ANGELES

(Enviados, mensajeros). Son seres sobrenaturales, celestiales, mayores que el hombre, mucho menores que Jesucristo, Heb 1:4-14.

– Son creados, Sal 148:2-5, espí­ritus, Hec 1:14, no se casan, Luc 20:34-36.

– Son nuestros custodios, Mat 18:10, Heb 1:14, Hec 10:13, Exo 23:20-21.

– Ofrecen nuestras oraciones y ruegan por nosotros, Rev 8:4, Zac 1:12.

– Son invocados, Rev 1:4, Gen 48:15-16, Ose 12:4.

– Los ángeles buenos adoran a Dios, y ayudan, protegen y liberan al pueblo de Dios, Gen 19:11, Sal 91:1. Los ángeles malos fueron precipitados al abismo, 2Pe 2:4, Jud 1:6. Se oponen a Dios y procuran anular su voluntad, Mat 4:3, Dan 10:12.

– Se da el nombre de dos en el Nuevo Testamento, Gabrie: (Lc. 1), y Migue: (Jud 1:9).

– Ver todo el libro del Apocalipsis y a Rafael en el libro de Tobí­as.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

La palabra significa †œmensajero†. Son seres espirituales que cumplen misiones entre Dios y los hombres. El nombre les viene por la función. Se mencionan ciento ochenta veces en el AT y ciento sesenta y cinco en el NT. †œSon espí­ritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación† (Heb 1:14), de los cuales son consiervos, no admitiendo el ser adorados por ellos (Apo 19:10). Son criaturas superiores a los hombres (Heb 2:9). Frecuentemente se dice de ellos que son †œenviados† por Dios (Gen 19:13; Exo 23:20; Sal 78:49; Dan 3:28; Dan 6:22), ya sea para proteger a los hombres (Sal 34:7) o ejecutar los juicios divinos (2Sa 24:16). Se presentan en forma de †œvarones† (Gen 19:1, Gen 19:5, Gen 19:10). Se dice de ellos que forman el ejército de los cielos (Jos 5:14), de donde viene el nombre de †œJehová de los ejércitos† (Sal 24:10; Isa 1:9). Están con Dios en el cielo, formando su corte (Gen 21:17; 1Re 22:19; Mat 18:10), pero Jacob los vio en la tierra (Gen 32:1-2).

Fueron testigos de la creación (Job 38:4-7). Participaron en la entrega de la ley (Gal 3:19; Heb 2:2), en el nacimiento del Señor Jesús (Mat 1:20; Luc 1:28-30) y en su resurrección (Mat 28:2). No contraen matrimonio (Mar 12:25). Sienten curiosidad por los misterios de la Iglesia y el evangelio (1Pe 1:12). Acompañarán al Señor Jesús cuando regrese (Mat 16:27). Los á. desempeñarán un gran papel en el fin del siglo (Mat 13:39-49; Mat 24:31), como puede verse en las muchas menciones que de ellos se hace en el libro de Apocalipsis. Son personas, puesto que tienen sentimientos, pensamientos y voluntad, aunque no cuerpo fí­sico. Como tales están sujetos a juicio, cosa en la cual participarán los creyentes (1Co 6:3).
expresiones †œmuchos millares de á.† (Heb 12:22) y †œmillones de millones† (Apo 5:11) aluden a la gran cantidad de á. que existen. Del estudio de los distintos nombres que se les aplican y las funciones que aparentan tener, muchos deducen que entre ellos hay una especie de rangos o jerarquí­a. Esta idea se desarrolló mayormente en el perí­odo intertestamentario, pero el NT parece que la continúa utilizando, pues en Col 1:16 leemos: †œPorque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él†. Así­, los eruditos identifican a:

El arcángel. La palabra aparece sólo dos veces en el NT: 1Te 4:16 y Jud 1:9. En este último versí­culo se ofrece un nombre: Miguel. En el AT se le llama †œuno de los principales prí­ncipes† (Dan 10:13), lo cual debe relacionarse con el uso del prefijo †œarc† en el NT. Al decirse †œuno de los…† se entiende que hay más. En el pseudoepí­grafo libro de Enoc aparece una lista con muchos nombres de a., siendo principales Uriel, Rafael, Ragüel, Miguel, Saraqael y Gabriel como †œlos santos a. que vigilan† (1 En. 20:1). Generalmente se tiene al arcángel Miguel como muy relacionado con el pueblo de Israel, pues se le llama †œel gran prí­ncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo† (Dan 12:1). El regreso del Hijo del Hombre se hará †œcon voz de arcángel† (1Te 4:16).

El querubí­n. Aparecen mencionados los querubines como puestos por Dios †œal oriente del huerto de Edén† para impedir el acceso al árbol de la vida (Gen 3:24). Además, en la construcción del †¢tabernáculo y del †¢templo se utilizan figuras que representan q. (Exo 25:18-22; Num 7:89; 1Re 6:23-35), de donde sale la expresión de que Dios †œmora entre los q.† (1Sa 4:4; 2Sa 6:2; 2Re 19:15; Isa 37:16) y que está †œsentado sobre los q.† (Sal 80:1; Sal 99:1). En las visiones de Ezequiel se presenta a los q. como †œseres vivientes†, con †œsemejanza de hombre† y otros detalles que aparecen en Eze 1:5-14. Es universal la interpretación de que Satanás es descrito como un q. en Ez. 28. ( †¢Carro).

Los serafines. Sólo son mencionados en la visión de Isaí­as, en el cap. 6 de su libro. Estaban †œpor encima† del trono, †œcada uno tení­a seis alas; con dos cubrí­an sus rostros, con dos cubrí­an sus pies y con dos volaban†, y daban voces diciendo: †œSanto, santo, santo…† (Isa 6:1-3). Su labor permanente es la alabanza de la gloria de Dios. Los serafines son descritos como que tienen alas, pero eso no debe aplicarse necesariamente a los demás ángeles.
órdenes angelicales posibles surgen de la interpretación que se da a varias expresiones bí­blicas en las cuales se nos habla de: †œPrincipados y potestades† (Rom 8:38); †œPrincipado y autoridad y poder y señorí­o† (Efe 1:21); †œPrincipados y potestades en los lugares celestiales† (Efe 3:10); †œPrincipados … potestades … gobernadores de las tinieblas … huestes espirituales de maldad en las regiones celestes† (Efe 6:12); †œTronos … dominios … principados … potestades† (Col 1:16).
diablo también tiene sus á., que le acompañaron en su rebelión y compartirán su destino final (Mat 25:41; Apo 12:9). Son llamados †¢demonios. Se les trata en artí­culo aparte. †¢Demonios. †¢Principados y potestades. †¢Satanás.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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La doctrina tradicional de la Iglesia habla de la existencia de espí­ritus singulares, a los cuales se les denomina ángeles (angelo, en griego enviar) o enviados, por ser considerados en la Biblia y en la piedad cristiana como «enviados de Dios» a diversos ministerios entre los hombres.

Se ha identificado en el mensaje cristiano a los ángeles con criaturas totalmente espirituales, hechas por Dios para ejercer las misiones que Dios les asigna
Esa doctrina se ha recogido en los sí­mbolos de la fe cristiana en cuanto se reconoce a Dios como «Creador de lo visible y de lo invisible». Se alude con ello al misterio de esos seres. Así­ como de las criaturas visibles sabemos muchas cosas, pues las vemos y vivimos entre ellas, de las invisibles sólo podemos sospechar lo que se desprende de la misma Palabra divina, cuando habla de estos espí­ritus singulares.

No siempre se ha admitido la existencia de estos seres celestes como seres reales y personales concretos. En los tiempos evangélicos ya la negaban los saduceos: «Los saduceos niegan la resurrección y la existencia de ángeles y espí­ritus, mientras que los fariseos profesan lo uno y lo otro» (Hech. 23. 8). Y a lo largo de la Historia esa doble actitud se ha repetido con frecuencia. Pero no cabe duda de que ante la frecuencia de las afirmaciones bí­blicas y magisteriales sobre ellos, es preciso considerarlos como realidad que debe ser aceptada y explicada desde el ángulo de la religión revelada.

Al margen de planteamientos teológicos que la naturaleza y la existencia de los ángeles pueden suscitar, lo que en la educación de la fe es la doctrina común y general de la Iglesia, que es la que debemos comunicar a los demás.

1. Quiénes son.

En el orden dogmático poco se puede afirmar respecto de los ángeles. Pero se debe sostener, a la luz de la Sda. Escritura, de la Tradición y de la enseñanza del Magisterio eclesial, que son puros espí­ritus creados por Dios para que le conozcan y le alaben. También sabemos que a ellos les asignó Dios determinadas labores, como vemos en los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero también sospechamos que en la Historia de la Iglesia han realizado a veces determinadas intermediaciones.

Son criaturas divinas, sacadas de la nada, como todas las demás cosas del universo. Y los creó de modo singular, sin que podamos determinar ni momento ni forma ni circunstancia.

Desde S. Agustí­n, que afirma que «fueron hechos al decir «Hágase la luz», hasta otros comentaristas que aluden a una creación muy anterior al mundo y a los hombres, las opiniones se han diversificado en la Historia.

El carácter espiritual y sobrenatural, es decir su naturaleza extracorporal y contingente de criaturas invisibles es lo que hace a los ángeles misteriosos e inexplicables en la doctrina cristiana.

Tampoco se puede decir demasiado del porqué Dios quiso crear a estos seres inteligentes, invisibles y puros. Lo que sí­ parece claro es que, en los planes divinos, existe una doble intencionalidad en la creación angélica: la latréutica y la ministerial.

– Por una parte, los ángeles son los encargados de tributar a Dios, en cuanto Ser Supremo, una permanente y excelente alabanza y adoración. No es que Dios necesite de tal tributo o reconocimiento, pues su infinitud se halla por encima de cualquier tributo de criaturas, pero las mismas alabanzas de las criaturas se identifican con su gozo infinito al realizar su eterna misión laudatoria.

En sus planes misteriosos de fecundidad divina y de misericordia superabundante, Dios quiso compartir su gloria y su gozo con inteligencias selectas, como son los ángeles, así­ como lo quiso con seres racionales, como son los hombres.

El término de alabanza se repite en la Escritura con frecuencia: «Bendecid a Yawéh, todos vosotros, ángeles suyos.» (Sal. 102. 20). Y son diversos los pasajes bí­blicos que insisten en esa misión laudatoria: Sal. 148, 2; Dan 3, 58; Is. 6, 3; Apoc 4. 8; Hebr. 1. 6; etc.

– Además, la función ministerial manifiesta lo que hacen los ángeles ante los hombres, pues se encargan de misiones de iluminación o auxilio, de ayuda o consuelo, de protección o de exigencia, incluso de amenaza en ocasiones.

Ellos llevan los encargos concretos de Dios. Basta pensar en Abraham, Lot, Jacob, Moisés, Samuel, David, Tobí­as, para ver cómo obraron los mensajeros celestes y la de veces que aparecen en el Antiguo Testamento: Gen. 3. 24; 16. 7; Is. 2. 19; 22. 11; Sal. 24; 28. 1; 32. 1.

Y se hacen presentes en el Nuevo: Lc. 1. 11; 1. 26; Mt. 1. 20; Lc. 2. 9; Mt. 2. 13; Hech. 5. 1; 8, 26; 10. 3; 12. 7. Desde Gabriel ante Marí­a a los consoladores de Gethsemaní­ a Jesús, desde las mujeres en la Resurrección hasta Pedro en la cárcel al mismo Jesús, son muchas las misiones de los ángeles.

Por eso se pueden multiplicar en referencia a los ángeles los términos de «servidores», «recaderos», «conductores», «consoladores», «liberadores», «guí­as y compañeros», a veces expresados en la Historia de la salvación.

El testimonio de la tradición es unánime en favor de esa doble función de los ángeles. Los apologistas de los primeros tiempos del cristianismo, al rechazar la acusación de ateí­smo que se lanzaba contra los cristianos, presentan, entre otras pruebas, la fe en la existencia de los ángeles. Así­ lo hace San Justino en sus Apologí­as del siglo II y S. Agustí­n en sus enseñanzas del siglo V.

2. Su naturaleza
Según doctrina de Santo Tomás de Aquino, la más comúnmente defendida en la Iglesia, los ángeles son puros espí­ritus de naturaleza intelectual. Es decir, son misteriosamente invisibles, pero capaces de conocer; son extracorporales, pero conocedores del bien y del mal; y, en consecuencia, carentes de espacio, tiempo y propiedades fí­sicas o naturales, que los alejan de toda comparación con las tareas o funciones humanas.

Por otra parte, los ángeles no son miembros de un grupo o elementos de un conjunto homogéneo. Cada ángel es, según Santo Tomás, una especie original y diferente. No son individuos de un género, sino seres totalmente diferentes de los demás. Por eso es difí­cil entender que sean todos iguales, aunque a todos los denominemos ángeles. Tal naturaleza angélica implica tres cualidades o aspectos, que es preciso recordar para entender el concepto de ángel.

2.1. Son inmateriales
No hay en ellos ni figura ni peso ni movimiento ni lugar. No tienen ninguna de las propiedades de los cuerpos, por sutiles que los supongamos. Es difí­cil hacerse idea de lo que ellos significan, pues estamos siempre tendiendo a reflejar nuestros conceptos por medio de experiencias sensoriales de cada dí­a.

El Concilio IV de Letrán y el del Vaticano I resaltaron en sus terminologí­as esa idea de espiritualidad, recordando la necesidad de aceptar la creación de una naturaleza espiritual y de otra corporal en el conjunto de las obras de Dios.

Se identificó la primera con la naturaleza angélica o con el alma humana (Denz. 428 y 1783) y la material, con nuestro cuerpo fisiológico y con todas las realidades del mundo visible.

En los tiempos antiguos, algunos Padres, como S. Agustí­n, por influencia de los estoicos y platónicos, hablaron de cuerpo sutiles al estilo del aire, del fuego o de la luz. Pero es evidente que estas formas de hablar no son válidas, una vez entendido lo que fí­sicamente son esas realidades materiales, aunque no sean tangibles como lo son las piedras o los huesos.

San Eusebio de Cesarea, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio Magno hablaron de la pura espiritualidad de los ángeles, en cuanto ausencia de alguna propiedad natural comprobable.

San Gregorio Magno, por ejemplo, dice: «El ángel es solamente espí­ritu; el hombre, en cambio, es espí­ritu y cuerpo» (Moralia IV 3, 8).

La idea de la espiritualidad se halla muy claramente aludida en la Sagrada Escritura. Se llama expresamente «espí­ritus» (mal`häk, en hebreo, enviado) a los ángeles (Rey. 22. 21; Dan 3. 86; Sal. 7. 23; 2 Mac. 3. 24; Mt. 8. 16; Hebr. 1. 14; Apc. 1. 4). Y se entiende ese rasgo como algo que se escapa de los ojos del cuerpo, pero que es asequible por la reflexión de la mente.

2.2. Libres en origen.

Al ser seres inteligentes, Dios los tuvo que crear libres y les tuvo que probar de alguna forma, para que fueran merecedores de la unión con El por una elección independiente y no sólo por una salvación obligada.

Es claro que Dios les dotó de entendimiento y voluntad y, en consecuencia de libertad. Por eso, los teólogos pensaron que también ellos tuvieron que superar una prueba y elegir entre el bien y el mal. Los que eligieron aceptar la voluntad divina del bien merecieron de Dios la recompensa de la eterna visión de la gloria y la felicidad consecuente. Y los que prefirieron el mal, el alejamiento divino, sufrieron el rechazo eterno y el castigo de su oposición al bien.

Esa idea de prueba, de ángeles fieles, y de ángeles rebeldes y rechazados, se repite en la Escritura y siempre ha sido sostenida por la Tradición de la Iglesia. No podemos decir más sobre ella, pero no podemos ignorarla o negarla.

Los ángeles poseen, pues, entendimiento y voluntad. Pero, superada la prueba, se hallan ya adheridos para el bien o para el mal, según su opción, para siempre.

Por la razón, podemos sospechar que los términos de conocimiento y volición, de libertad y de prueba, de premio y de castigo, son algo que asociamos a nuestras experiencias sensibles y las identificamos con las nuestra posibles.

Pero, en la realidad deben ser algo diferentes a lo que nosotros concebimos y experimentamos, pues los ángeles fueron siempre totalmente espirituales y los hombres tenemos cuerpo y alma, experiencia y esperanza, sensaciones y anhelos sutiles de superación.

2.3 Inmortales.

Los ángeles son ya inmortales, pues se hallan ya en la situación de salvación o condenación a la que fueron llevados por su fidelidad o infidelidad ante la prueba. Creados por Dios, no lo fueron para dejar de existir, sino para perpetuar para siempre su misión latréutica (de alabanza) y para realizar en el tiempo del mundo creado su labor ministerial.

