activa contra las diferentes formas de hechicería, sino que en material de procedimiento, castigos, jueces, etc., la Bula de Inocencio no promulgó nada nuevo. Su propósito directo era simplemente ratificar los poderes que ya le habían sido conferidos a los inquisidores Henry Institoris y James Sprenger a fin de que ellos pudieran tratar con personas de cualquier clase social y con cualquier tipo de crímen (incluídas tanto brujería, como herejía). También apeló al Obispo de Strasburg a apoyar a los inquisidores en todo lo posible.

Indirectamente, sin embargo, al especificar las prácticas maléficas contra las brujas – por ejemplo sus relaciones sexuales con íncubus y súcubos, su interferencia en los partos de mujeres y animales, el daño hecho al ganado y a las frutas de la tierra, su poder y malicia en la imposición del dolor y la enfermedad, el impedimento causado al hombre en su relación conyugal, y el repudio de las brujas de la fé de su bautismo – al Papa se le debe de considerar como a quien afirmó la realidad de dicho fenómeno. Pero, como señala incluso Hansen (Zauberwahn, 468, n. 3), «es perfectamente obvio que la Bula no pronuncie ninguna decisión dogmática». Ni tampoco sugiere que el papa deseé atar a cualquiera a creer más acerca de la existencia de la brujería que las palabras pronunciadas en las Sagradas Escrituras. Probablemente el episodio más desastroso fue la publicación, uno o dos años más tarde, por los mismos inquisidores, del libro «Malleus Maleficarum» (El Martillo de las Brujas). Esta obra está dividida en tres partes; las primeras dos tratan sobre la existencia de la brujería como establecida por la Biblia, etc., incluyendo su naturaleza, sus horrores y la forma de tratarla, mientras que la tercera parte establece las reglas del procedimiento, tanto si el juicio es conducido por una corte eclesiástica o secular. No puede haber duda de que el libro ejerció gran influencia, debiendo su reproducción a la presa impresa. Es más, no contiene nada que sea nuevo. El «Formicaris» de John Nider, que había sido escrito casi cincuenta años antes, exhibe un conocimiento igualemente íntimo del supuesto fenómeno de hechicería. Pero el «Malleus» profesó (en parte fraudulentamente) haber sido aprobado por la Universidad de Colonia. Era sensacional en cuanto al estigma que le imponía a la brujería como “peor crímen que la herejía” y en su notable ánimo contra el sexo femenino. El tema comenzó a llamar la atención inmediatamente; incluso en el mundo letrado. Ulrich Molitoris publicó uno o dos años después la obra «De Lamiis» la cual, aunque no estaba de acuerdo con las representaciones más extravagantes hechas en el «Malleus», no cuestionó la existencia de las brujas. Otros predicadores divinos y populares se unieron a la discusión y, aun cuando se levantaron muchas voces en nombre del sentido común, la publicidad dada a estos temas encendió la imaginación popular. Ciertamente, los efectos inmediatos de la Bula de Inocencio VIII han sido grandemente exagerados. Institoris comenzó una campaña contra las brujas en Innsbruck en 1485 pero su procedimiento fue severamente criticado en aquella ciudad y resisitido por el Obispo de Brixen (ver Janssen, «Hist. of Germ. People», Eng. tr., Historia del Pueblo Alemán, trad. al inglés, XVI, 249-251). En cuanto a los inquisidores papales y especialmente en Alemania, la Bula anunció más bien el cierre y no el inicio de sus actividades. Los juicios por brujería del siglo XVI y XVII, en su mayoría, estuvieron a cargo de manos seculares.
Un hecho absolutamente cierto es que, con respecto a Lutero, Calvino y sus seguidores, la creencia popular en el poder del demonio como un poder ejercido mediante brujería y otras prácticas mágicas se había desarrollado más allá de toda medida. Lutero no apeló a la Bula Papal, naturalmente. Sólo se basó en la Biblia. Y fue en virtud del mandato bíblico que abogó por el exterminio de las brujas. Ninguna parte de la «History», Historia, de Janssen deja más preguntas sin contestar que los capítulos IV y V del último volúmen (vol. XVI de la edición en inglés en la que le atribuye una gran responsabilidad a los Reformadores por la terrible manía por las brujas).