Jesús aludió algunas veces a los ángeles, por ejemplo al recordar que «los resucitados ya no pueden morir, pues son semejantes a los ángeles del cielo.» (Lc. 20. 36). También recordó que la felicidad celestial de los ángeles buenos y la reprobación de los malos es de duración eterna: «Apartaos de mí­, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles».(Mt. 18. 10)

3. Elevados a lo sobrenatural.

El aspecto más misterioso de la doctrina sobre los ángeles es la creencia firme de que también los ángeles fueron elevados al orden sobrenatural por voluntad gratuita del Creador. La elevación al estado de gracia divina es un regalo. Pero reclama la aceptación libre de la criatura agraciada con él.

Dios ha fijado a los ángeles un fin último sobrenatural, que es la visión inmediata de su gloria (lumen gloriae). Para conseguir este fin les dotó de gracias santificantes.

San Pí­o V condenó la doctrina de Bayo, el cual aseguraba que la felicidad eterna concedida a los ángeles buenos era una recompensa por sus obras naturalmente buenas y no un don de la gracia. Si eran criaturas, el regalo de la visión divina no hubiera sido posible sino por gracia especial.

Jesús nos asegura, cuando reprueba el escándalo de los pequeños, que «los ángeles de los escandalizados no cesan de contemplar el rostro de mi Padre, que está en los cielos.» (Mt. 18.10)

Los antiguos Padres testificaron expresamente la elevación de los ángeles al estado de gracia. San Agustí­n enseña que todos los ángeles, sin excepción, «fueron dotados de gracia habitual para ser buenos y ayudados santamente con la gracia actual para permanecer en el bien.» (De corr. et grat. II. 32).

Y San Juan Damasceno escribí­a que «por el Logos fueron creados todos los ángeles, siendo perfeccionados por el Espí­ritu Santo para que cada uno, conforme a su dignidad y orden, fuera hecho partí­cipe de la iluminación y de la gracia.» (De orth. II 3).

Nada podemos decir del momento en que recibieron ese don de la elevación sobrenatural. Unos como Pedro Lombardo sospecharon que fue en el momento de su creación (Sent. II. D. 4-5), actitud que después defendió Sto. Tomás de Aquino en la Suma Teológica (I. 62. 3). Otros pensaron que fue después de algún tiempo cuando hubieron de conocer y superar la prueba misteriosa que Dios les puso.

4. Número
Desde la óptica cristiana, lo único que se puede afirmar de los ángeles es su existencia. Sin excesivos esfuerzos hermenéuticos de los textos bí­blicos que hablan de ellos, es preciso reconocer su existencia activa en medio de los hombres.

El común denominador de sus ministerios parece haber sido el servir de intermediarios para expresar la voluntad divina y para alentar su cumplimiento.

Algunos de los pasajes bí­blicos que se aluden para fundamentar las diversas opiniones, no siempre pueden ser interpretados de forma segura, dado el contexto en el que aparecen reflejados y la diversa interpretación que se ha dado a lo largo de la Historia cristiana.

Lo que sí­ parece conveniente es alejarse por igual de una interpretación literal e ingenua, pues la Escritura se expresa en lenguajes culturales contextuales, o de una exégesis alegórica exagerada, al estilo de Orí­genes o de las diversas corrientes parabólicas o metafóricas que se han dado en todos los tiempos. Sobre todo tratándose de los ángeles, el literalismo es ingenuo e irreal. Pero no lo es menos el reducir todo lo angélico a mero simbolismo literario.

El número de los ángeles, si nos atenemos a la simple interpretación literal de la Escritura, puede considerarse como inmensamente elevado: oleadas que suben y bajan como en el sueño de Jacob (Gen. 28.12) o en el nacimiento de Jesús (Lc. 2. 13-14). En el Antiguo Testamento se habla de numerosos ángeles (Gen. Is. 6. 2; Dan 7. 1). Jesús habló de más de doce legiones de ellos (Mt. 26. 53). La Epí­stola a los Hebreos alude a miles de millares (miriadas) (Hbr. 12. 22). El Apocalipsis se refiere a numerosas legiones (Apc. 5. 11).

5. Diversidad de ángeles
Tampoco es muy seguro que se pueda afirmar categorí­as o dignidades graduadas entre los espí­ritus angélicos.

Los distintos nombres con que se designan en la Biblia indican que entre ellos existe una misión; Rafael como medicina de Dios, Miguel como fortaleza de Dios, Gabriel como enviado de Dios.

A veces se da nombre propio a determinados espí­ritus malos: Satán (Job. 1. 6-8), Asmodeo (Tob. 3. 8), Azazel (Lev. 16.8 y 13. 21) y Beelzebub (Mt. 10. 25 y 12. 27), aunque no es frecuente.

En el libro atribuido a Dionisio Aeropagita, que llevaba el tí­tulo «Sobre la Jerarquí­a celeste», se enumeran nueve coros u órdenes angélicos, fundándose en los nombres con que se les cita en la Sagrada Escritura; cada tres coros de ángeles constituyen una jerarquí­a: serafines, querubines y tronos; dominaciones, virtudes y potestades; principados, arcángeles y ángeles. Y sus poderes o dignidades se asocian a textos en que parecen aludirse las diversas funciones: Gen. 3. 24; Efes. 1, 21; Rom. 8. 38; Jud. 6; 1 Tes. 4. 16; etc.

San Pablo dice que «en Cristo fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades» (Col. 1. 16).

Se ha entendido esa visión polimórfica de la creación invisible como si se tratara de diversos niveles o dignidades en los ángeles y tal ha sido la opinión de autores de todos los tiempos, interpretando textos bí­blicos (Sal. 148. 2-5, Gen. 28. 12, Zac. 14.5. Dan 8.13).

Pero es difí­cil asumir ese antropomorfismo en este terreno, al menos en conceptos equivalentes a los humanos.

Los Escolásticos medievales, fundándose en Dan 7. 10, diferenciaron entre ángeles asistentes al trono de Dios y ángeles mensajeros ante los hombres. En el grupo de los «asistentes» o adorantes se encuadran los seis coros superiores antes enunciados; en el segundo, el de los «ministrantes» se sitúan los tres coros inferiores.

La división del mundo angélico en órdenes y grupos, incluso la dependencia de unos respecto de otros, responde a un antropomorfismo evidente. Es posible, pero carece de sentido religioso.

6. Relaciones con los hombres
Es enseñanza ordinaria de la Iglesia que la misión secundaria de los ángeles buenos es proteger a los hombres y velar por susalvación. Evidentemente, la misión de los malos es perjudicarlos.

La persuasión de esa intervención angélica ha sido general en el cristianismo, tanto de Oriente como de Occidente, sin que en la piedad popular hayan tenido excesivas influencias las opiniones adversas de determinadas corrientes teológicas. El Catecismo Romano (IV. 9. 4) dice al respecto que «la Providencia divina ha confiado a los ángeles la misión de proteger a todo el linaje humano y asistir a cada uno de los hombres para que no sufran perjuicios».

En la Biblia siempre aparecen los ángeles para prestar un servicio a los hombres. Gen. 24. 7; Ex. 23. 20-23; Sal. 33. 8; Jud. 13. 20; Tob. 5. 27; Dan 3. 49. En consecuencia, se desprende que es lo que Dios ha querido de ellos, al menos de los que él enví­a a la tierra con ese cometido.

La Epí­stola a los Hebreos habla de que todos ellos están siempre al servicio de los hombres: ¿No son todos ellos espí­ritus servidores, enviados para servicio de los que han de heredar la salvación? (Hebr. 1.14)

6.1. El culto a los ángeles
El culto que se atribuye a los ángeles es equivalente al que se ofrece a cualquier Santo o figura modélica, que ha vivido en la tierra y se halla ya en el cielo gozando de la visión de Dios.

Este culto está justificado en las relaciones, antes mencionadas, de los mismos para con Dios y para con los hombres. Lo que la Iglesia dijo siempre de la invocación y culto de los santos, como en las formulaciones recogidas en el Concilio de Trento (Denz. 984), se puede aplicar también a los ángeles.

En contra de este culto se ha citado en ocasiones el peligro de eclipsar la intermediación de Cristo ante el Padre. Y en este sentido se ha tomado algún texto de S. Pablo como argumento bí­blico contrario. Sin embargo, la reticencia que manifiesta Pablo (Col 2. 18) de un culto desviado, sólo se refiere a una veneración supersticiosa.

Por eso la Iglesia ha cultivado siempre esa devoción con cierta moderación y los escritores significativos, ya desde los primeros tiempos cristianos, la han apoyado, evitando hacer de los ángeles divinidades inferiores al estilo de los pueblos entre los que nace y se extiende el cristianismo: babilonios, persas, egipcios, griegos y romanos.

Incluso la liturgia cristiana celebra desde el siglo XVI una fiesta especial para honrar a los ángeles buenos en la fecha del 2 de Octubre. Pretende darles gracias por sus auxilios y solicitar su intermediación para con Dios.

Lo que sí­ resulta importante es no desproporcionar ese culto, ni atribuir a los espí­ritus angélicos poderes mágicos alejados de su misión providencial.

6.2. Angel de la Guarda
Según la tradición de la Iglesia, también ha sido normal desde tiempos antiguos el pensar que Dios designa a cada cristiano y cada comunidad un ángel protector que le ayude e inspire en su camino por la vida.

Sin que afecte esta creencia piadosa a la esencia de la fe, existen argumentos suficientes para aceptarla como verdadera, sin que se pueda afirma como cierta.

Según esa doctrina bastante general, la misión de ese ángel personal queda de alguna manera reflejada en las mismas palabras de Jesús condenando a los que escandalizan a los pequeños y sencillos. «No despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos».(Mt. 18.10)

Este texto y algunos otros, como la alusión al ángel de Pedro (Hech. 12. 15) son apoyos al pensamiento tradicional del «ángel de la guarda», sin que resulte una verdad contundente.

San Basilio escribí­a ya en el siglo III «Cada uno de los fieles tiene a su lado un ángel como educador y pastor que dirige su vidas» (Ad V. Eunomium 3.1.)

Y San Ireneo comentaba también aludiendo a las palabras de Jesús «Â¡Cuán grande es la dignidad de las almas, pues cada una de ellas, desde el dí­a del nacimiento, tiene asignado un ángel para que la proteja».

7. Angeles caí­dos
Los ángeles fueron sometidos a una prueba, pues sólo así­ se puede entender que existan los buenos en el cielo adorando a Dios y sirviendo de intermediarios para con los hombres, y que haya otros condenados, a los que la tradición cristiana denomina demonios con palabra griega (daimon, genio, espí­ritu) o diablos, con término alusivo a sus malas intenciones (calumniador o acusador).

La tradición de la Iglesia enseña que los ángeles se encontraron al ser creados en un estado de expectativa o elección, ya que de ellos no se puede decir, como de los hombres, que estuvieran «situados en un tiempo» (al principio) y en un lugar (paraí­so) como viadores.

Ellos, al no tener cuerpo y no poder someterse a procesos fí­sicos de lugar o tiempo, tuvieron la prueba en sentido muy diferente al humano. En todo caso, la prueba existió, si admitimos a posteriori que los hay fieles a Dios y los hay rebeldes. Nada podemos decir sobre ella, aunque las especulaciones entre teólogos o escritores piadosos han sido muchas (reconocimiento de Cristo hombre como superior, aceptación de Marí­a como más elevada, etc.). Lo único que cabe decir es que tuvo que ser una prueba acomodada a su naturaleza intelectual y en el contexto de su libertad creacional.

Tuvieron que superarla para llegar al estado de la bienaventuranza eterna o visión beatí­fica. Dios les ayudó en la prueba, pero ellos fueron responsables en su opción fundamental. No podemos por menos de afirmar plenamente que Dios les ofreció su ayuda y su gracia. Y, con respeto a su libertad, les dio la capacidad para adherirse a su querer o para rechazarlo.

De otra forma, no hubiera sido prueba, sino simple imposición coactiva para salvar a unos y condenar a otros, lo cual serí­a totalmente contrario a la esencia justa y misericordiosa de Dios.

Fuera de esta reflexión no podemos sustentar ninguna otra postura, sino ser conscientes de la realidad de que unos la superaron y otros cayeron en el pecado. La lucha entre ambos está simbolizada en el Apocalipsis, al menos en el entender tradicional de muchos escritores cristianos. «Se entabló una gran batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles entablaron combate con el Dragón. Lucharon encarnizadamente el Dragón y los suyos, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre. Y el gran Dragón, que es la antigua serpiente que tiene por nombre Diablo y Satanás, y anda seduciendo a todo el mundo, fue echado a la tierra junto con sus ángeles». (Apoc. 12 7-10)

Podemos tener la certeza, a la luz de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia, de que hay unos ángeles buenos que aman y obedecen a Dios y hay otros rechazados y condenados.

En la Biblia se habla numerosas veces de unos y de otros. De los buenos se habla con señales de respeto y agradecimiento: Mt. 18. 10; Tob. 12. 15; Hebr. 12. 22; Apoc. 5. a y 7. 11. De los malos, con cierto temor y prevención: 2 Petr. 2. 4; Jud. 6.

8. Actuación de los ángeles
La Iglesia nos enseña que los ángeles siguen actuando en la vida de los hombres. Precisamente por ello recomienda la plegaria en las necesidades y la invocación en determinados momentos o de elección de vida.

La Iglesia invoca a los ángeles en la liturgia y en determinadas ceremonias religiosas para solicitar su ayuda.

Por ejemplo, les invoca en la liturgia del Bautismo y les reclama su intercesión en las exequias de difuntos, pidiendo que «lleven al paraí­so a los que han muerto en la fe». En la Eucaristí­a se invoca su cántico de alabanza y adoración a Dios, al pedir con los coros celestiales para cantar: «Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos», según la visión celeste del Profeta Isaí­as (Is. 6.3)

En la Liturgia de la Iglesia, también es conveniente recordar la especial celebración de los tres nombres angélicos más populares: S. Miguel, S. Rafael y San Gabriel (29 de Septiembre).

En algunas ocasiones, la acción de los ángeles ha sido objeto de veneración especial por grupos creyentes, ensalzando sus diversas intervenciones en la vida de la Iglesia.

Por citar un ejemplo, podemos recordar la importancia que se atribuyó a las comunicaciones del «Angel de la Paz» a los tres pastorcitos de Fátima, un año antes de la aparición de Marí­a en la Cova de Iria.

«Fue en la Primavera de 1916. Un joven más blanco y resplandeciente que la nieve se fue acercando. Nos dijo: «No temáis, yo soy el ángel de la Paz… Orad conmigo. «Dios mí­o, yo creo y os adoro, yo espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman…» (Memorias de Lucí­a)

Aunque se trate de meras devociones y piadosas creencias, es sí­mbolo de que la piedad popular asume la intervención angélica a lo largo de la Historia de la Iglesia y confí­a en su valor de intermediación para con Dios.

9. Catequesis de los ángeles
Es conveniente, tanto en general sobre todos los espí­ritus angélicos, como sobre el ángel que se tiene en nuestro entorno y llamamos «ángel de la guarda», ofrecer una visión doctrinal sólida, serena, bí­blica, eclesial y también personal, alejada por igual del escepticismo y de la credulidad supersticiosa.

Por eso, la catequesis sobre los ángeles debe centrarse en tres criterios firmes y permanentes.

9.1. Criterio eclesial.

La Iglesia tiene un sentido bí­blico claro sobre lo que son los ángeles y lo que hacen. Recuerda como referencia prioritaria las manifestaciones de los ángeles en la Historia del a salvación.

Quiere que los cristianos vivan de doctrinas inspiradas en la Palabra de Dios, no de creencias estimuladas por la fantasí­a o la afectividad.

Por lo tanto es muy importante situar la catequesis sobre los ángeles en el contexto de los grandes hechos del Antiguo y del Nuevo Testamento en los que aparecen los ángeles como mensajeros de Dios ante los hombres.

Bueno es recordar que el sentido de mediadores es el común denominador de la acción angélica en la Escritura
9.2. Vida cristiana
Más que preocuparse por la naturaleza angélica o las especulaciones teológicas al respecto, lo importante en la educación de la fe es ofrecer a todos el panorama de la bondad divina que ha querido establecer intermediaciones sacramentales para los hombres.

San Agustí­n alude a esa dimensión cuando escribe. «Angel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espí­ritu. Si preguntas por su oficio, te diré que es un ángel.» (In Salm. 103. 1.15)

Los ángeles, desde el cielo, ayudan a caminar por la tierra, a donde son enviados según los planes de Dios. Pero requieren la humilde petición de su ayuda celeste.

9.3. Dimensión personal
La acción de los ángeles tiene especial referencia a las demandas y necesidades de cada creyente. Sin perder de vista el sentido eclesial de la función angélica, resaltado en la liturgia eclesial, es conveniente recordar el sentido de ayuda, consejo, aliento y protección que la visión de los ángeles buenos sugiere.

Ellos son espí­ritus creados para alabar a Dios y para ayudar a los hombres en conjunto y a cada hombre en particular. Por eso, la devoción al «ángel de la guarda» ha sido tan piadosamente cultivada en la Iglesia.

Por lo demás, algo parecido debemos recordar también con respeto a los ángeles malos o demonios. Más que una creencia supersticiosa o exagerada, la piedad cristiana resalta el poder de tentar o de sugerir el mal a los hombres y a cada hombre en particular.

Conviene mirar con simpatí­a la opinión tomista de la naturaleza intelectual de los ángeles, buenos o malos. Por eso es prudente situar su influencia más en el orden de las ideas (criterios, principios vitales, ideales), que en otras intervenciones más corporales (las carnales) o corporativas (sectas diabólicas, intereses económicos, espectáculos, guerras, etc).
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La creencia en los ángeles 1 es un rasgo común del Antiguo y del Nuevo Testamento, donde se les atribuye la misión de alabar a Dios en el cielo y ser sus mensajeros o servidores en la tierra 2. Aparecen frecuentemente en la enseñanza de Jesús (por ejemplo: Mt 13,39.49; 18,10 par.; 24,36 par.; Lc 15,10) y lo sirven (por ejemplo: Mt 4,11; Lc 22,43; cf Mt 26,53; Ap 5,11-12; 7,11-12; 1Tim 3,16). Se conocen los nombres de tres de ellos: Rafael3 («Dios cura»: Tob 3,17; 12,15), Gabriel 4 («Héroe de Dios»: Dan 8,16; 9,21; Le 1,19.26) y Miguel 5 («¿Quién como Dios?»: Dan 10,13.21; 12,1; Jds 9; Ap 12,7). Su número es muy elevado.

Las afirmaciones sobre los ángeles fueron frecuentes, pero la especulación sobre ellos esporádica en el perí­odo patrí­stico hasta >Pseudodionisio Areopagita, que fue el primero en comprender su naturaleza esencialmente espiritual6. Varios Padres buscaron en las Escrituras los diferentes tipos de ángeles: Cirilo de Jerusalén (+386)7, Juan Crisóstomo (+407)8, Gregorio de Nisa (+395 ca.)9. En el Antiguo Testamento encontraron serafines y querubines; en Col 1,16 y Ef 1,21, tronos, dominaciones, principados y potestades; y en Jds 9 y 1Tes 4,16, ángeles y arcángeles. Pero los primeros Padres los clasificaban de distinto modo. En la teologí­a posterior se impondrí­a sin embargo la clasificación del Pseudodionisio; en orden descendente, nos encontramos en primer lugar con tres coros del máximo rango: los serafines, los querubines y los tronos; en un segundo nivel están las dominaciones, las potestades y las autoridades; y en tercer lugar vienen los principados, los arcángeles y los ángeles10. Gregorio Magno conservó los nombres, pero cambió la clasificación del Pseudodionisio11, lo que llevó a Dante a decir que se divertirí­a al darse cuenta de su error después de su muerte12. El orden de Pseudodionisio se introdujo en la escolástica por medio de Pedro Lombardo13, de quien lo adoptó santo Tomás14, quien afirmaba que el orden de Pseudodionisio se referí­a más bien a la perfección espiritual de los ángeles, mientras que Gregorio consideraba su ministerio15. En santo Tomás encontramos además especulación sobre la naturaleza de los ángeles: no están compuestos de materia y forma; cada ángel constituye una especie; de su inmaterialidad se sigue su inmortalidad; pueden actuar en un lugar sin moverse, aplicando su poder al lugar en el que quieren estar16. El gran interés por los ángeles en la Edad media se debe en parte al hecho de ser puros espí­ritus (con lo que su existencia y actividad planteaba numerosos problemas metafí­sicos), en parte a la piedad popular y en parte también a la concepción de la «gran cadena de los seres», en la que estos desempeñaban varios papeles como intermediarios entre Dios y el cosmos, incluyendo a los hombres.

La creencia en los ángeles de la guarda está basada en la experiencia veterotestamentaria de los ángeles benéficos y en Mt 18,10. Los rabinos difundí­an la idea del ángel de la guarda y afirmaban que sólo los ángeles más elevados podí­an ver a Dios cara a cara; Jesús asegura que los que se ocupan de los pequeños están viendo el rostro del Padre (Mt 18,10). Muchos Padres se refieren a ángeles de pueblos, ciudades o individuos, costumbre que se adopta también en el perí­odo escolástico (por ejemplo, santo Tomás17).

La creencia en los ángeles ha sido constante en la Iglesia católica romana y en las Iglesias orientales, y está atestiguada por la iconografí­a, los himnos, las oraciones y la liturgia. En la revisión del calendario litúrgico, la celebración de los santos Miguel, Gabriel y Rafael (el 29 de septiembre) ha quedado como una fiesta, y está además la memoria de los ángeles de la guarda (el 2 de octubre). En la liturgia funeraria los ángeles son considerados como acompañantes del fallecido ante el trono de la gracia.

El magisterio ha intervenido en varias ocasiones para desterrar ideas aberrantes sobre los ángeles. Se mencionan en una definición del concilio IV de >Letrán repetida en el Vaticano I, en la que se dice que son espí­ritus personales que han sido creados18. Aunque el objeto principal de estas definiciones es el hecho de que Dios es el creador de todo, incluidos los ángeles, los textos no permiten negar la existencia de los mismos19. Pí­o XII condenó la negación de la personalidad espiritual de los ángeles20. El Vaticano II confirma esta orientación, pero, al mismo tiempo, gracias a su fuerte acentuación cristológica, evita que la angelologí­a caiga en el peligro de una injustificada independencia o falsificación.

Posteriormente, el papa Pablo VI incluyó la creencia en la existencia de los ángeles en su Credo21, y su existencia se afirma muchas veces en el Catecismo de la Iglesia católica22 . Dada su tradición tan antigua y la continuada mención de los ángeles en la liturgia, especialmente en los prefacios de la eucaristí­a, parece difí­cil negar que su existencia pertenezca a la fe de la Iglesia23. Para santo Tomás, pertenecen al cuerpo mí­stico de la Iglesia y tienen a Cristo por cabeza24. Siempre que nos mantengamos dentro de una perspectiva cristológica25, el mundo angélico ensancha nuestra visión de la Iglesia y nos presenta una visión de la providencia divina y de la belleza de la creación todaví­a por descubrir26. En esta lí­nea quizá se puede comprender el creciente y nuevo interés por los ángeles, debido sin duda al afán por dominar las dimensiones cósmicas de un universo que se expande, así­ como por el deseo de una comunicación espiritual universal, de la cual la Iglesia es «sacramento universal de salvación» (LG 49).

 
NOTAS:
1 K. RAHNER, íngel y Angelologí­a, en Sacramentum mundi 1, 153-162; 162-171 (respectivamente); L. MONLOUBOU, Vamos a hablar de los ángeles, Selecciones de Teologí­a 112 (1998) 330-340; R. BERZOSA, íngeles y demonios. Sentido de su retorno en nuestros dí­as, BAC, Madrid 1996; M. MARTíN VELASCO-J. R. BUSTO SAIZ-X. PIKAZA, íngeles y demonios, V Curso de Escatologí­a, Colegio Mayor Chamí­nade, SM, Madrid 1984; J. A. SAYES, El demonio, ¿realidad o mito?, San Pablo, Madrid 1997; M. SEEMANN, Cuestiones previas al tratado de ángeles y demonios, en Mysterium salutis IV 2, Cristiandad, Madrid 1975; E. TOURí“N DEL PIE, íngeles, en S. DE FIORES-S. MEO (dirs.), Nuevo diccionario de mariologí­a, San Pablo, Madrid 2001°, 82100; J. AUER, El mundo, creación de Dios, Herder, Barcelona 1978, 448-499.
2 P. M. GALOPIN-P. GRELOT, íngeles, en VTB, 83-85; G. KITTEL, Angelos, en TWNT 1, 74-87; T. STANCATI, íngeles, en Diccionario teológico enciclopédico, Verbo Divino, Estella 1995, 4849; J. MICHL, íngel, en DTB, 76-88; J. RIESH. LIMET, Anges et démons. Actes du colloque de Liége et de Louvain-la-Neuve (25-26 de noviembre de 1987), Centre d’Histoire des Religions, Lovaina 1989; M. GARCíA CORDERO, El ministerio de los ángeles en los escritos del Nuevo Testamento, Ciencia Tomista 118 (1991) 3-40; BROWN R. E., El nacimiento del Mesí­as. Comentario a los relatos de la infancia, Cristiandad, Madrid 1982.
3 R. CAVEDO, Rafael, en C. LEONARDI-A. RICCARDI-G. ZARRI (dirs.), Diccionario de los santos II, San Pablo, Madrid 2000, 1950-1951.
4 ID, Gabriel, en ib, 1, 896-897.
5 ID, Miguel, en ib, II, 1720-1721.
6 J. DANIELOU, The Angels and their Mission According to the Fathers of the Church, Westminster 1957-1988; R. ROQUES, L’univers dionysien. Structure hiérarchique du monde selon le PseudoDenys, Parí­s 1983, 135-167; B. STUDER, íngel, en DPAC 1, 122-126.
7 Catequesis 23, 6/Catequesis mistagógicas 5, 6: PG 33, 1109-1128, quizá por Juan II de Jerusalén (t417), cf DPAC II, 1188.
8 Homiliae 9 in Genesim 4, 5: PG 53, 44; De incomprehensibili Dei natura 1, 6 y 2, 2: PG 48, 706-707, 714.
9 Quince homilí­as sobre el Cantar de los Cantares: PG 48, 706-707, 714.
10 Jerarquí­a celeste, 6, 2; 7-9: PG 3, 200-261.
11 XL Hom. in Ev. 2, 34, 7-14: PL 76, 1249-1255; Moraba 32, 48: PL 76, 665-666; Ep. 5, 54: PL 77, 786.
12 Paraí­so 28, 130-135.
13 Liber 2 sententiarum d.9.
14 In 2 Sent. d.9, q.l, a.3.
15 ST 1a, q.108, a.5.
16 ST 1a, qq.50-62; 107-108.
17 ST 1a, q.113.
18 DENZINGER-HÜNERMANN, 800; 3002; P. M. QuAY, Angelss and Demons: The Teaching of IV Lateran, TS 42 (1981) 20-48.
19 cf K. RAnNER, íngel, a.c., 153-162.
20 Enc. Humani generis AAS 42 (1950) 570.
21 AAS 60 (1968) 433: El Credo del Pueblo de Dios, CCS, Madrid 1968.
22 Principalmente 328-336, junto con el n 28 y otros.
23 AA.V V., Angeii e demoni. Il dramma della storia tra il bene e il mate, Bolonia 1991; 1. F. SAGÜES, De angelis, en Sacrae theologiae summa II, BAC, Madrid 1958, 560
599, 609-617.

24 ST 3a, q.8, a.4c.
25 Cf LG 49; K. RAHNER, íngel, a.c., 153-162.
26 R. OMBRES, Sharing the Universe with Angels, NBlackfr 73 (1992) 252-256; G. TAVARD, Los ángeles, en M. SCHMAUS-A. GRILLMEIER-L. SCHEFFCZYK (dirs.), Historia de los Dogmas II-2b, BAC, Madrid 1973; S. PINCKAERS, Les anges, garants de l’expérience spirituelle seIon saint Thomas, Revue Théologique de Lugano 2 (1996) 179-192.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

«Enviados» y mensajeros de Dios

En algunas culturas y religiones se habla de «ángeles» y de «espí­ritus». En los contenidos de la Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento), el término «ángel» (enviado) corresponde a una realidad revelada y, por tanto, de fe. Todas las criaturas y, de modo especial, los seres humanos con «mensajeros» de Dios para cumplir una determinada misión. Pero existen «enviados» especiales para proteger la vida de los hombres. No son un poder paralelo al de Dios, sino que más bien dejan muy clara la trascendencia divina.

La naturaleza de los ángeles es «espiritual» y su oficio es el de ser «enviados» para colaborar en la historia de salvación. «En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad; son criaturas personales e inmortales (cfr. Lc 20,36)» (CEC 330; cfr. concilio IV de Letrán). Su perfección y poder deriva de su realidad espiritual y de la función encomendada por el Creador. De su número y clasificación sabemos poco. El nombre que se les atribuye indica la función que han desempeñado. «Querubines» indica el grupo de «centinela» en el Paraí­so (cfr. Gen 3,24); los «serafines» indican que están junto al trono de Dios (cfr. Is 6,2). Se subraya la importancia de Miguel contra la insidias del demonio («quién como Dios»), Gabriel en la anunciación («Dios es fuerte») y Rafael acompañando a Tobí­as («medicina de Dios»). A veces son más bien una personificación del obrar de Dios.

Un puesto en la historia de salvación

Se constata su existencia y su acción en toda la historia de salvación en el Paraí­so (cfr. Gen 3,24), en la vida de Abraham y de Lot (cfr. Gen 19-22), en el camino del pueblo por el desierto (cfr.Ex 23,20-23), en la vida de algunos profetas (cfr. 1Reg 19,5), en la narración de Tobí­as (Tob 12), en la anunciación y nacimiento del Bautista y de Jesús (cfr. Lc 1,11.26ss; 2,9-15; Mt 1,20), en la huida a Egipto (cfr. Mt 2,13.19), en el desierto (cfr. Mt 4,11), en Getsemaní­ (cfr. Lc 22,43), en el anuncio de la resurrección (cfr. Mc 16,5-7), en la ascensión (cfr. Hech 1,10-11). Los ángeles están subordinados a Cristo (cfr. Heb 1,5-12; Apoc 19,10).

Los ángeles en el mensaje de Jesús y en la Iglesia

El tema de los ángeles es frecuente en el mensaje de Jesús, cuando habla de los ángeles de los «pequeños» (cfr. Mt 18,10) o de los ángeles como testigos de nuestra fe en el cielo (Lc 12,8). Estarán presentes en el juicio final (cfr. Mt 13,41; 16,27; 25,31). En la glorificación, los justos serán «como los ángeles en el cielo» (Mt 22,30). «Desde la infancia (cfr. Mt 18,10) a la muerte (cfr. Lc 16,22), la vida humana está rodeada de su custodia… «Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida» (S. Basilio)» (CEC 336).

En la celebración litúrgica se pide su servicio, protección e intercesión. Con especial solemnidad se celebra la fiesta de los ángeles custodios (2 de octubre) y de los arcángeles o ángeles principales Miguel, Gabriel y Rafael (29 de septiembre). El caminar histórico de la Iglesia está protegido por los ángeles. El la Iglesia primitiva protegen a la comunidad y a los apóstoles en particular, especialmente en la tarea de la evangelización (Hech 18,19; 8,26-29; 27,23).

Referencias Anunciación, demonio.

Lectura de documentos LG 49-50, 60; CEC 328-336.

Bibliografí­a R. BERZOSA MARTINEZ, Angeles y demonios. Sentido de su retorno en nuestros dí­as ( BAC, Madrid, 1996); M. BUSSAGLI, Storia degli angeli (Milano, Rusconi, 1991); M.P. GIUDICI, Gli Angeli. Note esegetiche e spirituali (Roma, Cittí  Nuova, 1984); R. LAVATORI, Gli angeli (Genova, Marietti, 1991); A. MARRANZINI, Angeles y demonios, en Diccionario teológico interdisciplinar (Salamanca, Sí­gueme, 1982-1983) 413-430; J. MICHL, Angel, en Conceptos fundamentales de la teologí­a (Madrid, Cristiandad, 1979) I, 88-100; B. MONDIN, Gli abitanti del cielo, trattato di ecclesiologia celeste e di escatologia (Bologna, ESD, 1994); K. RAHNER, Angeles, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder, 1972ss) I, 153-162; M. SEEMAN, Los angeles, en Mysterium Salutis (Madrid 1977) II, 736-768; C.G. VALLES, Vivir con alas. Angeles en la Biblia y en la vida (Madrid, San Pablo, 1997).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> dualismo, apocalí­ptica, Espí­ritu Santo). Los ángeles son seres celestes, expresión de la majestad de Dios: forman su corte, son sus mensajeros, realizadores de su voluntad o señal de su presencia. Así­ aparecen en muchas religiones antiguas y modernas, en las que en general no se distinguen de Dios o su gloria. Están vinculados a eso que pudiéramos llamar la dimensión «divina» del hombre y así­ desempeñan un papel muy importante en la experiencia religiosa del conjunto de la humanidad. Distinguimos la visión israelita, la del Nuevo Testamento y evocamos después en concreto la aportación del Apocalipsis.