El código penal conocido como la Carolina (1532) decretó que la hechicería se debía de tratar como una ofensa criminal en todo el imperio alemán. Si era llevada a cabo con el propósito de inflingir lesiones a una pesona, la bruja debía de ser quemada en una estaca. En 1572 Augusto de Sajonia impuso la quema como pena para cualquier tipo de brujería, incluyendo echar suertes. En general, hubo más actividad en los distritos protestantes que en las provincias católicas en cuanto a la persecución de brujas. Janssen nos da ejemplos sorprendentes. En Osnabruck, en 1583, 121 personas fueron quemadas en tres meses. En Wolfenbuttenl en 1593 se quemaban alrededor de diez brujas al día. No fue sino hasta 1563 que se comenzó a ofrecer resistencia efectiva a la persecusión. Esta llegó primero por parte de un protestante de Cleues, John Weyer. Otros protestantes fueron publicados poco tiempo después por Ewich y Witekind. Por el otro lado, Jean Bodin, un abogado protestante francés, le contestó a Weyer con mucha aspereza en 1580. En 1589 el Obispo católico Biensfeld y el padre jesuita Del Río escribieron del mismo lado, aun cuando Del Río deseaba mitigar la severidad de los juicios por brujería y denunciar el uso excesivo de tortura. El libro de Bodin fue contestado, entre otros, por el inglés Reginald Scott en su «Discoverie of Witchcraft», Descubrimiento de la Brujería, (1584), pero James I, quien replicó en su «Daemonologie», Demonología, ordenó que esta respuesta fuera quemada.
Tal vez la protesta más efectiva por parte de la humanidad y de la iluminación fue ofrecida por el Jesuita Federico von Spee quien publicó su «Cautio criminalis» en 1631 y luchó contra esta locura con todos los medios en su poder. Esta cruel persecución parece haberse extendido hacia todas las partes del mundo. En el siglo XVI hubo casos en los que las brujas eran condenadas por tribunales laicos y quemadas inmediatamente en las vecindades de Roma. El Papa Gregorio XV, sin embargo, en su Constitución «omnipotentis» (1623) recomendó un proceso menos severo. En 1657 una orden de la Inquisición levantó protestas relacionadas con la crueldad manifestada en los juicios. Inglaterra y Escocia no estuvieron exentos de una epidemia de crueldad similar aun cuando normalmente no quemaban a las brujas. En cuanto al número de ejecuciones en Gran Bretaña es imposible formar un estimado. Una declaración informa que 30,000 fueron colgadas en Inglaterra durante el reinado del parlamento (Notestein, op. cit. infra, p. 194). Stearne el caza-brujas alardeó que él supo, personalmente, de 200 ejecuciones. Howell, cuyo escrito data de 1648, dice que se procesó a 300 brujas en un periodo de dos a?ños y que en Essex y Suffolk se ejecutó a la mayoría (ibid., 195). Escocia presenta la misma falta de estadísticas. Un artículo minucioso de Legge en el «Scottish Review» (Oct., 1891) estima que durante los siglos XVI y XVII «perecieron 3400 personas». Este número es enorme para una población tan reducida como la escocesa. Pero muchas de las autoridades han dado estiomados mucho mayores – aunque sólo sean conjeturas –. Ni los Estados Unidos no estuvieron exento de esta plaga. El conocido Cotton Mather da un recuento de 19 ejecuciones de brujas en Nueva Inglaterra en sus «Wonders of the Invisible World», Maravillas del Mundo Invisible, (1693), donde una pobre criatura fue prensada a muerte.
En tiempos modernos Hexham y otros le han otorgado una atención considerable a este tema. Al final del siglo XVII la persecusión comenzó a debilitarse casi en todas partes. A principios del siglo XVIII, practicamente cesó. La tortura fue abolida en Prusia en 1754, en Bavaria en 1807 y en Hanover en 1822. El último juicio por brujería en Alemania fue en 1749, en Würzburg, aun cuando en Suiza, en el canton protestante de Glarus, en 1783 se ejecutó a una niña debido a esta ofensa. No parece existir evidencia que apoye la alegación de que se haya enjuicidado y dado muerte a mujeres en México por cargos por brujería a finales de siglo XIX (ver “Stimmen aus Maria-Laach”, Voces provenientes de Maria-Laach, XXXII, 1887, p. 378).

No es sencillo hacer un juicio seguro sobre la existencia de la brujería. La posibilidad abstracta de un pacto con el diablo y de una interferencia diabólica en asuntos humanos apenas puede ser negada frente a las Sagradas Escrituras y a las enseñanzas de los padres de la Iglesia y teólogos. Sin embargo, nadie puede leer literatura sobre este tema sin percatarse de las terribles crueldades que se llevaron a cabo aun cuando en 99 de 100 casos las alegaciones se basaban en ilusiones vanas«. La circunstancia más inquietante es el hecho de que en un gran número de procesos por brujería las confesiones de las víctimas –que a menudo incluían todo tipo de horrores satánicos– habían sido hechas espontáneamente y, aparentemente, sin la menor amenaza –o temor– a la tortura. La confesión de culpabilidad parece haber sido confirmada en el patíbulo cuando las pobres desgraciadas ya no tenían nada que perder o ganar de ésta. El hecho sólo se puede registrar como un problema psicológico, señalando que la misma tendencia parece manifestarse en casos similares. La instancia más sorprendente, tal vez, la menciona San Agobardo en el siglo IX (P.L., CIV, 158). Durante el pánico engendrado por una plaga que estaba aniquilando todo el ganado, un tal Grimaldo, Duque de Benevento, fue acusado de haber mandado hombres con polvo envenenado a esparcir una infección entre rebaños de ovejas y manadas de ganado. Estos hombres, al ser arrestados e interrogados, dice Agobardo, fueron persistentes en afirmar su culpa aun cuando lo absurdo de esta confesión estaba de manifiesto.

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HERBERT THURSTON

Transcrito por Michael T. Barrett
Dedicado a los catequistas de todos los tiempos
Traducido por Marielle Schmitz San Martín
Dedicado a mi hija Ronny Noyolocualtzin Schmitz San Martín

Fuente: Enciclopedia Católica