(1) Israel. [I] El Angel de Yahvé. Dentro de la religión israelita, tenemos que distinguir entre el ángel y los ángeles. El Angel de Yahvé. Aparece desde un tiempo bastante antiguo como personificación o presencia de Yahvé, Dios trascendente. En el momento en que Yahvé* se separa del mundo y actúa como autónomo e invisible, Dios en sí­ mismo, puede hablarse y se habla del Malak Yahvé, es decir, del Angelos Ky- riou (que aparece aún en Mt 28,2, en el relato de la pascua). No es un espí­ritu cualquiera, no es un ángel entre otros, sino «el Angel», es decir, la presencia actuante de Dios. Se trata, por tanto, de una verdadera teofaní­a o manifestación de Dios, pues el Angelos Kyriou (Malak Yahvé, Angel del Señor) no es otro que el mismo Dios que despliega su poder y actúa. Frente a los ángeles, que rodean a Dios y le alaban, realizando las tareas y funciones que Dios les encomienda, aparece aquí­ el mismo Dios como Angel, es decir, Poder de Presencia. Así­ le vemos en muchos relatos del Antiguo Testamento: se aparece a Agar (Gn 16,7-11); llama a Abrahán desde el cielo para que no sacrifique a su hijo (Gn 22,11-15); se revela a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3.2) y con mucha más frecuencia a los jueces, liberadores del pueblo. Este es un Angel guerrero, que interviene en la conquista de la tierra de Palestina: «Yo enví­o mi ángel delante de ti… Mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra del amorreo, del heteo, del ferezeo, del cananeo, del heveo y del jebuseo, a los cuales yo haré destruir. No te inclinarás ante sus dioses ni los servirás, ni harás como ellos hacen, sino que los destruirás del todo y quebrarás totalmente sus estatuas» (Ex 23,20.23-24).

(2) Israel. [II] Los ángeles. Se distinguen del Angel de Yahvé porque son muchos y porque no se identifican con Dios, sino que son sus servidores y así­ expresan su presencia y cantan su alabanza. Suele decirse que, en principio, estos ángeles eran más bien «hijos de Dios», seres divinos o dioses inferiores; pero que al ponerse de relieve el monoteí­smo y trascendencia de Yahvé ellos aparecen más bien como una corte celestial, un consejo de alabanza. Ellos aparecen sobre todo en los textos más tardí­os del Antiguo Testamento. Así­ se puede hablar de los ángeles de Dios que marcan su presencia en Betel*; son espí­ritus poderosos, que bendicen a Dios y cumplen su voluntad (Sal 103,20). Así­ podemos presentarlos como hijos de Dios poderosos en Sal 29,1 o como servidores cuya función es simplemente la alabanza a Dios (Sal 148.2). Son miles y millones de servidores de Dios (Dn 7,10), envueltos en un rí­o de fuego. La tradición posterior ha identificado a todos los seres sagrados que rodean a Dios con los ángeles: así­ ha hecho con los serafines* de Is 6 y con los querubines* de Ez 1. De éstos habla la carta a los Hebreos y los presenta como espí­ritus de Dios, llamas de fuego (Heb 1,5-7).

(3) Angeles y demonios. Quizá el rasgo más distintivo del Antiguo Testamento en este campo sea la dualización de los ángeles, que se dividen en buenos (los que aceptan a Dios y cumplen sus órdenes) y en malos (los que rechazan a Dios y se vuelven perversos). Entre los ángeles buenos pueden citarse los arcángeles*, que actúan como protectores y guardianes de los hombres. Entre los perversos está Satán* (Azazel). De ellos se ocupa el estudio del dualismo* bí­blico. Sobre esa base, algunos libros parabí­blicos (como 1 Henoc*) han desarrollado una fuerte antropologí­a angélica, presentando a los grandes ángeles buenos (arcángeles) como enemigos de los ángeles* o espí­ritus perversos (satánicos) y como portadores de la salvación de Dios.

(4) Nuevo Testamento. Anunciación y pascua. No hay en el Nuevo Testamento una doctrina elaborada de los ángeles, aunque ellos aparecen con cierta frecuencia, sobre todo en los relatos del nacimiento de Jesús (anunciación*) y en los relatos de su victoria sobre la muerte (resurrección*). En la anunciación de Lucas (Lc 1,26-38) interviene Gabriel*, que es signo del Dios poderoso. En la de Mateo (Mt 1,18-25) y en todos los relatos posteriores de Mt 2 actúa el Angel* de Yahvé, que va iluminando a José y guiando la historia del niño. El Jesús de los evangelios comparte la visión que tienen los judí­os de su tiempo y así­ puede hablar no sólo de los ángeles de Dios, sino también de los ángeles del Hijo del Hombre (cf. Mt 13,39; 25,31) y de un modo especial de la escatologí­a (cf. 13,27 par). El más significativo de los pasajes evangélicos es aquel que habla de los ángeles de Dios que protegen a los niños y pequeños (cf. Mt 18,10). Más compleja resulta la presencia e influjo del ángel en las historias de pascua. El evangelio de Marcos habla de un joven sentado a la derecha del sepulcro vací­o de Jesús; evidentemente se trata de un ángel intérprete o guí­a, que muestra la tumba vací­a y dirige a los discí­pulos hacia Galilea, pero sin que se diga expresamente que es un ángel (cf. Mc 16,5-8). Alguien podrí­a decir que es el mismo Cristo pascual, que se presenta a sí­ mismo de un modo velado, para revelarse plenamente después, en Galilea. El evangelio de Mateo habla, en cambio, del ángel de la pascua: «En la madrugada posterior al sábado… vinieron Marí­a Magdalena y la otra Marí­a a mirar el sepulcro. Y he aquí­ que sucedió un gran terremoto: el Angel del Señor, bajando del cielo, y adelantándose, descorrió la piedra (del sepulcro de Jesús) y se sentó encima de ella; era su rostro como relámpago, sus vestidos, blancos como la nieve». Este es, sin duda, el Angel de Yahvé, el mismo Dios, que ha descorrido la piedra de la tumba que los hombres habí­an extendido sobre el Cristo (Mt 28,1-3). Mateo desarrolla de esa forma la experiencia de la tumba vací­a, haciendo que intervenga en ella el Angel de Dios. Se aterrorizan los soldados guardianes, que sacerdotes y romanos han colocado allí­ para vigilar la tumba; temen las mujeres, de manera que el Angel del Señor tiene que hablar y apaciguarles, diciéndoles que no teman. Todo esto significa que la pascua de Jesús pertenece al misterio de Dios, como afirma Pablo (cf. Rom 1,34; 4,14): ella nos conduce hasta la entraña del misterio: al lugar donde Dios Padre acoge y plenifica a su Hijo Jesucristo, haciéndole Señor de todo lo que existe. El Angel de Dios que descorre la piedra y se sienta encima de ella, en gesto de triunfo, no es otro que el mismo Dios activo, creador y resucitador. Sobre el frí­o y la muerte de la losa en que Jesús yací­a ha venido a desvelarse el misterio más alto del Dios que da la vida. El evangelio apócrifo de Pedro ha retomado esta escena, elaborándola de un modo más detallado.

(5) ¿Culto a los ángeles? Hemos dicho que el Nuevo Testamento en su conjunto ha dejado en un segundo plano a los ángeles, de manera que ellos no son protagonistas de la salvación, que pertenece solamente a Cristo. En esa lí­nea podemos recordar que Pablo ha tenido que rechazar un posible riesgo de adoración angélica: los ángeles pertenecen a una etapa ya superada de la historia de la salvación, de manera que se sitúan en el nivel de la ley mosaica (cf. Gal 3,19); por eso, los cristianos no pueden dejarse llevar por un tipo de falsa humildad y reverencia, adorando a los ángeles, como si fueran dioses (cf. Col 2,19). Más aún, Cristo ha vencido a todos los principados y potestades, de tipo angélico (a veces demoní­aco), que tení­an a los hombres sometidos (cf. Rom 8,38; Col 1,16; 2,15; Ef 3,10; 6,12). Este es un tema clave de Heb 1-2, que está polemizando con un grupo de judí­os de tendencia heterodoxa que promueven el culto de los ángeles. Frente a ellos coloca el autor de la carta a Jesucristo, único Hijo de Dios, Dios encarnado, superando un tipo de adoración angélica que en el fondo acaba siendo un escapismo, una forma de evadirse de los problemas de la historia.

(6) Apocalipsis. Un mundo angélico (>†1 dualismo, Apocalipsis, espí­ritu). En sentido radical, para el Apocalipsis, el ángel salvador de Dios para los hombres es Jesús, de manera que la angelologia queda asumida en la antropologí­a (en la cristologí­a). A pesa de ello, este libro ofrece el mayor despliegue angélicodemoní­aco del Nuevo Testamento y del conjunto de la Biblia. Quizá pudiéramos decir que los ángeles son el lenguaje del Apocalipsis. A continuación presentamos algunos de los ángeles y seres superiores más caracterí­sticos del libro que, como hemos dicho, tiene como protagonistas a los ángeles.

(7) Angeles de la presencia: los siete espí­ritus. Son «lámparas de fuego que arden delante del trono» (Ap 4,5), como la luz originaria de Dios. Significativamente, en otro pasaje, esos mismos espí­ritus aparecen como pertenecientes al Cristo, Cordero sacrificado: son sus ojos, bien abiertos, mirando en todas direcciones (Ap 5,6; cf. Zac 4,10), ofreciendo su amor y cuidado hacia todas las iglesias (cf. Ap 3,1). Dando un paso más, Ap 1,4-6 identifica implí­citamente a los siete espí­ritus de Dios y su Cordero con el Espí­ritu Santo cuando dice: «Gracia y paz a vosotros de parte del que es, era y será, de parte de los siete espí­ritus que están sobre su trono y de parte de Jesús, el Cristo». Dios Padre, el Espí­ritu y Jesús constituyen el único misterio de la divinidad (cf. también Ap 3,12-13, donde los espí­ritus se identifican con la nueva Jerusalén). En este contexto se ha producido la mayor radicalización de lo angélico: mirados en su hondura más profunda, los espí­ritus (ángeles de Dios) se pueden identificar con el Espí­ritu Santo.

(8) Ancianos y vivientes pueden ser también seres angélicos. En torno al trono se sientan veinticuatro ancianos* (Ap 4,4.10; 5,5; etc.), como representantes de la Iglesia que ha culminado su camino: son la plenitud (el doble) de las doce tribus de Israel, son quizá los ángeles de la totalidad de la historia. Alrededor del trono hay cuatro vivientes (animales, dsoa; cf. Ap 4,6.7.8; etc.) que representan las fuerzas del cosmos divino, el mundo original y escatológico de la presencia de Dios. Dentro de una tradición cosmológica, reflejada no sólo en el Antiguo Testamento, sino en otros pueblos del oriente, los poderes del cosmos se encuentran personificados de una forma angélica.

(9) Angeles de la naturaleza. La tradición judí­a les presenta como poderes cósmicos, personificación sacral de las fuerzas materiales. El Apocalipsis los divide así­: los cuatro ángeles de los ángulos del mundo, vinculados con los cuatro vientos (Ap 7,1); el ángel de las aguas (16,5); el ángel del fuego, vinculado a los sacrificios (8,3-5) y a la siega de la historia (14,18). En esa perspectiva ha de entenderse el ángel sentado sobre el sol, invitando a las aves carroñeras al banquete de los cuerpos muertos (19,17).

(10) Los siete ángeles de las iglesias (Ap 1,20; 2,1.8.12.18; 3,1.7.14) pueden ser sus dirigentes o sus protectores celestiales, una especie de guí­as o guardianes colectivos de las comunidades. Ellos sirven para mostrar que en el fondo de la Iglesia (las iglesias) hay un misterio de gratuidad y exigencia, de promesa y juicio, que desborda el nivel de los poderes sociales. Las iglesias pertenecen al misterio de Dios, son una revelación de su gracia. En ese contexto se entienden los ángeles liturgos, que están en torno al trono (con los Vivientes y Ancianos), cantando la grandeza de Dios y del Cordero (Ap 5,11; 7,11). Pero ellos no sólo cantan, sino que ejercen su tarea al servicio de Dios y el Cordero: un ángel fuerte presenta el Libro de los siete sellos (5,2), para ofrecérselo después al profeta (10,1); un ángel del altar prepara el juicio de los siete ángeles de las trompetas (8,3-5); Miguel es jefe de los ángeles que luchan al servicio del Cordero (12,7-8), como defensor de la Iglesia.

(11) El ángel profético (henneneuta). Aparece en el prólogo (donde Dios en ví­a a su ángel, que actúa en singular, como el Angel de Yahvé del Antiguo Testamento, para que revele a Juan el despliegue de la profecí­a: Ap 1,1) y en el epí­logo (Ap 22,6.8.18) del libro. Sin embargo, en el cuerpo del libro parece identificarse con uno de los siete ángeles de la presencia ya evocados (cf. 17,1; 21,9), vinculando así­ trascendencia angélica (los siete espí­ritus que están ante Dios) y cercaní­a reveladora. El profeta se siente inclinado a ofrecerle adoración, pero el ángel la rechaza, apareciendo como compañero suyo y vinculándole al cí­rculo más í­ntimo de los siete arcángeles supremos (19,910; 21,6-11).

(12) Angeles del juicio. Pueden identificarse con los arcángeles de la tradición judí­a (Ap 8,2.6; 17,1) y con los ángeles de la presencia, que hemos citado al principio de este tema. Ellos definen y despliegan el juicio: llevan y tocan las siete trompetas (Ap 8,7-13; 9,1.13-14; 10,7; 11,15); llevan y derraman las siete copas (15,1-8; 16,1; 17,1; 21,9). Los ángeles de las trompetas* realizan su función cuando se abre el séptimo sello: ellos desatan las potencias de la tierra destructora, del granizo, de la peste, del terremoto y del desquiciamiento cósmico (Ap 8,6ss); son también los ángeles de las siete grandes plagas de Dios sobre la tierra (Ap 15,1; 16,1 ss), ejerciendo su acción devastadora sobre el mundo que se opone al Evangelio y tiende a endiosarse; son el signo de un orden social que al absolutizarse a sí­ mismo se destruye; por eso, indican la trascendencia del Dios, que, siendo gracia, se desvela como fuerza destructora sobre todo el Mal del cosmos. Los ángeles del juicio dirigen y realizan también el gran signo de la siega y vendimia finales (14,6-20); uno anuncia la caí­da de Babel (18,1), otro encierra a Satán en el abismo (20,1). Pero el portador final de la victoria de Dios contra los males del mundo no es un ángel, ni un grupo de ángeles, sino el mismo Cordero sacrificado que lleva los signos de Dios y que en su muerte, es decir, en su debilidad radical, transforma y redime la violencia de la tierra. Por eso puede abrir el libro y desatar los sellos, por eso marca el ritmo de la historia (Ap 5,6ss). Con la séptima trompeta del séptimo sello se descorren sobre el mundo las puertas de los cielos: aparecen el Dragón y la mujer que da a luz al Salvador; se sitúan frente a frente los poderes de la historia, la verdad y la mentira de este cosmos. Todo lo anterior fue preparación, era envoltura. Los vencedores de Dios no son los ángeles, sino el Cordero sacrificado. Los verdaderos enemigos no son las fuerzas del cosmos, sino el Dragón con sus Bestias y la prostituta (cf. Ap 12,lss). El Dragón, al que directamente se identifica con la serpiente original del paraí­so, es Satanás, el tentador o Diablo que pretende pervertir la tierra entera (Ap 12,3-4.9). Nada puede contra Dios y contra Cristo. Por eso persigue a la mujer (ahora a la Iglesia), obligándole a vivir en el desierto (Ap 12,13ss). En terminologí­a mí­tico-simbólica se dice que ha sido derrotado por Miguel, el primero de los ángeles (Ap 12,7ss). Dentro del contexto total del Apocalipsis, el texto añade que el Dragón ha sido vencido por el Dios de Jesucristo y por el testimonio de fe de los cristianos (cf. Ap 12,10ss).

(13) Angeles caí­dos y Bestias. El Dragón parece un (el) ángel expulsado del cielo (Ap 12,1-18): podemos identificarle con el Astro que cae de la altura y abre la puerta del abismo, subiendo a la tierra como Rey Abbadón*, Exterminador (9,1-11). Con ese ángel caí­do (Satán o Dragón) se vinculan los cuatro ángeles perversos, atados junto al rí­o del oriente (9,14) y soltados para la batalla final, como los ángeles soldados del ejército del Dragón, que luchan contra Miguel (12,7). Pero más que los ángeles caí­dos le importan al Apocalipsis las bestias. La primera Bestia es encarnación y signo del Dragón sobre la humanidad (13,1-10); no es un ángel pervertido ni un demonio, sino un imperio polí­tico. La segunda brota de la tierra (Ap 13,1 lss); tampoco es un ángel ni un demonio, sino los poderes satánicos de una cultura que quiere endiosarse y se pone al servicio de la primera Bestia. Eso significa que al Apocalipsis no le interesa directamente la demonologí­a en sí­, sino el poder y riesgo de las bestias sociales, que actúan en la historia.

(14) Angeles de la Nueva Jerusalén*. Juan sabe (como Lc 12,8 par) que Dios se encuentra rodeado de ángeles y que Cristo intercede por sus fieles ante ellos (Ap 3,5). Pero ese tema resulta al fin secundario: en la intimidad de la Nueva Jerusalén (Ap 21,1-22,5) ya no son necesarios los ángeles, pues Dios y su Cordero se vinculan de manera inmediata a los salvados. Al llegar aquí­ descubrimos que ángeles y demonios no tienen valor en sí­, como realidades separadas y autónomas, sino que son sí­mbolos del despliegue de la historia y de la salvación de Dios. Al final de todo, lo que importa son Dios y los hombres, el Cordero que es Cristo y la novia que es la Iglesia. El Dragón y sus poderes satánicos han sido vencidos y derrotados, encerrados para siempre en el lago de fuego, aniquilados (cf. Ap 20,815). Los ángeles acaban teniendo una función ornamental: están a las puertas de la Nueva Jerusalén (Ap 21,12); dentro está la novia, la nueva humanidad de Dios con el Cordero.

Cf. S. R. GARRETT, The Demise of the Devil. Magic and the Demonic in Lnke’s Writings, Augsburg, Mineápolis 1989; R. LAURENTIN, Il demonio mito o realtá. Insegnamento ed esperienzja del Cristo e della Chiesa, Massimo, Milán 1995; B. MARCONCINI (ed.), Angelí­ e demoni. Il dramma della storia tra il bene e il male, Dehoniane, Bolonia 1991; E. PeTERSON, El libro de los ángeles, Rialp, Madrid 1957; H. SCHLIER, «Los ángeles en el Nuevo Testamento», en Problemas exegeticos fundamentales del Nuevo Testamento, Fax, Madrid 1970, 201-222; E. N. TESTA, Nomi personali semitici. Biblici, Angelici, Profani, Porziuncula, Así­s 1994; W. WINK, Naming the Powers; Unmasking the Powers; Engaging the Powers, Fortress, Filadelfia 1984, 1986, 1992.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Los ángeles (en hebreo anzalak, en griego ággelos) son seres espirituales, finitos e incorpóreos, creados por Dios y a su servicio como mediadores de su voluntad ante los hombres. Son personajes secundarios, no marginales, de la historia de la creación y de la salvación. Pueden definirse también como criaturas paralelas al hombre, superiores a él, con un origen, una prueba y el pecado de algunos. y destinados a la elevación al estado sobrenatural, en comunión con el hombre y . con Dios.

La creencia en los ángeles está bastante difundida en las culturas y religiones orientales prebí­blicas y extrabí­blicas. Estas creencias influyeron en el nacimiento de las tradiciones bí­blicas sobre los ángeles, que no son sin embargo sincretistas, sino que se muestran crí­ticas en su utilización y su purificación-desmitización de todos los aspectos fantasiosos y contrarios al monoteí­smo. La Biblia protege de manera absoluta la trascendencia y el señorí­o de Dios sobre los ángeles.-En las tradiciones patriarcales y . del éxodo el ángel es aquel que, por voluntad de Dios, lleva a cabo una tarea o tiene un oficio (cf Gn 16,7-12; 19,1-15; 22,III5; 28.12; 31,1 1; Ex 3,2; 14,19; 23,20; Nm 22,22ss1, haciendo presente su voluntad, pero demuestra que tiene una identidad. Gn 3,24 habla de un grupo angélico: los querubines que guardan el paraí­so. En las tradiciones siguientes, donde se presenta a Yahveh como rey universal, los ángeles son sus cortesanos y están alrededor del trono de Dios: son los serafines. Uno de los nombres bí­blicos de Dios, Yahveh Sebaoth, Seftor de las tropas o de los ejércitos, se refiere probablemente al ejército de los ángeles al servicio de Dios (cf Jos 5,13ss; 1 Re 22,19; Am 3,13; Sal 24,10; 1 Sm 1,3.1 1; Os 12,6; 1s 1,9. 6,31.

En la época del destierro y después del destierro se hace más intenso el contacto del ángel con la historia de 1srael; el ángel es mediador de salvación entre Dios y el hombre (cf. Zac 1 -6; Ez 9,2ss; Dn 9.21; 14,31 ssl y en este contexto, se revelan también algunos nombres de los ángeles (Miguel, Gabriel, Rafaell, dato singular que remite a la consistencia individual y diferenciada de los ángeles (cf. Dn 8- 12; y el libro de Tobí­as). Un caso aparte es el del «ángel de Y ahvehn, citado con frecuencia en el Antiguo Testamento. a medio camino entre la teofaní­a, la personificación del obrar de Dios mismo, la función representativa de Dios y la identidad del ángel (cf. los textos de Génesis citados y Ex 31. La apocalí­ptica habla abundantemente de los ángeles de forma ilustrativa y a menudo fantástica. casi autónoma.- De los ángeles se dice prácticamente todo; su origen, su prueba, el pecado y el juicio divino de algunos de ellos, -sus nombres jerárquicos, muchos nombres de ángeles particulares y . sus tareas cósmicas y antropológicas.

Esta exuberante angelologí­a influyó quizás en el Nuevo Testamento, que sin embargo se muestra totalmente ajeno a los esoterismos cognoscitivos sobre los ángeles, más cauto aun que el Antiguo Testamento. El principio crí­tico de base de la angelologí­a del Nuevo Testamento es que se formula en dependencia absoluta de la cristologí­a, nunca de forma autónoma, sino dirigida a Cristo. La presencia de los ángeles es cualitativa, pero real, orientada a la realización de los planes divinos, relativa y subordinada a los momentos más significativos de los acontecimientos del Nuevo Testamento; los ángeles anuncian la encarnación de Dios en los relatos de la infancia de JesÚs de Mateo y Lucas, están a su servicio en las tentaciones (Mt 4,III, en la angustia de Getsemaní­ (Lc 22,431 y son los primeros testigos de la resurrección y de la ascensión a los cielos de Cristo (Mc 16,5ss; Mt 28,2ss; Lc 24,2ss). JesÚs habla de ellos con cierta frecuencia, aceptando la angelologí­a del Antiguo Testamento y criticando el escepticismo saduceo (Mt 22,301: para él los ángeles son miembros de la corte celestial de Dios (Lc 12,8ss; 15,101, guardianes de los hombres (los niños 1;se alegran de la salvación del hombre (Mt 18,10; Lc 15,10); contemplan el rostro de Dios y están al servicio del Mesí­as (Mt 26-531; son los futuros acompañantes del Cristo parusí­aco (Mc 13,27; Mt 16,27. 24,31; 25,311.

También Pablo subordina los ángeles a Cristo (Col 1,15; 2,151, mientras que en los Hechos se presentan al servicio de la infancia de la Iglesia, al estilo de como sirvieron a la infancia de Cristo (Hch 1; 10; 12).

En los Padres la angelologí­a se desarrolla ampliamente y alcanza una gran riqueza, pero vis-ta siempre en clave histórico-salví­f ica. El PseudoDionisio codificará la existencia -a la que sólo se alude en la Biblia- de los coros o jerarquí­as de los ángeles, pero va de forma metafí­sica. La veneración a los ángeles está atestiguada ininterrumpidamente en la piedad popular, en la liturgia (hasta en los textos del Ordinario de la Misal, así­ como en el arte. La angelologí­a más desarrollada se tendrá en la Edad Media, con santo Toniás de Aquino; posteriormente la angelologí­a tendrá un carácter aislado y autónomo; será una gnoseologí­a y Psicologí­a angélica, más que una verdadera teologí­a de los ángeles. El Magisterio ha codificado pocas verdades esenciales sobre los ángeles: son criaturas de Dios (DS 1251, inferiores y distintas de él (DS 150); el Lateranense 1V (12151, al condenar los dualismos heréticos, afirmará indirectamente la existencia de los ángeles, su carácter individual y su diversidad-superioridad respecto a los hombres (DS 8001; lo mismo harí­an los concilios posteriores (DS 1333; 3002) y las intervenciones magisteriales, hasta el Vaticano II, que hablará de los ángeles en la narración teológica de la historia de la salvación (LG 49-50. 66).

En la teologí­a contemporánea, con la teorí­a exegética de Bultmann, se ha puesto gravemente en crisis la existencia de los ángeles como herencia mí­tica, precientí­fica e ingenua, de la que hav que purificar a la Escritura, a la teologí­a y al dogma. En los Últimos decenios, este escepticismo radical, basado en un a priori hermenéutico, va dejando paso a una mavor atención a los datos bí­blicos, transmitidos e interpretados por la Tradición, sobre los ángeles. Los autores se van dando cuenta de que una desmitización radical de los ángeles correrí­a el grave riesgo de comprometer la comprensión integral de la historia de la creación y redención del hombre.

T Stancati

Bibl.: J Auer, El mundo. creación de Dios, Herder Barcelona 1978, 448-499; K. Rahner íngeles. en SM, 1. 153-162; M. Seeman, Los ángeles, en MS IU2. 1044-1096.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El nombre de los ángeles no es un nombre de naturaleza, sino de función: hebr. mal’ak, gr. angelos, significa «mensajero». Los ángeles son «espí­ritus destinados a servir, enviados en misión de favor de los que han de heredar la salud» (Heb 1,14). Inaccesibles a nuestra percepción ordinaria, constituyen un mundo misterioso. Su existencia no es nunca un problema para la Biblia; pero fuera de este punto la doctrina relativa a los ángeles presenta un desarrollo evidente, y la manera como se habla de ellos y como se los representa supone una utilización constante de los recursos del simbolismo religioso.

AT. 1. Los ángeles de Yahveh y el ángel de Yahveh. El AT, sirviéndose de un rasgo corriente en las mitologí­as orientales, pero adaptándolo a la revelación del Dios único, representa con frecuencia a Dios como un soberano oriental (IRe 22, 19; Is 6,1ss). Los miembros de su corte son también sus *servidores (Job 4,18); se los llama también los *santos (Job 5,1; 15,15; Sal 89,6; Dan 4,10) o los *hijos de Dios (Sal 29,1; 89,7; Dt 32,8). Entre ellos los querubines (cuyo nombre es de origen mesopotámico) sostienen su trono (Sal 80,2; 99,1), arrastran su carro (Ez 10,1ss), le sirven de montura (Sal 18,11), o guardan la entrada de sus dominios para vedarla a los profanos (Gén 3,24); los serafines (los «ardientes») cantan su gloria (Is 6,3), y uno de ellos purifica los labios de Isaí­as durante su visión inaugural (Is 6,7). Se halla también a los querubines en la iconografí­a del templo, en el que resguardan el arca con sus alas (IRe 6,23-29, Ex 25,18s). Todo un ejército celeste (IRe 22,19; Sal 148,2; Neh 9,6) realza así­ la *gloria de Dios; está a su disposición para gobernar el mundo y ejecutar sus órdenes (Sal 103, 20); establece un enlace entre el cielo y la tierra (Gén 28,12).

Sin embargo, junto a estos enigmáticos mensajeros, los antiguos relatos bí­blicos conocen también un ángel de Yahveh (Gén 16,7; 22,11; Ex 3,2: Jue 2,1), que no difiere de Yahveh mismo manifestado acá abajo en forma visible (Gén 16,13: Ex 3,2): *Dios, que habita en una luz inaccesible (ITim 6.16), no puede dejar ver su *rostro (Ex 33,20): los hombres no perciben nunca de él sino un misterioso reflejo. El ángel de Yahveh de los viejos textos sirve, pues, para traducir una ideologí­a todaví­a arcaica, que con la denominación de «ángel del Señor», deja huellas hasta en el NT (Mt 1,20.24: 2,13.19), e incluso en la patrí­stica. Sin embargo, a medida que progresa la revelación se va asignando más y más su papel a los ángeles, mensajeros ordinarios de Dios.

2. Desarrollo de la doctrina de los ángeles. Originariamente se atribuian indistintamente a los ángeles tareas buenas o malas (cf. Job 1,12). Dios envia su buen ángel para que vele sobre Israel (ox 23,20); pero para una *misión funesta enví­a ángeles de desgracia (Sal 78,49), tales como el Exterminador (Ex 12,23; cf. 2Sa 24,16s; 2Re 19,35). Incluso el *Satán del libro de Job forma todaví­a parte de la corte divina (Job 1,6-12; 2, 1-10). Sin embargo, después de la cautividad se especializan mas los cometidos angélicos y los ángeles adquieren una calificación moral en relación con su función: ángeles buenos por un lado, Satán y los *demonios por el otro: entre unos y otros hay oposición constante (Zac 3, 1 s). Esta concepción de un mundo espiritual dividido revela la influencia indirecta de Mesopotamia y de Persia; para resistir mejor al sincretismo iranobabilónico. el pensamiento judí­o desarrolla su doctrina anterior; sin renunciar en nada a su riguroso monoteí­smo, usa a veces de una simbólica prestada y sistematiza su representación del mundo angélico. Así­ el Libro de Tobí­as cita a los siete ángeles de la faz (Tob 12,15; cf. Ap 8,2), que tienen su réplica en la angelologí­a de Persia. Pero no ha cambiado el papel asignado a los ángeles. Velan por los hombres (Tob 3,17; Sal 91,11; Dan 3,49s) y presentan a Dios sus oraciones (Tob 12,12); presiden los destinos de las naciones (Dan 10,13-21). A partir de Ezequiel explican a los profetas el sentido de sus visiones (Ez 40,3s; Zac 1,8s); esto viene finalmente a ser un rasgo literario caracterí­stico de los apocalipsis (Dan 8,15-19; 9,21ss). Reciben *nombres en relación con sus funciones: Rafael, «Dios cura» (Tob 3,17; 12,15), Gabriel, «héroe de Dios» (Dan 8,16: 9,21), Miguel. «¿quién como Dios?». A éste, que es el prí­ncipe de todos, está encomendada la comunidad judia (Dan 10,13.21; 12,1). Estos datos se amplifican todaví­a en la literatura apócrifa (Libro de Henoc) y rabí­nica, que trata de organizarlos en sistemas más o menos coherentes. Asi la doctrina del AT sobre la existencia del mundo angélico y su presencia en el mundo de los hombres se afirma con constancia. Pero las representaciones y clasificaciones que utiliza tienen necesariamente un carácter simbólico que hace muy delicada su apreciación.

NT. El NT recurre al mismo lenguaje convencional, que toma a la vez de los libros sagrados y de la tradición judí­a contemporánea. Así­ enumera los arcángeles (ITes 4,16; Jds 9), los querubines (Heb 9,5), los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades (Col 1,16), a los que en otro lugar se añaden las virtudes (Ef 1,21). Esta jerarquí­a, cuyos grados varian en la expresión, no tiene el carácter de una doctrina ya fijada. Pero, como en el AT, lo esencial del pensamiento está en otra parte, y aquí­ se reordena en torno a la revelación de Jesucristo.

1. Los ángeles y Cristo. El mundo angélico tiene su puesto en el pensamiento de Jesús. Los evangelistas hablan a veces de su trato intimo con los ángeles (Mt 4,11; Lc 22,43); Jesús menciona a los ángeles como seres reales y activos. Sin dejar de velar por los hombres, ven el rostro del Padre (Mt 18,10 p). Su vida está exenta de las sujeciones de la carne (cf. Mt 22,30 p). Aun cuando ignoran la fecha del juicio final, que es un secreto exclusivo del Padre (Mt 24,36 p), serán sus ejecutores (Mt 13,39.49; 24,31). Desde ahora participan en el gozo de Dios cuando los pecadores se convierten (Lc 15,10). Todos estos rasgos están conformes con la doctrina tradicional.

Jesús precisa además su situación en relación con el *Hijo del hombre, esa figura misteriosa que le define a él mismo, particularmente en su *gloria futura: los ángeles le acompañarán el dí­a de su parusí­a (Mt 25.31); ascenderán y descenderán sobre él (Jn 1,51), como en otro tiempo por la escalera de Jacob (Gén 28,10…); él los enviará para reunir a los elegidos (Mt 24,31 p) y descartar del reino a los condenados (Mt 13,41s). En el tiempo de la pasión están a su servicio y él podrí­a requerir su intervención (Mt 26,53).

El pensamiento cristiano primitivo no hace, pues, sino prolongar las palabras de Jesús, cuando afirma que los ángeles le son inferiores. Rebajado por debajo de ellos con su encarnación (Heb 2,7), merecí­a, sin embargo, su adoración en su calidad de *Hijo de Dios (Heb 1,6s; cf Sal 97,7). A repartir de su resurrección aparece claro que Dios los ha sometido a él (Ef 1,20s), una vez que habí­an sido creados en él, por él y para él (Col 1,16). Actualmente reconocen su *señorí­o (Ap 5,11s; 7,11s) y el último *dí­a formarán su escolta (2Tes 1,7; Ap 14,14-16; cf. ITes 4,16). Asi el mundo angélico se subordina a Cristo, cuyo misterio ha contemplado (ITim 3,16; cf. IPe 1,12).

2. Los ángeles y los hombres. En esta perspectiva los ángeles siguen desempeñando cerca de los hombres los cometidos que les asignaba ya el AT. Cuando una comunicación sobrenatural llega del cielo a la tierra, son ellos sus misteriosos mensajeros: Gabriel transmite la doble anunciación (Lc 1,19.26); un ejército celeste interviene la noche de Navidad (Lc 2,9-14); los ángeles anuncian también la resurrección (Mt 28,5ss p) y dan a conocer a Ios apóstoles el sentido de la ascensión (Act 1,10s). Auxiliares de Cristo en la obra de la salvación (Heb 1,14), se encargan de la custodia de los hombres (Mt 18,10; Act 12,15), presentan a Dios las oraciones de los santos (Ap 5,8; 8,3), conducen el alma de los justos al paraí­so (Lc 16,22; «In paradisum deducant te angeli…»). Para proteger a la Iglesia llevan adelante en torno a Miguel el combate contra Satán, que dura desde los origenes (Ap 12,1-9).

Un vinculo í­ntimo enlaza así­ al mundo terrenal con el mundo celestial; en el cielo los ángeles celebran una liturgia perpetua (Ap 4,8-11), a la que se asocia en la tierra la liturgia de la Iglesia (cf. gloria, prefacio, sanctus). Estamos rodeados de presencias sobrenaturales, que el vidente del Apocalipsis concreta en el lenguaje de convención consagrado por el uso. Esto exige de nuestra parte cierta reverencia (cf. Jos 3,13ss; Dan 10,9; Tob 12,16), que no se ha de confundir con la adoración (Ap 22, 8s). Si, pues, es necesario proscribir un culto exagerado de los ángeles, que perjudicarí­a al de Jesucristo (Col 2,18), no obstante, el cristiano debe conservar un sentido profundo de su presencia invisible y de su acción auxiliadora. -> Demonios – Dios – Espiritu – Gloria – Misión – Satán. ______

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Contenido

  • 1 Introducción
  • 2 Presentes en el trono de Dios
  • 3 Mensajeros de Dios para la humanidad
  • 4 Guardianes personales
  • 5 Como agentes divinos que gobiernan el mundo
  • 6 Organización jerárquica
  • 7 El número de ángeles
  • 8 El término «Ángel» en la Versión de los Setenta
  • 9 Los ángeles en la literatura babilónica
  • 10 Los ángeles en el Zendavesta
  • 11 Los ángeles en el Nuevo Testamento
  • 12 Enlaces internos
  • 13 Enlaces externos
  • 14 Ángeles en Google books
  • 15 Los Ángeles en youtube

Introducción

El término ángeles (Latín angelus; griego aggelos; hebrea MLAK, a partir de la raíz LAK que significa «uno que va» o «enviado»; mensajero, y en hebreo es usada para designar tanto a un mensajero divino como a uno humano. La Versión de los Setenta lo traduce por aggelos, palabra que también tiene ambos significados. La versión latina, sin embargo, distingue al mensajero espiritual o divino del humano, y traducen el primero como angelus y el segundo como legatus o o más generalmente como nuntius. En algunos pasajes la versión latina es engañosa, pues usa la palabra angelus en lugares donde nuntius habría expresado mejor el significado, por ejemplo en Isaías 18,2; 33,3.6.

Aquí sólo trataremos sobre los espíritus-mensajeros y se discutirán los siguientes puntos:

  • el significado del término en la Biblia,
  • los oficios de los ángeles,
  • los nombres asignados a los ángeles,
  • la distinción entre espíritus buenos y malos,
  • las divisiones de los coros angélicos,
  • la cuestión de las apariciones angélicas, y
  • el desarrollo de la idea bíblica sobre los ángeles.

A través de la Biblia se representa a los ángeles como un cuerpo de seres espirituales intermediarios entre Dios y los hombres: «Lo creaste (al hombre) poco inferior a los ángeles» (Salmo 8,6). Ellos, al igual que los hombres, son seres creados; «Alabadle, ángeles suyos todos, todas sus huestes, alabadle! Alaben ellos el nombre de Yahveh, pues Él ordenó y fueron creados» (Salmo 148,2.5; Col. 1,16-17). El hecho de que los ángeles fueron creados, fue establecido en el Cuarto Concilio de Letrán (1215). El decreto «Firmiter», contra los albigenses, declaró tanto el hecho de que fueron creados como el de que los hombres fueron creados después de ellos. Este decreto fue repetido por el Concilio Vaticano I, «Dei Filius». Lo mencionamos aquí porque se ha sostenido que las palabras: «El que vive eternamente lo creó todo por igual» (Eclo. 18,1) demuestran una creación simultánea de todas las cosas; pero en general se admite que «igual» (simul) aquí puede significar «igualmente», en el sentido de que todas las cosas fueron «igualmente» creadas. Son espíritus; el escritor de la Epístola a los Hebreos dice: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Heb. 1,14).

Presentes en el trono de Dios

Es como mensajeros que con mayor frecuencia aparecen en la Biblia, pero como expresa San Agustín, y luego San Gregorio: angelus est nomen officii («ángel es el nombre de su oficio») y no expresa ni su naturaleza ni su función esencial, es decir: la de asistentes en el trono de Dios en esa corte celestial de la que Daniel nos ha dejado un cuadro vívido:

«Mientras yo contemplaba: Se aderezaron unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura, blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él. El tribunal se sentó, y se abrieron los libros.” (Libro de Daniel|Daniel]] 7,9-10; cf. Sal. 97(96),7; Sal. 103(102),20; Isaías 6, etc.).

Esta función de la hueste angélica es expresada por la palabra «presencia» (Job 1,6; 2,1), y Nuestro Señor se refiere a ella como su ocupación perpetua (Mt. 18,10). En más de una ocasión se dice que hay siete ángeles cuya principal función es la de «estar siempre presentes ante la gloria de Dios» (Tobías 12,15; Apoc. 8,2-5). Esta misma idea puede denotar «el ángel de Su presencia» (Is. 63,9), una expresión que también aparece en el pseudo-epigráfico «Testamentos de los Doce Patriarcas».

Mensajeros de Dios para la humanidad

Pero estas ojeadas de vida más allá del velo son sólo ocasionales. Los ángeles de la Biblia aparecen generalmente en el rol de mensajeros de Dios para la humanidad. Son los instrumentos con los que comunica su voluntad a los hombres, y en la visión de Jacob se les describe ascendiendo y descendiendo la escalera que se extiende desde la tierra al cielo, mientras que el Padre Eterno contempla al caminante de abajo. Fue un ángel quien encontró a Agar en el desierto (Gén. 16); unos ángeles sacaron a Lot de Sodoma; fue un ángel quien le anunció a Gedeón que salvaría a su pueblo; un ángel anuncia el nacimiento de Sansón (Jueces 13), y el ángel Gabriel instruye a Daniel (Dan. 8,16), aunque no se le llama ángel en ninguno de estos pasajes, sino «el hombre Gabriel» (9,21). Este mismo espíritu celestial anunció el nacimiento de San Juan Bautista y la Encarnación del Redentor, mientras que la tradición le atribuye también el mensaje a los pastores (Lucas 2,9), y la misión más gloriosa de todas, la de fortalecer al Rey de los Ángeles en su agonía (Lc. 22,43). La naturaleza espiritual de los ángeles se manifiesta muy claramente en el relato que Zacarías hace de las revelaciones que recibió por medio de un ángel. El profeta describe al ángel como hablando «dentro de él», lo cual parece implicar que él era consciente de una voz interior que no era la de Dios sino la de su mensajero. El texto masorético, los Setenta y la Vulgata concurren en esta descripción de las comunicaciones hechas por el ángel al profeta. Es una pena que la «Versión Revisada», en aparente desafío a los textos antedichos, haya oscurecido este rasgo al empeñarse en traducirlo como: «el ángel que hablaba conmigo»: en vez de «dentro de mí» (cf. Zac. 1,9-14; 2,3; 4,5; 5,10).

Estas apariciones de ángeles generalmente duran sólo el tiempo requerido para dar el mensaje, pero frecuentemente su misión se prolonga, y se les representa como los guardianes constituidos de las naciones en alguna crisis particular, por ejemplo, durante el Éxodo (Éxodo 14,19; Baruc 6,6). Del mismo modo, es el punto de vista común de los Padres que por «el príncipe del Reino de Persia» (Dan. 10,13.21) debemos entender el ángel a quien se le confió el cuidado espiritual de ese reino, y quizá podamos ver en el «hombre de Macedonia», que se le apareció a San Pablo en Tróada, al ángel guardián de ese país (Hch. 16,9). Los Setenta (Deut. 32,8) nos ha conservado un fragmento de información sobre este punto, aunque es difícil calibrar su significado exacto: «Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, estableció las fronteras de las naciones según el número de los ángeles de Dios.” De la expresión “como un ángel de Dios” se desprende cuán grande era la parte del ministerio que los ángeles desempeñaban, no sólo en la teología hebrea, sino también en las ideas religiosas de otras naciones. David la usa en tres ocasiones (2 Sam. 14,17-20; 14,27) y Akiš de Gat la usa una vez (1 Sam 29,9). Incluso Ester la usa para designar a Asuero (Ester 5,24), y se dice que la cara de San Esteban parecía «como la de un ángel» cuando estaba de pie ante el Sanedrín (Hch. 6,15).

Guardianes personales

En toda la Biblia encontramos que repetidamente se da a entender que cada alma tiene su ángel de la guarda. Así, cuando Abraham envió a su siervo a buscar una esposa para Isaac, le dijo: «Él enviará su Ángel delante de ti» (Gén. 24,7). Son muy conocidas las palabras del Salmo 91(90),11-12 que el diablo le citó a Nuestro Señor (Mt. 4,6), y Judit (13,20) relata su hecho heroico diciendo: “¡Vive el Señor! Porque su ángel me ha protegido…” Estos pasajes y muchos como ellos (Gén. 16,6-32; Oseas 12,5; 1 Rey. 19,5; Hch. 12,7; Sal 34(33),8), a pesar de que no demuestran por sí mismos la doctrina de que cada individuo tiene designado su ángel de la guarda, reciben su complemento en las palabras de Nuestro Salvador: «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 18,10), palabras que ilustran el comentario de San Agustín: «Lo que está escondido en el Antiguo Testamento, se hace manifiesto en el Nuevo». De hecho, el libro de Tobías, más que cualquier otro, parece destinado a enseñarnos esta verdad, y San Jerónimo dice, en su comentario sobre las antedichas palabras de Nuestro Señor: «La dignidad de un alma es tan grande, que cada una tiene un ángel de la guarda desde su nacimiento».

La doctrina general de que los ángeles son nuestros guardianes designados es considerada una cuestión de fe, pero que cada miembro individual de la raza humana tiene su propio ángel de la guarda individual no es de fe (de fide); sin embargo esta idea tiene tan fuerte apoyo por parte de los Doctores de la Iglesia que sería temerario negarlo (cf. San Jerónimo, supra). ). Pedro Lombardo (Sentencias, lib. II, dist. XI) se inclina a pensar que un ángel está encargado de varios seres humanos individuales. Las hermosas homilías de San Bernardo (11-14) sobre el Salmo 91(90) respiran el espíritu de la Iglesia pero sin resolver la cuestión.

La Biblia no sólo representa a los ángeles como nuestros guardianes, sino también como nuestros intercesores reales. El ángel Rafael (Tob. 12,12) dice: «Ofrecí oraciones al Señor por ti» [cf. Job 5,1 (los Setenta), y 33,23 (Vulgata); Apoc. 8,4]. El culto católico a los ángeles es, pues, totalmente bíblico. Quizás la primera declaración explícita sobre esto se encuentra en las palabras de San Ambrosio: «Debemos orar a los ángeles que nos son dados como guardianes» (De Viduis, IX); (cf. San Agustín, Contra Faustum, XX.21). Un culto indebido a los ángeles fue reprobado por San Pablo (Col. 2,18), el Canon 35 del Sínodo de Laodicea evidencia que esta tendencia permaneció por mucho tiempo en este mismo distrito (Hefele, Historia de los Concilios, II, 317).

Como agentes divinos que gobiernan el mundo

Los pasajes anteriores, especialmente aquellos relacionados con los ángeles encargados de diversas regiones, nos permiten entender la visión prácticamente unánime de los Padres de que son los ángeles quienes ejecutan la ley de Dios respecto al mundo físico. Es bastante conocida la creencia semítica en los genios (genii) y en espíritus que causan el bien o el mal, y en la Biblia se hallan rastros de ello. Por ello, la peste que devastó a Israel por culpa del pecado de David por censar al pueblo de Israel, se le atribuye a un ángel el cual se dice que David vio realmente (2 Sam. 24,15-17, y de manera más explícita en 1 Cro. 21,14-18). Incluso el susurro del viento en las copas de los árboles era considerado como un ángel (2 Sam. 5,23-24; 1 Cro. 14,14-15). Esto es declarado de forma más explícita en el pasaje de la piscina Probática (Juan 5,1-4), aunque hay algunas dudas sobre este texto; en este pasaje se dice que el movimiento de las aguas es debido a las visitas periódicas de un ángel.

Los semitas estaban convencidos de que toda la armonía del universo, así como las interrupciones de esta armonía, se debían a Dios como creador, pero eran llevadas a cabo por sus ministros. Este punto de vista está claramente manifiesto en el «Libro de los Júbilos», en el cual la hueste celestial de ángeles buenos y malos está siempre interfiriendo en el universo material. Santo Tomás de Aquino (Summa Theol., I, Q. 1, 3) cita que Maimónides (Directorium Perplexorum, IV y VI) afirma que la Biblia frecuentemente llama ángeles a los poderes de la naturaleza, ya que ellos manifiestan la omnipotencia de Dios (cf. San Jerónimo, In Mich., VI, 1, 2; P. L., IV, col. 1206).

Organización jerárquica

Si bien los ángeles que aparecen mencionados en las primeras obras del Antiguo Testamento son extrañamente impersonales y quedan ensombrecidos por la importancia del mensaje que llevan o por la obra que realizan, no faltan pistas acerca de la existencia de una cierta jerarquía en el ejército celestial.

Después de la caída de Adán, el Paraíso quedó vigilado contra nuestros Primeros Padres por querubines que son claramente ministros de Dios, aunque no se dice nada acerca de su naturaleza. Sólo una vez más aparece el querubín en la Biblia, a saber, en la maravillosa visión de Ezequiel en la que los describe con muchos detalles (Ez. 1), y que son llamados realmente cherub en Ezequiel 10. El Arca era custodiada por dos querubines, pero sólo nos queda conjeturar acerca de cómo eran. Se ha sugerido, con gran probabilidad, que tenemos sus homólogos en los toros y leones alados que cuidaban los palacios asirios, y también en los extraños hombres alados con cabeza de halcones pintados que están representados en las paredes de algunas de sus construcciones. Los serafines sólo aparecen en la visión de Isaías 6,6.

Ya hemos mencionado a los siete místicos que están de pie ante Dios, y parece que en ellos tenemos una indicación de un cordón interno que rodea el trono. El término archangel sólo aparece en San Judas v. 9 y 1 Tes. 4,16; pero San Pablo nos da otras dos listas de nombres de las cohortes celestiales. Nos dice (Ef. 1,21) que Cristo está «por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación»; y, escribiendo a los Colosenses (1,16), dice: «porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades». Hay que señalar que San Pablo usa dos de estos nombres de los poderes de la oscuridad cuando (2,15) dice que Cristo «una vez despojados los Principados y las Potestades… incorporándolos a su cortejo triunfal». Y no es poco notable que sólo dos versículos después advierta a sus lectores a no dejarse seducir por cualquier «culto de los ángeles». Aparentemente pone su sello en una cierta angelología lícita, y al mismo tiempo advierte en contra de entregarse a la superstición sobre ese asunto. Tenemos un indicio de tales excesos en el Libro de Henoc, en el que, como ya dijimos, los ángeles juegan un papel bastante desproporcionado. Del mismo modo, Josefo nos dice (Bel. Jud., II, VIII, 7) que los esenios tenían que hacer un voto para preservar los nombres de los ángeles.

Ya hemos visto como (Daniel 10,12-21) se asignan varios territorios a varios ángeles, que se les llama sus príncipes, y este mismo rasgo reaparece de manera más notable en «los ángeles de las siete Iglesias» apocalípticos, aunque es imposible decidir cuál es el significado preciso de este término. Generalmente a estos siete Ángeles de las Iglesias se les considera los obispos que ocupan estas sedes. San Gregorio Nacianceno en su discurso a los obispos en Constantinopla en dos ocasiones les llama «Ángeles», en el lenguaje del Apocalipsis.

El tratado «De Coelesti Hierarchia» atribuido a San Dionisio Areopagita, y que ejerció tan fuerte influencia en los escolásticos, trata con muchos detalles de las jerarquías y órdenes de los ángeles. Generalmente se reconoció que este trabajo no pertenece a San Dionisio, sino que debe datar de varios siglos después. Aunque la doctrina que contiene acerca de los coros de ángeles ha sido aceptada en la Iglesia con unanimidad extraordinaria, ninguna proposición referente a las jerarquías angélicas es vinculante para nuestra fe. Los siguientes pasajes de San Gregorio Magno (Hom. 34, In Evang.) nos dan una idea clara del punto de vista de los Doctores de la Iglesia sobre este punto:

”Sabemos por la autoridad de la Escritura que existen nueve órdenes de ángeles, a saber: ángeles, arcángeles, virtudes, potestades, principados, dominaciones, tronos, querubines y serafines. Casi todas las páginas de la Biblia nos dicen que existen ángeles y arcángeles, y los libros de los profetas hablan de querubines y serafines. San Pablo, también, al escribir a los Efesios enumera cuatro órdenes cuando dice: ‘sobre todo principado, potestad, virtud y dominación’; y en otra ocasión, escribiendo a los Colosenses dice: ‘ni tronos, dominaciones, principados o potestades’. Si unimos estas dos listas, tenemos cinco órdenes, y si agregamos los ángeles y arcángeles, querubines y serafines, tenemos nueve órdenes de ángeles.”

Santo Tomás (Summa Theologica I:108), siguiendo a San Dionisio (De Coelesti Hierarchia, VI, VII), divide a los ángeles en tres jerarquías cada una de las cuales contienen tres órdenes. Su proximidad al Ser Supremo sirve como base para esta división. En la primera jerarquía pone a los serafines, querubines y tronos; en la segunda, a las dominaciones, virtudes y potestades; en la tercera, a los principados, arcángeles y ángeles. La Biblia sólo nos provee tres nombres de ángeles individuales, a saber, Rafael, Miguel y Gabriel, nombres que denotan sus respectivos atributos. Libros judíos apócrifos, como el Libro de Henoc, nos dan los nombres de Uriel y Jeremiel, mientras que muchas otras fuentes apócrifas nos dan muchos más, como los que nombra Milton en su «Paraíso Perdido». (Sobre el uso supersticioso de estos nombres, vea arriba).

El número de ángeles

Frecuentemente se afirma que el número de los ángeles es prodigioso (Dan. 7,10; Apoc. 5,11; Sal. 68(67),18; Mt. 26,53). Del uso de la palabra huestes (sabaoth) como sinónimo del ejército celestial es difícil resistirse a la impresión «Señor de los Ejércitos» se refiere al mandato supremo de Dios sobre la multitud angélica (cf. Deut. 33,2; 32,43; los Setenta). Los Padres ven una referencia al número referente de hombres y ángeles en la parábola de las cien ovejas (Lc. 15,1-3), aunque esto pueda parecer extravagante. Los escolásticos, nuevamente, siguiendo el tratado «De Coelesti Hierarchia» de San Dionisio, consideran la preponderancia de los números como una perfección necesaria de las huestes angélicas (cf. Santo Tomás, Summa Theol., I:1:3).

La distinción entre ángeles buenos y ángeles malos aparece constantemente en la Biblia, pero es instructivo señalar que no existe señal alguna de cualquier dualismo o conflicto entre dos principios iguales, uno bueno y otro malo. El conflicto descrito es más bien el librado en la tierra entre el Reino de Dios y el reino del Maligno, pero siempre se supone la inferioridad del último. Entonces, se debe explicar la existencia de este espíritu inferior, y por consiguiente creado.

El desarrollo gradual de la conciencia hebrea sobre este tema está claramente presente en los escritos inspirados. El relato de la caída de nuestros primeros padres (Gén. 3) se expresa en términos tales que es imposible ver en él otra algo más que el reconocimiento de la existencia de un principio del mal que está celoso de la raza humana. La declaración (Gén. 6,1) de que los «hijos de Dios» se casaban con las hijas de los hombres se explica de la caída de los ángeles, en Henoc VI-XI, y en los códices D, E, F y A de los Setenta dice frecuentemente, por «hijos de Dios», oi aggeloi tou theou. Desgraciadamente, los códices B y C son defectuosos en Génesis 6, pero es probablemente que ellos, también, lean oi aggeloi en este pasaje, pues constantemente traducen así la expresión «los hijos de Dios»; cf. Job 1 6; 2,1; 38,7; pero por otro lado, véase Sal. 2,1 y (89)88,7 (los Setenta). Filón sigue a los Setenta al comentario sobre este pasaje (en su tratado «Quod Deus sit immutabilis». Para la doctrina de Filo sobre los ángeles vea «De Vita Mosis», III,2; «De Somniis», VI; «De Incorrupta Manna», I; «De Sacrificiis», II; «De Lege Allegorica», I, 12; III, 73; y para la opinión sobre Génesis 6,1 vea San Justino, Apol. II, 5.

Debe además señalarse que la palabra hebrea nephilim, que es traducida como gigantes en 6,4, puede significar «los caídos». Los Padres generalmente lo refieren a los hijos de Set, el linaje escogido. En 1 Sam. 19,9 se dice que un espíritu malo posee a Saúl, aunque es probablemente una expresión metafórica; más explícito es 1 Rey. 22,19-23, en donde se describe a un espíritu en medio del ejército celestial y que se ofrece, por invitación del Señor, para ser un espíritu mentiroso en la boca de los falsos profetas de Ajab. Siguiendo a los escolásticos, podemos explicar esto como un malum poenae, que es realmente causado por Dios debido a las faltas de los hombres. Una verdadera exégesis, sin embargo, insistiría en el tono puramente imaginativo de todo el episodio; lo que está destinado a ocupar nuestra atención no es tanto la forma en que se lanza el mensaje, sino el contenido real de ese mensaje.

El cuadro que nos da Job 1 y 2, es igualmente imaginativo; pero Satanás, quizás la primera individualización del ángel caído, se presenta como un intruso que está celoso de Job. Él es, evidentemente, un ser inferior a la Deidad y sólo puede tocar a Job con permiso de Dios. A partir de una comparación de 2 Sam. 24,1 con 1 Crón. 21,1 aparece cómo el pensamiento teológico avanzó a medida que la cantidad de la revelación creció. Mientras que en el primer pasaje se dice que el pecado de David fue debido a que «la ira del Señor» «incitó a David», en el segundo leemos que «Satanás incitó a David a censar a Israel». En Job 4,18 nos parece encontrar una declaración clara sobre la caída: «Y aún a sus ángeles achaca desvarío». En los Setenta, Job contiene algunos pasajes instructivos respecto a ángeles vengadores en quienes quizá podamos ver a los espíritus caídos, así en 33,23: «Si hay mil ángeles mediadores de la muerte en su contra, ninguno de ellos le hará daño»; y en 36,14: «Incluso si sus almas mueren en plena juventud (debido a su imprudencia), aun así su vida será herida por los ángeles»; y en 21,15: «Las riquezas injustamente aumentadas serán vomitadas, un ángel lo sacará de su casa»; cf. Prov. 17,11; Sal. 35(34)34,5-6; 78(77),49, y especialmente Eclo. 39,33, un texto que, hasta donde se puede deducir por el estado actual del manuscrito, estaba en el original hebreo. En algunos de estos pasajes, es verdad, se puede considerar a los ángeles como los vengadores de la justicia de Dios, sin ser, por lo tanto, espíritus malos. En Zac. 3,1-3 se le llama a Satanás el adversario que declara ante el Señor contra Josué, el sumo sacerdote. Isaías 14 y Ezequiel 28 son para los Padres el loci classici respecto a la caída de Satanás (cf. Tertuliano, Contra Marción, 2.10); y el Señor mismo le dio visos de probabilidad o verdad a esta opinión al usar las imágenes de este último pasaje al decir a sus Apóstoles: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc. 10,18).

En tiempos del Nuevo Testamento se establece claramente la idea de los dos reinos espirituales. El diablo es un ángel caído que en su caída arrastró consigo multitudes de la hueste celestial. Nuestro Jesús le llama “el príncipe de este mundo» (Juan 14,30); él es el tentador de la raza humana y trata de involucrarlos en su caída (Mateo 25,41; 2 Ped. 2,4; Ef. 6,12; 2 [Epístolas a los Corintios|Cor.]] 11,14; 12,7). La representación cristiana del diablo bajo la forma de un dragón se deriva especialmente del Apocalipsis (9,11-15; 12,7-9), donde se le llama «el ángel del abismo», «el dragón», «la serpiente antigua», etc., y se le representa como si realmente hubiese estado en combate con el Arcángel Miguel. Es muy llamativa la similitud entre estas escenas como éstas y los antiguos relatos babilónicos sobre la lucha entre Merodak y el dragón Tiamat. Es una cuestión discutible si trazamos su origen a las vagas reminiscencias de los poderosos saurios que antiguamente poblaron la tierra, pero el lector curioso puede consultar a Bousett, «The Anti-Christ Legend» (tr. por Keane, Londres, 1896). El traductor le ha prefijado un interesante debate sobre el origen del mito babilónico del dragón.

El término «Ángel» en la Versión de los Setenta

Hemos tenido ocasión de mencionar la Versión de los Setenta más de una vez, y no estará de más indicar unos pasajes en los que es nuestra única fuente de información con respecto a los ángeles. El pasaje más conocido es Isaías 9,6, en que los Setenta da el nombre del Mesías como «Ángel del gran Consejo». Ya hemos llamado la atención sobre Job 20,15, donde los Setenta dice «Ángel» en lugar de «Dios», y a 36,14, donde parece ser cuestión de ángeles malos. En 9,7 los Setenta (B) añade: «Él ha inventado cosas difíciles para sus ángeles; pero lo más curioso de todo es, en 40,14, donde la Vulgata y el hebreo (5,19) dicen «Behemot»: «Él es el principio de los caminos de Dios, el que lo creó hará su espada para acercarse», los Setenta dice: «Él es el principio de la Creación de Dios, creado para que sus ángeles se mofen»; y exactamente el mismo comentario es hecho sobre «Leviatán» (41,24). Ya hemos visto que los Setenta generalmente traduce el término «los hijos de Dios» por «ángeles», pero en Deut. 32,43 los Setenta tiene una adición en la que aparecen ambos términos: menciona ambas condiciones: «Exultad en Él todos los cielos, y adórenle todos los ángeles de Dios; exultad las naciones con su pueblo, y glorifíquenle todos los hijos de Dios». Tampoco los Setenta nos da aquí meramente una referencia adicional a los ángeles; a veces nos permite corregir pasajes difíciles sobre ellos en la Vulgata y en los textos masoréticos. Así, el difícil Elim del texto Masorético en Job 12, 17, que la Vulgata traduce como «ángeles», se convierte en bestias salvajes en la Versión de los Setenta.

Las primeras ideas en cuanto a la personalidad de las diferentes apariciones angélicas son, como hemos visto, notablemente vagas. Al principio los ángeles eran considerados en una forma bastante impersonal (Gén. 16,7). Son vicarios de Dios y a menudo se les identifica con el Autor de su mensaje (Gén 48,15-16). Pero mientras leemos que “los ángeles de Dios” se encuentran con Jacob (Gén. 32,1), otras veces leemos sobre uno que es llamado «el Ángel de Dios» par excellence, por ejemplo Gén. 31,11. Es verdad que, debido al idioma hebreo, esto puede significar sólo «un ángel de Dios», y los Setenta lo traduce con o sin el artículo a voluntad; sin embargo, los tres visitantes en Mambré parecen haber sido de diferente rango, aunque San Pablo (Heb. 13,2) los consideró a todos igualmente ángeles; según se desarrolla la historia en Gén. 13, el que habla es siempre «el Señor». Así en el relato del Ángel del Señor que visitó a Gedeón (Jc. 6), al visitante se le llama tanto «el Ángel del Señor» como «el Señor».

De igual manera, en Jueces 13, el Ángel del Señor aparece, y tanto Manóaj como su esposa exclaman: «Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios». Esta falta de claridad es particularmente evidente en los varios relatos del ángel del Éxodo. En Jueces 6, mencionado anteriormente, los Setenta tiene mucho cuidado en traducir el hebreo «Señor» por «el Ángel del Señor»; pero en la historia del Éxodo es el Señor que va delante de ellos en la columna de nube (Éx. 13,21), y los Setenta no realiza ninguna modificación (cf. también Núm. 14,14, y Neh. 9,7-20). Pero, en Éx. 14,19 a su guía se le llama «el Ángel de Dios». Cuando vamos a Éx. 33, donde Dios está enojado con su pueblo por adorar al becerro de oro, es difícil no sentir que es Dios mismo quien ha sido su guía hasta ahora, pero que ahora se niega a seguir acompañándolos. Dios les ofrece a un ángel en su lugar, pero a petición de Moisés, dice (14) «Mi rostro irá delante de ti», el cual los Setenta traduce por autos aunque el versículo siguiente demuestra que esa traducción es claramente imposible, pues Moisés objeta: «Si no vienes tú mismo, no nos hagas partir de aquí». Pero, ¿qué quiere decir Dios con «mi rostro?» ¿Es posible que se denote algún ángel de rango especialmente alto, como en Is. 63,9? (cf. Tobías 12,15). ¿No podrá ser esto lo que se quiere decir con «el ángel de Dios?» (cf. Núm. 20,16).

Apenas hace falta decir que un proceso de evolución en el pensamiento teológico acompañó el desarrollo gradual de la revelación de Dios, pero es especialmente notable en los diferentes puntos de vista respecto a la persona del Dador de la Ley. El texto masorético así como en los caps. 3, 19 y 20 del Éxodo de la Vulgata representan claramente que es el Ser Supremo según se le aparece a Moisés en la zarza y en el Monte Sinaí; pero la versión de los Setenta, si bien concurre en que fue Dios mismo quien le entregó la Ley, sin embargo, dice que fue el «ángel del Señor» quien se apareció en la zarza. Durante la época del Nuevo Testamento prevaleció el punto de vista de los Setenta, y es ahora no solo en la zarza que el ángel del Señor, y no Dios mismo, quien aparece, sino que el ángel también es el dador de la Ley (cf. Gál. 3,19; Heb. 2,2; Hch. 7,30). La persona del «ángel del Señor» encuentra su equivalente en la personificación de la sabiduría en los libros sapienciales, y en por lo menos un pasaje (Zac. 3,1) parece representar a «el Hijo de Hombre» que Daniel (7, 13) vio ante «el Anciano». Zacarías dice: «Me hizo ver después al sumo sacerdote Josué, que estaba ante el ángel de Yahveh; a su derecha estaba el Satán para acusarle». Tertuliano considera muchos de estos pasajes como preludios de la Encarnación; como la Palabra de Dios prefigurando el carácter sublime con el que Él un día se revelará a los hombres (cf. Adv, Prax. 16: Adv. Marc. 2.27; 3.9, 1.10, 1.21-22).

Tertuliano se refiere a muchos de estos pasajes como preludios de la Encarnación, como la Palabra de Dios presagiando el carácter sublime en la que Él es un día para revelarse a los hombres (cf. Adv. Prax, XVI, Adv Marc, II, 27 ; III, 9; I, 10, 21, 22). Es posible, entonces, que en estas opiniones confusas podamos rastrear tanteos vagos ciertas verdades dogmáticas sobre la Trinidad, reminiscencias quizás de la primera revelación, de la cual el Protoevangelio de Gén. 3 es sólo una reliquia. Los primeros Padres, ciñéndose a la letra del texto, sostuvieron que era realmente Dios mismo quien apareció. El que aparecía era llamado Dios y actuaba como Dios. Por ello, no fue raro que Tertuliano, como ya hemos visto, considerase tales manifestaciones a la luz de preludios de la Encarnación, y la mayoría de los Padres Orientales siguió esa misma línea de pensamiento. Fue sostenido incluso en 1851 por Vandenbroeck, «Dissertatio Theologica de Theophaniis sub Veteri Testamento» (Lovaina).

Pero los grandes Padres Latinos, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno, sostuvieron la opinión contraria, y los escolásticos como cuerpo los siguió. San Agustín (Sermo VII, de Scripturis, P. G. V) al tratar sobre la zarza ardiente (Éx. 3) dice: «Es muy difícil de entender que la misma persona que le habló a Moisés deba considerarse tanto el Señor como un ángel del Señor. Es una pregunta que prohíbe aseveraciones precipitadas, sino que demanda una cuidadosa investigación. Algunos afirman que es llamado tanto el Señor como el ángel del Señor porque era Cristo; de hecho el profeta (Isaías 9,6, Versión de los Setenta) llama claramente a Cristo el ‘Ángel del gran Consejo’». El santo procede a demostrar que tal opinión es sostenible, aunque debemos tener cuidado de no caer en el arrianismo al afirmarlo. Señala, sin embargo, que si decimos que fue un ángel el que se apareció, debemos explicar por qué se le llamó «el Señor», y luego procede a demostrar cómo esto pudo ser: «En otro lugar de la Biblia, cuando un profeta habla, se dice que es el Señor el que habla, no porque el profeta sea el Señor, sino porque el Señor está en el profeta; y de esa misma manera, cuando el Señor se digna hablar a través de la boca de un profeta o de un ángel, es igual que cuando Él habla por medio de un profeta o apóstol, y al ángel se le llama correctamente ángel si lo consideramos en sí mismo, pero es igualmente correcto si le ‘llama el Señor’ porque Dios mora en él». Concluye diciendo que: «Es el nombre del morador, no del templo.” Y un poco más adelante dice: «Me parece que deberíamos decir más correctamente que nuestros antepasados reconocieron al Señor en el ángel», y aduce la autoridad de los escritores del Nuevo Testamento que lo entendieron claramente así y sin embargo a veces permitieron la misma confusión de términos (cf. Heb. 2,2, y Hch. 7, 31-33).

El santo discute más elaboradamente el asunto en su obra «In Heptateuchum», lib. VII, 54, P. G. III, 558. Como un ejemplo de cuán convencidos estaban algunos Padres defendiendo la interpretación contraria, cabe destacar las palabras de Teodoreto (In Exod.): «El pasaje entero (Éx. 3) demuestra que fue Dios quien se le apareció. Pero (Moisés) lo llamó un ángel para hacernos saber que no era Dios Padre a quien vio —pues ¿qué ángel pudo el Padre ser?— sino al Hijo Unigénito, el Ángel del gran Consejo» (cf. Eusebio, Hist. Eccles., I, II, 7; San Ireneo, Adv. Haer., III, 6). Pero la interpretación propuesta por los Padres latinos estaba destinada a perdurar en la Iglesia, y los escolásticos la redujeron a un sistema (cf. Santo Tomás, Quaest., Disp., De Potentia, VI, 8, ad. 3am); y para una exposición más amplia sobre ambas interpretaciones, cf. «Revue biblique» 1894, 232-247.

Los ángeles en la literatura babilónica

La Biblia nos ha mostrado que la creencia en los ángeles, o espíritus intermediarios entre Dios y el hombre, es una característica de los pueblos semitas. Es por consiguiente interesante rastrear esta creencia hasta los semitas de Babilonia. Según Sayce (The Religions of Ancient Egypt and Babylonia, Gifford Lectures, 1901), el injerto de creencias semíticas sobre en la primera la [religión]] sumeria de Babilonia está marcado por la entrada de los ángeles o sukallin en su teosofía. Por ello, encontramos un interesante paralelismo con «los ángeles del Señor» en Nebo, «el ministro de Merodac» (ibid., 355). También se le llama el «ángel» o intérprete de la voluntad de Merodac (ibid., 456), y Sayce acepta la declaración de Hommel de que se puede demostrar por las inscripciones minoicas que la religión semítica primitiva consistió en el culto a la luna y a las estrellas, el dios-luna Attar y un dios «ángel» que está de pie a la cabeza del panteón (ibid., 315).

El conflicto bíblico entre los reinos del bien y del mal tienen su paralelo en «los espíritus del cielo» o los Igigi —quienes constituían la «hueste», de la que Ninip era el campeón (y de quien recibía el título de «jefe de los ángeles») y los «espíritus de la tierra», o Annuna-Ki que vivían en el Hades (ibid. 355). Los sukalli babilónicos corresponden a los espíritus-mensajeros de la Biblia; ellos declaraban la voluntad de su Señor y ejecutaban sus órdenes (ibid., 361). Algunos de ellos parece haber sido más que mensajeros; eran los intérpretes y vicarios de la deidad suprema; así, Nebo es «el profeta de Borsipa». A estos ángeles incluso se les llama «los hijos» de la deidad cuyos vicarios son; así Ninip, en un tiempo mensajero de En-lil, se transforma en su hijo así como también Merodac se convierte en hijo de Ea (ibid., 496). Los relatos babilónicos de la Creación y del Diluvio no contrastan muy favorablemente con los relatos bíblicos, y lo mismo debe decirse de las caóticas jerarquías de dioses y ángeles que la investigación moderna ha revelado. Quizás estamos justificados al ver en todas las formas de religión vestigios de un primitivo culto a la naturaleza que a veces ha logrado rebajar la más pura revelación, y que, donde esa revelación primitiva no ha recibido incrementos sucesivos, como entre los hebreos, trae como resultado una abundante cosecha de hierba mala.

Así la Biblia ciertamente sanciona la idea de que algunos ángeles tienen a su cargo pueblos específicos (cf. Dan. 10, y arriba). Esta creencia persiste en forma degradada en la noción árabe de los Genii, o Jinni, quienes aparecen en algunos lugares particulares. Una referencia a ello se encuentra quizás en Gén. 32, 1-2: «Jacob se fue por su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Al verlos, dijo Jacob: ‘Este es el campamento de Dios’; y llamó a aquel lugar Majanáyim, es decir, ‘Campamento'». Exploraciones recientes en el barrio árabe cerca de Petra, han revelado ciertos recintos delimitados con piedras como los domicilios de los ángeles, y las tribus nómadas los frecuentan para la oración y el sacrificio. Estos lugares llevan un nombre que corresponde exactamente con el de «Majanáyim» del antedicho pasaje del Génesis (cf. Lagrange, Religions Semitiques, 184, y Robertson Smith, Religion of the Semites, 445). La visión de Jacob en Betel (Gén. 28,12) puede quizá caer dentro de la misma categoría. Baste decir que no todo lo que está en la Biblia es revelación, y que el objeto de los escritos inspirados no se limita a darnos verdades nuevas, sino también a hacer más claras ciertas verdades que enseña la naturaleza. El punto de vista moderno, que tiende a considerar todo lo babilónico como completamente primitivo y que parece pensar que porque los críticos le asignan una fecha tardía a los escritos bíblicos la religión contenida en ella debe ser también tardía, puede verse en Haag, «Theologie Biblique» (339). Este escritor ve en los ángeles bíblicos sólo deidades primitivas rebajadas a semi-dioses por el victorioso progreso del monoteísmo.

Los ángeles en el Zendavesta

También se han hecho esfuerzos por trazar una conexión entre los ángeles de la Biblia y los «grandes arcángeles» o «Amesha Spenta» del Zendavesta. Que la dominación persa y la cautividad babilónica ejercieron una gran influencia en la concepción hebrea de los ángeles se reconoce en el Talmud de Jerusalén, Rosch Haschanna, 56, donde se dice que los nombres de los ángeles se introdujeron de Babilonia. Sin embargo, no es claro de ningún modo que los seres angélicos que aparecen tantas veces en las páginas del Avesta se refieran a la antigua religión persa de la época de Ciro, y no más bien al neo-zoroastrismo de los sasánidas. Si éste fuera el caso, como lo sostiene Darmesteter, debemos más bien invertir la posición y atribuirles los ángeles del zoroastrismo a la influencia de la Biblia y de Filón. Se ha hecho hincapié sobre la similitud entre los «siete que están de pie ante Dios» bíblicos, y los siete Amesha Spenta del Zendavesta. Pero debe señalarse que estos últimos realmente son seis, y que el número siete sólo se obtiene contando a «su padre, Ahura Mazda», entre ellos como su jefe. Por otra parte, estos arcángeles del zoroastrismo son más abstractos que concretos; ellos no son individuos encargados de importantes misiones como en la Biblia. Un buen examen de todo el asunto se encuentra en «Rev. Biblique» (enero y abril de 1904); y para el punto de vista similar abrigado por De Harlez vea «Rev. Bibl,.» (1896), 169.

Los ángeles en el Nuevo Testamento

Hasta aquí nos hemos detenido casi exclusivamente sobre los ángeles del Antiguo Testamento, cuyas visitas y mensajes no eran de ningún modo raros, pero cuando llegamos al Nuevo Testamento sus nombres aparecen en cada página y el número de referencias a ellos iguala aquellas dadas en el Antiguo. Fue su privilegio el anunciar a Zacarías y a María la aurora de la redención, y a los pastores su cumplimiento real. Nuestro Señor en sus discursos habla de ellos como uno que los vio realmente, y quien, mientras «habla con los hombres», recibe todavía la silente e invisible adoración de las huestes del cielo. Él describe sus vidas en el cielo (Mt. 22,30; Lc. 20,36); nos dice como se forman un cuerpo de guardaespaldas a su alrededor y que con sólo una palabra suya se vengarían de sus enemigos (Mt. 26,53); es el privilegio de uno de ellos ayudarlo en el momento de su agonía y sudoración de sangre. Más de una vez habla de ellos como auxiliares y testigos del Juicio Final (Mt 16,27), el cual de hecho prepararán (ibid., 13,39-49); y por último, ellos son los felices testigos de su triunfante Resurrección (ibid., 28,2).

Es fácil para las mentes escépticas ver en estas huestes angélicas el mero juego de la fantasía hebrea y el rango de crecimiento de la superstición, pero, ¿los relatos sobre ángeles que figuran en la Biblia no nos proporcionan la progresión más natural y armoniosa? En la página inicial de la historia sagrada de la nación judía, ésta es escogida de entre otras como depositaria de la promesa de Dios; como el pueblo de cuyo tronco nacería el Redentor. Los ángeles aparecen en el curso de la historia de este pueblo escogido, ya como mensajeros de Dios, ahora como guías de ese pueblo; a veces son los otorgadores de la ley de Dios, otras veces prefiguran al Redentor cuya misión divina ayudan a madurar. Conversan con los profetas, con David y Elías, con Daniel y Zacarías; acaban con los ejércitos acampados contra Israel, sirven como guías a los siervos de Dios, y el último profeta, Malaquías, lleva un nombre de especial significado, «el Ángel de Yahveh». Parece resumir en su mismo nombre el anterior «ministerio por las manos de los ángeles», como si Dios con ello recordara las glorias de antaño del Éxodo y del Sinaí. Los Setenta, de hecho, parece no conocer su nombre como el de un profeta individual, y su traducción del versículo inicial de su profecía es peculiarmente solemne: «La carga de la Palabra del Señor de Israel por la mano de su ángel; colóquenla en sus corazones». Todo este ministerio amoroso por parte de los ángeles es sólo por amor al Salvador, cuyo rostro desean contemplar.

Por ello, al llegar la plenitud de los tiempos, fueron ellos quienes trajeron el gozoso mensaje, y cantaron «Gloria in Excelsis Deo». Guiaron al recién nacido Rey de los Ángeles en su presurosa huida a Egipto, y lo atendieron en el desierto. Su segunda venida y los temibles eventos que le precederán son revelados a su siervo predilecto en la isla de Patmos. Se trata nuevamente de una revelación, y en consecuencia, sus antiguos ministros y mensajeros de antaño aparecen una vez más en la historia sagrada, y el registro del amor revelador de Dios termina dignamente casi como había comenzado: «Yo, Jesús, he enviado a mi Ángel para daros testimonio de lo referente a las Iglesias» (Apoc. 22,16). Es fácil para el estudiante rastrear la influencia de las naciones circundantes y de otras religiones en el relato bíblico sobre los ángeles. De hecho, es necesario e instructivo hacerlo, pero sería un error cerrar los ojos a la línea superior de desarrollo que hemos mostrado y que pone de manifiesto tan claramente la maravillosa unidad y armonía de toda la historia divina de la Biblia. (Vea también REPRESENTACIONES CRISTIANAS PRIMITIVAS DE ÁNGELES, ÁNGEL DE LA GUARDA, ÁNGELES DE LAS IGLESIAS.

Bibliografía: Además de los trabajos antes mencionados, véase Santo Tomás, Summa Theol., I, QQ. 50-54 y 106-114; Suarez De Angelis, lib. I-IV.

Fuente: Pope, Hugh. «Angels.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 17 Dic. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/01476d.htm

Traducido por Bartolomé Santos. lhm

Enlaces internos

[1] Ángeles de las Iglesias.

[2] Ángel de la Guarda.

[3] Angelología en el libro de Daniel.

[4] El misterio de los santos ángeles y nuestra vida terrestre .

[5] Jerarquía celeste.

[6] Oraciones de León XIII a San Miguel Arcángel.

[7] Pinturas de los ángeles en común

[8] Pinturas de los arcángeles.

[9] Pinturas de los serafines.

[10] Querubicón.

[11] Ángeles y demonios: catequesis de Juan Pablo II.

[12] Representaciones primitivas de los Ángeles.

[13] Ángeles: textos elegidos por los monjes de Solesmes.

[14] Angelus.

[15] Tratado sobre los ángeles.

[16] Imágenes de los Ángeles.

[17] Participación de los ángeles en la dichas y sufrimientos del purgatorio.

[18] Novena del Santo Ángel de la Guarda compuesta por un Padre de la Congregación del Oratorio de Lima.

[19] Especial sobre los Santos Ángeles en Aci Prensa, preparado por José Gálvez Krüger.

Enlaces externos

[20] Ángeles de la Escuela Cuzqueña. Cuzco-Perú.

[21] Ángeles arcabuceros de Bolivia.

[22] Canto Gregoriano. Fiesta de los Santos Arcángeles.

[23] Ángeles turiferarios.

[24] Ángeles Arcabuceros de Calamarca.

[25] Imágenes de los Ángeles.

[26] Los Ángeles Arcabuceros

Ángeles en Google books

  • Libro de los santos ángeles. Escrito por Francesc Eiximeni [27]
  • Prodigios y finezas de los santos angeles hechas en el Principado de Cataluña [28]

  • Devota novena en honor, culto y obsequio del Señor San Rafael Arcángel, especial custodio de la M.N. y M.L. Ciudad de Cordova …[29]
  • Modo de orar á el señor San Rafael, en consideración de los ocho beneficios que hizo á Tobías[30]
  • San Miguel Arcangel el dia que le voto por su patron la … Ciudad de Zeuta, en su Catedral, que fue a los 15 de Mayo … año 1648 por el P. Fr. Ioseph del Espiritu Santo[31] Oracion panegirica, dicha a el Glorioso General de los Exercitos Angelicos …
  • Devocion admirable al arcangel señor San Miguel, para alcanzar su patrocinio, y assistencia en todo tiempo, y en la hora de la muerte …[32]
  • Sermón del Gloriosíssimo Arcángel San Miguel el día 8 del mes de mayo de su aparición.[33] ..

  • Excelencias de el Gloriosissimo Arcangel San Miguel, en.[34]
  • Historia de las fiestas de la Iglesia y el fin con que han sido establecidas …
  • Devota novena en honor, culto y obsequio del Señor San Rafael Arcángel, especial custodio de la M.N. y M.L. Ciudad de Cordova …[35]
  • Modo de orar á el señor San Rafael, en consideración de los ocho beneficios que hizo á Tobías[36]

Los Ángeles en youtube

[37] Canto gregoriano. Fiesta de los Arcángeles

[38] Laudate Dominum

[39] Cherubic Hymn-Theodoros Vasilikos.

[40] Cherubic Hymn – Xeroubiko -Plagal of 1st Tone (Byzantine Chant).

[41] Cherubic Hymn – Xeroubiko – 2nd Tone (Byzantine Chant).

[42] Cherubic Hymn – Xeroubiko – 3rd Tone (Byzantine Chant).

[43] Cherubic Hymn – Xeroubiko -Plagal of 4th Tone (Byzantine Chant).

[44] Cherubic Hymn – Xeroubiko -Grave Tone (Byzantine Chant).

Fuente: Enciclopedia Católica